ENEBRO: MUERTE DE UN RUFIÁN

Chozo tenía largas y violentas discusiones con su madre. Ella nunca le acusaba directamente, pero dejaba pocas dudas de que sospechaba que estaba cometiendo horribles crímenes.

Él y Cuervo se turnaban cuidando a Asa.

Entonces llegó el momento de enfrentarse a Krage. No quería ir. Temía que Krage lo relacionara con Cuervo y Asa. Pero si no lo hacía, Krage caería sobre él. Y Krage buscaba siempre gente a la que hacer daño… Tembloroso, Chozo echó a andar por la helada calle. La nieve caía en gruesos y perezosos copos.

Uno de los hombres de Krage lo llevó a su presencia. No había ninguna señal de Cuenta, pero se decía que el corpulento hombre se estaba recuperando. Demasiado malditamente estúpido para morir, pensó Chozo.

—Ah, Chozo —dijo Krage desde las profundidades de un enorme sillón—. ¿Cómo estás?

—Helado. ¿Cómo se encuentra usted? —Krage le preocupaba cuando se mostraba afable.

—Todo lo bien que se puede estar. —Krage tiró de sus vendajes—. Esta vez estuvo cerca. Tuve suerte. ¿Vienes a hacer tu pago?

—¿Cuánto le debo en total? Con eso de comprar todas mis demás deudas he perdido la cuenta.

—¿Puedes pagar? —los ojos de Krage se entrecerraron.

—No lo sé. Tengo diez levas.

Krage suspiró dramáticamente.

—Tienes suficiente. No creí que pudieras reunir tanto dinero, Chozo. Bien. Ganas algo y pierdes algo. Son ocho y pico.

Chozo contó nueve monedas. Krage le devolvió el cambio.

—Has tenido una racha de suerte este invierno, Chozo.

—Sí, claro.

—¿Has visto a Asa? —La voz de Krage se tensó.

—No desde hace tres días. ¿Por qué?

—Nada importante. Estamos en paz, Chozo. Pero esta vez has de pagarme el favor. Cuervo. Lo quiero.

—Krage, no quiero decirle cómo ha de llevar sus asuntos, pero es mejor que deje tranquilo a ese hombre. Está loco. Es perverso y es duro. Le matará con la misma facilidad con la que dice hola. No quiero faltarle al respeto, pero actúa como si usted no fuera más que un gran chiste.

—El chiste va a ser él, Chozo. —Krage se arrastró fuera del sillón con una mueca. Se sujetó su herida—. El chiste va a ser él.

—Quizá la próxima vez no le deje salirse tan bien de ello, señor Krage.

El miedo cruzó los rasgos de Krage.

—Chozo, es él o yo. Si no lo mato, mi negocio se hará pedazos.

—¿Y qué ocurrirá si él le mata a usted?

De nuevo aquel destello de miedo.

—No tengo otra elección. Estate preparado para cuando te necesite, Chozo. Será pronto.

Chozo asintió con la cabeza y se retiró. Tenía que irse del Coturno, pensó. Ahora podía permitírselo. Pero ¿adónde ir? Krage lo encontraría en cualquier parte en Enebro. Y huir de la ciudad no le atraía tampoco. El Lirio era su hogar. Tenía que conservarlo. Uno u otro moriría, y de cualquier modo se libraría de problemas.

Ahora estaba en medio. Odiaba a Krage. Krage lo había humillado durante años, manteniéndolo aplastado bajo las deudas, robándole la comida de la boca con ridículos intereses. Por otra parte, Cuervo podía conectarle con el castillo negro y con crímenes en el Recinto.

Los Custodios estaban a la caza, buscando a alguien que gastara montones de dinero. Se había dicho muy poco públicamente, pero el hecho de que Cabestro estuviera en el caso le decía a Chozo lo seriamente que se estaban tomando las cosas allá arriba de la colina. Casi sufrió un ataque al corazón cuando Cabestro entró en El Lirio.

¿Qué había sido del dinero del pasadizo? Chozo no había visto nada de él. Suponía que todavía lo tenía Cuervo. Él y Cuervo eran socios ahora…

—¿Qué dijo Krage? —preguntó Cuervo cuando Chozo llegó a El Lirio.

—Quiere que lo ayude a matarte.

—Lo imaginé. Chozo, se está acabando la temporada. Es hora de enviar a Krage colina arriba. ¿De qué lado te inclinas, socio? ¿Del suyo o del mío?

—Yo…, esto…

—A la larga será mucho mejor que te libres de Krage. Finalmente hallará una forma de quedarse con El Lirio.

Cierto, reflexionó Chozo.

—De acuerdo. ¿Qué debemos hacer?

—Mañana ve a decirle que crees que estoy vendiendo cadáveres. Que crees que Asa es mi socio. Que crees que yo he acabado con Asa. Asa era tu amigo y te sientes trastornado. Eso se acerca lo suficiente a la realidad como para confundirle… ¿Qué ocurre?

Siempre una trampa. Cuervo tenía razón. Krage creería la historia. Pero Chozo había esperado un papel menos directo. Si Cuervo fallaba, Chozo de Castañas sería hallado degollado en una cuneta.

—Nada.

—Muy bien. La noche de pasado mañana saldré. Tú corre a decírselo a Krage. Dejaré que sus hombres me sigan. Krage deseará estar personalmente en mi muerte. Lo emboscaré.

—Ya has hecho esto antes, ¿verdad?

—Vendrá de todos modos. Es estúpido.

Chozo tragó saliva.

—No es un plan que haga mucho por mis nervios.

—Tus nervios no son mi problema, Chozo. Son el tuyo. Tú los perdiste. Sólo tú puedes recuperarlos.

* * *

Krage se tragó la historia de Chozo. Se sintió extasiado porque Cuervo era un villano tan grande.

—Si no lo quisiera para mí, lo entregaría a los Custodios. Has hecho bien, Chozo. Debería de haber sospechado de Asa. Nunca me trajo ninguna noticia que valiera la pena.

Chozo gimió.

—¿Quién puede comprar cadáveres, Krage?

Krage sonrió, una sonrisa torcida.

—No te calientes tu fea cabeza. Házmelo saber la próxima vez que efectúe una de sus salidas. Le prepararemos una pequeña sorpresa.

La noche siguiente Chozo se presentó de acuerdo con el plan. Y sufrió la mayor decepción que hubiera podido esperar en su vida. Krage insistió en que se uniera a la caza.

—¿De qué le voy a servir, señor Krage? Ni siquiera voy armado. Y él es un tipo duro. No conseguirá atraparle sin lucha.

—No espero hacerlo. Quiero que vengas sólo por si acaso.

—¿Por si acaso?

—Por si acaso hay una trampa en todo esto: entonces quiero poder echarte la mano encima rápido.

Chozo se estremeció, gimió.

—He actuado lealmente con usted. ¿No he actuado siempre lealmente con usted?

—Siempre has hecho lo que haría un cobarde. Por eso es por lo que no confío en ti. Cualquiera puede asustarte. Y tenías todo ese dinero. Se me ocurre que puede que estés en combinación con Cuervo.

Chozo se sintió helado. Krage se puso su abrigo.

—Vámonos, Chozo. Permanece a mi lado. No intentes escabullirte. Te mataré si lo haces.

Chozo empezó a temblar. Estaba muerto. Tras todo lo que había hecho por sacarse a Krage de la espalda… No era justo. Simplemente no era justo. Las cosas nunca funcionaban para él. Trastabilló calle adelante, preguntándose qué podía hacer y sabiendo que no había ninguna escapatoria. Las lágrimas se congelaron en sus mejillas.

No había salida. Si huía, Krage se daría cuenta. Si no lo hacía, Krage lo mataría cuando Cuervo lanzara su emboscada. ¿Qué iba a hacer entonces su madre?

Tenía que hacer algo. Tenía que reunir algo de valor, tomar una decisión, actuar. No podía rendirse al destino y esperar tener suerte. Eso significaba las Catacumbas o el castillo negro antes del amanecer.

Le había mentido a Krage. Llevaba un cuchillo de carnicero en su manga izquierda. Lo había puesto allí en un acceso de estúpida bravuconería. Krage no lo había registrado. ¿El viejo Chozo armado? ¡Ja! Improbable. Podía hacerse daño.

El viejo Chozo iba armado a veces, pero nunca lo decía. El cuchillo hacía maravillas en su confianza. Podía decirse a sí mismo que lo usaría, y creer la mentira el tiempo suficiente como para tranquilizarse, pero en cualquier momento difícil su primera reacción era siempre huir.

Su destino estaba sellado…, a menos que consiguiera abrirse camino y escapar.

¿Cómo?

Los hombres de Krage estaban regocijados ante su terror. Eran seis…, luego fueron siete…, y ocho, cuando los que rastreaban a Cuervo informaron. ¿Podía esperar superarlos a todos? Ni el propio Cuervo tenía ninguna oportunidad.

Eres un hombre muerto, susurró una diminuta voz, una y otra vez. Un hombre muerto. Un hombre muerto.

—Se dirige Cerero abajo —informó una sombra—. Recorriendo todos los pequeños callejones.

—¿Crees que va a encontrar algo tan avanzado el invierno? —preguntó Krage a Chozo—. Los callejeros ya deben de haber muerto todos.

Chozo se encogió de hombros.

—No lo sé. —Se restregó el brazo izquierdo contra su costado. La presencia del cuchillo ayudó, pero no mucho.

Su terror alcanzó su pico y empezó a retroceder. Su mente se enfrió a un aturdimiento sin emociones. Con el miedo en suspenso, intentó encontrar una inexistente salida.

De nuevo algo gravitó fuera de la oscuridad, informó que estaban a unos treinta metros del carro de Cuervo. Hacia diez minutos que Cuervo se había metido en un callejón. No había vuelto a salir.

—¿Te vio? —gruñó Krage.

—No lo creo. Pero uno nunca sabe.

Krage miró a Chozo.

—Chozo, ¿crees que abandonaría su carro y su botín?

—¿Cómo quiere que lo sepa? —chilló Chozo—. Quizás encontró algo.

—Vamos a echar una mirada. —Se dirigieron al callejón, uno de los incontables pasajes cubiertos sin salida que se abrían a ambos lados del Callejón del Cerero. Krage miró hacia la oscuridad, con la cabeza ligeramente inclinada.

—Quieto y silencioso como las Catacumbas. Compruébalo, Caliente.

—¿Jefe?

—Tranquilo, Caliente. El viejo Chozo va a ir directamente detrás de ti. ¿No es así, Chozo?

—Krage…

—¡Vamos, muévete!

Chozo avanzó tambaleante. Caliente lo hizo cauteloso, con un cuchillo de desagradable aspecto sondeando la oscuridad. Chozo intentó hablar con él.

—¡Cállate! —bufó—. ¿No tienes un arma?

—No —mintió Chozo. Miró hacia atrás. Sólo estaban ellos dos.

Alcanzaron el final del callejón. Ninguna señal de Cuervo.

—Que me maldiga —dijo Caliente—. ¿Cómo demonios ha salido?

—No lo sé. Averigüémoslo. —Aquello podía ser su oportunidad.

—Por aquí —dijo Caliente—. Trepó por esta tolva de drenaje.

Las entrañas de Chozo se anudaron. Su garganta se contrajo.

—Intentémoslo. Quizá podamos seguirle.

—Sí. —Caliente empezó a trepar.

Chozo no pensó en ello. El cuchillo de carnicero se materializó en su mano. Su mano golpeó hacia adelante. Caliente se arqueó hacia atrás, cayó. Chozo saltó sobre él, clavó una palma sobre su boca, la mantuvo aferrada allí el minuto que le tomó morir. Retrocedió, incapaz de creer en lo que había hecho.

—¿Qué ocurre ahí al fondo? —preguntó Krage.

—No encontramos nada —chilló Chozo. Arrastró a Caliente contra la pared, lo enterró bajo un montón de basura y nieve, corrió hacia la tolva de drenaje.

El que Krage se acercara fue un maravilloso incentivo. Gruñó, se tensó, flexionó un músculo, alcanzó el techo. La tolva consistía en una hendidura de medio metro de ancho formando un ángulo poco pronunciado, luego cuatro metros a cuarenta y cinco grados, encima de los cuales el techo era plano. Chozo se reclinó contra la empinada pizarra, jadeante, incapaz de creer todavía que había matado a un hombre. Oyó voces abajo, empezó a moverse hacia un lado.

—Se han ido, Krage —bufó alguien—. Nada de Cuervo. Nada de Caliente ni de Chozo tampoco.

—Ese bastardo. Sabía que estaba preparando algo.

—¿Por qué Caliente fue con él, entonces?

—Demonios, no lo sé. No os quedéis aquí. Mirad por los alrededores. Tienen que haber ido a alguna parte.

—Hey. Aquí. Alguien ha trepado por esta tolva. Quizá vayan tras de Cuervo.

—Sube por esta maldita cosa. Encuéntralos. ¡Caliente! ¡Chozo!

—Por aquí —llamó una voz. Chozo se inmovilizó. ¿Qué demonios? ¿Cuervo? Tenía que ser Cuervo.

Avanzó lentamente, intentando convencerse de que no habían doce metros de nada tras sus talones. Alcanzó una esquina con un parapeto desde donde pudo trepar al techo plano.

—Por aquí. Creo que lo tenemos acorralado.

—¡Subid ahí arriba, malditos bastardos! —rugió Krage.

Tendido inmóvil en la fría, helada superficie embreada, Chozo observó a dos sombras aparecer ante él y empezar a dirigirse hacia la voz. Un chirriar de metal y una enérgica maldición proclamaron el destino de un tercer escalador.

—Me he torcido el tobillo, Krage —se quejó el hombre.

—Vamos —gruñó Krage—. Encontraremos otra forma de subir.

Corre mientras tienes la oportunidad, pensó Chozo. Vete a casa y entiérrate allí hasta que todo haya pasado. Pero no podía. Se deslizó hasta el reborde y se arrastró tras los hombres de Krage.

Alguien gritó, se agitó buscando un asidero, cayó a la oscuridad entre dos edificios. Krage maldijo. Nadie respondió.

Chozo cruzó hasta el techo de la puerta de al lado. Era plano y lleno con un bosque de chimeneas.

—¿Cuervo? —llamó suavemente—. Soy yo. Chozo. —Tocó el cuchillo en su manga, incapaz todavía de creer que lo había usado.

Una sombra se materializó. Chozo se sentó, rodeándose las rodillas con los brazos.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

—¿Qué haces tú aquí?

—Krage me arrastró con él. Se suponía que yo iba a ser el primer muerto si todo era una trampa. —Le contó a Cuervo lo que había hecho.

—¡Maldita sea! Tienes redaños después de todo.

—Me acorraló en un rincón. ¿Qué hacemos ahora?

—Las posibilidades han mejorado. Déjame pensar en ello.

Krage gritó en el Callejón del Cerero. Cuervo le respondió con otro grito:

—¡Aquí! Estamos justo detrás de él. —Le dijo a Chozo—: No sé cuánto tiempo voy a poder seguir engañándole. Tenía el plan de ocuparme de ellos uno a uno. No imaginé que trajera un ejército.

—Mis nervios están a flor e piel —dijo Chozo. Las alturas eran otra de los miles de cosas que le aterraban.

—Tranquilo. Todavía falta mucho para que termine. —Cuervo gritó—: ¡Córtale el paso, ¿por qué no lo haces?! —A Chozo—: Ven conmigo.

Chozo no podía seguirle el paso. No era tan ágil como Cuervo.

Una forma se irguió en la oscuridad. Chilló.

—¿Eres tú, Chozo? —Era uno de los hombres de Krage. El corazón de Chozo dobló sus latidos.

—Sí. ¿Has visto a Cuervo?

—No. ¿Dónde está Luke?

—Maldita sea, iba directamente en tu dirección. ¿Cómo puedes no haberlo visto? Mira aquí. —Chozo señaló las alteraciones en la nieve.

—Hey, hombre, no lo he visto. No me hables como si fueras Krage o te patearé el culo hasta colocarlo alrededor de tus orejas.

—Está bien, está bien. Tranquilo. Estoy asustado y quiero que todo esto termine. Luke se cayó. Ahí atrás. Resbaló con algo de hielo o algo así. Ve con cuidado.

—Lo oí. Pero sonaba como Lecha. Hubiera jurado que era Lecha. Esto es estúpido. No puede alcanzarnos aquí arriba. Deberíamos volver e intentar alguna otra cosa.

—Uh–uh. Lo quiero ahora. No quiero que me rastree él a mí mañana. —Chozo estaba asombrado. ¡Qué fácil resultaba mentir! Maldijo en silencio al hombre porque no iba a volverle la espalda.

—¿Tienes algún cuchillo extra o algo?

—¿Tú? ¿Usar un cuchillo? Oh, vamos. Pégate a mí, Chozo. Cuidaré de ti.

—Seguro. Mira, el rastro sigue por ese lado. Veamos a donde conduce.

El hombre se volvió para examinar las huellas de Cuervo. Chozo extrajo su cuchillo y golpeó duro. El hombre dejó escapar un chillido, se retorció. El cuchillo se rompió. Chozo estuvo a punto de caerse del tejado. Su víctima sí lo hizo. Hubo gente haciendo preguntas. Krage y sus hombres parecían estar todos en el tejado ahora.

Cuando Chozo dejó de temblar empezó a avanzar de nuevo, intentando recordar la disposición de su entorno. Deseaba bajar y encaminarse a casa. Cuervo podía terminar él solo con aquella locura.

Chozo tropezó con Krage en el siguiente tejado.

—¡Señor Krage! —gimió—. ¡Dios! ¡Déjeme salir de aquí! ¡Va a matarnos a todos!

—Yo te mataré a ti, Chozo. Era una trampa, ¿verdad?

—¡Señor Krage, no! —¿Qué podía hacer? Ya no tenía el cuchillo de carnicero. Finge. Gimotea y finge—. Señor Krage, tiene que salir de aquí. Ya ha acabado con Caliente y con Lecha y con alguien más. Hubiera acabado conmigo cuando acabó con Caliente, pero se cayó y conseguí huir, pero nos atrapó de nuevo cuando estaba hablando con uno de sus hombres justo ahí al lado. Lucharon, y uno de ellos cayó por el borde; no sé quién, pero apuesto a que no fue Cuervo. Tenemos que bajar de aquí, pues no sabemos con quién nos tropezamos, de modo que tenemos que ir con mucho cuidado. Hubiera podido atraparle esta última vez, sólo que no tenía ningún arma y no sabíamos que se acercaba uno de sus hombres. Cuervo no tiene ese problema. Sabe que cualquiera a quien vea es un enemigo, así que no tiene que tener cuidado…

—Cállate, Chozo.

Krage se lo estaba tragando. Chozo habló un poco más fuerte, esperando que Cuervo pudiera oírle, acudir y terminar con aquello.

Hubo un grito en los tejados.

—Éste fue Teskus —gruñó Krage—. Eso hacen cuatro. ¿Correcto?

Chozo inclinó la cabeza.

—Que sepamos. Quizás ahora sólo quedemos usted y yo. Señor Krage, tenemos que irnos de aquí antes de que nos encuentre.

—Quizá tengas razón en algo de lo que dices, Chozo. Quizá. No deberíamos haber subido aquí. Ven.

Chozo le siguió, sin dejar de hablar.

—Fue idea de Caliente. Creyó que así se anotaría puntos con usted. ¿Sabe?, lo vimos en la parte superior de esa tolva de drenaje y él no nos vio, así que Caliente dijo, ¿por qué no vamos tras él y lo cogemos, y así el viejo Krage…?

—Cállate, Chozo. Por el amor de Dios, cállate. Tu voz me pone enfermo.

—Sí, señor, señor Krage. Sólo que no puedo. Estoy tan asustado…

—Si no te callas, me encargaré yo de ello permanentemente. No tendrás que preocuparte por Cuervo.

Chozo dejó de hablar. Había empujado tanto como se había atrevido.

Krage se detuvo unos momentos más tarde.

—Prepararemos una emboscada cerca de su carro. Volverá a por él, ¿no?

—Espero que sí, señor Krage. ¿Pero de qué servirá? Quiero decir, yo no tengo ningún arma, y aunque la tuviera no sabría cómo emplearla.

—Cállate. Tienes razón. No eres de mucha utilidad, Chozo. Pero creo que serás estupendo como distracción. Tú llamarás su atención. Háblale. Yo le golpearé por detrás.

—Señor Krage…

—Cállate. —Krage se deslizó por el lado del edificio, se aferró al parapeto mientras buscaba un sólido asidero para sus pies. Chozo se inclinó hacia adelante. Tres pisos hasta el suelo.

Pateó los dedos de Krage. Krage maldijo, intentó agarrarse a un nuevo asidero, falló, cayó, chilló, golpeó el suelo con un ruido sordo. Chozo contempló retorcerse la vaga forma allá abajo, quedar inmóvil.

—Lo hice de nuevo. —Empezó a temblar—. No puedo quedarme aquí. Sus hombres pueden encontrarme. —Pasó por encima del parapeto y empezó a descender como un mono por el lado del edificio, más temeroso de ser atrapado que de caer.

Krage todavía respiraba. De hecho, estaba consciente pero paralizado.

—Tenías razón, Krage. Era una trampa. No hubieras debido empujarme tanto. Me hiciste odiarte más de lo que te temía. —Miró a su alrededor. No era tan tarde como había pensado. La caza por los tejados no había durado mucho. ¿Y dónde estaba Cuervo?

Alguien tenía que limpiar aquello. Agarró a Krage y lo arrastró hasta el carro de Cuervo. Krage chilló. Por un momento Chozo temió que acudiera alguien a investigar. Nadie lo hizo. Aquello era el Coturno.

Krage chilló de nuevo cuando Chozo lo metió en el carro.

—¿Estás cómodo, Krage?

Luego recogió a Caliente, luego fue a buscar los otros cuerpos, Encontró tres. Ninguno era Cuervo.

—Si no aparece en media hora —murmuró—, los llevaré yo mismo y al infierno con él. —Luego—: ¿Qué es lo que te pasa, Chozo de Castañas? ¿Qué le pasa a tu cabeza? Así que has reunido algo de valor, ¿eh? ¿Y eso que significa? No te convierte en ningún Cuervo.

Alguien se acercaba. Aferró una daga que había tomado como botín, se escondió en las sombras.

Cuervo dejó caer un cadáver al carro.

—¿Cómo demonios?

—Los recogí —explicó Chozo.

—¿Quiénes son?

—Krage y sus hombres.

—Pensé que iba a tener que ir a buscarle. Imaginé que tendría que pasar por todo eso de nuevo. ¿Qué ocurrió?

Chozo se lo explicó. Cuervo sacudió la cabeza, incrédulo.

—¿Tú? ¿Chozo?

—Supongo que sólo pueden asustarte hasta cierto punto.

—Cierto. Pero nunca pensé que llegaras a descubrirlo por ti mismo. Chozo, me sorprendes. Y me decepcionas también, un poco. Deseaba a Krage para mí.

—Él es el que está haciendo todo ese ruido. Tiene el cuello roto o algo así. Mátalo si quieres.

—Vale más vivo.

Chozo asintió. Pobre Krage.

—¿Dónde están los demás?

—Hay uno en los tejados. Supongo que el otro se largó.

—Maldita sea. Eso significa que la cosa no ha acabado.

—Nos ocuparemos de él más tarde.

—Mientras tanto, él va a avisar a los demás, y los tendremos a todos tras nuestros talones.

—¿Crees que arriesgarán sus vidas para vengar a Krage? Ni lo sueñes. Pronto empezarán a pelearse entre sí, intentado ocupar el puesto del desaparecido. Aguarda aquí. Me ocuparé del otro.

—Apresúrate —dijo Chozo. La reacción se estaba apoderando de él. Había sobrevivido. El viejo Chozo estaba volviendo, arrastrando consigo toda su histeria.

* * *

Al volver del castillo, con las estrías rosas y púrpuras del amanecer manchando los huecos entre las Wolander, Chozo preguntó:

—¿Por qué sigue gritando?

El ser alto se había reído y había pagado ciento veinte levas por Krage. Sus chillidos todavía podían oírse.

—No lo sé. No mires atrás, Chozo. Haz lo que tengas que hacer y sigue adelante. —Y, un momento más tarde—: Me alegra que haya terminado.

—¿Terminado? ¿Qué quieres decir?

—Ésa fue mi última visita. —Cuervo se palmeó el bolsillo—. Ya tengo suficiente.

—Yo también. Estoy fuera de deudas. Puedo reacondicionar El Lirio, instalar a mi madre con todas las comodidades, y tener más que suficiente para el próximo invierno, no importa cómo vayan los negocios. Voy a olvidar que existe ese castillo.

—No lo creo así, Chozo. Si quieres librarte de él, mejor vente conmigo. Siempre te estará llamando cuando quieras algo de dinero rápido.

—No puedo irme. Tengo que ocuparme de mi madre.

—Está bien. Te lo advertí. —Luego Cuervo preguntó—: ¿Qué hay con Asa? Va a ser un problema. Los Custodios seguirán buscando hasta que encuentren a la gente que se metió en las Catacumbas. Él es el eslabón débil.

—Puedo manejar a Asa.

—Espero que sí, Chozo. Espero que sí.

* * *

La desaparición de Krage fue durante mucho tiempo el objeto de todas las conversaciones en el Coturno. Chozo fingió sorpresa y desconcierto, afirmando que no sabía nada, pese a los rumores de lo contrario. Su historia se mantuvo. Era Chozo el cobarde. El único hombre que sabía lo contrario no le contradijo.

Lo más duro fue enfrentarse a su madre. La vieja Junio no dijo nada, pero su ciega mirada era acusadora. Le hizo sentirse malvado, e infiel, y deshonrado en los más secretos rincones de su mente. El abismo se había vuelto infranqueable.