El Tomado al que llamaban el Renco se reunió con la Compañía en Escarcha. Llevábamos ciento cuarenta y seis días de marcha. Habían sido largos y duros días, agotadores, en los que hombres y animales habían seguido más por hábito que por deseo. Una tropa en buena forma como la nuestra es capaz de cubrir ochenta o incluso ciento cincuenta kilómetros en un día, esforzándose al máximo, pero no día tras día, semana tras semana, mes tras mes, por caminos increíblemente miserables. Un comandante juicioso no fuerza una marcha larga. Los días se acumulan, cada uno deja su residuo de fatiga, hasta que los hombres empiezan a derrumbarse si el ritmo es demasiado desesperado.
Teniendo en cuenta los territorios que cruzábamos, hacíamos un promedio malditamente bueno. Entre Tomo y Escarcha se extienden unas montañas donde tuvimos suerte de hacer ocho kilómetros al día, desiertos que tuvimos que explorar en busca de agua, ríos que requerían días para cruzarlos con balsas improvisadas. Tuvimos suerte de alcanzar Escarcha habiendo perdido sólo dos hombres.
El Capitán resplandecía con un aura de logro…, hasta que el gobernador militar lo llamó.
Cuando regresó reunió a los oficiales y suboficiales superiores.
—Malas noticias —nos dijo—. La Dama envía al Renco para que nos conduzca a través de la Llanura del Miedo. A nosotros y a la caravana que escoltaremos.
Nuestra respuesta fue hosca. Había mala sangre entre la Compañía y el Renco. Elmo preguntó:
—¿Cuándo nos iremos, señor? —Necesitábamos descansar. Nadie había prometido nada, por supuesto, y la Dama y los Tomados no parecían conscientes de las fragilidades humanas, pero…
—No se ha especificado ningún tiempo. Aunque no nos confiemos. Todavía no está aquí, pero puede presentarse mañana.
Seguro. Con las alfombras voladoras que usan los Tomados, pueden presentarse en cualquier lugar en cuestión de días. Murmuré:
—Esperemos que otros asuntos lo mantengan alejado algún tiempo.
No deseaba encontrarme con él de nuevo. Le habíamos hecho algunas malas jugadas en el pasado. Antes de Hechizo trabajamos muy unidos a un Tomado llamado Atrapaalmas. Atrapaalmas nos usó en algunos planes propios para desacreditar al Renco, tanto debido a una vieja enemistad como a que Atrapaalmas estaba trabajando en secreto en favor del Dominador. La Dama fue engañada. Casi destruyó al Renco, pero en vez de ello lo rehabilitó y lo trajo a su lado para la batalla final.
Muy, muy atrás en el tiempo, cuando la Dominación estaba naciendo, siglos antes de la fundación del imperio de la Dama, el Dominador venció a sus más grandes rivales y los forzó a su servicio. Acumuló de esta forma a diez villanos, que pronto serían conocidos como Los Diez Que Fueron Tomados. Cuando la Rosa Blanca alzó al mundo contra la perversidad del Dominador, los Diez fueron enterrados con él. Pero no pudo destruir por completo a ninguno.
Siglos de paz minaron la voluntad del mundo de protegerse. Un hechicero curioso intentó contactar con la Dama. La Dama lo manipulo, logró su liberación. Los Diez se alzaron con ella. Al cabo de una generación, entre todos habían forjado un nuevo imperio oscuro. Al cabo de dos estaban en lucha contra los Rebeldes, cuyos profetas coincidían en que la Rosa Blanca se reencarnaría para conducirles a la victoria final.
Durante un tiempo pareció que iban a vencer. Nuestros ejércitos se derrumbaron. Las provincias cayeron. Los Tomados lucharon entre sí y se destruyeron unos a otros. Nueve de los Diez perecieron. La Dama consiguió Tomar tres jefes rebeldes para reemplazar una parte de sus pérdidas: Pluma, Jornada y Susurro, probablemente el mejor general desde la Rosa Blanca. Fue un tiempo terrible para nosotros antes de la Toma.
Los profetas Rebeldes tenían razón en sus profecías, excepto acerca de la última batalla. Esperaban que una Rosa Blanca reencarnada les condujera a la victoria. No lo hizo. No la hallaron a tiempo.
Por aquel entonces ya vivía. Pero lo hacía en nuestro lado de la línea de batalla, inconsciente de quién era. Yo averigüé quién era. Es ese conocimiento el que hace que mi inútil vida sea cuestionada.
—¡Matasanos! —restalló el Capitán—. ¡Despierta! —Todo el mundo me miró, preguntándose cómo podía sumirme en mis ensoñaciones en medio de lo que estaba diciendo.
—¿Qué?
—¿No me has oído?
—No, señor.
Me miró con su mejor mirada de oso.
—Entonces escucha. Prepárate para viajar por alfombra cuando llegue el Tomado. Veinticinco kilos de equipo es tu límite.
¿Alfombra? ¿Tomado? ¿Qué demonios? Miré a mí alrededor. Algunos de los hombres sonrieron. Algunos me compadecieron. ¿Alfombra volante?
—¿Para qué?
Pacientemente, el Capitán explicó:
—La Dama desea que enviemos a diez hombres para ayudar a Susurro y Pluma en el Túmulo. Ignoro a hacer qué. Tú eres uno de los que eligió.
Un ramalazo de miedo.
—¿Por qué yo? —Fue duro, cuando me convertí en su juguete preferido.
—Quizá todavía te quiera. Después de todos estos años.
—Capitán…
—Porque ella lo dijo, Matasanos.
—Supongo que está bien. Seguro que no puedo discutirlo. ¿Quién más?
—Si hubieras prestado atención te hubieras enterado del resto. Preocúpate por ello más tarde. En estos momentos tenemos otros pescados que echar en la sartén.
* * *
Susurro llegó a Escarcha antes que el Renco. Eché mi bulto a bordo de su alfombra volante. Veinticinco kilos. El resto lo dejé con Un Ojo y Silencioso.
La alfombra era una alfombra sólo por cortesía, porque la tradición las llama así. En realidad es una pieza de recia tela tensada sobre un marco de madera de un palmo de alto cuando se halla en el suelo. Mis compañeros de pasaje eran Elmo, que mandaría nuestro equipo, y Pivote. Pivote es un bastardo perezoso, pero maneja su hoja más arteramente que nadie.
Nuestro equipo, y otros cincuenta kilos pertenecientes a los hombres que nos seguirían más tarde, descansaba en el centro de la alfombra. Temblando, Elmo y Pivote se ataron en su lugar en las dos esquinas traseras de la alfombra. Mi lugar era la parte delantera izquierda. Susurro se sentaba a la derecha. Íbamos fuertemente abrigados, casi hasta la inmovilidad. Susurro dijo que volaríamos alto y rápido. La temperatura allá arriba sería baja.
Yo temblaba tanto como Elmo y Pivote, aunque ya había estado a bordo de otras alfombras antes. Me encantaba la vista y temía la anticipación de una caída que podía llegar con el vuelo. También temía la Llanura del Miedo, donde extrañas cosas surcan las alturas.
—¿Todos habéis usado la letrina? —preguntó Susurro—. Va a ser un largo vuelo. —No mencionó el vomitar de miedo, cosa que algunos hombres hacen ahí arriba. Su voz era fría y melodiosa, como la de las mujeres que pueblan tu último sueño antes de despertar. Su aspecto contradecía su voz. Parecía hasta el último átomo la vieja veterana en mil campañas que era. Me miró, recordando evidentemente nuestro anterior encuentro en el Bosque Nuboso.
Cuervo y yo habíamos estado acechando en el lugar donde se esperaba que ella se reuniera con el Renco y lo condujera al lado Rebelde. La emboscada tuvo éxito. Cuervo se hizo con el Renco, yo capturé a Susurro. Atrapaalmas y la Dama acudieron y terminaron el asunto. Susurro se convirtió en el primer nuevo Tomado desde la Dominación.
Parpadeó.
La tensa tela golpeó mis posaderas. Nos elevamos rápido.
Cruzar la Llanura del Miedo era más rápido por el aire, pero aún inquietante. Las ballenas del viento cruzaban nuestro camino. Las eludíamos. Eran demasiado lentas para mantener nuestra velocidad. Cosas turquesas parecidas a mantarrayas se alzaron de sus lomos, aletearon torpemente, captaron las corriente ascendentes, se elevaron por encima de nosotros, luego picaron como águilas al ataque, desafiando nuestra presencia en su espacio aéreo. No podíamos adelantarlas, pero sí ascender más que ellas con facilidad. Sin embargo, no podíamos elevarnos más que las ballenas del viento. Tan arriba el aire se vuelve demasiado raro para los seres humanos. Las ballenas pueden elevarse otro kilómetro y medio, convirtiéndose en plataformas de buceo para las mantarrayas.
Había otras cosas voladoras, más pequeñas y menos peligrosas, pero decididamente detestables. Sin embargo, pasamos entre ellas. Cuando una mantarraya atacó, Susurro la derrotó con sus habilidades taumatúrgicas.
Para hacerlo tuvo que abandonar el control de la alfombra. Caímos, fuera de control, hasta que alejó a la mantarraya. Conseguí retener mi desayuno, pero apenas. Nunca le pregunte a Elmo y a Pivote; imaginé que no desearían traicionar su dignidad.
Susurro no atacó primero. Ésta es la regla primordial para sobrevivir en la Llanura del Miedo. No seas el primero en golpear. Si lo haces, te encontrarás con algo más que un duelo. Todos los monstruos de ahí fuera irán tras de ti.
Cruzamos sin sufrir ningún daño, como suelen hacer las alfombras, y seguimos adelante, durante todo el día y hacia la noche. Giramos al norte. El aire se volvió más frío. Susurro descendió a latitudes y velocidades inferiores. La mañana nos halló sobre Forsberg, donde había servido la compañía en los primeros tiempos al servicio de la Dama. Elmo y yo miramos boquiabiertos por el lado.
En una ocasión señalé, grité:
—¡Ahí está Pacto! —Nos habíamos apoderado brevemente de aquella fortaleza. Luego Elmo señaló hacia el otro lado. Ahí estaba Galeote, donde habíamos ingeniado unos espléndidos y sangrientos trucos contra los Rebeldes y ganado la enemistad del Renco. Susurro volaba tan bajo que podíamos distinguir los rostros en las calles. Galeote no parecía más amistosa que hacía ocho años.
Pasamos, nos deslizamos por encima de las copas de los árboles del Gran Bosque, un antiguo lugar virgen desde el cual la Rosa Blanca había conducido sus campañas contra el Dominador. Susurro redujo la marcha hacia el mediodía. Derivamos hacia abajo a una amplia extensión que en su tiempo había sido tierra desbrozada. Un conjunto de montículos en su centro traicionaba el trabajo del hombre, aunque ahora los túmulos apenas eran reconocibles.
Susurro se posó en la calle de una ciudad que era en su mayor parte ruinas. Supuse que era la ciudad ocupada por la Guardia Eterna, cuya tarea es impedir profanaciones en el Túmulo. Fue efectiva hasta que se sintió traicionada por la apatía en otros lugares.
Los Resurreccionistas necesitaron trescientos setenta años para abrir el Túmulo, y ni siquiera entonces consiguieron lo que deseaban. La Dama regresó, junto con los Tomados, pero el Dominador permaneció encadenado.
La Dama aniquiló el movimiento Resurreccionista de raíz. Algún tipo de recompensa, ¿no?
Un puñado de hombres salieron de un edificio aún en buenas condiciones. Escuché subrepticiamente su intercambio con Susurro, comprendí algunas palabras.
—¿Recuerdas a tu forsbergano? —le pregunté a Elmo, mientras intentaba sacudir la rigidez de mis músculos—. Volverá. ¿Quieres que le eche un vistazo a Pivote? No parece estar bien.
No estaba mal tampoco. Simplemente asustado. Necesité un tiempo para convencerle de que volvíamos a pisar el suelo.
Los locales, descendientes de los Guardias que habían vigilado el Túmulo durante siglos, nos mostraron nuestros aposentos. La ciudad estaba siendo restaurada. Éramos los heraldos de una horda de sangre nueva.
Goblin y dos de nuestros mejores soldados vinieron en el siguiente vuelo de Susurro, tres días más tarde. Dijeron que la Compañía había abandonado Escarcha. Pregunté si parecía como si el Renco estuviera dispuesto a mantener su inquina.
—No que yo pueda ver —dijo Goblin—. Pero eso no significa nada.
No, no significaba nada.
Los últimos cuatro hombres llegaron tres días más tarde. Susurro se trasladó a nuestros acuartelamientos. Formábamos una especie de fuerza de policía y de guardaespaldas. Además de protegerla a ella, se suponía que debíamos ayudar a que ninguna persona no autorizada se acercara al Túmulo.
* * *
Apareció el Tomado llamado Pluma, trayendo consigo sus propios guardaespaldas. Acudieron especialistas decididos a investigar el Túmulo, con un batallón de trabajadores contratados en Galeote. Los trabajadores limpiaron el terreno hasta el Túmulo propiamente dicho. Entrar allí, sin la protección adecuada, significaba una muerte lenta y dolorosa. Los conjuros de protección que había dejado la Rosa Blanca no habían disminuido con la resurrección de la Dama. Y ésta había añadido los suyos. Supongo que se siente aterrada de que él pueda liberarse.
El Tomado llamado Jornada llegó también, trayendo sus propias tropas. Estableció puestos de avanzada en el Gran Bosque. Los Tomados se turnaron en sus patrullas aéreas. Nosotros, sus esbirros, nos vigilábamos los unos a los otros tan de cerca como vigilábamos al resto del mundo.
Se estaba preparando algo grande. Nadie lo decía, pero era obvio. La Dama anticipaba definitivamente un intento de liberación.
Pasé mi tiempo libre revisando los registros de la Guardia, en especial el período en el cual Bomanz vivió allí. Pasó cuarenta años en la ciudad guarnición, disfrazado como un cavador de antigüedades, antes de intentar contactar con la Dama y liberarla inintencionadamente. Me interesó. Pero había poco que extraer de los registros, y ese poco estaba claramente teñido.
En una ocasión conseguí sus papeles personales, tras tropezar con ellos poco antes de la Toma de Susurro. Pero los pasé a nuestro entonces mentor Atrapaalmas para su transporte a la Torre. Atrapaalmas los retuvo por sus propias razones, y cayeron en mis manos de nuevo, durante la batalla de Hechizo, mientras la Dama y yo perseguíamos al Tomado renegado. No mencioné los papeles a nadie excepto a un amigo, Cuervo. Cuervo, que desertó para proteger a una niña que creía que era la reencarnación de la Rosa Blanca. Cuando tuve oportunidad de recoger los papeles de allá donde los había escondido, habían desaparecido. Supongo que Cuervo se los llevó consigo.
A menudo me pregunto qué ha sido de él. Su intención declarada era huir hasta tan lejos que nadie pudiera encontrarlo de nuevo. No le importaba la política. Simplemente deseaba proteger a una niña a la que quería. Era capaz de hacer cualquier cosa para proteger a Linda. Supongo que debió de pensar que los papeles podían convertirse en una especie de seguro algún día.
En el cuartel general de la Guardia hay una docena de paisajes pintados por antiguos miembros de la guarnición. La mayoría reflejan el Túmulo. Era magnífico en sus días.
Había consistido en un Gran Túmulo central situado sobre un eje norte/sur, conteniendo al Dominador y su Dama. Rodeando el Gran túmulo había una estrella formada por un terreno más elevado, delimitada por un profundo foso lleno de agua. En las puntas de esa estrella se alzaban túmulos menores conteniendo cinco de Los Diez Que Fueron Tomados. Un círculo que se elevaba por encima de la estrella conectaba los puntos interiores, y allí, en cada uno de ellos, se alzaba otro túmulo conteniendo a otro Tomado. Cada túmulo estaba rodeado por conjuros y fetiches. Dentro del anillo interior, alrededor del Gran Túmulo, había hilera tras hilera de defensas adicionales. La última era un dragón enroscado alrededor del Gran Túmulo, con la cola en la boca. Una pintura posterior de un testigo ocular muestra al dragón eructando fuego la noche de la resurrección de la Dama. Bomanz camina hacia el fuego.
Se vio atrapado entre los Resurreccionistas y la Dama, todos los cuales lo estaban manipulando. Su accidente fue un acontecimiento premeditado entre todos.
Los registros dicen que su esposa sobrevivió. Dijo que él fue al Túmulo para detener lo que estaba ocurriendo. Nadie la creyó por aquel entonces. Afirmó que él llevaba consigo el auténtico nombre de la Dama y que deseaba alcanzarla con él antes de que pudiera liberarse.
Silencioso, Un Ojo y Goblin les dirán que el miedo más terrible de cualquier hechicero es que el conocimiento de su auténtico nombre caiga en manos de alguien ajeno. La esposa de Bomanz afirmaba que el de la Dama estaba codificado en unos papeles que poseía su esposo. Papeles que desaparecieron aquella noche. Papeles que yo recuperé décadas más tarde. Lo que Cuervo recogió puede que contenga la única palanca capaz de mover el imperio.
De vuelta al Túmulo en su juventud. Una construcción impresionante. Sus caras estaban forradas con piedra caliza. El foso era amplio y azul. El terreno que lo rodeaba era como un parque… Pero el miedo al Dominador se fue desvaneciendo, y lo mismo el lugar. Una pintura posterior, contemporánea a Bomanz, muestra los alrededores llenos de hierbas, el revestimiento de piedra caliza caído en muchos lugares, y el foso convertido en un pantano. Hoy ni siquiera puedes decir dónde estaba el foso. La piedra caliza ha desaparecido debajo de la maleza. Las elevaciones y los túmulos no son más que meros montículos. La parte del Gran Túmulo donde yace el Dominador permanece en mejor estado, aunque también está invadida por la maleza. Algunos de los fetiches que anclan los conjuros todavía se mantienen, pero la meteorología ha devorado sus rasgos.
El borde del Túmulo está hoy señalado por estacas que ostentan banderas rojas, puestas allí cuando la Dama anunció que iba a enviar un equipo investigador. Los propios Guardias, que han vivido siempre allí, no necesitan marcadores de ninguna clase.
Disfruté de mi mes y medio allí. Satisfice mis curiosidades, y hallé a Pluma y Susurro notablemente accesibles. Eso no había sido así con los viejos Tomados. El comandante de la Guardia, llamado el Monitor, alardeaba también de su pasado al mando, que se extiende tan lejos como el de la Compañía. Intercambiamos mentiras e historias delante de muchos litros de cerveza.
Durante la quinta semana alguien descubrió algo. A los peones no se nos dijo qué. Pero los Tomados se mostraron excitados. Susurro empezó a traer más efectivos de la Compañía. Los refuerzos contaron inquietantes fábulas acerca de la Llanura del Miedo y las Colinas Vacías. La Compañía estaba en Lords ahora, a sólo ochocientos kilómetros de distancia.
A finales de la sexta semana Susurro nos reunió y anunció otro movimiento.
—La Dama desea que lleve a algunos de vosotros al oeste. Una fuerza de veinticinco. Elmo, tú estarás al mando. Pluma y yo, algunos expertos y varios especialistas en lenguaje se unirán a vosotros. Sí, Matasanos. Tú estás en la lista. Ella no le negaría esto a su historiador aficionado favorito, ¿no?
Un estremecimiento de miedo. No deseo que se interese de nuevo en mí.
—¿Adónde vamos? —preguntó Elmo. Profesional hasta la médula, el hijo de puta. Ni una sola queja.
—A una ciudad llamada Enebro. Mucho más allá de los límites occidentales del imperio. De alguna forma está conectada con el Túmulo. También está hacia el norte. Esperad frío y preparaos en consecuencia.
¿Enebro? Nunca había oído hablar de ella. Como tampoco había oído hablar de ella ninguno de los demás. Ni siquiera el Monitor. Rebusqué entre sus mapas hasta que encontré uno que mostraba la costa occidental. Enebro estaba muy al norte, cerca de donde los hielos persisten todo el año. Era una ciudad grande. Me pregunté cómo podía existir allí, donde todo debía de estar helado todo el tiempo. Se lo pregunté a Susurro. Parecía saber algo sobre el lugar. Dijo que Enebro se beneficia de una corriente oceánica que trae agua cálida al norte. Dijo que la ciudad es muy extraña…, según Pluma, que ha estado realmente allí.
Entonces abordé a Pluma, sólo unas horas antes de nuestra partida. No pudo decirme mucho más excepto que Enebro es el dominio de un tal duque Zimerlan, que había apelado a la Dama hacía un año (justo un poco antes de que el correo con la carta del Capitán abandonara Hechizo) para que le ayudara a resolver un problema local. El que alguien hubiera abordado a la Dama, cuando el deseo de todo el mundo es mantenerla lo más lejos posible, hacía prever que nos enfrentábamos a tiempos interesantes. Me pregunté acerca de la conexión con el Túmulo.
El elemento negativo era que Enebro estaba tan lejos. Me hubiera complacido sin embargo haber estado allí cuando el Capitán supo que se esperaba que nos encamináramos hacia nuestro destino después de descansar en Galeote.
Supongo que su aullido de ultraje debió de escucharse incluso desde tan lejos. Supe que aquello no iba a hacerle feliz.