TARJA: CAMBIO DE POSICIÓN

Tomo era la ciudad típica que recientemente se había convertido en guarnición. Pequeña, sucia, aburrida. Uno se preguntaba por qué la Dama se molestaba en ella. ¿Qué utilidad tenían esas remotas provincias? ¿Insistía en que doblaran la rodilla simplemente para hinchar su ego? No había nada allí que valiera la pena, a menos que fuera el poder ejercido sobre la gente del lugar.

Incluso ésta veía su país con un cierto desdén.

La presencia de la Compañía Negra ponía tensión sobre los recursos de la zona. Al cabo de una semana el Capitán empezó a hablar acerca de trasladar una compañía a Corazón y despachar unidades más pequeñas a los pueblos. Nuestras patrullas raras veces encontraban Rebeldes, ni siquiera aunque nuestros hechiceros ayudaran en la caza. El enfrentamiento en el local de Crespo había eliminado por completo la infestación.

Los espías de la Dama nos dijeron que los pocos Rebeldes comprometidos que quedaban habían huido a Tambor, un reino aún más miserable al nordeste. Supuse que Tambor sería nuestra próxima misión.

Un día estaba redactando estos Anales cuando decidí que necesitaba una estimación de las distancias que habíamos cubierto en nuestro avance hacia el este. Me sentí abrumado al descubrir la verdad. ¡Tomo estaba a tres mil kilómetros al este de Hechizo! Mucho más allá de los límites del imperio tal como había existido hacía seis años. Las grandes conquistas sangrientas de Susurro habían establecido un arco fronterizo justo a este lado de la Llanura del Miedo. Tracé la línea de ciudades–estado que formaban esa olvidada frontera. Escarcha y Ade, Baque y Establos, y Orín, donde los rebeldes habían desafiado con éxito a la Dama durante años. Grandes ciudades todas, formidables, y las últimas de esta índole que habíamos visto. Me estremecí de nuevo, recordando la Llanura del Miedo.

La cruzamos bajo la égida de Susurro y Pluma, dos de los Tomados, las aprendices negras de la Dama, ambas hechiceras muchas órdenes de magnitud por encima de nuestros tres insignificantes magos. Aún así, y viajando con ejércitos enteros de los regulares de la Dama, sufrimos allí. Es una tierra hostil y amarga donde no se aplica ninguna de las reglas normales. Las rocas hablan y las ballenas vuelan. El coral crece en el desierto. Los árboles caminan. Y sus habitantes son lo más extraño de todo… Pero eso no es ni aquí ni ahora. Sólo es una pesadilla del pasado. Una pesadilla que todavía me atormenta, cuando los gritos de Puma y Veloz llegan resonando por los corredores del tiempo, y una vez más no puedo hacer nada por salvarlos.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Elmo, deslizando el mapa de debajo de mis dedos e inclinando hacia un lado la cabeza—. Parece como si hubieras visto un fantasma.

—Sólo recordaba la Llanura del Miedo.

—Oh. Sí. Vamos, anímate. Toma una cerveza. —Me dio una palmada en la espalda—. ¡Hey! ¡Pivote! ¿Dónde demonios has estado? —Se alejó a la carga, en persecución del principal especialista en escurrir el bulto de la Compañía.

Un Ojo llegó un momento más tarde y me sorprendió.

—¿Cómo está Goblin? —preguntó con voz suave. No habían tenido contacto desde lo del local de Crespo. Miró el mapa—. ¿Las Colinas Vacías? Un nombre interesante.

—También llamadas las Colinas Huecas. Está bien. ¿Por qué no lo compruebas tú mismo?

—¿Para qué demonios? Fue él quien actuó como un tonto del culo. No puede aceptar una pequeña broma…

—Tus bromas son un tanto fuertes, Un Ojo.

—Bueno. Quizá. Te diré lo que haremos. Ven conmigo.

—Tengo que preparar mi lectura. —Una noche al mes el Capitán espera que exhorte a la tropa con una lectura de los Anales. Así sabemos de dónde venimos y recordamos a nuestros antepasados en el oficio. Hubo un tiempo en el que esto significaba mucho. La Compañía Negra. La última de las Compañías Libres de Khatovar. Todos hermanos. Unidos. Un gran espíritu. Nosotros contra el mundo, y dejemos que el mundo mire. Pero lo que fuera que se había manifestado en el comportamiento de Goblin, en la suave depresión de Elmo y los demás, estaba afectando a todo el mundo. Las piezas estaban empezando a despegarse.

Tenía que hacer una buena lectura. De una época en la que la Compañía estaba de espaldas contra la pared y sobrevivía tan sólo aferrándose a sus virtudes tradicionales. Había habido muchos de tales momentos en cuatrocientos años. Deseaba uno registrado por uno de los más inspirados Analistas, uno con el fuego de un revivalista de la Rosa Blanca hablando a reclutas potenciales. Quizá necesitara una serie, algo que pudiera leer varias noches consecutivas.

—Pura mierda —dijo Un Ojo—. Te sabes esos libros de memoria. Siempre tienes la nariz metida en ellos. De todos modos, podrías inventártelo todo y nadie descubriría la diferencia.

—Probablemente. Y a nadie le importaría si lo hiciera. Las cosas se están agriando, amigo. De acuerdo. Vayamos a ver a Goblin.

Quizá los Anales necesitaran una relectura a un nivel distinto. Quizá yo estuviera tratando síntomas. Los Anales tienen para mí una cierta cualidad mística. Quizá pueda identificar la enfermedad sumergiéndome en ella, persiguiendo algo entre líneas.

Goblin y Silencioso estaban jugando al tejo, sin manos. Pude decirlo claramente por la forma en que el disco de madera iba de un lado para otro al impulso de sus voluntades: no son muy buenos en ello, pero mantienen pulidos sus talentos. Goblin iba por delante en puntos, estaba de buen humor. Incluso saludó con la cabeza a Un Ojo.

Bien. Eso quería decir que todo había terminado. Podía ponerse el tapón en la botella. Sólo faltaba que Un Ojo dijera lo que tenía que decir.

Para mi sorpresa, incluso se disculpó. Mediante signos, Silencioso sugirió que saliéramos y les permitiéramos concluir su paz en privado. Ambos tenían una superabundancia de orgullo.

Salimos. Como hacíamos a menudo cuando nadie podía interceptar nuestros signos, hablamos de los viejos tiempos. Él también estaba al tanto del secreto por el cual la Dama podía aniquilar naciones.

Media docena de otros lo habían sospechado en su tiempo y lo habían olvidado. Nosotros lo sabíamos y no podríamos olvidarlo nunca. Esos otros, si era sometido a votación, dejarían a la Dama con serias dudas. Nosotros dos nunca. Conocíamos la identidad del más poderoso enemigo de la Dama…, y durante seis años no habíamos hecho nada para valorarlo o para valorar el hecho de que ese enemigo aún existía como algo más que una fantasía Rebelde.

Los Rebeldes tienden a mostrar un rasgo de superstición. Les encantan los profetas y las profecías y las grandes y dramáticas predicciones de victorias por venir. Era la persecución de una profecía lo que los llevó a la trampa en Hechizo, causando casi su extinción.

Recuperaron el equilibrio más tarde convenciéndose a sí mismos de que eran las víctimas de falsos profetas y profecías, depositadas sobre ellos por villanos más tramposos que ellos mismos. Con esta convicción podía seguir adelante y creer en cosas más imposibles.

Lo más divertido era que se mentían a sí mismos con la verdad. Yo era, quizá, la única persona fuera del círculo interior de la Dama que sabía que habían sido conducidos a las fauces de la muerte. Sólo que el enemigo que habían tomado como guía no era la Dama, como ellos creían. Ese enemigo era un mal más grande aún, el Dominador, el en su tiempo esposo de la Dama, al que ella había traicionado y dejado enterrado pero vivo en una tumba en el Gran Bosque al norte de una lejana ciudad llamada Galeote. Desde esa tumba había lanzado su voluntad, sutilmente, y retorcido las mentes de los hombres situados más alto en los círculos Rebeldes, doblegándolos a su voluntad, esperando usarlos para arrastrar a la Dama hacia abajo y provocar su propia resurrección. Había fracasado, aunque en su plan había tenido la ayuda de varios de los Tomados originales.

Si él sabía de mi existencia, yo debía ocupar uno de los primeros lugares en su lista. Estaba tendido allí inmóvil, planeando, quizá odiándome, porque yo había ayudado a traicionar a los Tomados que le estaban ayudando… Estremecedor. La Dama ya era bastante mala medicina. El Dominador era el cuerpo del cual su maldad no era más que una sombra. O eso dice la leyenda. A veces me pregunto por qué, si eso es cierto, ella camina sobre la tierra y él yace inquieto en la tumba.

He efectuado una gran cantidad de investigación desde que descubrí el poder de la cosa en el norte, sondeando historias poco conocidas. Aterrándome a mí mismo cada vez. La Dominación, una era en la cual el Dominador gobernó realmente, olía como una era de infierno sobre la tierra. Parecía un milagro que la Rosa Blanca la hubiera sofocado. Una lástima que no hubiera podido destruirle. Junto con todos sus esbirros, incluida la Dama. El mundo no se hallaría en las condiciones en las que se encuentra hoy.

Me pregunto cuándo terminará la luna de miel. La Dama no ha sido tan terrible. ¿Cuando se relajará y dará rienda suelta a la oscuridad dentro de ella, reviviendo los terrores del pasado?

También me pregunto acerca de las villanías atribuidas a la Dominación. La historia, inevitablemente, es registrada por los vencedores.

De los aposentos de Goblin brotó un grito. Silencioso y yo nos miramos un momento el uno al otro, luego corrimos dentro.

Honestamente esperaba que uno de ellos se desangrara mortalmente en el suelo. No esperaba encontrar a Goblin presa de un ataque mientras Un Ojo intentaba desesperadamente impedir que se hiciera daño a sí mismo.

—Alguien hizo contacto —jadeó Un Ojo—. Ayudadme. Es fuerte.

Mi mandíbula colgó. Contacto. No habíamos tenido ninguna comunicación directa desde las desesperadamente rápidas campañas cuando los rebeldes se estaban cerrando sobre Hechizo, hacía años. Desde entonces, la Dama y los Tomados se habían contentado con comunicarse con nosotros a través de mensajeros.

El ataque sólo duró unos segundos. Eso era habitual. Luego Goblin se relajó, lloriqueando. Transcurrirían varios minutos antes de que se recuperara lo suficiente como para transmitir el mensaje. Los tres nos miramos con rostros de jugadores de cartas, asustados por dentro. Dije:

—Alguien debería decírselo al Capitán.

—Sí —dijo Un Ojo. No hizo ningún movimiento para irse. Tampoco lo hizo Silencioso.

—Está bien. Yo soy el elegido. —Me marché. Halle al Capitán haciendo lo que sabe hacer mejor. Tenía los pies encima de su mesa de trabajo y roncaba. Lo desperté, se lo dije.

Suspiró.

—Encuentra al Teniente. —Rebuscó entre sus estuches de mapas. Hice un par de preguntas que ignoró, capté la alusión y salí.

¿Esperaba él algo así? ¿Había alguna crisis en la zona? ¿Cómo podía Hechizo haberse enterado primero?

Estúpido, preocuparme antes de oír lo que Goblin tenía que decir.

El Teniente no pareció más sorprendido que el Capitán.

—¿Ocurre algo? —pregunté.

—Tal vez. Llegó un correo con una carta después de que tú y Arrope partierais hacia Tarja. Decía que podíamos ser llamados al oeste. Puede que sea esto.

—¿Al oeste? ¿De veras?

—Ajá. —¡Puso un malditamente duro sarcasmo en la palabra!

Estúpido. Si elegimos Hechizo como el punto habitual de demarcación entre este y oeste, Tarja se halla a más de trescientos kilómetros de distancia. Tres meses de viaje bajo condiciones perfectas. El terreno entre los dos puntos lo es todo menos perfecto. En algunos lugares simplemente no existen caminos. Calculé que seis meses sonaba más bien optimista.

Pero de nuevo me estaba preocupando antes de los hechos. Tenía que aguardar y ver.

Resultó ser algo que ni siquiera el Capitán y el Teniente habían anticipado.

Aguardamos ansiosos mientras Goblin se recuperaba. El Capitán tenía abierto su estuche de mapas y trazaba una ruta tentativa hasta Escarcha. Gruñó porque todo el tráfico en dirección oeste tenía que cruzar la Llanura del Miedo. Goblin carraspeó.

La tensión ascendió. No alzó los ojos. Las noticias debían de ser desagradables. Chirrió:

—Hemos sido llamados. Fue la Dama. Parecía inquieta. El primer tramo conduce hasta Escarcha. Uno de los Tomados se reunirá con nosotros allí. Nos llevará hasta el Túmulo.

Los demás fruncieron el ceño e intercambiaron miradas desconcertadas. Murmuré:

—Mierda. Santa mierda.

—¿Qué ocurre, Matasanos? —preguntó el Capitán.

Ellos no lo sabían. No prestaban atención a las cosas históricas.

—Ahí es donde está enterrado el Dominador. Donde fueron enterrados todos, en su tiempo. Se halla en el bosque al norte de Galeote. —Habíamos estado en Galeote hacía siete años. No era una ciudad amistosa.

—¡Galeote! —exclamó el Capitán—. ¡Galeote! ¡Eso son cuatro mil kilómetros!

—Añade otros dos o trescientos hasta el Túmulo.

Miró los mapas.

—Estupendo. Simplemente estupendo. Eso significa no sólo la Llanura del Miedo sino las Colinas Vacías y el País Ventoso también. Fantásticamente estupendo. Supongo que tendremos que estar allí la semana próxima.

Goblin negó con la cabeza.

—No parece tener prisa, Capitán. Simplemente está alterada y desea que partamos hacia allá inmediatamente.

—¿Te ha dicho algún cómo o por qué?

Goblin hizo una mueca. ¿Decía alguna vez la Dama esas cosas? ¡Infiernos, no!

—Así que simplemente eso —murmuró el Capitán—. Como llovido del cielo. Ordenes de desplazarnos a través de medio mundo. Me encanta. —Le dijo al Teniente que iniciara los preparativos para la marcha.

Eran malas noticias, locas noticias, pura demencia, pero no tan malas como las hacía parecer. Se había estado preparando desde que había recibido al correo con la carta. No era tan malo emprender la marcha. El problema era que nadie deseaba emprenderla.

El oeste era mucho más agradable que cualquier otra cosa que hubiéramos conocido allí, pero no tanto para que todo el mundo deseara ir hasta tan lejos.

Seguro que ella hubiera podido llamar a una unidad más cercana.

Somos las víctimas de nuestra propia competencia. Ella siempre nos quiere allá donde las amenazas son más duras. Sabe que haremos el mejor trabajo.

Maldita sea, maldita, maldita, maldita sea.