TARJA: ESCRUTINIO

Dejé que la punta de mi hoja cayera al suelo de la taberna. Me derrumbé exhausto, tosiendo débilmente en el humo. Me tambaleé, busqué débilmente el apoyo de una mesa volcada. La reacción se estaba asentando en mí. Había estado seguro de que esta vez era la última. Si no se hubieran visto obligados a extinguir ellos mismos los fuegos…

Elmo cruzó la estancia y me rodeó con un brazo.

—¿Estás herido, Matasanos? ¿Quieres que vaya a buscar a Un Ojo?

—No estoy herido. Sólo agotado. Hacía mucho tiempo desde que me sentí tan asustado por última vez, Elmo. Creí que habíamos perdido.

Enderezó una silla con un pie y me sentó. Era mi mejor amigo, un hombre recio y nervudo apenas dado al malhumor. Su manga izquierda estaba manchada de sangre húmeda. Intenté ponerme en pie.

—Siéntate —ordené—. Bolsillos puede ocuparse de esto.

Bolsillos era mi ayudante, un chico de veintitrés años. La Compañía se está haciendo vieja, al menos en su núcleo, mis contemporáneos. Elmo ha cumplido ya los cincuenta. El Capitán y el Teniente están a caballo del cinco y el cero. Yo no volveré a ver los cuarenta.

—¿Los cogimos a todos?

—Los suficientes. —Elmo enderezó otra silla—. Un Ojo y Goblin y Silencioso fueron tras los que consiguieron escapar. —Su voz sonaba vacía—. La mitad de los Rebeldes de la provincia, al primer tiro.

—Nos estamos haciendo demasiado viejos para esto. —Los hombres estaban empezando a entrar prisioneros, separando los que podían saber algo útil—. Deberíamos dejar esto a los jóvenes.

—No podrían manejarlo. —Miró a la nada, a un remoto pasado y a un lugar muy lejano.

—¿Ocurre algo?

Negó con la cabeza, luego se contradijo a sí mismo.

—¿Qué estamos haciendo, Matasanos? ¿Existe algún fin a todo esto?

Aguardé. No siguió. No habla mucho. En especial no acerca de sus sentimientos. Le pinché.

—¿Qué quieres decir?

—Simplemente sigue y sigue. Cazamos Rebeldes. Pero no se acaban nunca. Ni siquiera cuando trabajábamos para el Síndico en Berilo. Entonces cazábamos disidentes. Y antes de Berilo… Treinta y seis años de lo mismo. Y nunca he estado seguro de que estuviera haciendo lo correcto. En especial ahora.

Era propio de Elmo mantener sus reservas en suspenso durante ocho años antes de airearlas.

—No nos hallamos en posición de cambiar nada. A la Dama no le gustaría si de pronto dijéramos que sólo íbamos a hacer esto y eso, y nada de aquello.

Estar al servicio de la Dama no había sido malo. Aunque se nos encomiendan las misiones más duras, nunca tenemos que hacer el trabajo sucio. Los regulares se encargan de ello. Golpes preventivos a veces, por supuesto. Alguna masacre ocasional. Pero todo en la línea del servicio. Militarmente necesario. Nunca nos hemos visto involucrados en atrocidades. El Capitán no lo permitiría.

—No se trata de moralidad, Matasanos. ¿Qué hay de moral en la guerra? Superioridad en la fuerza, eso es todo. No. Simplemente estoy cansado.

—Ya no es una aventura, ¿eh?

—Dejó de serlo hace mucho tiempo. Se convirtió en un trabajo. Algo que hago porque no sé hacer nada más.

—Algo que haces muy bien. —Eso no ayudó, pero no pude pensar en nada mejor que decir.

Entró el Capitán, un oso que arrastraba los pies mientras contemplaba los restos de la batalla con ojos fríos. Llegó a nuestro lado.

—¿Cuántos hemos conseguido, Matasanos?

—Todavía no ha terminado la cuenta. La mayor parte de su estructura de mando, supongo.

Asintió.

—¿Estás herido?

—Sólo cansado. Física y emocionalmente. Ha pasado mucho tiempo desde que me asusté tanto la última vez.

Enderezó una mesa, arrastró una silla, extrajo un fajo de mapas de un estuche. El Teniente se le unió. Más tarde, Arrope trajo a Crespo. De alguna forma, el tabernero había sobrevivido.

—Nuestro amigo tiene algunos nombres para ti, Matasanos.

Extendí mi papel, fui tachando a medida que Crespo iba nombrando.

Los jefes de pelotón de la Compañía empezaron a reclutar prisioneros para cavar tumbas. Me pregunté si se daban cuenta de que estaban preparando sus propios lugares de descanso. Ningún soldado rebelde es liberado a menos que pueda ser alistado inescapablemente a la causa de la Dama. Alistamos a Crespo. Le ofrecimos una historia para explicar su supervivencia y eliminamos a todos los que pudieran contradecirla. Arrope, en un gesto de generosidad, hizo que los cuerpos fueran retirados de su pozo.

Silencioso regresó, con Goblin y Un Ojo, con los dos pequeños hechiceros discutiendo cáusticamente. Como de costumbre. No recuerdo la discusión. No tenía importancia. Lo que importaba era la pelea, y ésta llevaba prolongándose décadas.

El Capitán le lanzó una mirada ácida, le preguntó al Teniente:

—¿Corazón o Tomo? —Corazón y Tomo eran las únicas ciudades de importancia en Tarja. Hay un rey en Corazón que está aliado con la Dama. Ella lo coronó hace dos años, después de que Susurro matara a su predecesor. No es popular con los tarjeses. Mi opinión, nunca solicitada, es que la Dama debería de eliminarlo antes de que cause más daños.

Goblin encendió un fuego. Las horas matutinas eran crudas. Se arrodilló delante de él, tostándose los dedos.

Un Ojo rebuscó detrás de la barra de Crespo, halló una jarra de cerveza milagrosamente no desportillada. La llenó, la vació de un solo trago, se secó el rostro, estudió la estancia, me hizo un guiño.

—Ahí vamos —murmuré.

El Capitán alzó la vista.

—¿Eh?

—Un Ojo y Goblin.

—Oh. —Volvió al trabajo y no alzó la vista de nuevo.

Un rostro se formó entre las llamas delante del pequeño rostro de sapo de Goblin. Él no lo vio. Tenía los ojos cerrados. Miré a Un Ojo. Sus ojos estaban sellados también, y su rostro era como una pasa seca, arrugas sobre arrugas, ensombrecido por el ala de su sombrero blando. El rostro en el fuego adquirió detalle.

—¡Hey! —Me sobresaltó por un instante. Miraba hacia mí, y se parecía al de la Dama. Bueno, como el rostro que tenía la Dama la vez que la vi realmente. Eso fue durante la batalla en Hechizo. Vino a mí para dragar mi mente en busca de sospechas sobre una conspiración entre los Diez que Fueron Tomados… Un estremecimiento de miedo. He vivido con él durante años. Si alguna vez me interroga de nuevo, la Compañía Negra se quedará sin su médico y Analista. Sé que hay conocimientos por los cuales ella arrasaría reinos.

El rostro en el fuego extendió una lengua como la de una salamandra. Goblin chilló. Se levantó de un salto, aferrándose una verrugosa nariz.

Un Ojo estaba vaciando otra cerveza, de vuelta a su víctima. Goblin frunció el ceño, se frotó la nariz, se sentó de nuevo. Un Ojo se volvió justo lo suficiente para situarlo al borde de su visión. Aguardó hasta que Goblin empezó a asentir.

Esto duraba desde siempre. Ambos estaban ya en la Compañía antes de que yo me uniera a ella, Un Ojo al menos desde hacía un siglo. Es viejo, pero tan ágil como un hombre de mi edad.

Quizá más ágil. Últimamente he sentido cada vez más el peso del tiempo, descansando demasiado a menudo sobre todo lo que he echado en falta. Puedo reírme de los campesinos y de la gente de la ciudad encadenados todas sus vidas a un pequeño rincón de la tierra mientras yo recorro su faz y veo sus maravillas, pero cuando pienso bien en ello, no habrá ningún niño que lleve mi nombre, ninguna familia que me llore excepto mis camaradas, nadie que me recuerde, nadie que ponga una marca sobre la pequeña porción de terreno que me cubra. Aunque he visto grandes acontecimientos, no dejaré ningún logro duradero excepto estos Anales.

Qué presunción. Escribir mi propio epitafio disfrazado como la historia de la Compañía.

Estoy desarrollando un rasgo morboso. Tengo que vigilar eso.

Un Ojo colocó sus manos en forma copa, con las palmas hacia abajo, sobre la barra, murmuró algo, las abrió. Apareció una desagradable araña del tamaño de un puño, agitando una frondosa cola de ardilla. Nunca digas que Un Ojo no tiene sentido del humor. Se deslizó hasta el suelo, se escurrió hacia mí, sonrió con el negro rostro de Un Ojo sin parche, luego se deslizó hacia Goblin.

La esencia de la hechicería, incluso para esos practicantes no fraudulentos, son los errores de formulación. De ahí la frondosa cola de la araña.

Goblin no estaba dormitando. Estaba tendido en la madera. Cuando la araña se le acercó, giró y agitó un palo tomado del fuego. La araña esquivó. Goblin martilleó el suelo. En vano. Su blanco saltó de un lado a otro, riendo con la voz de Un Ojo.

El rostro se formó en las llamas. Asomó la lengua. El fondillo de los pantalones de Goblin empezó a humear.

—Que me condene —dije.

—¿Qué? —preguntó el Capitán, sin alzar la vista. Él y el Teniente habían tomado posiciones opuestas en una discusión sobre si Corazón o Tomo podían ser la mejor base de operaciones.

De alguna forma las noticias siempre se difunden. Los hombres empezaron a llegar para el último round de la confrontación. Observé:

—Creo que Un Ojo va a ganar ésta.

—¿De veras? —Por un momento el viejo oso gris se mostró interesado. Un Ojo nunca le había ganado a Goblin en años.

La boca de sapo de Goblin se abrió en un sorprendido y furioso aullar. Se palmeó las posaderas con ambas manos, danzando.

—¡Pequeña serpiente! —gritó—. ¡Te estrangularé! ¡Arrancaré tu corazón y me lo comeré! Yo… yo…

Sorprendente. Absolutamente sorprendente. Goblin nunca se vuelve loco. Siempre permanece tranquilo. Entonces Un Ojo pone su retorcida mente a trabajar de nuevo. Si Goblin no se altera, Un Ojo imagina que ha perdido.

—Arreglad esto antes de que se nos escape de las manos —dijo el Capitán.

Elmo y yo nos situamos entre los antagonistas. Aquello era preocupante. Las amenazas de Goblin eran serias. Un Ojo lo había pillado de mal humor, la primera vez que veía aquello.

—Tranquilo —le dije a Un Ojo.

Se detuvo. Él también olía problemas.

Varios hombres gruñeron. Se habían hecho algunas apuestas fuertes. Normalmente nadie apostaría un cobre por Un Ojo. Goblin ganando cada vez es algo seguro, pero esta vez parecía débil.

Goblin no deseaba abandonar. Tampoco deseaba jugar siguiendo las reglas habituales. Cogió una espada caída y se encaminó hacia Un Ojo.

No pude evitar el sonreír. La espada era enorme y estaba rota, y Goblin era demasiado pequeño, aunque tan fiero que parecía una caricatura. Una caricatura sedienta de sangre. Elmo no pudo retenerlo. Hice una seña pidiendo ayudar. Alguien pensó rápido y arrojó agua a la espalda de Goblin. Se volvió en redondo, maldiciendo, inició un conjuro mortífero.

Problemas, seguro. Una docena de hombres saltaron a la acción. Alguien arrojó otro cubo de agua. Eso enfrió el temperamento de Goblin. Cuando le quitamos la hoja pareció avergonzado. Desafiante, pero avergonzado.

Lo conduje de vuelta junto al fuego y me senté a su lado.

—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que pasó? —Vi al Capitán por el rabillo del ojo. Un Ojo estaba de pie delante de él, hundido por una fuerte reprimenda.

—No lo sé, Matasanos. —Goblin se hundió, miró fijamente al suelo—. De pronto todo se ha vuelto demasiado. Esa emboscada de anoche. La misma cosa de siempre. Siempre es otra provincia, siempre más Rebeldes. Crecen como gusanos en una mierda de vaca. Me estoy volviendo cada vez más viejo, y no he conseguido nada para hacer un mundo mejor. De hecho, si miras hacia atrás, todo lo que hemos hecho lo ha vuelto peor. —Sacudió la cabeza—. Eso no está bien. No, no es eso lo que quiero decir. Pero no sé cómo decirlo de una forma mejor.

—Debe de ser epidémico.

—¿Qué?

—Nada. Estaba pensando en voz alta. —Elmo. Yo. Goblin. Un montón de hombres, a juzgar por su tenor últimamente. Algo iba mal en la Compañía Negra. Tenía sospechas, pero no estaba preparado para analizarlas. Demasiado deprimente.

—Lo que necesitamos es un desafío —sugerí—. No nos hemos probado a nosotros mismos desde Hechizo. —Lo cual era una verdad a medias. Una operación que nos impulsaba a implicarnos totalmente en permanecer con vida podía ser una prescripción para los síntomas, pero no era un remedio para las causas. Como médico, no era partidario de tratar sólo los síntomas. Podían recurrir indefinidamente. Era preciso atacar la enfermedad en sí.

—Lo que necesitamos —dijo Goblin con una voz tan suave que casi se desvaneció en el crujir de las llamas— es una causa en la que podamos creer.

—Sí —dije—. Eso también.

De fuera llegaron los sorprendidos y ultrajados gritos de los prisioneros que descubrían que ellos iban a llenar las tumbas que acababan de cavar.