TARJA: CONFLICTO

Lo intentas de la mejor manera posible, pero siempre hay algo que va mal. Así es la vida. Si eres listo, haces tus planes de acuerdo con ello.

De alguna forma, alguien escapó de la taberna de Crespo, aparte los veinticinco Rebeldes que cayeron en nuestra red, cuando en realidad parecía como si Pulcro nos hubiera hecho un gran favor, convocando a una conferencia a la jerarquía local. Mirando en retrospectiva, resulta difícil establecer la culpa. Todos hicimos nuestros trabajos. Pero hay límites a lo alerta que uno puede estar bajo tensión, El hombre que desapareció probablemente pasó horas planeando su escapatoria. No nos dimos cuenta de su ausencia durante largo tiempo.

Fue Arrope quien lo imaginó. Sujetó sus cartas en el hueco de su mano, dijo:

—Nos falta un cuerpo, tropa. Uno de esos granjeros de cerdos. El tipo pequeño que parecía un cerdo.

Pude ver la mesa con el rabillo del ojo. Gruñí:

—Tienes razón. Maldita sea. Hubiéramos debido contar las cabezas tras cada viaje al pozo.

La mesa estaba detrás de Prestamista. Éste no se volvió. Aguardó una mano, luego se dirigió parsimoniosamente hasta la barra de Crespo y se sirvió una jarra de cerveza. Mientras sus movimientos distraían a los locales, hice rápidos signos con los dedos en el lenguaje de los sordos:

—Mejor estar preparados para una incursión. Saben quiénes somos. Abrí demasiado mi bocaza.

Los Rebeldes nos querrían a toda costa. La Compañía Negra se ha ganado una amplia reputación como erradicadora de éxito de la pestilencia Rebelde, allá donde aparece. Aunque no somos tan inmorales como se dice, la noticia de nuestra llegada despierta el terror allá donde vayamos. Los Rebeldes abandonan a menudo todas sus operaciones apenas aparecemos.

Pero sólo éramos cuatro de nosotros, separados de nuestros compañeros, que evidentemente no sabían que estábamos en peligro. Podían intentar algo. La única pregunta era hasta qué punto podían intentarlo.

Teníamos cartas en nuestras mangas. Nunca jugamos lealmente si podemos evitarlo. La filosofía de la Compañía es maximizar la efectividad minimizando los riesgos.

El hombre alto y muy moreno se levantó, abandonó sus sombras, se dirigió hacia la escalera que conducía arriba a los dormitorios. Arrope restalló:

—Vigílalo, Otto. —Otto se apresuró tras él, con aspecto débil tras la estela del hombre. La gente del lugar miró, haciéndose preguntas.

Prestamista utilizó los signos para indicar:

—¿Y ahora qué?

—Esperaremos —dijo Arrope en voz alta, y mediante signos añadió—: Haremos lo que fuimos enviados a hacer.

—No resulta muy divertido ser un cebo vivo —respondió Prestamista también por signos. Estudió nerviosamente la escalera—. Enviaste a Otto arriba con una buena mano —sugirió.

Miré a Arrope. Asintió.

—¿Por qué no? Apuesta a que tenía unos diecisiete. —Otto iba cada vez que tenía menos de veinte. Era un buen porcentaje de apuesta.

Imaginé rápidamente las cartas en mi cabeza y sonreí. Hubiera podido darle diecisiete y quedarme suficientes cartas bajas como para proporcionarnos a cada uno una mano que lo hubiera quemado.

—Dame esas cartas.

Fui devolviendo las cartas al mazo, examinando las manos.

—Bien. —Nadie tenía nada superior a un cinco. Pero la mano de Otto tenía cartas más altas que las otras.

Arrope sonrió.

—Ajá.

Otto no volvió. Prestamista dijo:

—Voy a subir a comprobar.

—Muy bien —respondió Arrope. Fue a buscarse una cerveza. Examiné a los del lugar. Estaban empezando a formarse ideas. Miré a uno y agité negativamente la cabeza.

Prestamista y Otto regresaron un minuto más tarde, precedidos por el hombre muy moreno, que volvió a sus sombras. Prestamista y Otto parecían aliviados. Se sentaron para seguir jugando.

Otto preguntó:

—¿Quien reparte?

—El último fue Arrope —dije—. Te toca a ti.

Jugamos. Mostró sus cartas.

—Diecisiete.

—Je, je, je —respondí—. Te quemé. Quince.

Y Prestamista dijo:

—Os pillé a los dos. Catorce.

Y Arrope:

—Catorce. Eso hace daño, Otto.

Se quedó simplemente sentado allí, como aturdido, durante varios segundos. Luego lo captó.

—¡Sucios bastardos! ¡Lo teníais preparado! No penséis que voy a pagar…

—Tranquilo. Era una broma, hijo —dijo Arrope—. Sólo una broma. De todos modos tú repartías. —Las cartas siguieron circulando y llegó la oscuridad. No aparecieron más insurgentes. Los locales se mostraron más inquietos. Algunos se preocupaban por sus familias, por el hecho de llegar tarde. Como todos los demás, la mayoría de tarjeses sólo se preocupan por sus propias vidas. No les importa si quién predomina es la Rosa Blanca o la Dama.

La minoría de los simpatizantes Rebeldes se preocupaban acerca de cuándo podía caer el golpe. Temían verse atrapados en medio de la refriega.

Fingimos ignorar la situación.

—¿Quiénes son los peligrosos? —dijo Arrope por signos.

Conferenciamos, seleccionamos a tres hombres que podían causar problemas. Arrope y Otto los ataron a sus sillas.

La gente del lugar empezó a comprender que sabíamos qué esperar y que estábamos preparados. No adelantándonos a las cosas, pero preparados.

Los incursores aguardaron hasta medianoche. Eran más cautelosos que los Rebeldes que encontrábamos habitualmente. Quizá nuestra reputación era demasiado fuerte…

Entraron en tromba. Descargamos nuestros tubos de resorte y empezamos a esgrimir espadas, retirándonos a una esquina lejos del luego. El hombre alto observó indiferente.

Había un montón de Rebeldes. Muchos más de los que habíamos esperado. Seguían entrando en tromba, apiñándose, metiéndose los unos en el camino de los otros, saltando por encima de los cadáveres de sus camaradas.

—Una trampa —jadee—. Tiene que haber un centenar de ellos.

—Sí —dijo Arrope—. La cosa no tiene buen aspecto. —Lanzó una patada a la entrepierna de un hombre, le lanzó un tajo cuando se cubrió.

El lugar estaba lleno de insurgentes de pared a pared, y por el ruido tenía que haber un maldito montón fuera. Alguien no quería que escapásemos.

Bien, ése era el plan.

Distendí las aletas de la nariz. Había un olor en el aire, un débil aroma extraño, sutil bajo el hedor del miedo y el sudor.

—¡Cubríos! —grité, y extraje una tira de lana empapada de mi bolsa del cinto. Olía peor que una mofeta aplastada. Mis compañeros me imitaron.

En alguna parte un hombre gritó. Luego otro. Se elevó un coro infernal de voces. Nuestros enemigos se agitaron a nuestro alrededor, desconcertados, presas del pánico. Los rostros se retorcieron agónicamente. Los hombres cayeron en agitantes montones, arañándose ferozmente narices y gargantas. Tuve mucho cuidado de mantener mi rostro apretado contra la lana.

El hombre alto y delgado surgió de sus sombras. Empezó a despachar calmadamente guerrilleros con su plateada hoja de treinta y cinco centímetros. Dejó con vida a los clientes que no habíamos atado a sus sillas.

—Ahora ya es seguro respirar —dijo por signos.

—Vigila la puerta —me indicó Arrope. Sabía que yo sentía aversión hacia aquel tipo de carnicería—. Otto, ocúpate de la cocina. Yo y Prestamista ayudaremos a Silencioso.

Los Rebeldes del exterior intentaron alcanzarnos lanzando flechas a través de la puerta. No tuvieron suerte. Luego intentaron incendiar el lugar. Crespo sufrió paroxismos de ira. Silencioso, uno de los tres hechiceros de la Compañía, que había sido enviado a Tarja unas semanas antes, usó sus poderes para apagar el fuego. Furiosos, los Rebeldes se prepararon para el asedio.

—Deben haber traído hasta el último hombre que había en la provincia —dije.

Arrope se encogió de hombros. Él y Prestamista estaban apilando cadáveres formando barricadas defensivas.

—Tienen que haber instalado un campamento base cerca de aquí. —Nuestro servicio de inteligencia acerca de las guerrillas en Tarja era extenso. La Dama se prepara bien antes de enviarnos a algún sitio. Pero no se nos había dicho que esperáramos que hubiera una fuerza tan grande disponible en tan poco tiempo.

Pese a nuestro éxito, estaba asustado. Había una gran multitud fuera, y sonaba como si estuviera llegando regularmente más. Silencioso, como un as en la baraja, no tenía mucho más valor ahora.

—¿Enviaste tu pájaro? —pregunté, suponiendo que aquélla había sido la razón de su viaje escaleras arriba. Asintió. Eso proporcionaba un cierto alivio. Pero no mucho.

Las cosas parecieron cambiar. De pronto hubo más quietud fuera. Más flechas cruzaron la puerta. Había sido arrancada de sus goznes en la primera embestida. Los cuerpos amontonados delante de ella no iban a retener mucho tiempo a los Rebeldes.

—Van a entrar —le dije a Arrope.

—Muy bien. —Se unió a Otto en la cocina. Prestamista se quedó a mi lado. Silencioso, con aspecto oscuro y mortífero, se situó de pie en el centro de la sala común.

Fuera se alzó un rugido.

—¡Ahí vienen!

Contuvimos la acometida principal con la ayuda de Silencioso, pero otros empezaron a golpear los postigos de las ventanas. Entonces Arrope y Otto tuvieron que ceder la cocina. Arrope mató a un excesivamente fervoroso atacante y giró en redondo el tiempo suficiente para aullar:

—¿Dónde demonios están, Silencioso?

Silencioso se encogió de hombros. Parecía casi indiferente a la proximidad de la muerte. Lanzó un conjuro hacia un hombre que estaba atravesando una ventana.

Sonaron trompetas en la noche.

—¡Ja! —grité—. ¡Ahí vienen! —La última puerta de la trampa se había cerrado.

Todavía quedaba una cuestión. ¿Conseguiría llegar la Compañía antes de que nuestros atacantes acabaran con nosotros?

Más ventanas cedieron. Silencioso no podía estar en todas partes.

—¡A la escalera! —gritó Arrope—. Retroceded a la escalera.

Corrimos hacia allá. Silencioso provocó una bruma tóxica. No era la cosa mortífera que había usado antes. No podía volver a hacerlo en esos momentos. No tenía tiempo para prepararse.

La escalera era fácil de tomar. Dos hombres, con Silencioso detrás de ellos, no podían retenerla eternamente.

Los Rebeldes lo vieron. Empezaron a provocar fuegos. Esta vez Silencioso no pudo extinguir todas las llamas.