Cojeé hasta la sala común de lo que había quedado del Diablo Azul, con la Dama apoyada en un brazo, usando el arco como muleta. El tobillo me estaba matando. Había creído que estaba casi curado.
Deposité a la Dama en una silla. Estaba débil y pálida y sólo semiconsciente pese a lo mejor que Un Ojo y yo pudimos hacer. Yo estaba decidido a no apartar ni un momento mí vista de ella. Nuestra situación todavía estaba llena de riesgos. Su gente ya no tenía ninguna razón para mostrarse amable. Y ella misma corría peligro… probablemente más de sí misma que de Cuervo o de mis camaradas. Había caído en un estado de completa desesperación.
—¿Estamos todos? —pregunté. Silencioso, Goblin y Un Ojo estaban allí. Y Otto el inmortal, herido como siempre tras una acción de la Compañía, con su eterno lugarteniente, Lamprea. Un joven llamado Murgen, nuestro portaestandarte. Otros tres miembros de la compañía. Y Linda, por supuesto, sentada al lado de Silencioso. Ignoraba por completo a la Dama.
Cuervo y Lance estaban detrás de la barra, presentes sin haber sido invitados. Cuervo tenía una expresión sombría pero parecía controlado. Su mirada estaba fija en Linda.
El aspecto de Linda era hosco. Se había recuperado mejor que la Dama.
Y había ganado. Ignoraba a Cuervo más ostentosamente que a la Dama.
Había habido una confrontación entre ellos, y yo había captado parte de ella. Linda había expresado muy claramente su desagrado ante la incapacidad de él de manejar sus compromisos emocionales. Ella no había cortado en seco con él. No lo había arrojado fuera de su corazón. Pero él no se había redimido a sus ojos.
Luego él había dicho algunas cosas muy poco amables acerca de Silencioso, hacia el cual era obvio que ella tenía un cierto afecto aunque no demasiado profundo.
Y eso la había puesto realmente furiosa. Entonces había espiado atentamente sus gestos. Y ella había dejado muy claro con gran precisión de detalles y mucha furia que no era el premio del juego de ningún hombre, como una princesa en algún imbécil cuento de hadas en el que una pandilla de pretendientes se someten a estúpidas y peligrosas pruebas para alcanzar su mano.
Como la Dama, había estado al mando demasiado tiempo para aceptar ahora el papel estándar de una mujer. Por dentro todavía seguía siendo la Rosa Blanca.
Así que Cuervo no se sentía tan feliz como debería. No había sido arrojado fuera, pero se le había dicho que le quedaba un largo camino por recorrer si alguna vez pretendía algo.
La primera tarea que le había encomendado era reunirse de nuevo con sus hijos.
Yo casi sentía pena por el pobre tipo. Solamente conocía un papel en su vida, el de tipo duro. Y se le había despojado de él.
Un Ojo interrumpió mis pensamientos:
—Estamos todos, Matasanos. Estamos todos. Va a ser un gran funeral.
Lo sería.
—¿Debo presidir como oficial superviviente de mayor rango? ¿O deseas ejercer tu prerrogativa como el hermano más antiguo?
—Hazlo tú. —No se sentía de humor para hacer nada excepto meditar.
Yo tampoco. Pero éramos diez que aún seguíamos con vida, rodeados de potenciales enemigos. Teníamos decisiones que tomar.
—De acuerdo. Ésta es una asamblea oficial de la Compañía Negra, la última de las Compañías Libres de Khatovar. Hemos perdido a nuestro capitán. El primer asunto es elegir un nuevo comandante. Luego deberemos decidir cómo vamos a salir de aquí. ¿Alguna nominación?
—Tú —dijo Otto.
—Soy médico.
—Eres el único oficial auténtico que queda.
Cuervo empezó a levantarse.
—Tú siéntate y quédate quieto —le dije—. Ni siquiera perteneces aquí. Te separaste de nosotros hace quince años, ¿recuerdas? Vamos, muchachos. ¿Quién más?
Nadie habló. Nadie se presentó voluntario. Nadie cruzó tampoco su mirada conmigo. Todos sabían que yo no deseaba el puesto.
Goblin chilló:
—¿Está alguien en contra de Matasanos?
Nadie planteó un veto. Es maravilloso ser querido. Es estupendo ser el menor de los males.
Deseé rechazarlo. Pero no había opción.
—De acuerdo. Siguiente orden del día. Salir a escape de aquí. Estamos rodeados, muchachos. Y la Guardia hará muy pronto su balance. Tenemos que habernos largado antes de que empiecen a mirar a su alrededor en busca de alguien a quien atizar. Pero una vez nos hayamos ido de aquí, ¿entonces qué?
Nadie ofreció ninguna opinión. Esos hombres estaban tan en estado de shock como los Guardias.
—De acuerdo. Yo sé lo que yo deseo hacer. Desde tiempos inmemoriales, uno de los trabajos del Analista ha sido devolver los Anales a Khatovar en caso de que la Compañía se desbande o sea aniquilada. Hemos sido aniquilados. Propongo una votación para que nos desbandemos. Algunos de nosotros hemos asumido obligaciones que van a ponernos en una situación comprometida entre nosotros tan pronto como no tengamos a nadie más peligroso de quien ocuparnos. —Miré a Silencioso. Sostuvo mi mirada. Había movido su silla lo suficiente como para cubrir más el hueco entre Linda y Cuervo, un gesto comprendido por todo el mundo menos por el propio Cuervo.
Yo me había autonombrado guardián de la Dama a partir de aquel momento. No había forma de que pudiéramos mantener a aquellas dos mujeres en compañía la una de la otra durante largo tiempo. Esperaba poder mantener el grupo unido al menos hasta Galeote. Me sentiría satisfecho con llegar al linde del bosque. Necesitábamos todos los efectivos. Nuestra situación táctica no podía ser peor.
—¿Debemos desbandarnos? —pregunté.
Aquello causó una cierta agitación. Todo el mundo menos Silencioso argumentaron negativamente.
Intervine:
—Es una proposición formal. Deseo que aquéllos con intereses especiales puedan seguir su camino sin el estigma de una deserción. Eso no significa que tengamos que escindirnos. Lo que digo es que formalmente abandonemos el nombre de Compañía Negra. Yo me encaminaré al sur con los Anales, en busca de Khatovar. Quien lo desee puede venir conmigo. Bajo las reglas habituales.
Nadie deseaba abandonar el nombre. Eso sería como renunciar a un patronímico con treinta generaciones de antigüedad.
—Así que no renunciaremos a él. ¿Quién desea no ir en busca de Khatovar?
Se alzaron tres manos. Todas pertenecían a miembros que se habían alistado al norte del Mar de las Tormentas. Silencioso se abstuvo, aunque deseaba seguir su propio camino, en persecución de su propio sueño imposible.
Luego otra mano se alzó. Tardíamente, Goblin había notado que Un Ojo no se oponía. Iniciaron una de sus discusiones. La corté en seco.
—No insistiré en que la mayoría arrastre consigo a los demás. Como comandante, puedo licenciar a cualquiera que desee seguir su propio camino. ¿Silencioso?
Era un hermano de la Compañía Negra desde hacía más tiempo que yo. Éramos sus amigos, su familia. Su corazón estaba desgarrado.
Finalmente asintió. Seguiría su propio camino, incluso sin promesas de parte de Linda. Los tres que se habían opuesto a encaminarse a Khatovar asintieron también. Entré sus licencias en los Anales.
—Estáis fuera de la Compañía —les dije—. Nos ocuparemos de vuestra parte del dinero y equipo cuando salgamos del linde sur del bosque. Hasta entonces permaneceremos juntos. —No insistí sobre el tema, o al cabo de un momento me las hubiera tenido con Silencioso. Él y yo habíamos pensado mucho al respecto.
Me volví hacia Goblin, con la pluma preparada.
¿Y bien? ¿Debo anotar tu nombre?
—Adelante, hazlo —dijo Un Ojo—. Apresúrate. Hazlo. Librémonos de él. No necesitamos a los de su clase. Nunca ha sido más que un problema.
Goblin le miró con el ceño fruncido.
—Sólo por eso no me marcho. Voy a quedarme y a sobrevivirte y a hacer que los días que te quedan se vuelvan miserables. Y espero que viva otro centenar de años.
En ningún momento había pensado que se separaran.
—Estupendo —dije, reprimiendo una sonrisa—. Lamprea, toma a un par de hombres y reúne algunos animales. El resto de vosotros recoged todo lo que pueda sernos útil. Como dinero, si lo encontráis por alguna parte.
Me miraron con ojos aún opacos por el impacto de lo sucedido.
—Nos vamos, muchachos. Tan pronto como podamos cabalgar. Antes de tropezamos con más problemas. Lamprea. No olvides los animales de carga. Quiero llevarme todo lo que no esté clavado al suelo o a las paredes.
Hubo palabras, discusiones, de todo, pero cerré el debate oficial en este punto.
Como el artero demonio que soy, hice que los Guardias enterraran a los nuestros. Me detuve con Silencioso ante las tumbas de la Compañía, y derramé más de unas cuantas lágrimas.
—Nunca pensé que Elmo… Era mi mejor amigo. —Me había golpeado. Al fin. Fuerte. Ahora que había cumplido con todos mis deberes, ya no quedaba nada de lo que ocuparse—. Fue mi valedor cuando entré en la Compañía.
Silencioso alzó una mano, me apretó suavemente el brazo. Era un gesto mejor del que hubiera podido esperar.
Los Guardias estaban rindiendo sus últimos respetos a los suyos. Su aturdimiento estaba desapareciendo. Pronto empezarían a pensar en volver a sus asuntos. En preguntarle a la Dama qué debían hacer. En cierto sentido, se habían quedado sin empleo.
No sabían que su ama había resultado desarmada. Recé para que no lo averiguaran, porque pensaba utilizarla a ella como nuestro billete de salida.
Temía lo que podía ocurrir si su pérdida se convertía en algo del dominio común. En el cuadro general, guerras civiles que atormentarían el mundo. En los detalles, intentos de venganza contra su persona.
Algún día alguien empezaría a sospechar. Tan sólo deseaba que el secreto se mantuviera hasta que estuviéramos lo suficientemente lejos del imperio.
Silencioso tocó de nuevo mi brazo. Deseaba que nos fuéramos.
—Un segundo —dije. Extraje mi espada, saludé a nuestras tumbas, repetí la antigua fórmula de la partida. Luego le seguí hasta donde esperaban los otros.
El grupo de Silencioso cabalgaría un trecho con nosotros, como yo había deseado. Nuestros caminos se separarían cuando nos sintiéramos seguros de los Guardias. No quería pensar ahora en después de ese momento, por inevitable que fuera. ¿Cómo mantener a dos personas como Linda y la Dama en compañía cuando no había ningún imperativo de supervivencia?
Me volví en la silla maldiciendo el dolor en mi tobillo. La Dama me lanzó una mirada aviesa.
—Bien —dije—. Empiezas a mostrar algo de espíritu.
—¿Me estás secuestrando?
—¿Quieres que te deje a solas con toda tu gente? ¿Con quizá nada mejor que un cuchillo para mantener el orden? —Forcé una sonrisa—. Tenemos una cita, ¿recuerdas? Una cena en los Jardines de ópalo.
Sólo por un momento hubo un destello de malicia detrás de su desesperación. Y por un momento una expresión tan ardiente como cuando habíamos estado juntos. Luego la sombra regresó.
Me acerqué a ella, temblando ante el pensamiento. Susurré:
—Y necesito tu ayuda para rescatar los Anales de la Torre. —No le había dicho a nadie que todavía no estaban en mi poder.
La sombra se fue.
—¿Una cena? ¿Es eso una promesa?
La muy bruja podía prometer lo que quisiera, con sólo una mirada y su tono. Croé:
—En los Jardines. Sí.
Hice la señal tradicional. Lamprea espoleó su montura en vanguardia. Le seguían Goblin y Un Ojo, discutiendo como de costumbre. Luego Murgen, con el estandarte, luego la Dama y yo. Luego los demás, con los animales de carga. Silencioso y Linda cerraban la marcha, bien distanciados de la Dama y yo.
Mientras espoleaba mi montura miré hacia atrás. Cuervo estaba de pie apoyado en su bastón, con un aspecto más solitario y abandonado que nunca. Lance intentaba todavía explicárselo. El muchacho no había tenido ningún problema en entender. Imaginé que Cuervo sí los tendría, una vez superado el shock de que nadie hubiera hecho las cosas a su manera, el shock de descubrir que el viejo Matasanos podía hacer realidad lo que parecía un farol si era necesario.
—Lo siento —murmuré en su dirección, sin estar seguro de por qué. Luego miré al bosque y no volví atrás la vista de nuevo.
Tenía la sensación de que él también se pondría en camino muy pronto. Si Linda significaba realmente tanto para él como deseaba hacemos creer.
Aquella noche, por primera vez desde hacía quién sabe cuánto tiempo, los cielos septentrionales aparecieron completamente despejados. El Gran Cometa iluminaba nuestro camino. Ahora el norte sabía lo que el resto del imperio había sabido desde hacía semanas.
Ya estaba menguando. La hora de la decisión ya había pasado. El imperio aguardaba temeroso las noticias que presagiaba.
Más al norte. Tres días más tarde. En la oscuridad de una noche sin luna. Una bestia con tres patas salió cojeando del Gran Bosque. Se sentó sobre sus ancas entre los restos del Túmulo, rascó la tierra con su única pata delantera. El hijo del árbol liberó una diminuta tormenta de cambio.
El monstruo huyó.
Pero regresaría otra noche, y otra, y otra después de ésa…
Fin