Entonces divisé a Cuervo.
—Maldito estúpido.
Se apoyaba en Lance y cojeaba. Llevaba en la mano una espada desnuda. Su rostro estaba encajado.
Problemas, seguro. Su paso no era tan débil como pretendía.
No se necesitaba ser ningún genio para adivinar lo que tenía en la cabeza. A su manera simple de ver las cosas, iba a hacer todo lo posible en nombre de Linda por terminar con su gran enemigo.
Volvieron los temblores, pero esta vez no de miedo. Si alguien no hacía algo, iba a encontrarme justo en medio. Donde tendría que hacer una elección, actuar, y nada de lo que hiciera iba a hacer a nadie feliz.
Intenté distraerme comprobando el vendaje de la Dama.
Las sombras cayeron sobre nosotros. Alcé la vista a los fríos ojos de Silencioso, al rostro más compasivo de Linda. Silencioso lanzó una sutil mirada en dirección a Cuervo. Él también estaba en medio.
La Dama clavó sus dedos en mi brazo.
—Levántame —dijo.
Lo hice. Estaba tan débil como el agua. Tuve que sostenerla.
—Todavía no —le dijo a Linda, como si Linda pudiera oírla—. Todavía no está acabado.
Le habían arrancado un brazo y una pierna al Dominador, y los habían arrojado al montón de leña. Rastreador se aferró a él de modo que pudieran cortarle el cuello al Dominador. Goblin y Un Ojo permanecían atentos, aguardando la cabeza, listos para echar a correr como demonios. Algunos guardias plantaron el hijo del árbol. Ballenas del viento y mantas planeaban sobre nuestras cabezas. Otros, junto con los Tomados, estaban persiguiendo al Perro Matasapos y a los salvajes a través del bosque.
Cuervo se acercaba. Y yo no estaba más cerca de saber qué hacer.
El hijo de puta del Dominador era duro. Mató a una docena de hombres antes de que terminaran de cortarle el cuello. Ni siquiera entonces murió. Como el Renco, su cabeza siguió viva.
Era el momento de Goblin y Un Ojo. Goblin agarró la cabeza aún viva, se sentó, la sujetó prietamente entre sus rodillas. Un Ojo martilleó un clavo de plata de quince centímetros a través de su frente, directamente al cerebro. Los labios del Dominador siguieron modulando maldiciones.
El clavo capturaría su enfermiza alma. La cabeza iría al fuego. Cuando hubiera ardido, el clavo sería recuperado y clavado al tronco del hijo del árbol. Lo cual significaría que un espíritu oscuro quedaría atado durante un millón de años.
Los Guardias llevaron también los pedazos del Renco al fuego. Sin embargo, no encontraron su cabeza. Las empapadas paredes de la trinchera que había creado el dragón al surgir se habían colapsado sobre ella.
Goblin y Un Ojo encendieron la pira.
El fuego se alzó como ansioso por cumplir su misión.
El dardo del Renco había golpeado a la Dama a diez centímetros del corazón, a medio camino entre su pecho izquierdo y su clavícula. Confieso con un cierto orgullo habérsela extraído bajo tan terribles circunstancias sin matarla. Sin embargo, hubiera debido incapacitar su brazo izquierdo.
Ahora alzó ese brazo, lo tendió hacia Linda. Silencioso y yo nos sentimos desconcertados. Pero sólo por un momento.
La Dama tiró de Linda hacia ella. No tenía fuerzas, de modo que en cierto sentido tuvo que ser esto: Linda dejó que tiraran de ella. Entonces susurró:
—El rito se ha completado. Nombro tu auténtico nombre, Tonie Fisk.
Linda lanzó un silencioso grito.
La nada empezó a deshilacharse.
El rostro de Silencioso se ennegreció. Durante lo que pareció una eternidad permaneció inmóvil allí, sometido a un obvio tormento, desgarrado entre un voto, un amor, un odio, quizás el concepto de una obligación a un deber superior. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Capté un antiguo anhelo, y estuve a punto de gritar cuando lo hice.
Habló:
—El ritual se ha cerrado. —Tuvo problemas en modular sus palabras—. Nombro tu auténtico nombre, Dorotea Senjak. Nombro tu auténtico nombre, Dorotea Senjak.
Creí que en aquel mismo momento iba a derrumbarse y perder el sentido. Pero no lo hizo.
La mujer lo hizo.
Cuervo se estaba acercando. Así que yo tenía un dolor por encima de todos los demás dolores.
Silencioso y yo nos miramos el uno al otro. Sospecho que mi rostro tenía una expresión tan atormentada como el suyo. Entonces asintió a través de sus lágrimas. Había paz entre nosotros. Nos arrodillamos, desenredamos a las mujeres. Pareció preocupado cuando comprobé el pulso en el cuello de Linda.
—Se pondrá bien —le dije. La Dama también, pero ahora eso no me preocupaba.
Todavía me pregunto cuánto esperaba en ese momento cada una de las mujeres. Cuánto dejaba al destino. Aquello marcaba su final como potencias en el mundo. Linda ya no tenía la nada. La Dama era desposeída de su magia. Se habían anulado la una a la otra.
Oí gritos. Llovían alfombras. Todos aquellos Tomados habían sido Tomados por la Dama, y después de lo que había ocurrido en la Llanura, ella se había asegurado de que su destino fuera el de ellos. Así que ahora habían perdido sus poderes, y pronto estarían muertos.
Ya no quedaba mucha magia en aquel campo. Rastreador también era un perdedor, machacado a muerte por el Dominador. Creo que murió feliz.
Pero aquello todavía no era el final. No. Estaba Cuervo.
A quince metros de distancia, se soltó de Lance y siguió andando por sí mismo como una némesis. Su mirada estaba fija en la Dama, aunque se podía decir por sus pasos que estaba como en un escenario, que iba a hacer lo que había que hacer para que Linda ganara de nuevo.
¿Y bien, Matasanos? ¿Puedes permitir que ocurra?
La mano de la Dama tembló en la mía. Su pulso era débil, pero estaba ahí. Quizá…
Quizá todo fuera un farol por parte de él.
Recogí mi arco y la flecha recuperada del Renco.
—Alto, Cuervo.
No se detuvo. Ni siquiera creo que me oyera. Oh, maldita sea. Si no me había oído… Las cosas iban a escaparse de las manos.
—¡Cuervo! —Tensé el arco.
Se detuvo. Me miró como si intentara recordar quién era yo.
Todo el campo de batalla guardó un silencio absoluto. Todos los ojos se clavaron en nosotros. Silencioso dejó de apartar a Linda, tomó una espada, se aseguró de que estaba situado entre ella y cualquier peligro potencial. Resultaba casi divertido, nosotros dos ahí, como gemelos, montando guardia ante dos mujeres cuyos corazones jamás podríamos alcanzar.
Un Ojo y Goblin empezaron a derivar en nuestra dirección. Yo no tenía la menor idea de en qué bando estaban. Sin embargo, no quería verlos implicados. Esta mano tenía que ser Cuervo contra Matasanos.
Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea. ¿Por qué no podía simplemente marcharse?
—Todo ha terminado, Cuervo. No es necesario que haya más muertes. —Creo que mi voz empezó a subir de tono—. ¿Has oído? Se ha perdido y se ha ganado.
Miró a Silencioso y a Linda, no a mí. Y dio un paso.
—¿Quieres ser el próximo en morir? —Maldita sea, nadie podía lanzarle un farol. Y menos yo. Tendría que saberlo.
Un Ojo se detuvo a unos cuidadosos tres metros hacia un lado.
—¿Qué estás haciendo, Matasanos?
Yo estaba temblando. Todo yo excepto mis manos y mis brazos, aunque mis hombros habían empezado a dolerme con la tensión de mantener el arco tensado.
—¿Qué hay de Elmo? —pregunté, con la garganta constreñida por la emoción—. ¿Qué hay del Teniente?
—Nada bueno —respondió, diciéndome lo que ya sabía en el fondo de mi corazón—. Muertos. ¿Por qué no dejas el arco?
—Cuando él deje caer la espada. —Elmo había sido mi mejor amigo durante más años de los que podía contar. Las lágrimas empezaron a nublar mi visión—. Muertos. Eso me deja a mí al mando, ¿no? El oficial superviviente de mayor rango. ¿Correcto? Mi primera orden es: Queda establecida la paz. Desde este mismo momento. Ella lo hizo posible. Ella se ofreció a sí misma para lograrlo. Nadie la tocará a partir de ahora. No mientras yo esté vivo.
—Entonces cambiaremos eso —dijo Cuervo. Empezó a avanzar de nuevo.
—¡Maldito loco testarudo! —chilló Un Ojo. Se lanzó contra Cuervo. Oí a Goblin parlotear algo detrás de mí. Demasiado tarde. Ambos demasiado tarde. Cuervo tenía mucho más fuego dentro de sí del que nadie sospechaba. Y estaba algo más que un poco loco.
Chillé:
—¡No! —y solté la cuerda.
La flecha alcanzó a Cuervo en la cadera. En el lado que había fingido que estaba tullido. Mostró una expresión de sorpresa mientras se derrumbaba. Tendido allí en el suelo, con la espada a dos metros de distancia, alzó la vista hacia mí, aún incapaz de creer que, al final, lo mío no había sido ningún farol.
Tuve problemas en creerlo yo mismo.
Lance dejó escapar un grito e intentó saltar sobre mí. Sin apenas mirarle, le golpeé en la sien con mi arco. Cayó hacia atrás y se arrastró hacia Cuervo.
Silencio y quietud de nuevo. Todo el mundo me miraba. Me colgué el arco.
—Cúrale, Un Ojo. —Cojeé hacia la Dama, me arrodillé, la alcé. Parecía terriblemente ligera y frágil para alguien que había sido tan terrible. Seguí a Silencioso hacia lo que quedaba de la ciudad. Los acuartelamientos todavía seguían ardiendo. Formábamos un extraño desfile, los dos cargando a dos mujeres.
—Reunión de la Compañía esta noche —dije a los supervivientes de la Compañía—. Todos han de acudir.
Antes de hacerlo no me hubiera visto capaz de ello. La llevé todo el camino hasta el Diablo Azul. Y mi tobillo no me dolió ni un momento hasta que la deposité.