Se nos permitió dormir, luego se nos dio una hora para desayunar, hacer las paces con nuestros dioses, o lo que fuera que tuviéramos que hacer antes de entrar en batalla. Se suponía que el Gran Túmulo resistiría hasta el mediodía. No había prisa.
Me pregunté qué estaría haciendo la cosa bajo tierra.
La llamada para la batalla se produjo hacia las ocho. No hubo ausencias. El Renco planeó a nuestro alrededor en su pequeña alfombra, y su trayectoria pareció intersectar la de Susurro más a menudo de lo necesario. Juntaban sus cabezas acerca de algo. Bomanz se escabullía por el borde de las cosas, intentando mantenerse impasible. No le culpé. Dentro de sus zapatos yo hubiera echado a correr hacia Galeote… ¿Dentro de sus zapatos? ¿Eran los míos más cómodos?
El hombre era víctima de su sentido del honor. Creía que tenía una deuda que pagar.
El sonido de un tambor anunció el momento de tomar posiciones. Seguí a la Dama, mientras observaba que el resto de los civiles se encaminaban carretera abajo hacia Galeote con todas las posesiones que podían cargar. Iba a convertirse en una locura de carretera. Las tropas que la Dama había llamado acudían a miles desde Galeote. Iban a llegar demasiado tarde. Nadie había pensado en decirles que se adelantaran.
La atención se había enfocado. El mundo exterior ya no existía. Contemplé a los civiles y por un momento me preguntó a qué dificultades nos enfrentaríamos si teníamos que huir. Pero mi preocupación no duró. No podía preocuparme más allá del Dominador.
Las ballenas del viento se situaron encima del río. Las mantas buscaron las corrientes ascendentes de aire. Las alfombras de los Tomados se elevaron. Pero hoy mis pies permanecieron en el suelo. La Dama tenía intención de enfrentarse a su esposo pie contra pie.
Muchas gracias, amigos. Aquí estaba Matasanos a su sombra con su arco y sus flechas de juguete.
Todos los Guardias en posición, atrincherados, detrás de empalizadas bajas, zanjas y artillería. Todos los estandartes en su sitio, guiando el cuidadosamente vigilado trayecto de Linda. La tensión ascendió por momentos.
¿Qué más quedaba por hacer?
—Permanece detrás de mí —recordó la Dama—. Mantén preparadas tus flechas.
—Sí. Buena suerte. Si ganamos, te pagaré una cena en los Jardines de Ópalo. —No sé qué me poseyó para hacerme decir aquello. ¿Un frenético intento de autodistracción? Era una mañana helada, pero yo estaba sudando.
Pareció sobresaltada. Luego sonrió.
—Si ganamos, haré que lo cumplas. —La sonrisa era débil. No tenía ningún motivo para creer que sobreviviría otra hora.
Echó a andar hacia el Gran Túmulo. La seguí como un perrito fiel.
El último destello de luz en ella no quería morir. No se salvaría a través de la rendición.
Bomanz nos dejó una amplia delantera, luego nos siguió. El Renco hizo lo mismo.
Ninguna de las dos acciones estaba en el plan maestro.
La Dama no reaccionó. Yo tampoco, a la fuerza.
Las alfombras de los Tomados empezaron a descender en espirales. Las ballenas del viento parecían un poco agitadas, las mantas un poco frenéticas en su búsqueda de las corrientes de aire favorables.
El borde del Túmulo. Mi amuleto no hormigueó. Todos los antiguos fetiches fuera del corazón del Túmulo habían sido retirados. Ahora los muertos yacían en paz.
La húmeda tierra parecía querer sorber mis botas. Tenía problemas en mantener el equilibrio, con una flecha preparada en mi arco. Tenía un asta negra encajada en la cuerda, las otras dos aferradas en la mano que sostenía el arco.
La Dama se detuvo a unos pocos pasos del pozo de donde habíamos extraído a Bomanz. Se olvidó por completo del mundo, casi como si estuviera en comunión con la cosa debajo del suelo. Miré hacia atrás. Bomanz se había detenido un poco hacia el norte, a unos quince metros de mí. Tenía las manos en los bolsillos y mostraba una expresión que hizo que no me atreviera a protestar por su presencia. El Renco había descendido y se había posado hacia donde estaba el foso cuando un foso rodeaba el Túmulo. No deseaba caer cuando la nada barriera encima de él.
Miré al sol. Debían de ser las nueve. Tres horas de margen si deseábamos usarlas.
Mi corazón estaba batiendo récords de velocidad. Mis manos temblaban tanto que parecía como si los huesos entrechocaran entre sí. Dudé de que pudiera acertar a un elefante con una flecha desde dos metros.
¿Cómo había tenido la suerte de ser elegido su chico para todo?
Reviví mi vida. ¿Qué había hecho para merecer esto? Tantas cosas que hubiera podido elegir de modo diferente…
—¿Qué? —dije.
—¿Preparado? —preguntó.
—Nunca. —Esbocé una enfermiza sonrisa.
Intentó devolvérmela, pero estaba más asustada que yo. Sabía a lo que se enfrentaba. Creía que sólo le quedaban unos momentos de vida.
Tenía redaños esa mujer, atreviéndose pese a que no tenía nada que pudiera ganar excepto, quizás, alguna pequeña redención a los ojos del mundo.
Los nombres destellaron en mi mente. Sylith. Credencia. ¿Cuál? Dentro de un momento la elección podía ser crítica.
No soy un hombre religioso. Pero desgrané una silenciosa plegaria a los dioses de mi juventud pidiendo que no se me requiriera completar el ritual de nombrar su nombre.
Miró de frente a la ciudad y alzó un brazo. Sonaron trompetas. Como si hubiera alguien que no estuviera prestando atención.
Bajó el brazo. Sonido de cascos. Linda vestida de blanco sobre su caballo blanco, con Elmo, Silencioso y el Teniente siguiéndola, galopó por el sendero definido por los estandartes. La nada iba a llegar repentinamente, para congelarse luego. Había que permitir que el Dominador se abriera paso hasta fuera, pero no con su poder intacto.
Sentí la nada. Me golpeó duramente, tan desacostumbrado estaba ya a ella. La Dama se tambaleó también. Un maullar de miedo escapó de sus labios. No deseaba estar desarmada. No ahora. Pero era la única forma.
El suelo se estremeció una vez, suavemente, luego se alzó en un geiser. Retrocedí un paso. Tembloroso, contemplé la fuente de limo dispersarse… y me asombré de ver no a un hombre sino al dragón…
¡El maldito dragón! No había pensado en eso.
Se alzó hasta quince metros, con las llamas ardiendo alrededor de su cabeza. Rugió. ¿Y ahora qué? En la nada la Dama no podía escudarnos.
El Dominador huyó por completo de mi mente.
Tensé una flecha hacia su cabeza, apuntando a las fauces abiertas de la bestia.
Un grito me contuvo. Me volví. Bomanz avanzaba y chillaba, lanzando insultos en TelleKurre. El dragón le miró con los ojos muy abiertos. Y recordó que tenían un asunto por terminar.
Atacó como una serpiente. Las llamas formaron un chorro por delante de él.
El fuego envolvió a Bomanz pero no le causó ningún daño. Se mantenía más allá de la nada.
La Dama se movió unos pasos a su derecha, para mirar más allá del dragón, cuyas patas delanteras estaban ahora libres y escarbando para arrastrar y liberar el resto de su inmenso cuerpo. No podía ver nada de nuestra presa. Pero los Tomados voladores estaban en sus puestos de ataque. Pesados venablos portadores de fuego estaban ya en camino. Rugieron en su trayectoria descendente, estallaron.
Una voz como un trueno anunció:
—Se encamina al río.
La Dama se apresuró a avanzar. Linda siguió moviéndose llevando la nada hacia el agua. Los fantasmas maldijeron y saltaron a mi alrededor. Estaba demasiado distraído para responder.
Las mantas picaron en rápidas parejas oscuras, danzando entre los rayos de luz soltados por las ballenas del viento. El aire crepitó, con un olor seco y extraño.
De pronto Rastreador estaba entre nosotros, murmurando algo acerca de salvar al árbol.
Oí un creciente bramar de cuernos. Esquivé una agitada pata de dragón, eludí una martilleante ala, miré hacia atrás.
Docenas de esqueléticos humanos vestidos con harapos brotaron del bosque tras la estela de un cojeante Perro Matasapos.
—Sabía que no era la última vez que veríamos a ese bastardo. —Intenté llamar la atención de la Dama—. Las tribus del bosque. Están atacando a la Guardia. —El Dominador tenía al menos un as en la manga.
La Dama no me prestó atención.
Lo que hicieran los hombres de las tribus y la Guardia no era de importancia para nosotros en este momento. Teníamos una presa de la que ocuparnos y no nos atrevíamos desviar la atención hacia ninguna otra cosa.
—¡En el agua! —La voz retumbó desde arriba. Linda avanzó un poco más. La Dama y yo nos arrastramos sobre un suelo que todavía ondulaba con los esfuerzos del dragón por liberarse. Nos ignoró. Bomanz retenía toda su atención.
Una ballena del viento se dejó caer. Sus tentáculos sondearon el río. Atrapó algo, soltó agua de lastre.
Una figura humana se retorció en la presa de la ballena, gritando. Mi espíritu se elevó. Lo habíamos conseguido…
La ballena se elevó demasiado. Por un momento alzó al Dominador por encima de la nada.
Un error mortal.
Truenos. Relámpagos. Terror sobre ardientes cascos. La mitad de la ciudad y una cuña hasta el borde de la nada se hicieron pedazos, ardieron y se ennegrecieron.
La ballena estalló.
El Dominador cayó. Mientras caía hacia el agua y la nada, aulló:
—¡Sylith! ¡Nombro tu nombre!
Disparé una flecha.
En la diana. Uno de los mejores disparos que haya hecho nunca. Le alcancé en el costado. Chilló y aferró el asta con dedos como garras. Entonces golpeó el agua. Los rayos de las mantas hicieron hervir el río. Otra ballena se dejó caer y arrastró los tentáculos por debajo de la superficie. Durante un largo momento me aterró la idea de que el Dominador pudiera permanecer bajo el agua y escapar.
Pero volvió a elevarse, de nuevo presa de un monstruo. Esta ballena también ascendió demasiado. Y pagó el precio, aunque la magia del Dominador estaba muy debilitada, probablemente por mi flecha. Lanzó un alocado conjuro que se extravió e inició una serie de fuegos en el recinto de la Guardia. Los Guardias y los hombres de las tribus estaban enzarzados en una lucha cuerpo a cuerpo cerca de él. El conjuro acabó con docenas de ambos bandos.
No lancé otra flecha. Estaba paralizado. Me habían asegurado que el nombrar un nombre, una vez observados los rituales adecuados, no podía ser detenido por la nada. Pero la Dama ni siquiera se había tambaleado. Permanecía a sólo un paso del borde de tierra, contemplando la cosa que había sido su esposo. El nombrar el nombre de Sylith no la había alterado en lo más mínimo.
¡No Sylith! Dos veces la había nombrado equivocadamente el Dominador… Sólo quedaba un nombre que intentar. Pero mi sonrisa era hueca. Yo la habría nombrado Sylith.
Una tercera ballena del viento agarró al Dominador. Ésta no cometió el error de las anteriores. Lo llevó a la orilla, hacia Linda y su escolta. Él se debatió furiosamente. ¡Dioses! ¡La vitalidad de ese hombre!
Detrás de nosotros los hombres gritaron. Se oyó el entrechocar de armas. Los Guardias no habían sido tan sorprendidos como yo. Estaban manteniendo su terreno. Los Tomados se apresuraron a apoyarlos desde el aire, lanzando una tormenta de mortífera hechicería. El Perro Matasapos era el centro de su atención.
Elmo, el Teniente y Silencioso agarraron al Dominador en el momento mismo en que la ballena lo soltó. Fue como agarrar a un tigre. Arrojó a Elmo a diez metros de distancia. Oí el crac cuando le rompió la espina dorsal al Teniente. Silencioso se alejó ejecutando una especie de danza. Le clavé otra flecha. Se tambaleó, pero no cayó. Aturdido, avanzó hacia la Dama y hacia mí.
Rastreador se interpuso a medio camino. Depositó al hijo del árbol a un lado, agarró al hombre, se inició un combate de lucha de magnitud épica. Él y el Dominador chillaban como almas atormentadas.
Deseé echar a correr y atender a Elmo y al Teniente, pero la Dama me hizo gesto de que me quedara. Su mirada iba de un lado para otro. Esperaba algo más.
Un gran chillido sacudió la tierra. Una bola de aceitoso fuego rodó hacia el cielo. El dragón aleteó como un gusano herido, gritando. Bomanz había desaparecido.
A quien pude ver fue al Renco. De alguna forma se había arrastrado hasta menos de una docena de pasos de mí sin que yo reparara en él. Mi miedo fue tan grande que casi vacié mis intestinos. Su máscara había desaparecido, El devastado páramo de su rostro desnudo brillaba con una maldad absoluta. En un momento, estaba pensando, saldaría todas las deudas conmigo. Mis piernas se volvieron gelatina.
Apuntó una pequeña ballesta, sonrió. Luego su puntería se desvió hacia un lado. Vio que su dardo era un primo cercano a la flecha que yo tenía en mi arco.
Aquello, finalmente, me electrificó. Finalmente comprendí.
Chilló:
—Credencia, el rito está completo. ¡Nombro tu nombre! —y disparó.
Yo solté mi flecha al mismo instante. Maldito sea, no pude conseguir que la flecha fuera más aprisa. Mi flecha se enterró en su negro corazón, lo derribó de espaldas. Pero demasiado tarde. Demasiado tarde.
La Dama lanzó un grito.
El terror se convirtió en una furia irrazonable. Me lancé contra el Renco, abandonando mi arco por mi espada. No se volvió para enfrentarse a mi asalto. Simplemente se apoyó sobre un codo y miró boquiabierto a la Dama.
Yo me volví realmente loco. Creo que a todos puede ocurrimos, en las circunstancias adecuadas. Pero había sido soldado demasiado tiempo. Hace mucho aprendí que no puedes hacer ese tipo de cosa y permanecer mucho tiempo vivo.
El Renco estaba dentro de la nada. Lo cual significaba que apenas se aferraba a la vida, apenas era capaz de sostenerse, era completamente incapaz de defenderse. Le hice pagar por todos los años de miedo.
Mi primer golpe medio cercenó su cuello. Seguí tajando hasta que terminé el trabajo. Luego esparcí unos cuantos miembros, mellando mi acero y mi locura en los viejos huesos. La cordura empezó a volver a mí. Me di la vuelta para ver lo que le había ocurrido a la Dama.
Estaba caída sobre una rodilla, con el peso de su cuerpo descansando en la otra. Intentaba arrancarse el dardo del Renco. Cargué hacia ella, aparté su mano.
—No. Déjame a mí. Más tarde. —Esta vez estaba menos sorprendido de que el nombre no hubiera funcionado. Esta vez me convenció de que nada podía afectarla.
¡Hubiera debido desaparecer, maldita sea!
Me dejé dominar por un largo acceso de temblores.
Los Tomados que martilleaban desde el aire a la gente del bosque estaban teniendo efecto. Algunos de los salvajes habían empezado a huir. El Perro Matasapos estaba envuelto en dolorosas hechicerías.
—Resiste —le dije a la Dama—. Estamos ganando. Vamos a conseguirlo. —No sabía si realmente creía en ello, pero era lo que ella necesitaba oír.
Rastreador y el Dominador seguían rodando por el suelo, gruñendo y maldiciendo. Silencioso acechaba a su alrededor con una lanza de hoja ancha dispuesta. Cuando se presentara la ocasión, la clavaría en nuestro gran enemigo. Nada podía sobrevivir para siempre a aquello. Linda miraba desde muy cerca, aunque lejos del alcance del Dominador.
Retrocedí hasta la ruina que era el Renco y extraje la flecha que había clavado en su pecho. La cabeza me miró con ojos furiosos. Todavía había vida en su cerebro. Le di una patada y la arrojé a la trinchera dejada por el dragón al alzarse del suelo.
La bestia había dejado de agitarse y aletear. Todavía no se veía ningún signo de Bomanz. Nunca ningún signo de Bomanz. Descubrió el destino que temía, el segundo intento. Mató al monstruo desde dentro.
No considero a Bomanz periférico porque mantuviera la cabeza gacha. Creo que el Dominador esperaba que el dragón se ocupara de Linda y de la Dama en esos preciosos momentos que necesitaba para cerrar la nada. Bomanz desbarató sus planes. Con la misma determinación que la Dama enfrentándose a su inescapable destino.
Regresé a la Dama. Mis manos habían recuperado su firmeza de batalla. Deseé tener mi maletín. Tendría que arreglármelas con mi cuchillo. La hice tender de espaldas, empecé a hurgar. El dardo mellaría atrozmente su carne hasta que pudiera extraerlo. Pese a todo el dolor, consiguió esbozar una sonrisa agradecida.
Una docena de hombres rodeaban ahora a Rastreador y al Dominador, todos empleando sus espadas. Algunos no parecían particularmente preocupados acerca de a quién ensartaban.
Las arenas del tiempo se estaba agotando para el viejo demonio.
Vendé la herida de la dama con una tira de su propia ropa.
—Cambiaremos esto tan pronto como podamos.
Los hombres de las tribus habían sido rechazados. El Perro Matasapos se arrastraba penosamente hacia las tierras altas. Ese viejo can tenía tanta resistencia como su amo. Los Guardias liberados de la lucha se apresuraron hacia nosotros. Llevaban madera para la pira funeraria del viejo enemigo.