El amanecer llega pronto cuando deseas que no lo haga. Las horas discurren rápidas cuando deseas que se arrastren. El día siguiente fue otro día de ejecuciones. Lo único inusual fue que el Renco vino para observar. Pareció satisfecho de que hacíamos las cosas correctamente. Regresó a mis aposentos… donde se dejó caer en mi cama.
Mi visita vespertina a Cuervo mostró pocos cambios. Lance informó que había estado a punto de despertar varias veces y que había vuelto a sumirse en el sueño.
—Sigue dándole sopa. Y no te asuste gritar si me necesitas.
No pude dormir. Intenté pasear por los barracones, pero reinaba un silencio casi completo. Unos pocos Guardias insomnes ocupaban el comedor. Guardaron silencio a mi llegada. Pensé en ir al Diablo Azul. Pero no hallaría una mejor recepción allí. Estaba en la lista de todo el mundo.
Las cosas no podían hacer más que empeorar.
Sabía lo que quería decir la Dama al referirse a la soledad.
Deseaba tener el valor de visitarla ahora que yo necesitaba un abrazo.
Regresé a mi rollo de dormir.
Esta vez me quedé dormido; tuvieron que amenazarme con los fuegos del infierno para conseguir que me levantara.
Liquidamos a los últimos animales de compañía del Dominador antes del mediodía. La Dama ordenó descanso para el resto del día. A la mañana siguiente tendríamos que ensayar el gran show. Ella calculaba que tendríamos unas cuarenta y ocho horas antes de que el río abriera la tumba. Tiempo para descansar, tiempo para practicar, y tiempo más que suficiente para lanzar el primer golpe.
Aquella tarde el Renco salió y voló un poco por los alrededores. Se sentía animado. Aproveché la oportunidad para visitar mis aposentos y husmear un poco, pero todo lo que pude encontrar fue unas cuantas virutas de madera negra y un asomo de polvo plateado, y apenas lo suficiente de ambas cosas como para dejar huellas. Lo había limpiado todo apresuradamente, de modo que no toqué nada. No quería saber qué curiosidades podía despertar si lo hacía. Aparte de eso, no descubrí nada.
La práctica para el Acontecimiento fue tensa. Todo el mundo salió a verla, incluidos el Renco y Bomanz, que se había mantenido tan discreto que todo el mundo lo había olvidado. Las ballenas del viento se alinearon encima del río. Sus mantas planearon y picaron. Linda cargó contra el Gran Túmulo siguiendo un pasillo previamente preparado, deteniéndose a la distancia justa. Los Tomados y los Guardias mantuvieron preparadas sus respectivas armas.
Todo parecía bien. Parecía que iba a funcionar. Entonces, ¿por qué estaba yo tan convencido de que íbamos a tener grandes problemas?
Al momento mismo en que la alfombra tocó el suelo Lance estaba a mi lado.
—Necesito tu ayuda —me dijo, ignorando a la Dama—. No me escucha. Sigue intentando levantarse. Ya se ha caído dos veces de bruces.
Miré a la Dama. Ella me hizo seña de adelante.
Cuervo estaba sentado al borde de su cama cuando llegué.
—He oído decir que te has convertido en un grano en el culo. ¿Para qué ha servido sacarte del Túmulo si piensas suicidarte?
Su mirada se alzó lentamente. No pareció reconocerme. Oh, maldita sea, pensé. Su mente está en otra parte.
—¿Ha hablado, Lance?
—Algo. Lo que ha dicho no siempre tenía sentido. Creo que no se da cuenta de cuánto tiempo ha pasado.
—Quizá debiéramos atarle a la cama.
—No.
Miramos a Cuervo, sorprendidos. Ahora me conocía.
—Nada de atarme, Matasanos. Me comportaré. —Se dejó caer de espaldas en la cama, con una sonrisa—. ¿Cuánto tiempo, Lance?
—Cuéntale la historia —dije—. Voy a ir a buscarle un poco de medicina.
Simplemente deseaba alejarme de Cuervo. Parecía peor con su alma restablecida. Cadavérico. Me recordaba demasiado mi propia mortalidad. Y eso era una cosa que no necesitaba más de lo que estaba ya en mi mente.
Tomé un par de pociones. Una remediaría los temblores de Cuervo. La otra lo sedaría en caso de que le diera demasiados problemas a Lance.
Cuervo me lanzó una tenebrosa mirada cuando regresé. No sé hasta cuan lejos había llegado Lance.
—Bájate de tu gran caballo —le dije—. No tienes ni idea de lo que ocurrió desde Enebro. De hecho, ni idea desde la Batalla de Hechizo. El que te convirtieras en el bravo y áspero solitario no ha ayudado en nada. Bébete esto. Es por los temblores. —Le di a Lance el otro frasco, con instrucciones susurradas.
Con una voz apenas más fuerte que un suspiro, Cuervo preguntó:
—¿Es cierto? ¿Linda y la Dama van a ir tras el Dominador mañana? ¿Juntas?
—Sí. Es el momento de hazlo–o–muere. Para todo el mundo.
—Quiero…
—Quédate aquí tranquilo. Tú también, Lance. No queremos a Linda distraída.
Había conseguido eliminar las preocupaciones acerca de las enmarañadas ramificaciones inherentes a la confrontación de mañana. Ahora volvieron todas a mí en tropel. El Dominador podía no ser el fin de todo. A menos que perdiéramos. Si caía, la guerra con la Dama se reanudaría inmediatamente.
Deseaba enormemente ver a Linda, deseaba estar en sus planes. No me atreví a ir. La Dama me mantenía atado a su correa. Podía interrogarme en cualquier momento.
Un trabajo solitario. Un trabajo solitario.
Lance siguió contando su historia. Luego Goblin y Un Ojo se dejaron caer para contar la historia desde sus respectivas perspectivas. Incluso la Dama se asomó. Me hizo un gesto con la cabeza.
—¿Sí? —pregunté.
—Ven.
La seguí a sus aposentos.
Fuera había caído la noche. Dentro de unas dieciocho horas el Gran Túmulo se abriría por iniciativa propia. Más pronto si seguíamos el plan.
—Siéntate.
Me senté. Dije:
—Tengo una fijación en ello. Mariposas del tamaño de caballos. No puedo pensar en ninguna otra cosa.
—Lo sé. Te consideré una distracción, pero me preocupé demasiado por ti.
Bien, eso me distrajo a mí.
—¿Quizás una de tus pociones?
Negué con la cabeza.
—No hay nada específico para el miedo en mi arsenal. He oído decir que los hechiceros…
—Esos antídotos tienen un precio demasiado alto. Necesitaré tus habilidades para con nosotros. Las cosas no tienen que ir como fueron en el ensayo.
Alcé una ceja. Ella no se explicó. Supongo que esperaba mucha improvisación por parte de sus aliados.
Apareció el sargento de comedor. Sus hombres entraron una gran comida que depositaron sobre una mesa traída especialmente para ello. ¿Un último festín para el condenado? Después de que se fueran la Dama dijo:
—Encargué lo mejor para todo el mundo. Incluidos tus amigos en la ciudad. El desayuno será igual. —Parecía bastante tranquila. Pero estaba más acostumbrada a las confrontaciones de alto riesgo…
Bufé para mí mismo. Recordé que me había pedido un abrazo. Estaba tan asustada como cualquiera de los demás.
Ella se dio cuenta pero no hizo ninguna pregunta… señal suficiente de que estaba enfocada hacia dentro de sí misma.
La comida fue un milagro considerando las materias primas de las que disponían los cocineros. Pero no era nada excepcional. No intercambiamos ninguna palabra durante todo el tiempo. Yo terminé primero, apoyé los codos sobre la mesa, me retiré en mis pensamientos. Ella no tardó en imitarme. Había comido muy poco. Al cabo de unos minutos fue a su dormitorio. Regresó con tres flechas negras. Cada una tenía grabados en plata una serie de caracteres en escritura TelleKurre. Había visto otras semejantes antes. Atrapaalmas le había dado una a Cuervo cuando emboscamos al Renco y a Susurro.
Dijo:
—Utiliza el arco que te di. Y permanece cerca.
Las flechas parecían idénticas.
—¿De quién?
—De mi esposo. No pueden matarle. Carecen de su auténtico nombre. Pero le frenarán.
—¿Crees que el resto del plan no funcionará?
—Es posible cualquier cosa. Pero deberían considerarse todas las eventualidades. —Sus ojos se clavaron en los míos. Había algo allí… Apartó la mirada. Dijo—: Será mejor que te vayas. Duerme bien. Te quiero alerta mañana.
Me eché a reír.
—¿Dormir? ¿Cómo?
—Ha sido arreglado. Para todos menos para la sección de guardia.
—Oh. —Hechicería. Uno de los Tomados pondría a todo el mundo a dormir. Me levanté. Me entretuve unos pocos segundos, echando troncos al fuego. Le di las gracias por la comida. Finalmente conseguí decir lo que rondaba por mi mente—: Quiero desearte suerte. Pero no puedo poner todo mi corazón en ello.
Su sonrisa fue pálida.
—Lo sé. —Me siguió hasta la puerta.
Antes de salir cedí a un último impulso, me volví… La encontré allí, esperando. La abracé durante medio minuto.
Maldita fuera por ser humana. Pero yo lo necesitaba también.