Desperté con un sobresalto. ¡La nada! Había estado tanto tiempo fuera de ella que su presencia me alteró. Me levanté apresuradamente, descubrí que estaba solo en la habitación. No sólo aquí, sino prácticamente en los barracones. Había unos pocos guardias en el comedor.

El sol todavía no se había alzado.

El viento seguía aullando alrededor del edificio. Había un marcado helor en el aire, aunque los fuegos ardían altos. Me serví unas gachas de avena y me pregunté qué era lo que me estaba perdiendo.

La Dama entró cuando terminaba.

—Ah, aquí estás. Pensé que tendría que marcharme sin ti.

Fueran cuales fuesen sus problemas la noche anterior, ahora se la veía activa y confiada y dispuesta a emprender lo que fuera. La nada desapareció mientras iba en busca de mi chaquetón. Me dejé caer momentáneamente por mi habitación. El Renco todavía estaba allí. Me marché con el ceño pensativamente fruncido.

En la alfombra. Tripulación completa hoy. Cada alfombra tenía tripulación y armamento completos. Pero en lo que yo estaba más interesado era en la ausencia de nieve entre la ciudad y el Túmulo.

Ese viento aullante se la había llevado consigo.

Subimos cuando empezaba a haber ya luz suficiente para vernos. La Dama hizo alzarse la alfombra hasta que el Túmulo pareció un mapa que tomaba forma a medida que las sombras se vaporizaban. Nos situó girando en un prieto círculo. El viento, observé, había cesado.

El Gran Túmulo parecía a punto de colapsarse en el río.

—Cien horas —dijo, como si adivinara mis pensamientos. Así que ya nos veíamos reducidos a contar en horas.

Miré hacia el horizonte. Allí.

—El cometa.

—No pueden verlo desde el suelo. Pero esta noche… tendrá que estar nublado.

Abajo, diminutas figuras se escurrían por una cuarta parte de la zona despejada. La Dama desenrolló un mapa similar al de Bomanz.

—Cuervo —dije.

—Hoy. Si tenemos suerte.

—¿Qué están haciendo ahí abajo?

—Inspeccionando.

Estaba ocurriendo algo más que eso. Los Guardias habían salido en uniforme completo de campaña y formaban un arco alrededor del Túmulo. Estaban ensamblando máquinas de asedio ligeras. Pero algunos hombres estaban de hecho inspeccionando y plantando hileras de lanzas que ondeaban estandartes de colores. No pregunté por qué. Ella no me lo explicaría.

Una docena de ballenas del viento planearon hacia el este, más allá del río. Había creído que se habían marchado hacía mucho.

El cielo ardía con la conflagración del amanecer.

—Primera prueba —dijo la Dama—. Un monstruo débil. —Frunció concentrada el ceño. Nuestra alfombra empezó a brillar.

Un caballo blanco y un jinete blanco salieron de la ciudad. Linda. Acompañada por Silencioso y el Teniente. Linda cabalgó hacia un pasillo delimitado por estandartes. Se detuvo al lado del último.

La tierra entró en erupción. Algo que podía ser un primo en primer grado del Perro Matasapos, e incluso algo relacionado más de cerca con un pulpo, brotó a la luz. Corrió por el Túmulo, hacia el río, lejos de la nada.

Linda galopó hacia la ciudad.

La furia de los hechiceros llovió desde las alfombras. El monstruo quedó reducido a cenizas en segundos.

—Uno —dijo la Dama. Debajo, los hombres iniciaron otro pasillo de estandartes.

Y así seguimos, lenta y deliberadamente, durante todo el día. La mayoría de las criaturas del Dominador huyeron hacia el río. Las pocas que cargaron en la otra dirección se encontraron con una barricada de fuego de proyectiles antes de sucumbir a los Tomados.

—¿Habrá tiempo de eliminarlos a todos? —pregunté cuando el sol ya se estaba poniendo. Había permanecido inquieto durante horas, sentado inmóvil en un mismo lugar.

—Más que suficiente. Pero no va a ser así de fácil.

Sondeé un poco, pero no quiso ampliar lo que había dicho.

A mí me parecía fácil. Simplemente hacerlos salir y seguir haciéndolos salir, y luego ir a por el premio gordo cuando todos hubieran desaparecido. Podía ser duro, pero ¿qué podía hacer él envuelto en la nada?

Cuando entré tambaleante en los barracones, hasta mi habitación, encontré al Renco todavía trabajando. Los Tomados necesitan menos descanso que nosotros los mortales, pero él tenía que estar al borde del colapso. ¿Qué demonios estaba haciendo?

Luego estaba Bomanz. Hoy no había aparecido. ¿Qué estaba intentando sacarse de la manga?

Estaba tomando una cena muy parecida al desayuno cuando Silencioso se materializó. Se sentó al otro lado de la mesa, aferrando un cuenco de gachas como si fuera un cuenco de pedir limosna.

—¿Cómo fue para Linda? —pregunté.

Hizo signos:

—Casi disfrutó con ello. Corrió riesgos que no hubiera debido correr. Una de esas cosas casi la alcanzó. Otto resultó herido rechazándola.

—¿Me necesita?

—Un Ojo se ocupó de él.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Es la noche de sacar a Cuervo.

Oh. Había olvidado de nuevo a Cuervo. ¿Cómo podía contarme entre sus amigos cuando me mostraba tan indiferente a su destino?

Silencioso me siguió a donde me alojaba con Un Ojo y Goblin. Esos dos se nos unieron al poco tiempo. Estaban muy pacíficos. A ambos se les habían asignado papeles importantes en el rescate de nuestro viejo amigo.

Me preocupaba más Silencioso. La sombra había pasado sobre él. Estaba luchando contra ella. ¿Sería lo bastante fuerte como para vencer?

Parte de él no deseaba que Cuervo fuera rescatado.

Parte de mí tampoco.

Una Dama muy cansada vino para preguntar:

—¿Participarás en esto?

Sacudí negativamente la cabeza.

—No haría más que entrometerme en el camino. Házmelo saber cuando lo hayáis hecho.

Me lanzó una dura mirada, luego se encogió de hombros y se fue.

Muy tarde, un débil Un Ojo me despertó. Me levanté de un salto.

—¿Y bien?

—Lo conseguimos. No sé hasta qué punto. Pero está de vuelta.

—¿Cómo fue?

—Duro. —Se arrastró hasta su rollo de dormir. Goblin estaba ya en el suyo, roncando. Silencioso había vuelto con ellos. Estaba contra la pared, envuelto en una manta prestada, roncando también. Cuando conseguí despertarme por completo Un Ojo se les había unido.

En la habitación de Cuervo no había nada que ver excepto a Cuervo roncando y a Lance con expresión preocupada. La multitud se había marchado, dejando un intenso olor detrás.

—¿Está bien? —pregunté.

Lance se encogió de hombros.

—No soy médico.

—Yo sí. Déjame echarle una ojeada.

El pulso era bastante fuerte. La respiración algo rápida para alguien que está dormido, pero no de una forma preocupante. Las pupilas dilatadas. Los músculos tensos. Sudoroso.

—No parece que haya mucho de que preocuparse. Sigue alimentándolo con caldo. Y llámame tan pronto como empiece a hablar. No le dejes levantarse. Sus músculos serán como arcilla. Podría hacerse daño a sí mismo.

Lance asintió y asintió.

Volví a mi rollo de dormir, permanecí tendido allí interrogándome alternativamente acerca de Cuervo y acerca del Renco. Una lámpara brillaba todavía en mis anteriores aposentos. El último de los antiguos Tomados todavía perseguía su monomaníaca búsqueda.

Cuervo era la mayor preocupación. Iba a necesitar gran cantidad de nuestros cuidados en beneficio de Linda. Y yo estaba de un humor capaz de desafiar sus derechos.