Pasaron varios días. Nadie de ninguna alianza especial ganó aparentemente el menor terreno. La Dama canceló todas las investigaciones. Ella y los Tomados conferenciaban a menudo. Yo era excluido. También Bomanz. El Renco participaba tan sólo cuando se le ordenaba salir de mis aposentos.
Renuncié a intentar dormir allí. Me trasladé con Goblin y Un Ojo. Lo cual muestra lo mucho que el Tomado me inquietaba. Compartir habitación con ésos dos es como vivir en medio de un alboroto inminente.
Cuervo, como siempre, no cambiaba en lo más mínimo y permanecía casi olvidado por todo el mundo excepto por su leal Lance. Silencioso iba a echarle ocasionalmente un vistazo, en beneficio de Linda, pero sin el menor entusiasmo.
Sólo entonces me di cuenta de que Silencioso sentía hacia Linda algo más que lealtad y sentido protector, y que carecía de medios para expresar esos sentimientos. El silencio le era forzado por algo más que por un voto.
No pude averiguar qué hermanas eran las gemelas. Como había anticipado. Rastreador no encontró nada en las genealogías. Era un milagro que hubiera hallado lo que había hallado, teniendo en cuenta la forma en que los hechiceros cubren sus rastros.
Goblin y Un Ojo intentaron hipnotizarle, esperando extraer sus antiguos recuerdos. Fue como acechar fantasmas en medio de una densa niebla.
Los Tomados se trasladaron a vigilar el Gran Trágico. El hielo se estaba acumulando a lo largo de la orilla occidental, desviando la fuerza de la corriente. Una acción chapucera formó una garganta. Amenazó con elevar el nivel del río. Un esfuerzo de dos días nos hizo ganar quizá diez horas.
Ocasionalmente aparecían grandes huellas alrededor del Túmulo, que pronto quedaban borradas por la derivante nieve. Aunque el cielo parecía aclararse, el aire se hizo más frío. La nieve ni se fundía ni se encostraba. Los Tomados se ocupaban de eso. Un viento del este agitaba constantemente la nieve.
Lance se detuvo para decirme:
—La Dama quiere verte, señor. De inmediato.
Dejé de jugar al tonk a tres bandas con Goblin y Un Ojo. Hasta entonces las cosas se habían frenado… excepto el fluir del tiempo. No había nada más que pudiéramos hacer.
—Señor —dijo Lance cuando salimos fuera del alcance auditivo de los otros—, ve con cuidado.
—¿Hum?
—Ella está de mal humor.
—Gracias —acepté. Mi propio humor tampoco estaba demasiado alegre. No necesitaba alimentarse del de ella.
Sus aposentos habían sido reamueblados. Se habían traído alfombras. Las paredes estaban cubiertas por tapices. Se había colocado una especie de diván delante de la chimenea, donde ardía un fuego con un reconfortante crujir. La atmósfera parecía calculada. El hogar tal como lo soñamos en vez de tal como es.
Ella estaba sentada en el diván.
—Ven a sentarte conmigo —dijo, sin volver la vista para ver quién había entrado. Fui a tomar una de las sillas—. No. Aquí, a mi lado. —De modo que me senté en el diván.
—¿Qué ocurre?
Sus ojos estaban fijos en algo muy lejano. Su rostro decía que sufría por algo.
—Lo he decidido.
—¿Sí? —Aguardé nerviosamente, no seguro de lo que quería decir, menos seguro aún de que yo perteneciera allí.
—Las elecciones se han hecho cada vez más angostas. Puedo rendirme y convertirme en otro de los Tomados.
Aquélla era una penalización menos terrible de lo que había esperado.
—¿O?
—O puedo huir. Una batalla que no puede ganarse. O ganarse solamente con su pérdida.
—Si no puedes ganar, ¿por qué huir? —No hubiera preguntado eso a uno de la Compañía. Hubiera sabido de antemano la respuesta.
Pero ella no era de los nuestros.
—Porque el resultado puede ser modelado. No puedo ganar. Pero puedo decidir quién lo hace.
—¿O al menos asegurarte de que no es él?
Un lento asentimiento de cabeza.
Su negro humor empezó a tener sentido. Lo he visto en el campo de batalla, con hombres a punto de emprender una acción que probablemente será fatal para ellos pero que debe intentarse para que otros no perezcan.
Para cubrir mi reacción, me deslicé fuera del diván y añadí tres troncos pequeños al fuego. Dado nuestro humor sería agradable estar sentados allí ante el crepitante fuego, contemplando el danzar de las llamas.
Hicimos eso durante un rato. Tenía la sensación de que no se esperaba que yo hablase.
—Empieza a la salida del sol —dijo al fin.
—¿Qué?
—El conflicto final. Ríete de mí, Matasanos. Voy a intentar matar una sombra. Sin ninguna esperanza de sobrevivir yo.
¿Risa? Nunca. Admiración. Respeto. Todavía era mi enemigo, pero al final era incapaz de extinguir esa última chispa de luz y así morir de otra forma.
Todo esto mientras permanecía sentada allí severamente, con las manos cruzadas sobre su regazo. Miraba fijamente al fuego como si estuviera segura de que finalmente iba a revelar la respuesta a algún misterio. Empezó a temblar.
Esta mujer para quien la muerte albergaba un terror tan devorador había elegido la muerte por encima de la rendición.
¿Qué le hacía esto a mi confianza? Nada bueno. Nada bueno en absoluto. Quizá me hubiera sentido mejor si hubiera visto el cuadro como lo veía ella. Pero no habló de ello.
En una voz muy, muy suave y tentativa, preguntó:
—¿Matasanos? ¿Me abrazarás?
¿Qué? No lo dije, pero estoy seguro como el infierno de que lo pensé.
No dije nada. Torpemente, inseguro, hice lo que me pedía.
Empezó a llorar contra mi hombro, suavemente, silenciosamente, sacudiéndose como un conejito cautivo.
Pasó largo tiempo antes de que dijera algo. No supuse nada.
—Nadie ha hecho esto desde que era un bebé. Mi nodriza…
Otro largo silencio.
—Nunca tuve un amigo.
Otro largo silencio.
—Estoy asustada, Matasanos. Y sola.
—No. Todos estamos contigo.
—No por las mismas razones. —Guardó silencio de nuevo. La mantuve abrazada durante largo rato. El fuego se fue apagando y su luz menguó en la habitación. Fuera, el viento empezó a aullar.
Cuando finalmente pensé que se había quedado dormida, y empecé a desprenderme de ella, se aferró más fuerte, de modo que me inmovilicé y seguí abrazándola, aunque me dolían la mitad de los músculos de mi cuerpo.
Finalmente se apartó de mí, se levantó, avivó el fuego. Me senté. Ella permaneció de pie detrás de mí durante un rato, contemplando la llamas. Luego apoyó una mano sobre mi hombro durante un momento. Con una voz muy lejana dijo:
—Buenas noches.
Se fue a otra habitación. Permanecí sentado durante diez o quince minutos antes de echar un último tronco al fuego y regresar arrastrando los pies al mundo real.
Debía de tener un aspecto cansado y extraño. Ni Goblin ni Un Ojo me dijeron nada. Me eché en mi rollo de dormir, de espaldas a ellos, pero no conseguí dormirme durante largo tiempo.