Aquella noche volvió a nevar. Auténtica nieve, quince centímetros en una hora y sin indicios de parar. El ruido ocasionado por los Guardias mientras luchaban por despejarla de delante de las puertas y de las alfombras me despertó.

Me había dormido pese al Renco.

Un instante de terror. Me senté bruscamente, envarado. Él siguió con su tarea.

Los barracones estaban calientes porque, completamente enterrados, conservaban el calor.

Había conmoción ahí fuera pese al tiempo. Los Tomados habían llegado mientras yo dormía. Los Guardias no sólo cavaban sino que se apresuraban en otras tareas.

Un Ojo se me unió para un breve desayuno. Dije:

—Así que ella piensa seguir adelante. Pese al tiempo.

—No va a mejorar, Matasanos. Ese tipo de ahí fuera sabe lo que está ocurriendo. —Parecía hosco.

—¿Qué es lo que ocurre?

—Sé contar, Matasanos. ¿Qué puedes esperar de un tipo con una semana para empezar a vivir?

Mi estómago se contrajo. Sí. Había conseguido evitar hasta entonces los pensamientos de aquel tipo, pero…

—Hemos estado en lugares difíciles antes. La Escalera Rota. Enebro. Berilo. Nos salimos de ello.

—Todavía sigo preguntándomelo.

—¿Cómo está Linda?

—Preocupada. ¿Cómo estarías tú? Es como un bicho metido entre el martillo y el yunque.

—La Dama la ha olvidado.

Bufó.

—No dejes que tu dispensa especial erosione tu sentido común, Matasanos.

—Sabio consejo —admití—. Pero innecesario. Un halcón no podría vigilarla más estrechamente.

—¿Vas a salir?

—No me lo perdería por nada del mundo. ¿Sabes dónde puedo obtener calzado para la nieve?

Sonrió. Por un instante el demonio de pasados años asomó en su ojo.

—Algunos tipos a los que conozco, sin mencionar nombres, ya sabes cómo es eso, requisaron media docena de pares de los armarios de la Guardia la otra noche. El hombre de guardia se durmió en su puesto.

Sonreí y le guiñé un ojo. No los veía lo suficiente como para saber lo que estaban haciendo, pero seguro que no se limitaban a sentarse y esperar.

—Un par de pares fueron a Linda, sólo por si acaso. Quedan cuatro pares. Y sólo el germen de un plan.

—¿De veras?

—De veras. Ya lo verás. Brillante, aunque lo diga yo.

—¿Dónde están los zapatos? ¿Cuándo vais a hacerlo?

—Reúnete con nosotros en la sala de fumar después de que los Tomados hayan despegado.

Varios Guardias entraron a comer, con aspecto exhausto, gruñendo. Un Ojo se marchó, dejándome sumido en profundos pensamientos. ¿Qué estaban complotando?

Los planes más cuidadosamente preparados. La Dama entró en el comedor.

—Ponte los guantes y el chaquetón, Matasanos. Es la hora.

La miré con la boca abierta.

—¿Vas a venir?

—Pero… —Rebusqué intentando hallar una excusa—. Si vamos, alguien tendrá que hacerlo sin alfombra.

Me lanzó una mirada extraña.

—El Renco se queda aquí. Vamos. Recoge tu ropa.

Lo hice, medio aturdido, pasando junto a Goblin cuando salimos. Le lancé un breve movimiento de cabeza.

Un momento antes de que nos eleváramos la Dama se tendió hacia atrás y me ofreció algo.

—¿Qué es esto?

—Mejor llévalo. A menos que desees ir sin ningún amuleto.

—Oh.

No parecía gran cosa. Algo de jaspe y jade baratos sobre una quebradiza piel. Sin embargo, cuando aseguré la hebilla alrededor de mi muñeca, capté el poder que había en él.

Pasamos muy bajos por encima de los techos. Eran la única guía visual disponible. Fuera en terreno despejado no había nada. Pero, siendo la Dama, tenía otros recursos.

Giramos alrededor de los límites del Túmulo. Descendimos en el lado del río hasta que el agua estuvo a un solo metro por debajo de nosotros.

—Hay mucho hielo —dije.

Ella no respondió. Estaba estudiando la línea de la orilla, ahora ya dentro del propio Túmulo. Una empapada sección de la orilla se desmoronó, revelando una docena de esqueletos. Hice una mueca. A los pocos momentos estaban cubiertos por la nieve o habían sido barridos por el agua.

—Justo en el tiempo previsto, supongo —dije.

—Hum. —Rodeó el perímetro. Un par de veces divisé otras alfombras trazando círculos. Algo allá abajo captó mi atención.

—¡Ahí abajo!

—¿Qué?

—Creí ver huellas.

—Es probable. El Perro Matasapos está cerca.

Oh, dioses.

—Es el momento —dijo, y giró hacia el Gran Túmulo.

Nos posamos en la base del montículo. Ella salió. La seguí. Otras alfombras descendieron. Pronto había allí cuatro Tomados, la Dama, un viejo médico asustado de pie justo a unos pocos metros de la desesperación del mundo.

Uno de los Tomados trajo palas. La nieve empezó a volar. Nos fuimos turnando, nadie exento. Era un maldito trabajo, y se volvió más maldito cuando alcanzamos la maleza enterrada. Se hizo peor aún cuando llegamos a la helada tierra. Tuvimos que ir lentamente. La Dama dijo que Bomanz apenas estaba cubierto.

La cosa pareció durar una eternidad. Cavar y cavar y cavar. Pusimos al descubierto una marchita cosa humanoide que la Dama nos aseguró que era Bomanz.

Mi pala cliqueteó contra algo en mi último turno. Me incliné para examinarlo, pensando que era una piedra. Aparté la helada tierra…

Y me lancé fuera del agujero, giré, señalé. La Dama bajó. Su risa flotó hacia arriba.

—Matasanos ha encontrado al dragón. Su mandíbula, al menos.

Yo seguí retirándome hacia nuestra alfombra…

Algo enorme se cernió sobre ella, con un bajo rugir. Salté a un lado, la nieve me tragó. Hubo gritos, gruñidos… Cuando emergí ya todo había pasado. Vi al Perro Matasapos retirarse de la alfombra, algo más que un poco maltrecho.

La Dama y los Tomados habían estado preparados para su aparición.

—¿Por qué nadie me advirtió? —gemí.

—Hubiera podido leerte. Lo único que lamento es no haberlo lisiado.

Dos Tomados, probablemente del género masculino, alzaron a Bomanz. Estaba tan rígido como una estatua, pero había algo en él que incluso yo podía sentir. Una chispa o algo. Nadie podía confundirlo por un muerto. Fue directo a la alfombra.

La furia en el montículo había sido como un goteo apenas captado, como el zumbar de una mosca cruzando una habitación. Ahora nos golpeó, un duro martillazo que apestaba a locura. No había ni una pizca de miedo en ella. Esa cosa tenía una confianza absoluta en su victoria definitiva. Nosotros sólo éramos retrasos e irritantes.

La alfombra que llevaba a Bomanz partió. Luego otra. Ocupé mi lugar y deseé que la Dama me llevara lejos de allí a toda prisa.

Un estallido de gritos y gruñidos brotó en dirección a la ciudad. Una brillante luz zigzagueó a través de la nevada.

—Lo sabía —gruñí, con uno de mis temores realizado. El Perro Matasapos había encontrado a Un Ojo y Goblin.

Otra alfombra se alzó. La Dama abordó la nuestra, cerró la cúpula.

—Estúpidos —dijo—. ¿Qué están haciendo?

Yo no dije nada.

Ella no lo vio. Su atención estaba centrada en la alfombra, que no se estaba comportando como debiera. Algo parecía tirar de ella hacia el Gran Túmulo. Pero yo sí lo vi. El feo rostro de Rastreador pasó al nivel de mis ojos. Cargaba con el hijo del árbol.

Entonces reapareció el Perro Matasapos, persiguiendo a Rastreador. La mitad del rostro del monstruo había desaparecido. Corría sobre tres patas. Pero parecía suficiente como para despedazar a Rastreador.

La Dama vio al Perro Matasapos. Hizo girar la alfombra. Lanzó sistemáticamente sus ocho venablos de diez metros. No falló. Y sin embargo… arrastrando los proyectiles, envuelto en llamas, el Perro Matasapos se arrastró al Gran Río Trágico. Se hundió y no reapareció.

—Esto lo mantendrá fuera del camino por un tiempo.

A menos de diez metros de distancia, ignorando todo aquello, Rastreador estaba limpiando la cima del Gran Túmulo a fin de poder plantar su árbol.

—Idiotas —murmuró la Dama—. Estoy rodeada de idiotas. Incluso el Árbol es un idiota.

No se explicó. Tampoco interfirió.

Busqué rastros de Un Ojo y Goblin mientras volábamos de vuelta a casa. No vi nada. No estaban en el recinto. Por supuesto. Todavía no había llegado el tiempo para ellos de volver con los zapatos para la nieve. Pero cuando todavía no habían aparecido una hora más tarde, empecé a tener problemas en concentrarme en la reanimación de Bomanz.

La operación empezó con repetidos baños calientes, tanto para calentar su carne como para limpiarlo. No presencié los preliminares. La Dama me mantuvo con ella. Ella tampoco los presenció hasta que los Tomados estuvieron dispuestos para la aceleración final. Y ésa no fue en absoluto impresionante. La Dama hizo unos cuantos gestos alrededor de Bomanz —que parecía bastante apolillado— y dijo algunas palabras en un lenguaje que no comprendí.

¿Por qué los hechiceros usan siempre lenguajes que nadie comprende? Incluso Goblin y Un Ojo lo hacen. Cada uno me ha confiado que uno no puede seguir la lengua que utiliza el otro. ¿Quizá no es más que otro de sus artificios?

Sus palabras funcionaron. Aquella vieja ruina volvió a la vida, rechinantemente decidida a avanzar contra un viento salvaje. Avanzó tres pasos antes de registrar sus alteradas circunstancias.

Se inmovilizó. Se volvió lentamente, y su rostro se colapso en pura desesperación. Su mirada se clavó en la Dama. Transcurrieron quizá dos minutos. Entones nos miró al resto de nosotros y consideró sus alrededores.

—Explícale, Matasanos.

—Él habla…

—El forsberger no ha cambiado.

Miré a Bomanz, una leyenda vuelta a la vida.

—Soy Matasanos. Un médico militar de profesión. Tú eres Bomanz…

—Su nombre es Set Creta, Matasanos. Establezcamos esto inmediatamente.

—Tú eres Bomanz, cuyo auténtico nombre puede ser Set Creta, un hechicero de Galeote. Ha pasado casi un siglo desde que intentaste contactar con la Dama.

—Cuéntale toda la historia. —La Dama usaba un dialecto de las Ciudades Joya que probablemente se hallaba más allá de las capacidades de Bomanz.

Hablé hasta que me quedé ronco. El surgir del imperio de la Dama. La amenaza derrotada en la batalla de Hechizo. La amenaza derrotada en Enebro. La actual amenaza. No dijo ni una palabra en todo ese tiempo. Ni una sola vez vi en él al gordo, casi obsequioso tendero de la historia.

Sus primeras palabras fueron:

—Bien. Entonces no fracasé por completo. —Se enfrentó a la Dama—. Y tú sigues teñida por la luz, No–Ardath. —Se enfrentó a mí de nuevo—. Llévame a la Rosa Blanca. Tan pronto como haya comido.

Ni una protesta de la Dama.

Comió como un bajo y gordo tendero.

La Dama en persona me ayudó a ponerme de nuevo mi empapado chaquetón de invierno.

—No te demores —me advirtió.

Apenas habíamos partido cuando Bomanz pareció decrecer.

—Soy demasiado viejo —dijo—. No dejes que eso de ahí atrás te engañe. Pura actuación. Cuando juegas con los chicos grandes, tienes que actuar. ¿Qué puedo hacer? Un centenar de años. Menos de una semana para redimirme. ¿Cómo me pondré a la altura de las cosas en tan poco tiempo? El único personaje principal al que conozco es la Dama.

—¿Por qué pensaste que era Ardath? ¿Por qué no una de las otras hermanas?

—¿Había más de una?

—Cuatro. —Las nombré—. A partir de tus papeles he establecido que Atrapaalmas era la llamada Dorotea…

—¿Mis papeles?

—Así los llamamos. Porque tu historia de cómo despertaste a la Dama era la más prominente en ellos. Siempre se ha supuesto, hasta hace unos pocos días, que tú los reuniste y tu esposa se los llevó cuando creyó que habías muerto.

—Eso merece una investigación. No coleccioné nada. No me arriesgué a guardar nada excepto un mapa del Túmulo.

—Conozco muy bien ese mapa.

—Debo ver esos papeles. Pero primero tu Rosa Blanca. Mientras tanto, háblame de la Dama.

Tenía problemas en seguirle. Zigzagueaba constantemente, derramando ideas.

—¿Qué pasa con ella?

—Hay una detectable tensión entre nosotros. De enemigos que son amigos, quizá. ¿Amantes que son enemigos? Oponentes que se conocen bien el uno al otro y se respetan. Si tú la respetas, es por alguna razón. Es imposible respetar a una maldad total. No puede respetarse a sí misma.

Huau. Tenía razón. Yo la respetaba. Así que hablé un poco. Y mi tema fue, cuando me di cuenta de ello, que ella seguía teñida por la luz.

—Intentó esforzadamente ser un villano. Pero cuando se enfrentó a la auténtica oscuridad, a la cosa bajo el montículo, sus debilidades empezaron a mostrarse.

—Es sólo ligeramente menos difícil para nosotros extinguir la luz dentro de nosotros de lo que lo es conquistar la oscuridad. Un Dominador aparece tan sólo una vez en cien generaciones. Los otros, como los Tomados, no son más que imitaciones.

—¿Puedes enfrentarte a la Dama?

—Difícilmente. Sospecho que mi destino es convertirme en uno de los Tomados cuando ella encuentre algo de tiempo. —Ese viejo chico había aterrizado de pie. Se detuvo—. ¡Dioses! ¡Es fuerte!

—¿Quién?

—Vuestra Linda. Una increíble absorción. Me siento tan impotente como un niño.

Entramos en el Diablo Azul a través de una ventana del primer piso. La nieve se había acumulado hasta tan alto.

Un Ojo, Goblin y Silencioso estaban abajo en la sala común con Linda. Los primeros dos parecían un poco desgastados.

—Vaya —dije—. Lo conseguisteis, chicos. Pensé que el Perro Matasapos se os había zampado para almorzar.

—Ningún problema —dijo Un Ojo—. Nosotros…

—¿Qué quieres decir con nosotros? —preguntó Goblin—. Tú eras tan inútil como las tetas en un jabalí. Silencioso…

—Callaos. Éste es Bomanz. Quiere reunirse con Linda.

—¿Bomanz? —chilló Goblin.

—Él mismo en persona.

Su reunión fue casi una entrevista de tres preguntas. Linda se hizo cargo inmediatamente de ella. Cuando se dio cuenta de que Linda lo estaba conduciendo, Bomanz cortó en seco. Me dijo:

—El siguiente paso. Leeré mi pretendida autobiografía.

—¿No es tuya?

—Es poco probable. A menos que mi memoria me sirva peor de lo que supongo.

Regresamos al recinto en silencio. Parecía reflexionar. Linda causaba ese impacto en aquéllos que la conocían por primera vez. Es sólo Linda para aquellos de nosotros que la conocemos desde siempre.

Bomanz hojeó el manuscrito original, haciendo ocasionalmente preguntas acerca de pasajes específicos. Estaba poco familiarizado con el dialecto UchiTelle.

—Entonces, ¿no tuviste nada que ver con eso?

—No. Pero mi esposa fue la fuente principal. Pregunta. ¿Fue rastreada la chica Curiosa?

—No.

—Es la que hay que seguir. Es el único superviviente con algún significado.

—Se lo diré a la Dama. Pero no hay tiempo para ello. Dentro de pocos días va a desatarse el infierno ahí fuera. —Me pregunté si Rastreador habría conseguido plantar el arbolito. Serviría de mucho cuando el Gran Trágico alcanzara el montículo. Un movimiento valiente pero estúpido, Rastreador.

Sin embargo, los efectos de su esfuerzo fueron pronto evidentes. Cuando fui a transmitirle la sugerencia de Bomanz acerca de Curiosa, la Dama preguntó:

—¿Has notado el tiempo?

—No.

—Está mejorando. El arbolito ha frenado la habilidad de mi esposo de modelarlo. Demasiado tarde, por supuesto. Pasarán meses antes de que el caudal del río descienda.

Estaba deprimida. Simplemente asintió cuando le dije lo que me había indicado Bomanz.

—¿Es tan malo eso? ¿Estamos derrotados antes de que entremos las listas?

—No. Pero el precio de la victoria está escalando. No deseo pagar ese precio. No sé si puedo.

Permanecí allí perplejo, aguardando una ampliación del tema. No llego ninguna.

Al cabo de un tiempo ella dijo:

—Siéntate, Matasanos. —Me senté en la silla que me indicaba, cerca de un rugiente fuego diligentemente atendido por el soldado Lance. Al cabo de un momento despidió a Lance. Pero siguió sin suceder nada.

—El tiempo estrecha el nudo corredizo —murmuró en un momento determinado; y en otro—: Temo aflojar el nudo.