Algo que yace en esa mente dentro de la mente no quería soltarme. Me agité y me di la vuelta, me desperté, me dormí de nuevo, y finalmente, en las horas anteriores a la madrugada, asomó a la superficie. Me levanté y me puse a hojear papeles.
Hallé aquella parte que hizo a la Dama jadear una vez, me sumergí en aquella interminable lista de invitados hasta que hallé a un lord Senjak y sus hijas Ardath, Credencia y Sylith. La más joven, un tal Dorotea, añadía el cronista, no había podido asistir.
—¡Ja! —croé—. La búsqueda se estrecha.
No había más información, pero eso era un triunfo. Suponiendo que la Dama fuera una gemela y Dorotea fuese la más joven y Ardath estuviera muerta, las posibilidades estaban ahora en un cincuenta por ciento. Una mujer llamada Sylith o una mujer llamada Credencia. ¿Credencia? Así era como se traducía.
Me sentí tan excitado que no pude volverme a dormir. Incluso aquel maldito cometa fuera de programa voló fuera de mis pensamientos.
Pero la excitación pereció triturada por las piedras de moler del tiempo. Nada resultó de los Tomados que rastreaban la vida y los papeles de Bomanz. Sugerí a la Dama que recurriera a la propia fuente. Pero ella no estaba preparada para el riesgo. Todavía no.
Nuestro viejo y estúpido amigo Rastreador produjo otra gema cuatro días después de que yo eliminara a la hermana Dorotea. El gran simplón había estado leyendo genealogías toda la noche.
Silencioso vino del Diablo Azul con una expresión que me dijo que había ocurrido algo bueno. Me arrastró fuera, hacia la ciudad, al interior de la nada. Me dio un trozo de mojado papel. Decía, en el simple estilo de Rastreador:
Tres hermanas se casaron. Ardath se casó dos veces, primero con el barón Kaden de Piedradardo, que murió en batalla. Seis años más tarde se casó con Erin SinPadre, un sacerdote sin tierras del dios Vancer, de una ciudad llamada Hondero, en el reino de Vye. Credencia se casó con Bartelmo de Bordada, un renombrado hechicero. Creo recordar que Bartelmo de Bordada se convirtió en uno de los Tomados, pero mi memoria no es de fiar.
No me digas.
Dorotea se casó con Zatara, príncipe heredero de Impulso. Sylith nunca se casó.
A continuación Rastreador demostraba que, por lento que pudiera ser, ocasionalmente afloraba alguna idea del fangal de su mente.
Los registros de fallecimientos revelan que Ardath y su esposo, Erin SinPadre, un sacerdote sin tierras del dios Vancer, de una ciudad llamada Hondero, en el reino de Vye, fueron muertos por unos bandidos mientras viajaban entre Torno y Ova. Mi poco fiable memoria recuerda que esto tuvo lugar sólo meses antes de que el Dominador se proclamara a sí mismo.
Sylith se ahogó en una inundación del Río Sueño algunos años antes, barrida por la corriente ante incontables testigos, Pero su cuerpo no fue hallado nunca.
Teníamos un testigo ocular. Nunca se me había ocurrido pensar en Rastreador de aquel modo, aunque el conocimiento había estado allí para ser reconocido. Quizá pudiéramos hallar alguna forma de acceder a sus recuerdos.
Credencia pereció en la lucha cuando el Dominador y la Dama tomaron Bordada en los primeros días de sus conquistas. No hay ningún registro de la muerte de Dorotea.
—Maldita sea —dije—. El viejo Rastreador vale algo después de todo.
—Suena confuso, pero la razón debería proporcionar algo —hizo signos Silencioso.
Más que algo. Sin trazar gráficos, conectando a todas aquellas mujeres, me sentí lo bastante confiado como para decir:
—Sabemos que Dorotea es Atrapaalmas. Sabemos que Ardath no es la Dama. En cuanto a la hermana que preparó la emboscada que la mató… —Todavía faltaba algo. Si tan sólo supiera cuáles eran las gemelas…
En respuesta a mi pregunta, Silencioso hizo signos:
—Rastreador está buscando registros de nacimientos. —Pero era poco probable anotarse un tanto de nuevo. Lord Senjak no era TelleKurre.
—Una de las registradas como muertas no murió. Apostaría mi dinero por Sylith. Suponiendo que Credencia fuera muerta porque reconoció a una hermana que se suponía que estaba muerta cuando el Dominador y la Dama tomaron Bordada.
—Bomanz menciona una leyenda acerca de la Dama matando a su hermana gemela. ¿Fue una emboscada? ¿O algo más público?
—¿Quién sabe? —dije. Todo se estaba volviendo confuso. Por un momento me pregunté si importaba.
La Dama convocó una asamblea. Nuestra estimación original del tiempo disponible parecía ahora abiertamente optimista. Nos dijo:
—Parece que estábamos confundidos. No hay nada en los documentos de Matasanos que traicione el nombre de mi esposo. Cómo llegó ella a esa suposición es algo que se halla más allá de nosotros en estos momentos. No podemos estar seguros de si faltan documentos. A menos que lleguen pronto noticias de Lords o de Galeote, debemos olvidar este camino. Es el momento de considerar alternativas.
Garabateé una nota, le dije a Susurro que se la pasara a la Dama. La Dama la leyó, luego me miró con ojos pensativamente entrecerrados.
—Erin SinPadre —leyó en voz alta—. Un sacerdote sin tierras del dios Vancer, de Hondero, en el reino de Vye. Esto procedente de un historiador aficionado. Lo que encontraste es menos interesante que el hecho de que lo encontraras, Matasanos. Esta noticia tiene quinientos años de antigüedad. Entonces ya carecía de valor. Quienquiera que fuese Erin SinPadre antes de abandonar Vye, hizo un trabajo absolutamente bueno en eliminar rastros. En la época en que se volvió lo suficientemente interesante como para hacer que sus antecedentes fueran investigados, había eliminado no sólo Hondero sino a toda persona que hubiera vivido en aquel pueblo durante su vida. En sus últimos años fue incluso más lejos, desolando todo Vye. Es por eso que la noción de que esos papeles puedan contener su nombre ha constituido una tal sorpresa.
Me encogí hasta la mitad de mi tamaño, sintiéndome estúpido, Hubiera debido saber que ellos habrían intentado desenmascarar al Dominador antes. Había rendido una pequeña ventaja a cambio de nada. Un tanto por el espíritu de cooperación.
Uno de los nuevos Tomados —es imposible identificarlos, porque todos visten igual— llegó poco después. Él o ella le entregó a la Dama un pequeño cofre tallado. La Dama sonrió cuando lo abrió.
—No sobrevivieron papeles. Pero había esto. —Dejó caer algunos extraños brazaletes—. Mañana iremos tras Bomanz.
Todos los demás lo sabían. Yo tuve que preguntar:
—¿Qué son?
—Los amuletos hechos para la Guardia Eterna en la época de la Rosa Blanca. Para que pudieran entrar en el Túmulo sin peligro.
La excitación resultante sobrepasó mi comprensión.
—La esposa debió llevárselos. Aunque cómo puso sus manos sobre ellos es un misterio. Interrumpamos la reunión por ahora. Necesito tiempo para pensar. —Nos despidió como la esposa de un granjero aleja a las gallinas.
Regresé a mi habitación. El Renco entró flotando tras de mí. No dijo una palabra, pero se inclinó de nuevo sobre los documentos. Desconcertado, miré por encima de su hombro. Tenía listas de todos los nombres que habíamos desenterrado, escritos en los alfabetos de los lenguajes en los que habían salido. Parecía estar jugando a la vez con códigos de sustitución y numerología. Desconcertado, fui a mi cama, me volví de espaldas a él, fingí dormir.
Durante todo el tiempo que él estuviera allí, lo sabía muy bien, el sueño me eludiría.