Caía una lluvia helada. Todo estaba glaseado con cristales de hielo.

—Todo cálido por ahí, ¿eh? —dije.

Aquella noche ella no tenía sentido del humor. Hizo un esfuerzo por ignorar mi observación. Me condujo hasta una alfombra. Tenía una cúpula de cristal cubriendo los asientos delanteros. Era un rasgo reciente añadido al aparato del Renco.

La Dama utilizó un poco de magia pequeña para fundir el hielo.

—Asegúrate de que está sellado hermético —me dijo.

—A mí me parece bien.

Despegamos.

De pronto me hallé tendido sobre mi espalda. El morro de pez apuntaba hacia unas invisibles estrellas. Ascendimos a una terrible velocidad. Por un momento esperé que íbamos a llegar hasta tan alto que no podría respirar.

Llegamos hasta tan alto. Y más alto aún. Atravesamos las nubes. Y comprendí el significado de la cúpula.

Mantenía un aire respirable dentro de ella. Lo cual significaba que las ballenas del viento no podían ascender más alto que los Tomados. Siempre por delante, la Dama y su pandilla.

Pero ¿para qué infiernos era todo aquello?

—Aquí. —Un suspiro de decepción. Una confirmación de que una sombra oscurecía las esperanzas. Señaló.

Lo vi. Supe lo que era, porque lo había visto antes, en los días de la larga retirada que había terminado con la batalla delante de la Torre. El Gran Cometa. Pequeño, pero inconfundible con su forma única de cimitarra plateada.

—No puede ser. Su llegada no está prevista hasta dentro de veinte años. Los cuerpos celestes no cambian sus ciclos.

—No lo hacen. Eso es axiomático. Así que tal vez los señaladores de axiomas están equivocados.

Inclinó la alfombra hacia abajo.

—Anótalo en tus escritos, pero no lo menciones en ninguna otra parte. Nuestra gente ya está bastante trastornada.

—Correcto. —Ese cometa era una fijación en las mentes de los hombres.

Hacia abajo hasta el núcleo de la noche del Túmulo. Nos situamos encima del propio Gran Túmulo, a sólo doce metros de altura. El maldito río estaba cerca. Los fantasmas danzaban en la lluvia.

Chapoteé hasta los barracones en un profundo entumecimiento, comprobé el calendario.

Faltaban doce días.

El viejo bastardo estaba probablemente ahí fuera riéndose con su perro favorito, el PerroMatasapos.