Linda posee una autodisciplina que me asombra. Durante todo aquel tiempo que estuvo en el Diablo Azul, ni una sola vez se rindió al deseo de ver a Cuervo. Podías ver en ella el dolor cada vez que surgía su nombre, pero estuvo resistiendo durante un mes.
Pero finalmente fue, como supimos que haría inevitablemente, con el permiso de la Dama. Intenté ignorar enteramente su visita. E hice que Silencioso, Goblin y Un Ojo se mantuvieran alejados también, aunque con Silencioso fue difícil. Finalmente aceptó; era algo privado, sólo para ella, y no serviría en nada a sus intereses el que asomara la nariz.
Si yo no podía ir hasta ella, ella vendría a mí. Para estar juntos un momento, mientras todos los demás estaban atareados en alguna otra parte. Para un abrazo, para recordarle que había quien se preocupaba por ella. Para obtener un poco de apoyo moral mientras elaboraba mentalmente algo.
Hizo signos:
—Ya no puedo negarlo, ¿verdad? —Y unos minutos más tarde—: Todavía tengo ese lugar especial para él. Pero tendrá que ganarse su camino de vuelta hasta ahí. —Lo cual era el equivalente de nuestros pensamientos en voz alta.
En aquellos momentos me sentía más cerca de Silencioso que de Cuervo. Siempre había respetado a Cuervo por su dureza y su intrepidez, pero nunca me había sentido como él. Me gustaba Silencioso, y le deseaba todo lo mejor.
Hice signos:
—No romperás tu corazón si descubres que ya es demasiado viejo para cambiar.
El asomo de una sonrisa.
—Mi corazón se rompió hace mucho tiempo. No. No tengo esperanzas. Éste no es un mundo de cuento de hadas.
Eso era todo lo que tenía que decir. No lo tomé en serio hasta que acontecimientos posteriores empezaron a iluminarlo.
Ella vino y se fue, dolorida por la muerte de los sueños, y no vino más.
En los momentos en que sus necesidades lo llamaban lejos, copiábamos todo lo que el Renco había dejado atrás y lo comparábamos con nuestros propios diagramas.
—Oh, hey —jadeé en una ocasión—. Oh, hey.
Había un señor de un lejano reino occidental. Un barón Senjak que había tenido cuatro hijas que se decía que competían las unas con las otras en su belleza. Una de ellas llevaba el nombre de Ardath.
—Ella mintió —susurró Goblin.
—Quizás —admití—. Lo más probable es que ella no lo supiera. De hecho, no podía saberlo. Como tampoco podía saberlo nadie más, realmente. Sigo sin ver cómo Atrapaalmas podía haber estado convencida de que el auténtico nombre del Dominador estaba ahí dentro.
—Quizás en realidad fuera un deseo —aventuró Un Ojo.
—No —dije—. Puede decirse que ella sabía lo que tenía. Simplemente no sabía cómo desentrañarlo.
—Igual que nosotros.
—Ardath está muerta —dije—. Eso deja tres posibilidades. Pero si se presenta la ocasión de utilizarlas, solo dispondremos de un tiro.
—Cataloga todo lo demás que sabemos.
—Atrapaalmas era una hermana. Nombre aún desconocido. Ardath pudo ser la gemela de la Dama. Creo que era mayor que Atrapaalmas, aunque fueron niñas a la vez, no separadas por demasiados años. De la cuarta hermana no sabemos nada.
Silencioso hizo signos:
—Tienes cuatro nombres y sus familias. Consulta las genealogías. Descubre quién se casó con quién.
Dejé escapar un gruñido. Las genealogías estaban en el Diablo Azul. Linda las había hecho cargar en la ballena de carga con todo lo demás.
Se nos acababa el tiempo. La tarea me intimidaba. No puedes meterte en esas genealogías con sólo un nombre de mujer y hallarlo todo fácilmente. Tienes que buscar a un hombre que se casara con la mujer que estás investigando y esperar que quien lo registró fuera lo suficientemente concienzudo como para mencionar el nombre de ella.
—¿Cómo vamos a manejar todo esto? —pregunté—. ¿Teniendo en cuenta que sólo yo puedo descifrar esas pisadas de pollo? —Luego una brillante idea. Si se me permite decirlo—. Rastreador. Pondremos a trabajar a Rastreador. No tiene nada que hacer excepto vigilar ese arbolito. Puede hacerlo perfectamente en el Diablo Azul y leer viejos libros al mismo tiempo.
Eso era más fácil de decir que de hacer. Rastreador estaba completamente concentrado en su nuevo amo. Conseguir que el mensaje penetrara en su cerebro de guisante fue una empresa enorme. Pero cuando lo conseguimos no hubo forma de detenerle.
Una noche, mientras dormía acurrucado bajo mis mantas, ella apareció en mis aposentos.
—Arriba, Matasanos.
—¿Eh?
—Vamos a volar un poco.
—¿Eh? No quiero ser irrespetuoso, pero es pasada medianoche. He tenido un día duro.
—Arriba.
Bueno, uno no discute las órdenes de la Dama.