Pese a haber sido exonerado por el árbol, nunca recobré mi anterior status con mis camaradas. Siempre había una cierta reserva, quizá tanto por la envidia de mi repentina y aparente riqueza femenina como porque la confianza es lenta en curar. No puedo negar el dolor que aquello me causó. Había estado con ellos desde que era un muchacho. Eran mi familia.
Cargué un poco las tintas acerca de tener que ir con muletas a fin de ser eximido de mi trabajo. Pero podía seguir haciendo mi trabajo aunque no tuviera piernas.
Esos malditos papeles. Me los había metido en la memoria, los había convertido en música. Y todavía no tenía la clave que buscaba, ni tampoco la que la Dama esperaba encontrar. Las referencias cruzadas estaban tomando una eternidad. El deletreo de los nombres, en tiempos de la Predominación y la Dominación, era libre. El TelleKurre es uno de esos lenguajes en los que varias combinaciones de letras pueden representar idénticos sonidos.
Dolor en los malditos cimientos.
No sé cuánto les dijo Linda a los demás. No estuve en la Gran Reunión. Tampoco la Dama. Pero la noticia no tardó en difundirse: la Compañía iba a moverse.
Tenían un día para prepararse.
Allá arriba, cerca de la caída de la noche, en mis muletas, observé la llegada de las ballenas. Eran dieciocho, todas llamadas por el Padre Árbol. Acudieron con sus mantas y toda una panoplia de formas sintientes de la Llanura. Descendieron hasta el suelo. El Agujero vomitó su contenido.
Empezamos a embarcar. Tuve que ser subido a la mía, con mis papeles, mi equipo y mis muletas. La ballena era una de las pequeñas. La compartiría con pocas personas. La Dama, por supuesto. No podíamos separarnos ahora. Y Goblin. Y Un Ojo. Y Silencioso tras un sangriento signo de batalla, porque no deseaba separarse de Linda. Y Rastreador. Y el retoño del árbol, porque Rastreador era su guardián y yo actuaba in loco parentis. Creo que se suponía que los hechiceros debían de mantenernos vigilados al resto de nosotros, aunque poco podían hacer si se presentaba la situación.
Linda, el Teniente, Elmo y los otros antiguos abordaron una segunda ballena del viento. La tercera llevaba un puñado de tropas y un montón de equipo.
Nos alzamos, nos unimos a la formación de arriba.
Un atardecer desde mil quinientos metros de altura es algo completamente distinto a todo lo que haya visto uno desde el suelo. A menos que te halles en la cumbre de una montaña muy solitaria. Es algo magnífico.
Con la oscuridad llegó el sueño. Un Ojo me sumió en él con un conjuro. Todavía tenía una buena cantidad de hinchazón y de dolor.
Sí. Estábamos fuera de la nada. Nuestra ballena volaba en el flanco más alejado de Linda. Específicamente en beneficio de la Dama.
Ni siquiera entonces se traicionó a sí misma.
Los vientos eran favorables y teníamos la bendición del Padre Árbol. El amanecer nos halló pasando por encima de Caballo. Fue allí cuando la verdad afloró finalmente a la superficie.
Aparecieron los Tomados, todos en sus alfombras–pez, armados hasta las branquias. Los sonidos de pánico me despertaron. Hice que Rastreador me ayudara a ponerme en pie. Tras una ojeada al fuego del sol naciente, espié a los Tomados derivar a posiciones de guardia alrededor de nuestra ballena. Goblin y ellos esperaban un ataque. Aullaron con todo su corazón. De alguna forma Un Ojo halló un modo de culpar de todo a Goblin. Se pusieron a discutir.
Pero no ocurrió nada. También casi para mi sorpresa. Los Tomados mantuvieron simplemente sus posiciones. La Dama me sobresaltó con un guiño. Luego:
—Todos tenemos que cooperar, sean cuales sean nuestras diferencias.
Goblin oyó aquello. Ignoró los exabruptos de Un Ojo por un momento, miró a los Tomados. Al cabo de un momento miró a la Dama. Realmente miró.
Vi como se iluminaba su rostro. Con una voz más chillona que lo normal, y con una expresión realmente ridícula, dijo:
—Te conozco. —Recordaba la vez que había tenido una especie de contacto directo con ella. Hacía muchos años, cuando intentó contactar con Atrapaalmas, la había atrapado en la Torre, en presencia de la Dama…
Ella sonrió con su sonrisa más encantadora. Ésa que hace fundirse las estatuas.
Goblin se llevó una mano a los ojos, se volvió apartándose de ella. Me miró con la más horrible de las expresiones. No pude impedir el echarme a reír.
—Tú siempre me acusaste…
—¡No tenías que haber ido y hacerlo, Matasanos! —Su voz ascendió la escala hasta que se hizo inaudible. Se sentó bruscamente.
Ningún rayo lo golpeó desde el cielo. Tras un tiempo, alzó la vista y dijo:
—¡Elmo va a cagarse! —Se echó a reír.
Elmo había sido el más perseverante de todos cuando se trataba de recordarme mis romances con la Dama.
Después de que el humor hubiera desaparecido del asunto, después de que Un Ojo hubiera pasado también por todo el proceso, y Silencioso hubiera visto sus peores miedos confirmados, empecé a preguntarme acerca de mis amigos.
Todos habían partido hacia el oeste por indicación de Linda. No habían sido informados en absoluto de que nos habíamos aliado con nuestros anteriores enemigos.
Estúpidos. ¿O era Linda? ¿Qué había ocurrido una vez el Dominador estuvo bajo tierra y nos preparamos de nuevo para lanzarnos los unos contra los otros…?
Vamos, Matasanos. Linda aprendió de Cuervo a jugar a las cartas. Como jugador, Cuervo era un degollador.
A la medianoche estábamos en el Bosque Nuboso. Me pregunto qué pensaron de nosotros en Lords. Pasamos inmediatamente por encima. Las calles se llenaron de boquiabiertos espectadores.
Pasamos también Rosas de noche. Luego las otras antiguas ciudades de nuestros primeros años en el norte. Hubo poco intercambio de palabras. La Dama y yo mantuvimos unidas nuestras cabezas, sintiéndonos más y más tensos a medida que nuestra extraña flota se acercaba a su destino y no estábamos más cerca de desenterrar las pepitas que buscábamos.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté. Había perdido el rastro del tiempo.
—Cuarenta y dos días —dijo.
—¿Tanto tiempo estuvimos en el desierto?
—El tiempo vuela cuando te lo pasas bien.
La miré sorprendida. ¿Un chiste? ¿Incluso un viejo cliché? ¿De ella?
Lo odio cuando se ponen humanos contigo. Se supone que los enemigos no hacen eso.
Ella había estado arrastrándose sobre mí durante un par de meses.
¿Cómo puedes odiar?
El tiempo se mantuvo medio decente hasta que alcanzamos Forsberg. Entonces se convirtió en algo miserable.
Era sólido invierno ahí arriba. Vivos vientos refrescantes cargados con pellas de nieve en polvo. Un buen abrasivo para un rostro tierno como el mío. Un bombardeo para limpiar las pulgas de los lomos de las ballenas también. Todo el mundo maldecía y se agitaba y gruñía y se acurrucaba buscando un calor que no podía proporcionarle el tradicional aliado del hombre, el fuego. Sólo Rastreador parecía intocado.
—¿Nada molesta a esa cosa? —pregunté.
Con la voz más extraña que nunca le haya oído usar, la Dama respondió:
—La soledad. Si deseas matar a Rastreador de la manera fácil, enciérralo a solas y márchate.
Sentí un estremecimiento que no tenía nada que ver con el tiempo. ¿A quién conocía que había estado solo un largo tiempo? ¿Quién quizá, sólo quizá, había empezado a preguntarse si el poder absoluto merecía un precio absoluto?
Supe más allá del atisbo de toda duda que había gozado de cada segundo de fingimiento en la Llanura. Incluso de los momentos de peligro. Supe que si hubiera tenido un poco más de valor, en los últimos días, hubiera podido convertirme en algo más que en un pretendido amigo sentimental. Había una creciente y suave desesperación en aquellos momentos a medida que se iba transformando de nuevo un poco cada vez más en la Dama.
Algo de eso podía haberse apropiado de su ego, porque se enfrentaba a unos tiempos realmente críticos para ella. Estaba bajo grandes cantidades de estrés. Conocía al enemigo al que nos enfrentábamos. Pero no todo era ego. Creo que en realidad yo le gustaba como persona.
—Tengo una petición —dije con voz suave en medio del amontonamiento, alejando los pensamientos causados por una mujer apretada contra mí.
—¿Cuál?
—Los Anales. Son todo lo que queda de la Compañía Negra. —La depresión se había instalado con rapidez—. Fue una obligación iniciada hace muchos años, cuando se formaron las Compañías Libres de Khatovar. Si alguno de nosotros termina esto vivo, alguien debería devolverlos.
No sé si lo entendió, pero:
—Son tuyos —dijo.
Quise explicarme, pero no pude. ¿Por qué llevarlos de vuelta? No estoy seguro de dónde se suponía que debíamos ir. Durante cientos de años la Compañía derivó lentamente hacia el norte, creciendo, menguando, cambiando sus constituyentes. No tengo ni la menor idea de sí Khatovar todavía existe, o de si es una ciudad, un país, una persona o un dios. Los Anales de los años más antiguos o bien no sobrevivieron o volvieron ya a casa. No he visto más que resúmenes o extractos del siglo más antiguo… No importa. Parte de la misión del Analista ha sido siempre devolver los Anales a Khatovar si la Compañía resulta desbandada.
El tiempo empeoró. En Galeote parecía activamente hostil, y puede que lo fuera. Esa cosa debajo de tierra debía de saber que estábamos llegando.
Justo al norte de Galeote todos los Tomados se alejaron y cayeron repentinamente como rocas.
—¿Qué demonios?
—El Perro Matasapos —dijo la Dama—. Hemos tropezado con él. Todavía no ha alcanzado a su amo.
—¿Pueden detenerlo?
Me asomé por el borde de la ballena. No sé lo que esperaba ver. Estábamos por encima de las nubes de nieve.
Hubo unos cuantos destellos allá abajo. Cuando volvieron los Tomados, la Dama pareció disgustada.
—¿Qué ocurrió? —pregunté.
—El monstruo se ha vuelto hábil. Llovió en la nada allá donde roza el suelo. La visibilidad es demasiado pobre para ir tras él.
—¿Significa esto alguna diferencia?
—No. —Pero no sonó enteramente confiada.
El tiempo empeoró. Pero las ballenas siguieron, impertérritas. Alcanzamos el Túmulo. Mi grupo fue hacia el recinto de los Guardias. Linda se situó encima del Diablo Azul. Los límites de la nada cayeron justo por encima del muro del recinto.
El coronel Dolce en persona nos dio la bienvenida. El buen viejo Dolce que pensé que estaba muerto. Ahora cojeaba. No puedo decir que se mostrara sociable. Pero aquélla era una época en la que nadie lo era.
El ordenanza que nos fue asignado fue nuestro viejo amigo Lance.