Pon una fecha límite y el tiempo se acelera. El reloj del universo corre como si se le hubiera dado demasiada cuerda. Cuatro días pasaron volando, ¡zip! Y no malgasté mucho tiempo durmiendo.
Ardath y yo tradujimos. Y tradujimos. Y tradujimos. Ella leía, traduciendo en voz alta. Yo escribía hasta que se me agarrotaban las manos. Ocasionalmente Silencioso me sustituía.
Aquella cuarta mañana encontré algo. Estábamos traduciendo una de esas listas. Aquella velada debió de ser tan grande que, de celebrarse hoy, la hubiéramos llamado una guerra. O al menos un tumulto. Seguía y seguía. Tal y tal y esto y aquello, con Dama Quien Sea, dieciséis títulos, cuatro de los cuales tenían sentido. Cuando los heraldos terminaron de anunciar a todo el mundo, los participantes en la fiesta debían de haber muerto ya de senilidad.
De todos modos, hacia la mitad de la lista oí que pronunciaba un título que le hizo contener la respiración. ¡Ajá!, me dije para mí mismo. Acaba de caer un rayo cerca. Mis orejas se pusieron de punta.
Siguió como si no hubiera ocurrido nada. Unos momentos más tarde no estuve seguro de no haberlo imaginado. La razón me dijo que el nombre que la había sobresaltado no era el que estaba pronunciando. Ella iba frenando su voz al ritmo de mi escritura. Sus ojos podían estar muy por delante de mi mano.
Ninguno de los nombres que siguieron hizo sonar ninguna campana.
Revisaría la lista más tarde, sólo por si acaso, con la esperanza de que hubiera borrado algo.
No hubo suerte.
Al atardecer dijo:
—Una pausa, Matasanos. Voy a por un poco de té. ¿Quieres?
—Claro. Y quizás un pedazo de pan también. —Escribí durante otro medio minuto antes de darme cuenta de lo que había sucedido.
¿Qué? ¿La propia Dama ofreciéndose a ir a buscar algo? ¿Yo pidiéndole algo sin pensar? Sufrí un ataque de nervios. ¿Hasta qué punto estaba representando un papel? ¿Hasta qué punto estaba fingiendo? Debían de haber pasado siglos desde la última vez en que fue a buscarse su propio té. Si es que lo hizo alguna vez.
Me levanté, empecé a seguirla, me detuve fuera de la puerta de mi estancia.
A quince pasos túnel abajo, a la débil luz de la lámpara, Otto la había acorralado contra la pared. Se le estaba insinuando de alguna manera. No sé por qué yo no había previsto el problema. Dudaba que ella lo hubiera hecho tampoco. Seguramente no era algo a lo que se enfrentara normalmente.
Otto se puso insistente. Empecé a dirigirme hacia allá para cortar la situación, pero luego vacilé. Ella podía ponerse furiosa por mi interferencia.
Una luz brotó en la otra dirección. Elmo. Hizo una pausa. Otto estaba tan obcecado en lo suyo que no reparó en nosotros.
—Será mejor que hagamos algo —dijo Elmo—. No necesitamos este tipo de problemas.
Ella no parecía ni asustada ni molesta.
—Creo que puede arreglárselas sola —dije.
Otto obtuvo un «no» que no podía ser mal interpretado. Pero no lo aceptó. Intentó adelantar las manos.
Recibió una bofetada muy propia de una dama por su acción. Lo cual le puso furioso. Decidió tomar lo que deseaba. Mientras Elmo y yo avanzábamos, desapareció en medio de una lluvia de patadas y puñetazos que lo enviaron redondo al barro del suelo, sujetándose el vientre con un brazo y ese brazo con el otro. Ardath siguió su camino como si no hubiera ocurrido nada.
—Te dije que podía manejarlo —señalé.
—Recuérdame que no me pase nunca con ella —dijo Elmo. Luego sonrió y me palmeó en el brazo—. Espero que nos sea tan arisca en horizontal, ¿eh?
Maldito sea si no enrojecí. Le ofrecí una sonrisa estúpida. Que no hizo más que confirmar sus sospechas. Qué demonios. Que pensase lo que quisiese. Así es como funcionan estas cosas.
Llevamos a Otto a mi habitación. Pensé que iba a echar las entrañas por la boca. Pero se controló. Comprobé si tenía algún hueso roto. Sólo magulladuras.
—Es todo tuyo, Elmo —dije, porque sabía que el viejo sargento estaba preparando algunas palabras escogidas para la ocasión.
Tomó a Otto por el codo y dijo:
—Ven a mi oficina, soldado. —Hacía que cayera polvo del techo del túnel cuando explicaba los hechos de la vida.
Cuando Ardath regresó se comportó como si no hubiera ocurrido nada. Quizá no se dio cuenta de que estábamos mirando. Pero después de media hora preguntó:
—¿Podemos hacer una pausa? ¿Salir fuera? ¿Caminar un poco?
—¿Quieres que venga?
Asintió.
—Necesitamos hablar. En privado.
—De acuerdo.
A decir verdad, cada vez que alzaba la nariz de mi trabajo yo también me sentía un poco claustrofóbico. Mi aventura hacia el oeste me recordó lo bueno que es estirar las piernas.
—¿Hambrienta? —pregunté—. ¿Demasiado seria para un picnic?
Se mostró sorprendida, luego encantada con la idea.
—Bien. Hagámoslo.
Así que fuimos a la cocina y al horno del pan y llenamos un cesto y fuimos arriba. Aunque ella no reparó en las sonrisas de nadie, yo sí.
Sólo hay una puerta en todo el Agujero: la de la sala de conferencias, detrás de la cual están los aposentos personales de Linda. Ni mis aposentos ni los de Ardath tenían ni siquiera una cortina. La gente imaginaba que salíamos en busca de la intimidad de los grandes espacios abiertos.
Un sueño. Allí arriba tendríamos más espectadores que ahí abajo. No serían humanos si no fuera así.
El sol estaba quizá a tres horas de ponerse cuando salimos, y nos golpeó directamente a los ojos. Fuerte. Yo lo esperaba. Pero hubiera debido advertirle.
Caminamos hasta el arroyo, respirando el aire ligeramente perfumado de salvia y sin decir nada. El desierto estaba en silencio. Ni siquiera el Padre Árbol se agitaba. La brisa era insuficiente para hacer suspirar al coral. Al cabo de un rato dije:
—¿Y bien?
—Necesitaba salir. Las paredes son tan agobiantes. Y la nada las hace peores. Me siendo indefensa ahí dentro. Estruja mi mente.
—Oh.
Rodeamos una cabeza de coral y encontramos un menhir. Uno de mis viejos camaradas, supongo, porque informó:
—Hay forasteros en la Llanura, Matasanos.
—No me digas. —Y luego—: ¿Qué forasteros, roca? —Pero no tenía nada más que decir.
—¿Siempre son así?
—O peores. Bueno. La nada empieza a desvanecerse aquí. ¿Te sientes mejor?
—Me sentí mejor en el momento en que salí fuera. Eso es la puerta del infierno. ¿Cómo puede tu gente vivir de este modo?
—No es mucha cosa, pero es el hogar.
Llegamos a la tierra desnuda. Se detuvo.
—¿Qué es esto?
—El Viejo Padre Árbol. ¿Sabes lo que piensan ahí abajo que estamos haciendo?
—Lo sé. Déjame pensar. Llámalo coloración protectora. ¿Eso es vuestro Padre Árbol? —Lo señaló.
—En madera y savia. —Seguí andando—. ¿Cómo te encuentras hoy, viejo?
Debe hacer cincuenta veces que le he preguntado eso mismo. Quiero decir, el viejo tipo es notable, pero no es más que un árbol. ¿Correcto? No esperaba una respuesta. Pero las hojas del Padre Árbol empezaron a tintinear en el momento mismo que hablé.
—Vuelve aquí, Matasanos. —La voz de la Dama era dominante, dura, un poco estremecedora. Me volví y eché a andar.
—¿De nuevo a tu antiguo yo? —Por el rabillo del ojo capté una sombra de movimiento en dirección al Agujero. Me concentré en un fragmento de coral y un matorral cercano—. Mantén la voz baja. Tenemos un oyente.
—Eso no es ninguna sorpresa. —Extendió la deshilachada manta que había traído, se sentó con los dedos de los pies justo en el borde del terreno yermo. Retiró la tela que cubría el cesto. Me senté a su lado, me situé de modo que pudiera observar aquella forma—. ¿Sabes lo que es? —preguntó, señalando al árbol con la cabeza.
—Nadie lo sabe. Es simplemente el Viejo Padre Árbol. Los clanes del desierto dicen que es un dios. No hemos visto ninguna evidencia de ello. Sin embargo, Un Ojo y Goblin se sintieron impresionados por el hecho de que se alza casi exactamente en el centro geográfico de la Llanura.
—Sí. Supongo… Se perdió tanto en la caída. Hubiera debido sospechar… Mi esposo no fue el primero de su clase, Matasanos. Ni la Rosa Blanca la primera de la suya. Es un gran ciclo, creo.
—Me he perdido.
—Hace mucho tiempo, incluso tal como yo mido el tiempo, hubo otra guerra como ésta entre el Dominador y la Rosa Blanca. La luz superó a las sombras. Pero como siempre, las sombras dejaron su tinte en los vencedores. A fin de terminar la lucha apelaron a una cosa de otro mundo, plano, dimensión, lo que quieras, de la misma forma que Goblin podría conjurar a un demonio, sólo que esta cosa era un dios adolescente. Más o menos. En un avatar de un árbol joven. Esos acontecimientos fueron legendarios sólo en mi juventud, cuando sobrevivía mucho más del pasado, de modo que los detalles están abiertos a la discusión. Pero fue una llamada de tal alcance, y costó tal precio, que miles perecieron y países enteros fueron devastados. Pero plantaron su dios cautivo sobre la tumba de su gran enemigo, donde podría mantenerlo encadenado. Este dios–árbol viviría un millón de años.
—¿Quieres decir… que el Viejo Padre está aposentado sobre algo como el Gran Túmulo?
—No conecté las leyendas y la Llanura hasta que vi este árbol. Sí. Esta tierra constriñe algo tan virulento como mi esposo. Así que de pronto tiene sentido. Todo encaja. Las bestias. Las imposibles rocas parlantes. Los arrecifes de coral a más de mil kilómetros del mar. Todo eso se ha filtrado de ese otro mundo. Las tormentas de cambio son los sueños del árbol.
Siguió hablando, no tanto explicando como poniendo las cosas en su sitio para ella misma. La miré con la boca abierta y recordé la tormenta de cambio que nos había atrapado en nuestro camino al oeste. ¿Estaba maldecido por el hecho de haber sido atrapado en la pesadilla de un dios?
—Esto es una locura —dije, y al mismo instante desentrañé la forma que había estado intentando individualizar entre las sombras, los matorrales y el corral.
Silencioso. Acuclillado, inmóvil como una serpiente aguardando su presa. Silencioso, que había estado en todas partes donde había estado yo los últimos tres días, como una sombra extra, raras veces detectada porque era Silencioso. Bien. Un punto para mi confianza de que mi regreso con una compañera no había despertado sospechas.
—Éste es un mal lugar donde estar, Matasanos. Muy malo. Dile a esa campesina sorda que se marche de aquí.
—Si hiciera eso tendría que explicar por qué y revelar quién me dio el consejo. Dudo que se sintiera impresionada.
—Supongo que tienes razón. Bueno, no importará en breve. Comamos.
Abrió un paquete y depositó lo que parecía conejo frito. Pero no había conejos en la Llanura.
—Pese a todo, parece que su aventura en Caballo mejoró la despensa. —Ataqué la comida.
Silencioso permaneció inmóvil en mi rabillo del ojo. Bastardo, pensé. Espero que estés babeando.
Tres trozos de conejo más tarde frené lo suficiente para preguntar.
—Eso que has dicho acerca del viejo árbol es interesante, pero ¿tiene alguna relevancia?
El Padre Árbol estaba elevando su rumorosidad. Me pregunté por qué.
—¿Le tienes miedo?
No respondí. Arrojé los huesos ribera abajo, me levanté.
—Espera un minuto. —Me dirigí al Padre Árbol—. Viejo, ¿has echado algunas semillas? ¿Algunos brotes? ¿Algo que podamos llevar al Túmulo para plantar encima de nuestro propio villano?
Hablarle a ese árbol, todas las veces que había pasado por su lado, era un juego. Me sentía poseído de una maravilla casi religiosa ante su edad, pero sin ninguna creencia consciente como las que proclamaban los nómadas o la Dama. Sólo un viejo árbol retorcido con extrañas hojas tintineantes y mal temperamento.
¿Temperamento?
Cuando lo toqué, para reclinarme contra él mientras alzaba la vista para buscar entre sus extrañas hojas nueces o semillas, me mordió. Bueno, no con dientes. Pero saltaron chispas. Las puntas de mis dedos hormiguearon. Cuando las saqué de mi boca parecieron quemadas.
—Maldita sea —murmuré, y retrocedí unos pasos—. No es nada personal, árbol. Pensé que tal vez quisieras ayudar.
Fui vagamente consciente de que había un menhir cerca del lugar de acecho de Silencioso, Más aparecieron alrededor del área yerma.
Algo me golpeó con la fuerza del lastre de una ballena del viento arrojado desde treinta metros de altura. Caí. Oleadas de poder, de pensamiento, me golpearon. Lloriqueé, intenté arrastrarme hacia la Dama. Ella extendió una mano, pero no cruzó aquel límite. Algo de aquel poder empezó a apuntar una comprensibilidad. Pero era como hallarse dentro de cincuenta mentes a la vez, todas ellas dispersas por todo el mundo. No. La Llanura. Y más de cincuenta mentes. Cada vez me sentía más fusionado, más enmarañado… Estaba tocando las mentes de los menhires.
Todo aquello se desvaneció. La almádena de poder dejó de martillear el yunque que era yo. Me arrastré hasta el borde del área yerma, aunque sabía que esa línea no delimitaba ninguna auténtica seguridad. Alcancé donde estaba la manta, recobré el aliento, me volví finalmente para mirar al árbol. Sus hojas tintinearon exasperadas.
—¿Qué ha ocurrido?
—Básicamente me dice que está haciendo lo que puede, no en beneficio nuestro sino de sus criaturas. Que me vaya al infierno, que le deje solo, que deje de incordiarle y me vaya a tomar por donde me apetezca. Oh, dioses.
Me volví para ver cómo se había tomado Silencioso mi encuentro.
—Advertí… —Ella también miró hacia allá.
—Pienso que tal vez tengamos problemas. Puede que te hayan reconocido.
Casi todo el mundo del Agujero había aparecido. Se estaban alineando cruzando el sendero. Los menhires eran más numerosos. Los árboles andantes estaban formando un círculo con nosotros en el centro.
Y estábamos desarmados, porque Linda estaba allí. Estábamos de nuevo dentro de la nada.
Llevaba su ropa de lino blanco. Se adelantó más allá de Elmo y el Teniente y vino hacia mí. Silencioso se le unió. Detrás de ella vinieron Un Ojo, Goblin, Rastreador y el Perro Matasapos. Esos últimos cuatro todavía llevaban en ellos el polvo del camino.
Llevaban muchos días en la Llanura. Y nadie me había dicho nada. Piensa en la trampilla de tu cadalso abriéndose inesperadamente a tus pies. Durante quince segundos permanecí allí con la boca abierta. Luego pregunté:
—¿Qué hacemos ahora? —en un hilo de voz.
Ella me sorprendió tomando mi mano.
—Aposté y perdí. No sé. Son tu gente. Piensa en algo. ¡Oh! —Sus ojos se entrecerraron. Su mirada se fijó, se hizo intensa. Luego una delgada sonrisa distendió sus labios—. Ya veo.
—¿Qué?
—Algunas respuestas. La sombra de lo que persigue mi esposo. Has sido más manipulado de lo que crees. Anticipó el ser descubierto por el clima. Una vez tuvo a tu Cuervo, decidió traer hasta él a tu chica campesina… Sí. Creo que… Ven.
Mis viejos camaradas no parecían hostiles, sólo desconcertados.
El círculo siguió cerrándose.
La Dama me tomó de nuevo por la mano, me condujo a la base del Viejo Padre Árbol. Susurró:
—Dejemos que haya paz entre nosotros mientras tú observas, Anciano. Viene alguien a quien recordarás de antiguo. —Y a mí—: Hay muchas viejas sombras en el mundo. Algunos alcanzan hasta el alba de los tiempos. No siendo lo bastante grandes, raras veces atraen la atención como mi esposo o los Tomados. Atrapaalmas tiene esbirros que son más antiguos que el árbol. Fueron enterrados con ella. Te dije que reconocí la forma en que fueron desgarrados esos cuerpos.
Permanecí allí de pie a la ensangrentada luz del sol poniente, absolutamente desconcertado. Igual podía estar hablando en UchiTelle.
Linda, Silencioso, Un Ojo y Goblin vinieron directamente hacia nosotros. Elmo y el Teniente se detuvieron a un tiro de piedra. Pero Rastreador y el Perro Matasapos se fundieron con la multitud.
—¿Qué está pasando? —hice signos a Linda, obviamente asustado.
—Eso es lo que queremos descubrir. Hemos estado recibiendo informes dispersos de los menhires carentes de sentido desde que Goblin, Un Ojo y Rastreador llegaron a la Llanura. Por una parte, Goblin y Un Ojo confirman todo lo que me dijiste… hasta que os separasteis.
Miré a mis dos amigos… y no vi amistad en ellos. Sus ojos eran fríos y vidriados. Como si alguien más estuviera detrás de ellos.
—Tenemos compañía —avisó Elmo, sin gritar.
Un par de Tomados, a bordo de sus alfombras–bote, pasaron a cierta distancia. No se acercaron. La mano de la Dama se crispó. Se controló de otro modo. Permanecieron lo bastante alejados como para no ser reconocibles.
—Más de un par de manos están removiendo este guiso —dije—. Silencioso, aclara las cosas. En estos momentos me estás asustando mortalmente.
Hizo signos:
—Hay fuertes rumores en el imperio de que te has vendido. De que has traído a alguien muy alto hasta aquí, para asesinar a Linda. Quizás incluso uno de los nuevos Tomados.
No pude evitar el sonreír. Los plantadores de rumores no se habían atrevido a contar toda la historia.
La sonrisa convenció a Silencioso. Me conocía bien. Lo cual, supongo, era el motivo por el que me estaba vigilando.
Linda también se relajó. Pero ni Un Ojo ni Goblin se ablandaron.
—¿Qué ocurre con ésos, Silencioso? Parecen como zombis.
—Dicen que los vendiste. Que Rastreador te vio. Que si…
—¡Tonterías! ¿Dónde demonios está Rastreador? ¡Haz que este gran estúpido hijo de puta salga aquí y me lo diga a la cara!
La luz estaba menguando. El gran tomate del sol se había deslizado, detrás de las colinas. Pronto sería oscuro. Sentí un desagradable hormigueo a lo largo de la espalda. ¿Iba a actuar de alguna forma el maldito árbol?
Apenas pensé en él, sentí un intenso interés hacia el papel del Viejo Padre, Árbol. También una especie de soñadora rabia que parecía cuajar…
De pronto los menhires se agruparon alrededor de todo el lugar, incluso al otro lado del arroyo, donde la vegetación era densa. Un perro aulló.
Silencioso hizo signos a Elmo. No capté lo que decía porque estaba de espaldas a mí. Elmo trotó hacia el tumulto.
Los menhires avanzaron hacia nosotros, formando un muro, conduciendo algo… ¡Bien! Rastreador y el Perro Matasapos. Rastreador parecía vacuamente desconcertado. El perro seguía intentando escabullirse entre los menhires. Éstos no le dejaban. Los nuestros tenían que ir con cuidado con sus pies para impedir que sus dedos fueran machacados.
Los menhires empujaron a Rastreador y al Perro Matasapos al círculo yermo. El perro dejó escapar un largo aullido desesperado, metió el rabo entre las piernas y se hundió en la sombra de Rastreador. Se detuvieron a unos tres metros de Linda.
—Oh, dioses —murmuró la Dama, y apretó mi mano tan fuerte que casi chillé.
El núcleo de una tormenta de cambio estalló en el tintineante pelo del Viejo Padre Árbol.
Era enorme; era horrible; era violenta. Nos devoró a todos, con tal ferocidad que no pudimos hacer nada excepto soportarla. Las formas giraron, corrieron, cambiaron; pero nuestra querida Linda siguió siendo exactamente la misma.
Rastreador gritó. El Perro Matasapos dejó escapar un aullido que dispersó el terror como un cáncer. Y ellos fueron quienes más cambiaron, a los monstruos viles y violentos idénticos a los que vi mientras me encaminaba hacia el oeste.
La Dama gritó algo que se perdió en la furia de la tormenta. Pero capté su nota triunfal. Ella conocía esas formas.
La miré.
Ella no había cambiado.
Aquello parecía imposible. Esta criatura de la que había estado profundamente prendado durante quince años no podía ser una auténtica mujer.
El Perro Matasapos se lanzó de cabeza a las fauces de la tormenta, con sus horribles colmillos desnudos, intentando alcanzar a la Dama. La había reconocido también. Tenía intención de acabar con ella mientras estaba indefensa dentro de la nada. Rastreador fue tras él, tan desconcertado como lo había estado el Rastreador que parecía humano.
Una de las grandes ramas del Padre Árbol se inclinó hacia abajo. Golpeó al Perro Matasapos de la misma forma que un hombre detendría el ataque de un conejo. Tres veces lo intentó valientemente el Perro Matasapos. Tres veces fracasó. La cuarta vez, lo que parecía ser el abuelo de todos los rayos lo alcanzó de lleno y lo lanzó todo el camino hasta el arroyo, donde se fundió y se retorció durante un largo minuto antes de alzarse y aullar al desierto enemigo.
Al mismo tiempo la bestia–Rastreador fue a por Linda. La aferró y se encaminó hacia el oeste. Cuando la bestia–Perro Matasapos quedó fuera de juego, Rastreador centró toda la atención.
Puede que el Viejo Padre Árbol no sea un dios, pero cuando habla tiene voz. Los arrecifes de coral se hicieron añicos cuando habló. Todo el mundo fuera del área yerma se cubrió los oídos y gritó. Para los que estábamos más cerca fue menos terrible.
No sé lo que dijo. El lenguaje no era ninguno de los que yo conocía, y no sonaba como ninguno que jamás hubiera oído. Pero llegó hasta Rastreador. Depositó a Linda y regresó, a los dientes de la tormenta, para plantarse delante del dios mientras esa gran voz lo martilleaba y un violento violeta se reflejaba en sus deformados huesos. Se inclinó y rindió homenaje al árbol, y entonces cambió.
La tormenta murió tan rápidamente como había empezado. Todo el mundo se derrumbó. Incluso la Dama. Pero con el colapso no llegó la inconsciencia. A la escasa luz restante vi a los Tomados que daban vueltas decidir que había llegado su hora. Retrocedieron, ganaron velocidad, trazaron una trayectoria balística a través de la nada, cada uno lanzó cuatro de aquellos venablos de diez metros previstos para matar ballenas del viento. Y yo me quedé sentado con la boca abierta, mano sobre mano con su blanco.
Mediante un esfuerzo de pura voluntad, supongo, la Dama consiguió murmurar:
—Pueden leer el futuro tan bien como yo. —Lo cual no tuvo sentido para mí en aquel momento—. Olvidé eso.
Ocho astas trazaron su arco hacia nosotros.
El Padre Árbol respondió.
Dos alfombras se desintegraron debajo de sus jinetes.
Los venablos estallaron tan alto que nada de su llameante carga alcanzó el suelo.
Los Tomados, en cambio, sí. Cayeron en limpios arcos al interior de un denso arrecife de coral al este de nosotros. Entonces llegó el sueño. Lo último que recuerdo es que los tres ojos de Goblin y Un Ojo habían dejado de ser vidriosos.