El aspecto de Un Ojo era espantoso.

—Fue horrible —dijo—. Saca el mapa, Matasanos. —Lo hice. Señaló un punto—. Está aquí. Y atrapado. Parece que recorrió todo el camino hasta el centro siguiendo el sendero marcado por Bomanz, luego se encontró con problemas a la hora de salir.

—¿Cómo? No comprendo lo que está ocurriendo ahí.

—Desearía que pudieras entrar y verlo. Un reino de terribles sombras… Creo que debería alegrarme de que no puedas. Sé que lo intentarías.

—¿Qué significa esa grieta?

—Significa que eres demasiado curioso para tu propio bien. Como el viejo Bomanz. No. Espera. —Hizo una breve pausa—. Matasanos, algo que estaba atrapado ahí, uno de los esbirros de los Tomados, estaba situado cerca del camino de Bomanz. Él era lo bastante fuerte como para superarlo. Pero Cuervo era una aficionado. Creo que Goblin, Silencioso y yo juntos tendríamos problemas con esa cosa, y somos más hábiles de lo que Cuervo haya podido serlo nunca. Subestimó los peligros y se sobreestimó a sí mismo. Cuando se marchaba, esta cosa usurpó su posición y lo dejó a él en su lugar.

Fruncí el ceño, sin acabar de comprender.

Un Ojo se explicó:

—Algo lo usó para mantener el equilibrio de los antiguos conjuros. Así que está atrapado en una red se hechicería antigua. Y la cosa está ahí fuera.

Una sensación de hundimiento. Una sensación de inminente desesperación.

—¿Fuera? ¿Y vosotros no sabéis…?

—Nada. El mapa no indica nada. Bomanz debió de desdeñar las malignidades menores. No ha marcado al menos una docena de ellas. Debía de haberlas a puñados.

La literatura apoyaba aquello.

—¿Qué es lo que te dijo? ¿Pudisteis comunicaros?

—No. Fue consciente de una presencia. Pero se halla en un sumidero de conjuros. No podía contactar con él sin quedar atrapado yo también. Hay un pequeño desequilibrio ahí, como si lo que había salido fuera el grosor de un pelo más poderoso que lo que se había quedado dentro. Intenté acercarme a él. Fue por eso que Goblin tuvo que tirar de mí para sacarme. Sentí un gran miedo, no a causa de la situación. Sólo había furia allí. Creo que se dejó atrapar sólo porque tenía tanta prisa que no prestó atención a lo que le rodeaba.

Capté el mensaje. Había estado en el centro, y había huido. ¿Qué había en el centro?

—¿Crees que lo que fuera que salió puede intentar abrir el Gran Túmulo?

—Puede intentarlo.

Pensé furiosamente.

—¿Por qué no traer subrepticiamente a Linda hasta aquí? Ella podría…

Un Ojo me lanzó esa mirada de no–seas–estúpido. De acuerdo. Cuervo era la última de las cosas que la nada liberaría.

—Al gran tipo le debe encantar esto —se burló Goblin—. Simplemente le debe encantar.

—No hay nada que podamos hacer por Cuervo aquí —dijo Un Ojo—. Es posible que algún día encontremos un hechicero que pueda. ¿Hasta entonces? —Se encogió de hombros—. Mejor hagamos un pacto de silencio. Linda podría olvidar su misión si lo descubriera.

—De acuerdo —dije. Luego—: Pero…

—¿Pero qué?

—He estado pensando en ello. En Linda y Cuervo. Creo que hay algo aquí que no vemos. Quiero decir, considerando la forma en que él fue siempre, ¿por qué cortó todos los vínculos y vino hasta aquí? A enfrentarse a ello, a deslizarse dentro eludiendo a la Dama y a su pandilla. ¿Por qué dejó a Linda en la oscuridad? ¿Entiendes lo que quiero decir? Tal vez ella no se sintiera tan trastornada como pensamos. Quizá por diferentes razones.

Un Ojo pareció dubitativo. Goblin asintió. Rastreador parecía desconcertado, como de costumbre.

—¿Qué hay acerca de su cuerpo? —pregunté.

—Un definitivo engorro —respondió Un Ojo—. Y no puedo asegurar que llevarle hasta la Llanura no rompa la conexión entre carne y espíritu.

—Alto. —Miré a Lance. Él me miró a mí. Ahí teníamos otro doble vínculo.

Conocía una forma segura de resolver el problema del cuerpo de Cuervo. Y de sacarlo de allí. Traicionarlo a la Dama. Eso resolvería varios otros problemas también. Como lo que fuera que había escapado, y la amenaza de otro intento de escapar de su esposo. También proporcionaría tiempo a Linda, puesto que la atención de la Dama se vería espectacularmente desviada.

Pero ¿qué sería de Cuervo entonces?

Podía ser la clave de nuestro éxito o nuestro fracaso. ¿Entregarlo para salvarlo? ¿Jugar a la apuesta a muy largo plazo de que de alguna forma podríamos recuperarlo antes de que lo que sabía nos perjudicara? Siempre un dilema. Siempre un dilema.

—Echemos otra mirada —sugirió Goblin—. Esta vez yo iré delante. Un Ojo me cubrirá.

La hosca expresión de Un Ojo decía que ya habían hecho algo así antes. Mantuve la boca cerrada. Era su área de experiencia.

—¿Y bien? —preguntó Goblin.

—Si crees que vale la pena.

—Lo creo. Y de todos modos no hay nada que perder. Un punto de vista diferente puede ser útil también. Puede que yo capte algo que a él se le haya pasado por alto.

—Tener sólo un ojo no me vuelve ciego —gruñó Un Ojo. Goblin irradió. Esto también había ocurrido antes.

—No perdáis el tiempo —dije—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

A veces las decisiones te vienen tomadas.

Noche cerrada. Viento en los árboles. El frío infiltrándose en la tienda, despertándome entre temblores hasta que volvía a dormirme de nuevo. La lluvia golpeteando firmemente, pero no escandalosamente. Dioses, estaba harto de la lluvia. ¿Cómo podía la Guardia Eterna mantener algún parecido de cordura?

Una mano me sacudió. Rastreador susurró:

—Viene compañía. Problemas. —El Perro Matasapos estaba junto al faldón de la tienda, con el pelo del cuello erizado.

Escuché. Nada. Pero no servía de nada no tener en cuenta su aviso. Mejor seguros que muertos.

—¿Qué hay de Goblin y Un Ojo?

—Todavía no han terminado.

—Oh, oh. —Busqué mis ropas, mis armas. Rastreador dijo:

—Iré a rastrearles e intentaré asustarles o alejarles. Tú advierte a los otros. Estate preparado para echar a correr. —Se deslizó fuera de la tienda, detrás del Perro Matasapos. ¡El maldito animal mostraba ahora algo de vida!

Nuestros susurros despertaron a Lance. Ninguno de los dos habló. Me pregunté qué arriesgaba él. Me cubrí la cabeza con la manta y salí.

En la otra tienda encontré a los dos hombres en trance.

—Mierda. ¿Y ahora qué? —¿Me atrevería a despertar a Un Ojo? Suavemente—: Un Ojo. Soy Matasanos. Tenemos problemas.

Ah. Su ojo bueno se abrió. Por un momento pareció desorientado. Luego…

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Problemas. Rastreador dice que hay alguien en el bosque.

Sonó un grito en la lluvia. Susurro se irguió de un salto.

—¡El poder! —escupió—. ¿Qué demonios?

—¿Qué ocurre?

—Alguien acaba de desgarrar un conjuro casi como si fuera uno de los Tomados.

—¿Puedes sacar a Goblin? ¿Rápido?

—Puedo… —Otro grito desgarró el bosque. Éste se prolongó y se prolongó, y parecía más de desesperación que de agonía—. Lo traeré.

Sonó como si hubiera perdido toda esperanza.

Tomados. Tenían que serlo. Habían olido nuestro rastro. Se acercaban. Pero los gritos… ¿El primero alguien al que Rastreador había emboscado? ¿El segundo el propio Rastreador? No había sonado como si fuera él.

Un Ojo se tendió y cerró el ojo. A los pocos momentos estaba de nuevo en trance, aunque su rostro traicionaba el miedo en su mente superficial. Era bueno, controlándose bajo tanta tensión.

Hubo un tercer grito procedente del bosque. Inquieto, me situé donde podía ver a través de la lluvia. No vi nada. Unos momentos más tarde Goblin se agitó.

Su aspecto era horrible. Pero su determinación mostraba que había cumplido con su palabra. Se obligó a ponerse en pie pese a que obviamente no estaba preparado. Su boca no dejaba de abrirse y cerrarse. Tuve la sensación de que deseaba decirme algo.

Un Ojo salió tras él pero se recuperó más rápidamente.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.

—Otro grito.

—¿Lo dejamos caer todo? ¿Echamos a correr?

—No podemos. Tenemos que recoger algunas cosas y llevarlas de vuelta a la Llanura. De otro modo mejor que nos rindamos ahora y aquí mismo.

—Está bien. Reúne las cosas. Yo me haré cargo aquí.

Reunir las cosas no fue mucho trabajo. Había desempaquetado muy poco… Algo rugió allá en el bosque. Me inmovilicé.

—¿Qué demonios? —Sonaba como algo más grande que cuatro leones. Un momento más tarde se oyeron gritos.

Aquello no tenía sentido. Ningún sentido. Podía ver a Rastreador desatando el infierno contra la Guardia, pero no si tenían a uno de los Tomados con ellos.

Goblin y Un Ojo aparecieron mientras empezaba a desmontar la tienda. Goblin tenía todavía un aspecto infernal. Un Ojo llevaba la mitad de sus cosas.

—¿Dónde está el chico? —preguntó.

No había prestado atención a su ausencia. No me había sorprendido.

—Ha desaparecido. ¿Cómo vamos a cargar con Cuervo?

Mi respuesta surgió del bosque. Rastreador. No con muy buen aspecto, pero todavía sano. El Perro Matasapos estaba cubierto de sangre. Parecía más animado de lo que lo había visto nunca.

—Salgamos de aquí —dijo Rastreador, y cogió uno de los extremos de la litera.

—Tus cosas.

—No hay tiempo.

—¿Qué hay del carro? —Alcé el otro extremo.

—Olvídalo. Estoy seguro de que lo han encontrado. En marcha.

Echamos a andar, dejando que él abriera camino. Pregunté:

—¿Qué fue todo ese ruido?

—Los pillamos por sorpresa.

—Pero…

—Incluso los Tomados pueden ser sorprendidos. Ahorra tu aliento. No está muerto.

Durante algunas horas fue poner un pie delante del otro y no mirar atrás. Rastreador marcó un paso vivo. En un rincón de mi mente donde todavía moraba el observador noté que el Perro Matasapos mantenía el paso con toda facilidad.

Goblin fue el primero en derrumbarse. Una o dos veces había intentado alcanzarme y decirme algo, pero simplemente no había tenido las energías suficientes. Cuando se derrumbó, Rastreador se detuvo y miró irritado hacia atrás. El Perro Matasapos se acomodó entre las húmedas hojas, gruñendo en voz baja. Rastreador se encogió de hombros, depositó su extremo de la litera en el suelo.

Entonces fue mi turno de dejarme caer. Como una piedra. Y al diablo la lluvia y el barro. No podía estar más empapado.

Dioses, me dolían los brazos y los hombros. Allá donde los músculos empezaban a trepar hacia mi cuello se me clavaban agujas de fuego.

—Esto no va a funcionar —dije después de contener la respiración—. Somos demasiado viejos y débiles.

Rastreador estudió el bosque. El Perro Matasapos se levantó, olisqueó el húmedo viento. Conseguí levantarme lo suficiente para mirar por donde habíamos venido, intentando adivinar la dirección que habíamos tomado.

Hacia el sur, por supuesto. El norte no tenía sentido y el este o el oeste; nos hubieran llevado al Túmulo o al río. Pero si seguíamos hacia el sur nos encontraríamos con el camino antiguo a Galeote allá donde hacía una curva al lado del Gran Trágico. Ese tramo estaría con toda seguridad patrullado.

Con el aliento parcialmente restablecido y mi respiración ya no atronando en mis oídos, pude oír el río. No estaba a más de cien metros de distancia, murmurando y espumeando como siempre.

Rastreador se arrancó de sus reflexiones.

—Los hemos engañado, pues. Los hemos engañado.

—Tengo hambre —dijo Un Ojo, y me di cuenta de que yo también—. Aunque supongo que vamos a tener mucha más. —Sonrió débilmente. Ahora tenía fuerzas suficientes para examinar a Goblin—. Matasanos, ¿quieres que le echemos un vistazo?

Curioso que no sean enemigos cuando se hallan en dificultades.