Matasanos:

Bomanz se enfrentó a la Dama desde otro ángulo. Vio un fantasma de miedo rozar sus impolutos rasgos.

—Ardath —dijo, y vio que su miedo se convertía en resignación.

Ardath era mi hermana.

—Tuviste una hermana gemela. La asesinaste y tomaste su nombre. Tu auténtico nombre es Ardath.

Lamentarás esto. Hallaré tu nombre…

—¿Por qué me amenazas? No deseo causarte daño.

Me lo causas frustrándome. Libérame.

—Vamos, vamos. No seas infantil. ¿Por qué forzar mi mano? Esto nos costará a ambos agonía y energía. Yo sólo quiero redescubrir el conocimiento enterrado contigo. Enseñarme no te costará nada. No te haré ningún daño. Incluso puedo preparar el mundo para tu regreso.

El mundo se prepara ya. ¡Bomanz!

Bomanz rió quedamente.

—Eso es una máscara, como la de anticuario. Ése no es mi nombre. Ardath. ¿Debemos luchar?

Los hombres sabios dicen que hay que aceptar con gracia lo inevitable. Si debo hacerlo, debo hacerlo. Intentaré ser graciosa.

Cuando los cerdos vuelen, pensó Bomanz.

La sonrisa de la Dama era burlona. Envió algo. Él no lo atrapó. Otras voces llenaron su mente. Por un instante pensó que el Dominador estaba despertando. Pero las voces estaban en sus oídos físicos, allá en la casa.

—¡Oh, maldita sea!

Una risa como el tintinear de campanillas al viento.

—Clete está en posición. —La voz era la de Tokar. Su presencia en el desván enfureció a Bomanz. Empezó a correr.

—Ayúdame a sacarlo de la silla. —Stancil.

—¿No deberías despertarlo? —Gloria.

—Su espíritu está allá fuera en el Túmulo. No sabrá nada a menos que el uno tropiece con el otro ahí fuera.

Equivocado, pensó Bomanz. Equivocado, insidiosa e ingrata verruga. Tu viejo no es estúpido. Responde a las señales incluso cuando no desea verlas.

La cabeza de dragón giró cuando pasó a toda prisa por su lado. Su burla le persiguió. El odio de los caballeros muertos le golpeó cuando los rebasó.

—Llévalo al rincón. Tokar, el amuleto está debajo de la piedra del fogón en la cabaña. ¡Ese maldito Men fu! Casi lo quemó. Quiero echarle las manos al imbécil que lo envió aquí. Ese codicioso idiota no estaba interesado en nada más allá de sí mismo.

—Al menos se llevó el Monitor con él. —Gloria.

—Puro accidente. Pura suerte.

—El tiempo. El tiempo —dijo Tokar—. Los hombres de Clete están llegando a los acuartelamientos.

—Salgamos de aquí entonces. Gloria, ¿harás algo además de mirar al viejo? Tengo que entrar antes de que Tokar alcance el Túmulo. Hay que decirles a los Grandes lo que estamos haciendo.

Bomanz pasó junto al túmulo de Perroluna. Sintió el agitar en su interior. Corrió más.

Un fantasma danzó a su lado. Un fantasma de rostro diabólico y hombros hundidos que lo condenó un millar de veces.

—No tengo tiempo para ello, Besand. Pero tenías razón. —Cruzó el viejo foso, pasó su excavación. El paisaje estaba salpicado de desconocidos. Desconocidos Resurreccionistas. ¿De dónde habían salido? ¿Habían estado escondidos en el Viejo Bosque?

Más aprisa. Tienes que ir más aprisa, pensó. Ese estúpido de Stance está intentando seguirte dentro.

Corrió como en una pesadilla, flotando a través de escalones subjetivamente eternos. El cometa brillaba fuertemente. Tan fuerte que arrojaba sombras.

—Lee de nuevo las instrucciones para estar seguros —dijo Stancil—. El tiempo no es crítico siempre que no hagas nada demasiado pronto. —¿Debemos atarlo o algo? ¿Sólo por si acaso?

—No tenemos tiempo. No te preocupes por él. No saldrá hasta que sea demasiado tarde.

—Me hace poner nervioso.

—Entonces échale una alfombra por encima y ven. E intenta mantener la voz baja. No querrás despertar a mi madre.

Bomanz cargó hacía las luces de la ciudad… Se le ocurrió que en este estado no tenía que considerarse un hombre bajo de piernas rechonchas y falto de aliento. Cambió su percepción; y su velocidad se incrementó. Pronto encontró a Tokar, que trotaba hacia el Túmulo con el amuleto de Besand. Bomanz juzgó su sorprendente velocidad con respecto a la lentitud aparente de Tokar. Se estaba moviendo aprisa.

El cuartel general estaba en llamas. Había una intensa lucha alrededor de los acuartelamientos. Los carreros de Tokar dirigían a los atacantes. Unos pocos Guardias habían conseguido salir de la trampa. El tumulto se estaba filtrando a la ciudad.

Bomanz alcanzó su tienda. Arriba de la escalera, Stancil le dijo a Gloria:

—Empécenos ahora. —Mientras Bo empezaba a subir la escalera, Stancil dijo—: Dumni. Un muji dumni. —Bomanz se lanzó contra su propio cuerpo. Se hizo con el mando de sus músculos, saltó en pie.

Gloria gritó.

Bomanz la arrojó contra la pared. Su trayectoria destrozó preciosas antigüedades.

Bomanz chilló agónicamente cuando todos los dolores de un cuerpo viejo golpearon su consciencia. ¡Maldita sea! ¡Su úlcera le estaba destrozando las entrañas!

Agarró la garganta de su hijo cuando se volvía, silenciándolo antes de que terminara si conjuro.

Stancil era más joven, más fuerte. Se levantó. Y Gloria se lanzó contra Bomanz. Bomanz retrocedió bruscamente.

—Que nadie se mueva —restalló.

Stancil se frotó la garganta y croó algo.

—¿Crees que no lo haré? Pruébalo. No me importa quien seas. No voy a liberar esa cosa ahí fuera.

—¿Cómo lo supiste? —croó Stancil.

—Has estado actuando de forma extraña. Tienes amigos extraños. Esperaba estar equivocado, pero no corro riesgos. Deberías haberlo recordado.

Stancil extrajo un cuchillo. Sus ojos se endurecieron.

—Lo siento, papá. Algunas cosas son más importantes que la gente.

Las sienes de Bomanz pulsaron.

—Compórtate. No tengo tiempo para esto. Tengo que detener a Tokar.

Gloria extrajo también un cuchillo. Se deslizó un paso más cerca de él.

—Estás tentando mi paciencia, hijo.

La muchacha saltó. Bomanz emitió una palabra de poder. Ella embistió de cabeza contra la mesa, se deslizó al suelo, casi inhumanamente fláccida. A los pocos segundos quedaba fláccidamente inmóvil, maullando como un gatito herido.

Stancil se dejó caer sobre una rodilla.

—Lo siento, Gloria. Lo siento.

Bomanz ignoró su propia agonía emocional. Recuperó el mercurio que se había derramado del cuenco que había encima de la mesa, murmuró unas palabras que transformaron su superficie en un espejo de acontecimientos lejanos.

Tokar estaba a dos tercios del camino hacia el Túmulo.

—La has matado —dijo Stancil—. La has matado.

—Te lo advertí, éste es un negocio cruel. —Y—: Hiciste una apuesta y perdiste. Sienta tu culo en el rincón y compórtate.

—La has matado.

Los remordimientos golpearon antes incluso de que su hijo le obligara a actuar, intentó suavizar el impacto, pero la fusión de los huesos era todo o nada.

Stancil cayó cruzado encima de su amor.

Su padre se dejó caer de rodillas a su lado.

—¿Por qué me has obligado a hacerlo? Estúpidos. ¡Malditos locos estúpidos! Me usasteis. ¿No tuvisteis el buen sentido suficiente como para aseguraros de mí, y queréis enfrentaros con alguien como la Dama? No lo sé. No lo sé. ¿Qué voy a decirle a Jazmín? ¿Cómo puedo explicárselo? —Miró alocadamente a su alrededor, un animal atormentado—. Matarme. Eso es todo lo que puedo hacer. Ahorrarle el dolor de averiguar lo que era su hijo… No puedo. Debo detener a Tokar.

Estaban luchando fuera en la calle. Bomanz lo ignoró. Se centró en el mercurio.

Tokar estaba en el borde del foso, mirando al Túmulo. Bomanz vio el miedo y la incertidumbre en él.

Tokar halló su valor. Agarró el amuleto y cruzó la línea.

Bomanz empezó a edificar una transmisión asesina.

Su mirada cruzó el umbral, espió a una asustada Curiosa mirando desde el oscuro descansillo.

—Oh, niña. Niña, sal de aquí.

—Estoy asustada. Se están matando unos a otros ahí fuera.

También nos estamos matando aquí dentro, pensó. Por favor, márchate.

—Ve a buscar a Jazmín.

De la tienda llegó un horrendo estrépito. Se oyó maldecir a unos hombres. El acero chocó contra el acero. Bomanz oyó la voz de uno de los carreros de Tokar. El hombre estaba desplegando una defensa de la casa.

La Guardia había vuelto.

Curiosa gimoteó.

—Sal de aquí, niña. Sal de aquí. Ve abajo con Jazmín.

—Estoy asustada.

—Yo también. Y no podré ayudar si te interpones en mi camino. Ve abajo.

Rechinó los dientes y se alejó. Bomanz suspiró. Había estado cerca. Si hubiera visto a Stance y Gloria…

El rugir se redobló. Los hombres gritaron. Bomanz oyó al cabo Bronco aullar órdenes. Volvió al cuenco. Tokar había desaparecido. No pudo volver a localizar al hombre. De pasada echó un vistazo al terreno entre la ciudad y el Túmulo. Unos pocos Resurreccionistas se apresuraban hacia la lucha, aparentemente para ayudar. Otros estaban huyendo a la carrera. Restos de la Guardia iban en su persecución.

Resonaron unas botas subiendo la escalera. Bomanz interrumpió de nuevo los preparativos de su transmisión. Bronco apareció en el umbral. Bomanz empezó a ordenarle que saliera. El otro no estaba de humor para discutir. Blandió una gran espada ensangrentada…

Bomanz usó su palabra de poder. Los huesos de un hombre se convirtieron de nuevo en gelatina. Luego de nuevo y de nuevo, cuando los soldados de Bronco intentaron vengarle. Bomanz derribó a cuatro antes de que se detuviera la avalancha.

Intentó volver a su transmisión…

Esta vez la interrupción no fue nada físico. Fue una reverberación a lo largo del camino que había abierto al interior de la cripta de la Dama. Tokar estaba en el Gran Túmulo y en contacto con la criatura que contenía.

—Demasiado tarde —murmuró—. Malditamente demasiado tarde. —Pero envió la transmisión de todos modos. Quizá Tokar muriera antes de que pudiera liberar a aquellos monstruos.

Jazmín maldijo. Curiosa gritó. Bomanz saltó por encima de los Guardias caídos y cargó escaleras abajo. Curiosa gritó de nuevo.

Bo entró en su dormitorio. Uno de los hombres de Tokar tenía un cuchillo apoyado contra la garganta de Jazmín. Un par de Guardias buscaban una abertura.

A Bomanz ya no le quedaba paciencia. Mató a los tres.

La casa vibró. Las tazas de té tintinearon en la cocina. Fue un temblor suave, pero un aviso lo suficientemente fuerte como para advertir a Bomanz.

Su transmisión no había llegado a tiempo.

Resignado, dijo:

—Salid de la casa. Va a haber un terremoto.

Jazmín le miró de reojo. Sujetaba a la histérica chica.

—Os lo explicaré más tarde. Si sobrevivimos. Simplemente salid de la casa. —Se dio la vuelta y se lanzó a la calle, cargó hacia el Túmulo.

Imaginarse alto y delgado y veloz no le sirvió ahora. Era Bomanz en carne y hueso, un viejo bajo y gordo que se quedaba fácilmente sin resuello. Cayó dos veces cuando los temblores agitaron la ciudad. Cada uno era más fuerte que el anterior.

Los fuegos seguían ardiendo, pero la lucha había terminado. Los supervivientes de ambos lados sabían que era demasiado tarde para una decisión por la espada. Miraban hacia el Túmulo, aguardando el desarrollo de los acontecimientos.

Bomanz se unió a los que miraban.

El cometa ardía tan brillante que el Túmulo estaba claramente iluminado.

Una tremenda sacudida agitó el suelo. Bomanz se tambaleó. Allá en el Túmulo el montículo que contenía a Atrapaalmas estalló. Un doloroso resplandor ardió desde dentro. Una figura se alzó de entre los escombros, de pie, recortada contra el resplandor.

La gente rezó o maldijo, según su predilección.

Los temblores continuaron. Túmulo tras túmulo se abrieron. Uno tras otro, los Diez que Fueron Tomados aparecieron recortados contra la noche.

—Tokar —murmuró Bomanz—. Espero que te pudras en el infierno.

Sólo quedaba una posibilidad. Una imposible posibilidad. Descansaba en los hombros inclinados por el tiempo de un hombrecito rechoncho cuyos poderes no estaban en su mejor forma.

Reunió sus más potentes conjuros, su más grande magia, todos los trucos místicos que había elaborado a lo largo de treinta y siete años de solitarias noches. Y echó a andar hacia el Túmulo.

Unas manos se adelantaron para detenerle. No lo alcanzaron. Desde la multitud una mujer vieja gritó:

—¡Bo, no! ¡Por favor!

Siguió andando.

El Túmulo hervía. Los fantasmas aullaban entre las ruinas. El Gran Túmulo sacudió su joroba. La tierra estalló hacia arriba, en llamas. Una gran serpiente alada se alzó contra la noche. Un gran grito brotó de su boca. Torrentes de fuego de dragón inundaron el Túmulo.

Unos ojos verdes y sabios observaron el avance de Bomanz.

El hombrecillo gordo penetró en el holocausto, liberando su arsenal de conjuros. El fuego lo envolvió.