Goblin y Un Ojo necesitaron sólo unos minutos para examinar la casa.
—Nada de trampas —anunció Un Ojo—. Ningún fantasma tampoco. Algunas antiguas resonancias de hechicería a las que se sobreponen otras más recientes. Arriba.
Extraje un trozo de papel. En él estaban mis notas de las cartas de Bomanz. Fuimos arriba. Por confiados que se sintieran, Goblin y Un Ojo me dejaron pasar primero. Fíate de los amigos.
Me aseguré de que los postigos de la ventana estaban cerrados antes de permitir que se encendiera ninguna luz. Luego:
—Haced lo que tengáis que hacer. Yo husmearé un poco. —Rastreador y el Perro Matasapos permanecían en la puerta. No era una habitación grande.
Examiné títulos de libros antes de iniciar una búsqueda seria. El hombre tenía gustos eclécticos. O quizás había coleccionado lo que encontró más barato.
No encontré papeles.
El lugar no parecía haber sido saqueado.
—Un Ojo. ¿Puedes decir si el lugar fue registrado?
—Probablemente no. ¿Por qué?
—Los papeles no están aquí.
—¿Miraste donde ocultaba las cosas? ¿Como él dijo?
—Todos los lugares menos uno. —Había una lanza en un rincón. Por supuesto, cuando giré su punta, se desprendió y reveló que el asta era hueca. De ahí salió el mapa mencionado en la historia. Lo extendimos sobre la mesa.
Por mi espalda treparon escalofríos.
Aquello era auténtica historia. Aquel mapa había modelado el mundo de hoy. Pese a mi limitada comprensión del TelleKurre y mi más débil aún conocimiento de los símbolos de la hechicería, capté el poder cartografiado ahí. Para mí al menos, irradiaba algo que me dejó tambaleándome al borde entre la inquietud y el auténtico miedo.
Goblin y Un Ojo no sintieron lo mismo. O quizás estaban demasiado intrigados. Juntaron sus cabezas y examinaron la ruta que utilizó Bomanz para alcanzar a la Dama.
—Treinta y siete años de trabajo —dije.
—¿Qué?
—Le tomó treinta y siete años acumular esa información. —Observé algo—. ¿Qué es esto? —Era algo que no debería estar allí, según recordaba la historia—. Entiendo. Nuestro corresponsal añadió sus propias notas.
Un Ojo me miró. Luego miró el mapa. Luego volvió a mirarme a mí. Luego se inclinó para examinar la ruta en el mapa.
—Tiene que ser eso. No hay otra respuesta.
—¿El qué?
—Sé lo que ocurrió.
Rastreador se agitó incómodo.
—¿Y bien?
—Intentó entrar. De la única manera que se puede. Y no pudo salir.
Me había escrito diciendo que había algo que tenía que hacer, que los riesgos eran grandes. ¿Tenía razón Un Ojo?
Un hombre valiente.
No había papeles. A menos que estuvieran escondidos mejor de lo que pensaba. Quizá Goblin y Un Ojo tuvieran más suerte. Hice que enrollaran de nuevo el mapa y lo devolvieran al asta hueca de la lanza, luego dije:
—Estoy abierto a sugerencias.
—¿Acerca de qué?
—Acerca de cómo arrebatar a este tipo de las manos de la Guardia Eterna. Y acerca de cómo conseguir que su alma vuelva dentro de él de modo que podamos hacerle preguntas. Simplemente eso.
Me parecieron entusiasmados. Un Ojo dijo:
—Alguien tendrá que ir ahí dentro para ver lo que está mal. Luego agarrarle y guiarle fuera.
—Entiendo. —Muy bien. Antes de poder hacer esto teníamos que echarle mano al cuerpo vivo—. Registrad este lugar de cabo a rabo. Ved lo que podéis encontrar que esté escondido.
Les tomó media hora. Me convertí en una ruina llena de nervios.
—Demasiado tiempo, demasiado tiempo —no dejaba de decir. Me ignoraron.
La búsqueda produjo un trozo de papel, muy antiguo, que contenía una clave cifrada. Estaba doblado en uno de los libros, no realmente oculto. Lo tomé. Podía ser usado con los papeles allá en el Agujero.
Salimos. Regresamos al Diablo Azul sin ser detectados. Todos dejamos escapar suspiros de alivio cuando alcanzamos nuestra habitación.
—¿Y ahora qué? —preguntó Goblin.
—Durmamos. Mañana ya tendremos tiempo de preocuparnos. —Estaba equivocado, por supuesto. Yo ya me estaba preocupando.
Con cada paso que daba las cosas se volvían más complicadas.