El coronel llamó a Lance. Éste se estremeció cuando se cuadró delante del escritorio de Dolce.
—Tienes preguntas que responder, muchacho —dijo Dolce—. Empieza diciéndome todo lo que sabes de Corbie.
Lance tragó saliva.
—Sí, señor —dijo. Y le contó mucho más cuando Dolce insistió en que repitiera todas las palabras que se habían cruzado los dos. Se lo dijo todo menos la parte acerca del mensaje y el paquete envuelto en piel impermeabilizada.
—Curioso —dijo Dolce—. Mucho. ¿Eso es todo?
Lance agitó nervioso los pies.
—¿Sobre qué, señor?
—Digamos que lo que encontramos dentro del paquete era interesante.
—¿Señor?
—Parecía ser una larga carta, aunque nadie pudo leerla. Estaba en un lenguaje que no conoce nadie. Puede que sea el lenguaje de las Ciudades Joya. Lo que quiero saber es, ¿quién se supone que debía recibirla? ¿Era única o formaba parte de una serie? Nuestro amigo está en problemas, muchacho. Si se recupera, tiene los pies metidos en agua hirviendo. Muy metidos. Los auténticos pobres diablos no escriben largas cartas a nadie.
—Bueno, señor, como dije, estaba intentando localizar a sus hijos. Y puede que proceda de Ópalo…
—Lo sé. Hay evidencias circunstanciales de ello. Quizá pueda darme satisfacción cuando vuelva en sí. Por otro lado, cualquier cosa notable en el Túmulo se vuelve sospechosa. Una pregunta, hijo. Y debes contestarla satisfactoriamente si no quieres verte también en los pies en agua hirviendo. ¿Por qué intentaste esconder el paquete?
Aquél era el momento crucial. El momento del que no había escapatoria. Había rezado para que no llegara. Ahora, enfrentándose a él, Lance supo que su lealtad a Corbie no se situaba a la altura de la prueba.
—Me pidió que, si le ocurría alguna cosa, llevara una carta dirigida a Galeote. Una carta en un paquete envuelto con piel impermeabilizada.
—¿Entonces, esperaba problemas?
—No lo sé. No sé lo que había en la carta o por qué deseaba que fuera entregada. Simplemente me dio un nombre. Y luego me pidió que le dijera algo a usted una vez entregada la carta.
—¿Oh?
—No recuerdo sus palabras exactas. Me dijo que le dijera que la cosa en el Gran Túmulo ya no está dormida.
Dolce dio un salto en su asiento como si hubiera sido picado por un escorpión.
—¿Eso dijo? ¿Y cómo lo sabía? No importa. El nombre. ¡Ahora! ¿A quién debía ser entregado el paquete?
—A un herrero en Galeote. Llamado Arena. Eso es todo lo que sé, señor. Lo juro.
—Está bien. —Dolce parecía distraído—. Vuelve a tus deberes, muchacho. Dile al mayor Klief que quiero verle.
—Sí, señor.
A la mañana siguiente Lance observó al mayor Klief y a un destacamento cabalgar fuera del Túmulo, con órdenes de arrestar al herrero Arena. Se sintió terriblemente culpable. Y sin embargo, ¿cómo podía haber traicionado a nadie? Se hubiera traicionado a sí mismo si Corbie era un espía.
Alivió su culpabilidad atendiendo a Corbie con religiosa devoción, manteniéndolo limpio y alimentado.