Era la hora de la Asamblea Mensual. La gran reunión durante la cual no se hace ninguna otra cosa. Durante la cual todos charlan de sus proyectos preferidos que no pueden llegar a realizarse. Tras cinco o seis horas de eso, Linda cierra el debate diciéndonos lo que debemos hacer.

Aparecieron los mapas habituales. Uno mostraba dónde nuestros agentes creían que debían de estar los Tomados. Otro mostraba incursiones de las que los menhires habían informado. Ambos mostraban una gran cantidad de blanco, zonas de la Llanura que todavía nos eran desconocidas. Un tercer mapa mostraba las tormentas de cambio del mes, uno de los proyectos preferidos del Teniente. Estaba buscando algo. Como siempre, la mayoría estaban localizadas a lo largo de la periferia. Pero había un número inusualmente grande de ellas, y más alto que el porcentaje habitual, en el interior del mapa. ¿Era algo estacional? ¿Una genuina variación? ¿Quién sabía? No llevábamos observándolas el tiempo suficiente. Los menhires no se molestaban en explicar tales trivialidades.

Linda se hizo cargo de inmediato de las cosas. Hizo signos:

—La operación en Orín ha tenido el efecto que esperaba. Nuestros agentes han informado de estallidos antiimperiales casi en todas partes. Han desviado de nosotros parte de la atención. Pero los ejércitos de los Tomados siguen aumentando. Susurro se ha vuelto especialmente agresiva en sus incursiones.

Las tropas imperiales entraban en la Llanura casi cada día, sondeando en busca de una respuesta y preparando a sus hombres para los peligros de la Llanura. Las operaciones de Susurro, como siempre, eran muy profesionales. Militarmente, había que temerla mucho más que al Renco.

El Renco es un perdedor. No era enteramente culpa suya, pero el estigma se había adherido a él. Ganador o perdedor, sin embargo, cabalga al otro lado.

—Esta mañana llegó la noticia de que Susurro ha establecido una guarnición a un día de marcha dentro de los límites. Está erigiendo fortificaciones, esperando nuestra respuesta.

Su estrategia era evidente. Establecer una red de fortalezas que se apoyaran mutuamente; construirlas lentamente hasta que se extendieran por toda la llanura. Esa mujer era peligrosa. Especialmente si le vendía la idea al Renco y ponían en ello todos sus ejércitos.

Como estrategia se remonta al alba de los tiempos, y ha sido usada una y otra vez allá donde los ejércitos regulares se enfrentan a los partisanos en terreno abierto. Es una estrategia paciente que depende de la voluntad del conquistador de perseverar. Funciona donde existe esta voluntad y fracasa donde no existe.

Aquí funcionaría. El enemigo tiene veintitantos años para desarraigarnos. Y no siente la necesidad de retener la Llanura una vez haya acabado con nosotros.

¿Nosotros? Digamos más bien Linda. El resto de nosotros no somos nada dentro de la ecuación. Si Linda cae, no hay Rebelión.

—Están robando tiempo —hizo signos Linda—. Necesitamos décadas. Tenemos que hacer algo.

Ahí viene, pensé. Tenía esa expresión. Iba a anunciar el resultado de mucho examen de conciencia. Así que no me sorprendió cuando hizo signos:

—Voy a enviar a Matasanos a recuperar el resto de la historia de su corresponsal. —La noticia de las cartas se había difundido. Linda se había encargado de ello—. Goblin y Un Ojo le acompañarán y le apoyarán.

—¿Qué? En absoluto…

—Matasanos.

—No lo haré. Mírame. No soy nadie. ¿Quién va a fijarse en mí? Un viejo tipo vagabundeando por ahí. El mundo está lleno de ellos. Pero ¿tres tipos? ¿Uno de ellos negro? ¿Uno de ellos un enano con…?

Goblin y Un Ojo me lanzaron miradas capaces de agriar la leche.

Me reñí a mí mismo. Mi estallido los había puesto en una difícil situación. Aunque ellos deseaban ir tanto como yo quería que fueran, ahora no se atrevían a mostrarse públicamente de acuerdo conmigo. Peor aún, tenían que mostrarse de acuerdo el uno con el otro. ¡El ego!

Pero insistí en mi opinión. Goblin y Un Ojo son personajes conocidos. Incidentalmente, yo también lo soy, pero como señalé, no soy físicamente reconocible.

Linda hizo signos:

—El peligro alentará su cooperación.

Me refugié en mi última ciudadela.

—La Dama llegó a mí en el desierto esa noche que estuve fuera, Linda. Ella me está vigilando.

Linda pensó un momento, luego hizo señas:

—Eso no cambia nada. Necesitamos esa última pieza de la historia antes de que los Tomados cierren el cerco.

Tenía razón sobre esto. Pero…

Hizo signos:

—Iréis los tres. Tened cuidado.

Rastreador siguió el debate con la ayuda de Otto. Ofreció:

—Yo iré. Conozco el norte. En especial el Gran Bosque. Ahí es donde obtuve mi nombre. —Detrás de él, el Perro Matasapos bostezó.

—¿Matasanos? —preguntó Linda.

Le devolví la pelota.

—Es cosa tuya decidir.

—Puede serte útil un luchador —hizo signos—. Dile que aceptas.

Murmuré algo para mí mismo y me volví hacia Rastreador.

—Ella dice que vengas.

Pareció complacido.

En lo que a Linda se refería, eso fue todo. La cosa quedaba resuelta. Retrasaron la agenda hasta un informe de Encordador sugiriendo que Curtidor estaba listo para lanzar una incursión como la de Orín.

Protesté y barboté y nadie me prestó atención excepto Goblin y Un Ojo, que me lanzaron sendas miradas diciendo que iba a agotar todos mis insultos.

No nos entretuvimos. Partimos catorce horas más tarde. Con todo dispuesto para nosotros. Fui arrastrado fuera de la cama poco después de medianoche, y pronto me encontré arriba, al lado del coral, aguardando el descenso de una ballena del viento pequeña. Un menhir parloteó a mis espaldas, dándome instrucciones acerca de cuidar y halagar el ego de la ballena del viento. Lo ignoré. Todo había ido demasiado rápido: me estaban montando en la silla antes de que me hubiera convencido a mí mismo de que tenía que emprender el viaje. Estaba viviendo por detrás de los acontecimientos.

Tenía mis armas, mis amuletos, dinero, comida. Todo lo que podía necesitar. Como Goblin y Un Ojo, que se habían provisto de todo un arsenal suplementario de artilugios taumatúrgicos. El plan era adquirir un carro con su tiro para conducirlo después de que la ballena del viento nos hubiera dejado caer tras las líneas enemigas. Con todo lo que llevaban, gruñí, íbamos a necesitar dos.

Rastreador, en cambio, viajaba ligero. Comida, un surtido de armas seleccionadas de entre las que tenía a mano, y su perro.

La ballena del viento se elevó. La noche nos envolvió. Me sentí perdido. Nadie había venido a abrazarme y a desearme buena suerte.

La ballena siguió subiendo hasta donde el aire era tenue y helado. Al este, al sur y al noroeste espié el resplandor de tormentas de cambio. Estaban haciéndose más comunes.

Supongo que estaba empezando a acostumbrarme a cabalgar ballenas del viento. Temblando, acurrucado, ignorando a Rastreador, que no dejaba de charlotear de trivialidades, me quedé dormido. Desperté cuando una mano me sacudió, y encontré el rostro de Rastreador a un palmo del mío.

—Despierta, Matasanos —dijo—. Despierta. Un Ojo dice que tenemos problemas.

Me levanté, esperando verme rodeado de Tomados.

Estábamos rodeados, pero por cuatro ballenas del viento y una docena de mantas.

—¿De dónde han salido?

—Aparecieron mientras estabas dormido.

—¿Cuál es el problema?

Rastreador señaló hacia lo que podríamos llamar el lado de estribor.

Una tormenta de cambio. Formándose.

—Simplemente apareció de la nada —dijo Goblin, uniéndose a nosotros, demasiado nervioso para recordar que estaba irritado conmigo—. Parece como una de las malas además, por el ritmo al que está creciendo.

La tormenta de cambio no tenía ahora más de cuatrocientos metros de diámetro, pero la furia de relámpagos color pastel en su corazón decía que estaba creciendo de una forma rápida y terrible. Su contacto podía ser más dramático de lo habitual. Una luz multicolor pintaba de una forma extraña rostros y ballenas. Nuestro convoy cambió de rumbo. Las ballenas del viento no se ven tan afectadas como los humanos, pero prefieren eludir los problemas siempre que es posible. Resultaba claro, sin embargo, que los bordes del monstruo nos rozarían.

Incluso mientras reconocía aquellos hechos el tamaño de la tormenta aumentó. Seiscientos metros de diámetro. Ochocientos. Rodando, hirviendo multicolor dentro de lo que parecía como humo negro. Serpientes de silenciosos relámpagos restallaban y gruñían sin sonido unos alrededor de otros.

El fondo de la tormenta de cambio tocaba el suelo.

Todos aquellos relámpagos hallaron sus voces. Y la tormenta se expandió más rápidamente aún, lanzando en otra dirección aquel crecimiento que debiera haber ido hacia el este. Su energía era terrible.

Las tormentas de cambio raras veces llegan más cerca de doce kilómetros del Agujero. Ya son suficientemente impresionantes a aquella distancia, a la que sólo captar como un soplo de viento que hace crepitar tu pelo y deshilacha tus nervios. En otros tiempos, cuando aún servíamos a la Dama, hablé con veteranos de las campañas de Susurro que contaron cosas acerca de verse atrapados en las tormentas. Nunca llegué a creer aquellos relatos.

Los creí cuando los bordes de la tormenta llegaron a nosotros. Una de las mantas fue atrapada. Pude ver a través de ella, sus huesos blancos contra la repentina oscuridad. Luego cambió.

Todo cambió. Rocas y árboles se volvieron proteicos. Pequeñas cosas que nos seguían cambiaron de forma.

Hay una hipótesis que afirma que como resultado de las tormentas de cambio han aparecido extrañas especies en la Llanura. Se ha propuesto también que las tormentas de cambio son responsables de la propia Llanura. Que cada una roe un poco más de nuestro mundo normal.

Las ballenas abandonaron su intento de dejar atrás la tormenta y picaron hacia el este, por debajo de la curva de la tormenta en expansión, descendiendo hasta donde la caída sería más corta si cambiaban a algo incapaz de volar. El proceso estándar para cualquiera atrapado en una tormenta de cambio. Permanece a baja altura y no te muevas.

Los veteranos de Susurro hablaban de lagartos creciendo hasta el tamaño de elefantes, de arañas convirtiéndose en monstruos, de serpientes venenosas a las que les brotaban alas, de criaturas inteligentes volviéndose locas e intentando matar a todo lo que tenían a su alrededor.

Estaba asustado.

No demasiado asustado como para no observar, sin embargo. Después de que la manta nos mostrara sus huesos recuperó su forma normal, pero creció. Como hizo una segunda cuando fue engullida por los bordes de la tormenta. ¿Significaba eso una tendencia común hacia el crecimiento en el pulso exterior de una tormenta?

La tormenta agarró a nuestra ballena, que fue la más lenta en descender. Era joven, pero consciente de la carga que llevaba. El crepitar de mi pelo alcanzó su punto máximo. Creí que mis nervios iban a traicionarme por completo. Una mirada a Rastreador me convenció de que íbamos a sufrir un caso importante de pánico.

Goblin o Un Ojo, uno de los dos, decidió ser un héroe y desafiar la tormenta. Lo mismo hubiera podido ordenar al mar que girara. El restallar y el rugir de una hechicería de primer grado se desvanecieron en la furia de la tormenta.

Hubo un instante de absoluta quietud cuando el límite de la tormenta me alcanzó. Luego un rugir surgido del infierno. Los vientos en su interior eran feroces. Sólo pensé en echarme sobre la ballena y agarrarme a algo. A mi alrededor el equipo volaba de un lado para otro, cambiando de forma mientras lo hacía. Entonces miré a Goblin. Casi vomité.

Goblin, realmente. Su cabeza se había hinchado diez veces su tamaño normal. El resto de él parecía haberse vuelto del revés. A su alrededor se agitaba una horda de los parásitos que viven en el lomo de las ballenas del viento, algunos de ellos tan grandes como pichones.

Rastreador y el Perro Matasapos eran los peores. El perro se había convertido en algo de la mitad del tamaño de un elefante, con colmillos y poseedor de los ojos más diabólicos que jamás haya visto. Me miraba con un ansia hambrienta que heló mi alma. Y Rastreador se había convertido en algo demoníaco, vagamente simiesco pero mucho peor. Ambos tenían el aspecto de criaturas surgidas de las pesadillas de un artista o un brujo.

Un Ojo era el menos cambiado. Se había hinchado, pero seguía siendo Un Ojo. Quizás esté muy arraigado al mundo, siendo como es tan malditamente viejo. Por todo lo que puedo decir, está rozando los ciento cincuenta.

La cosa que era el Perro Matasapos reptó hacia mí con los dientes desnudos… La ballena del viento tocó tierra. El impacto nos envió a todos dando volteretas. El viento chilló a nuestro alrededor. El extraño relámpago martilleó tierra y aire. La propia zona de aterrizaje tenía un aspecto proteico. Las rocas se arrastraban por el suelo. Los árboles cambiaban de forma. Los animales de aquella parte de la Llanura iban de un lado para otro en formas revisadas, con las antiguas presas convertidas en depredadores.

El espectáculo de horror estaba iluminado por una derivante, en ocasiones fantasmagórica luz.

Entonces el vacío en el corazón de la tormenta nos envolvió. Todo se congeló en la forma que tenía en el último instante. Nada se movió. Rastreador y el Perro Matasapos estaban abajo en el suelo, caídos a causa del impacto. Un Ojo y Goblin se miraban el uno al otro, en la primera fase de dejar que su eterna lucha fuera más allá de su juego habitual. Las otras ballenas del viento yacían cerca, no visiblemente afectadas. Una manta cayó del color de arriba, se estrelló.

Ese éxtasis duró quizá tres minutos. Con la inmovilidad regresó la cordura. Entonces la tormenta de cambio empezó a colapsarse.

La degeneración de la tormenta fue más lenta que su crecimiento. Pero más sana también. La sufrimos durante varias horas. Y luego hubo desaparecido. Y nuestra única baja fue la manta que se había estrellado. Pero maldita sea, había sido una experiencia estremecedora.

—Hemos tenido una jodida suerte —les dije a los demás, mientras hacíamos inventario de nuestras posesiones—. No hemos resultado muertos.

—Esto no ha tenido nada que ver con la suerte, Matasanos —respondió Un Ojo—. En el momento mismo que esos monstruos vieron la llegada de una tormenta se encaminaron a terreno seguro. Un lugar donde no hubiera nada que pudiera matarnos. O matarlas a ellas.

Goblin asintió. Últimamente estaban de acuerdo en muchas cosas. Pero todos recordábamos lo cerca que habían estado más de una vez del asesinato.

Pregunté:

—¿Qué aspecto tengo? No siento ningún cambio, excepto una especie de torbellino nervioso. Como estar borracho, drogado y medio loco, todo al mismo tiempo.

—Para mí te pareces a Matasanos —dijo Un Ojo—. Sólo que dos veces más feo.

—Y aburrido —añadió Goblin—. Pronunciaste el discurso más inspirador acerca de las glorias que consiguió la Compañía Negra durante la campaña contra Mascada.

Me eché a reír.

—Oh, vamos.

—De veras. Eras simplemente Matasanos. Quizás esos amuletos sean buenos para algo.

Rastreador estaba revisando sus armas. El Perro Matasapos estaba durmiendo cerca de sus pies. Señalé. Un Ojo hizo signos:

—No lo vi.

—Creció de tamaño y le salieron garras —hizo signos Goblin.

No parecían preocupados. Decidí que yo tampoco debía estarlo. Después de todo, los piojos de las ballenas eran la cosa más desagradable después del perro.