Los hombres que huyeron de Orín con la ballena del viento cobarde llegaron al fin. Supimos que los Tomados habían escapado de la Llanura, furiosos de que sólo había sobrevivido una alfombra. Su ofensiva iba a verse retrasada hasta que las alfombras fueran reemplazadas. Y las alfombras se contaban entre los más grandes y más costosos instrumentos mágicos. Sospeché que el Renco iba a tener que darle muchas explicaciones a la Dama.
Recluté a Un Ojo, Goblin y Silencioso para un proyecto expandido. Les traduje. Extrajeron nombres propios, los reunieron en diagramas. Mis aposentos se volvieron impenetrables. Y apenas habitables mientras ellos estaban allí, porque Goblin y Un Ojo habían podido saborear un par de veces la vida fuera de la nada de Linda. Estaban constantemente el uno sobre el otro.
Y empecé a tener pesadillas.
Una tarde planteé un desafío, medio como resultado del hecho de que no llegara otro correo, medio como un trabajo pensado para impedir que Goblin y Un Ojo acabaran volviéndome loco. Dije:
—Puede que tenga que abandonar la Llanura. ¿Podéis hacer algo para que no atraiga una atención especial?
Formularon sus preguntas. Respondí lo más honestamente que pude. Ellos también deseaban ir, como si un viaje al oeste fuera un hecho establecido. Dije:
—Ni pensarlo que vengáis. ¿Mil quinientos kilómetros de esta mierda vuestra? Me suicidaría antes de salir de la Llanura. U os mataría a alguno de los dos. Cosa que estoy empezando ya a tomar en consideración.
Goblin chilló. Fingió un terror mortal. Un Ojo dijo:
—Acércate a menos de tres metros de mí y te convertiré en un lagarto.
Emití un ruido desagradable.
—Si apenas puedes convertir la comida en mierda.
Goblin cloqueó.
—Los pollos y las vacas lo hacen mejor. Puedes fertilizar con la suya.
—Nadie te ha dado permiso para hablar, renacuajo —restallé.
—Vaya, te vuelves quisquilloso con la edad —observó Un Ojo—. Debe de ser reumatismo. ¿Has pillado reuma, Matasanos?
—Deseará que su problema sea el reumatismo si sigue adelante —prometió Goblin—. Ya es suficientemente malo tener que soportarte a ti. Pero tú al menos eres predecible.
—¿Predecible?
—Como las estaciones.
Se estaban pasando. Lancé a Silencioso una mirada pidiendo ayuda. El hijo de puta me ignoró.
Al día siguiente Goblin apareció luciendo una sonrisa taimada.
—Hemos pensado en algo, Matasanos. En caso de que vayas a dar una vuelta.
—¿Como qué?
—Necesitaremos tus amuletos.
Tenía dos que me habían dado ellos hacía mucho tiempo. Uno se suponía que me avisaba de la proximidad de los Tomados. Funcionaba bastante bien. El otro, ostensiblemente, era protector, pero también les permitía localizarme desde una cierta distancia. Silencioso lo rastreó la vez que Atrapaalmas nos envió a Cuervo y a mí a emboscar al Renco y a Susurro en el Bosque Nuboso, cuando el Renco intentó caer sobre los Rebeldes.
Hacía mucho tiempo y muy lejos. Recuerdos de un Matasanos más joven.
—Haremos algunas modificaciones. Para que no puedas ser localizado mágicamente. Dámelos. Más tarde tendremos que salir fuera para probarlos.
Le miré con los ojos entrecerrados.
—Tendrás que venir para que podamos probarlos intentando localizarte —dijo.
—¿De veras? Suena más bien como una excusa tonta para salir fuera de la nada.
—Quizá. —Sonrió.
Fuera como fuese, a Linda le gustó la idea. A la tarde siguiente nos encaminamos arroyo arriba, esquivando al Viejo Padre Árbol.
—Parece como un poco abatido —dije.
—Recibió el coletazo de un conjuro Tomado durante todo el jaleo —explicó Un Ojo—. No creo que le gustara.
El viejo árbol tintineó. Me detuve, lo estudié. Debía de tener miles de años. Los árboles crecen muy lentamente en la Llanura. ¡Las historias que podría contar!
—Vamos, Matasanos —llamó Goblin—. El Viejo Padre no está hablando. —Sonrió con su sonrisa de sapo.
Me conocían demasiado bien. Sabían que cuando veo algo viejo me pregunto qué ha visto a lo largo de su vida. Malditos sean, de todos modos.
Abandonamos el curso de agua a ocho kilómetros del Agujero, nos dirigimos hacia el oeste a un desierto donde el coral era especialmente denso y peligroso. Supongo que debía de haber quinientas especies, en arrecifes tan cercanos que eran casi impenetrables. Los colores eran bulliciosos. Dedos, frondas, ramas de coral se alzaban diez metros en el aire. Estoy eternamente asombrado de que el viento no las derribe.
En un pequeño lugar arenoso rodeado de coral, Un Ojo señaló un alto.
—Esto ya es suficientemente lejos. Aquí estaremos seguros.
Lo dudé. Nuestro avance había sido seguido por mantas y esas criaturas que se parecen a buitres. Nunca confiaré enteramente en estos animales.
Hace mucho, mucho tiempo, después de la Batalla de Hechizo, la Compañía cruzó la Llanura en ruta a unas asignaciones en el este. Vi ocurrir cosas horribles. No puedo sacudir de mi mente los recuerdos.
A Goblin y Un Ojo les gustaba jugar, pero también se ocupaban de los asuntos serios. Me recordaban a unos niños hiperactivos. Siempre detrás de algo, siempre haciendo algo. Me tendí y observé las nubes. Pronto me quedé dormido.
Goblin me despertó. Me devolvió mis amuletos.
—Vamos a jugar al escondite —dijo—. Te daremos ventaja. Si lo hemos hecho todo bien, no podremos encontrarte.
—Eso es maravilloso —respondí—. Yo solo ahí fuera, vagando perdido. —Estaba bromeando. Era completamente capaz de hallar el agujero. Como una desagradable broma pesada, me sentí tentado a encaminarme directamente hacia allí.
Pero esto era en serio.
Me encaminé hacia el sudoeste, hacia los riscos. Crucé el sendero que conducía al oeste y fui a ocultarme entre unos amables árboles andantes. Sólo después de que se hiciera oscuro renuncié a la espera. Caminé de vuelta al Agujero, preguntándome qué habría sido de mis compañeros. Sorprendí al centinela cuando llegué.
—¿Han entrado ya Goblin y Un Ojo?
—No. Pensé que estaba contigo.
—Lo estaban. —Preocupado, fui abajo, le pedí consejo al Teniente.
—Ve a buscarlos —me dijo.
—¿Cómo?
Me miró como si yo fuera un estúpido.
—Deja tus estúpidos amuletos, sal fuera de la nada y espera.
—Oh. De acuerdo.
Así que volví a salir fuera y caminé gruñendo hasta el arroyo. Me dolían los pies. No estaba acostumbrado a caminar tanto. Es bueno para ti, me dije. Tenía que estar en forma si había un viaje a Galeote en las cartas.
Llegué a al borde de los arrecifes de coral.
—¡Un Ojo! ¡Goblin! ¿Estáis por ahí?
Ninguna respuesta. No iba a seguir buscando. El coral me mataría. Tracé un círculo hacia al norte, suponiendo que se habían alejado del Agujero. Cada pocos minutos me dejaba caer de rodillas, esperando descubrir la silueta de un menhir. Los menhires sabrían qué había sido de ellos.
En una ocasión vi como un violento destello por el rabillo del ojo y, sin pensar, corrí en aquella dirección, pensando que eran Goblin y Un Ojo peleándose. Pero una mirada directa reveló el distante frente de una tormenta de cambio.
Me detuve de inmediato, recordando tardíamente que sólo la muerte se apresura por la noche en la Llanura.
Tuve suerte. Justo unos pasos más adelante la arena se volvía esponjosa, suelta. Me acuclillé, olí un puñado. Tenía el olor de la muerte vieja. Retrocedí cautelosamente. ¿Quién sabe que había al acecho debajo de aquella arena?
—Mejor plántate en algún lado y aguarda al sol —murmuré para mí mismo. Ya no estaba seguro de mi posición.
Encontré algunas rocas que podían detener el viento, algunos arbustos para hacer fuego, e improvisé un campamento. El fuego era más para las bestias que para mantenerme caliente. La noche no era fría.
El hacer fuego era una afirmación simbólica ahí fuera.
Una vez se alzaron las llamas descubrí que el lugar había sido usado antes. El humo había ennegrecido las rocas. Nativos humanos, probablemente. Vagabundean en pequeñas bandas. Tenemos pocas relaciones con ellos. No sienten el menor interés en la lucha por el mundo.
La voluntad me falló en algún momento después de la segunda hora. Caí dormido.
La pesadilla me localizó. Y me descubrió no protegido por los amuletos de la nada.
Ella vino.
Habían transcurrido años. La última vez fue para informar de la derrota final de su esposo en el asunto de Enebro.
Una nube dorada, como motas de polvo danzando en un rayo de sol. Una sensación abrumadora de estar despierto mientras dormía. Calma y miedo a la vez. Incapacidad de moverme. Todos los viejos síntomas.
Una hermosa mujer se formó en la nube, una mujer surgida de los sueños. Del tipo que esperas llegar a encontrar algún día, sabiendo que no hay ninguna posibilidad. No puedo decir lo que llevaba, si es que llevaba algo. Mi universo consistía en su rostro y el terror que inspiraba su presencia.
Su sonrisa no era en absoluto fría. Hacía mucho tiempo, por alguna razón, había tomado interés en mí. Supuse que retenía un cierto residuo del antiguo afecto, como lo retiene uno hacia un animal de compañía muerto hace mucho.
—Médico. —Brisa en las cañas al lado de las aguas de la eternidad. El susurro de ángeles. Pero nada pudo hacerme olvidar la realidad una vez sonó la voz.
No siempre iba a ser tan torpe como para tentarme, ni siquiera con promesas de ella misma. Eso quizás es una razón por la que creo que sentía un cierto afecto. Cuando me usaba, me hacía obedecerla sin esperar nada a cambio.
No pude responder.
—Estás a salvo. Hace mucho tiempo, según tu estándar del tiempo, dije que permaneceríamos en contacto. No he podido hasta ahora. Tú me bloqueabas. Llevo semanas intentándolo.
Las pesadillas quedaban explicadas.
—¿Qué? —chillé como Goblin.
—Reúnete conmigo en Hechizo. Sé mí historiador.
Como siempre cuando me tocaba, me sentí abrumado. Parecía considerarme fuera de la lucha aunque formara parte de ella. En la Escalera Rota, la víspera de la más salvaje lucha de hechiceros que jamás hubiera presenciado, acudió a prometerme que no sufriría ningún daño. Pareció intrigada por mi papel menor como historiador de la Compañía. Entonces insistió en que registrara los acontecimientos tal como habían ocurrido. Sin intentar complacer a nadie. Lo hice, dentro de los límites de mis prejuicios.
—El calor en el crisol está aumentando, médico. Tu Rosa Blanca es hábil. Su ataque a la retaguardia del Renco fue un buen golpe. Pero insignificante dentro del gran cuadro. ¿No estás de acuerdo?
¿Cómo podía discutir? Estaba de acuerdo.
—Como sin duda habrán informado tus espías, hay cinco ejércitos dispuestos para limpiar la Llanura del Miedo. Es una tierra extraña e impredecible. Pero no resistirá lo que se está preparando.
De nuevo no pude discutir, porque la creía. Sólo podía hacer aquello de lo que Linda hablaba tan a menudo: ganar tiempo.
—Puede que te sorprendas.
—Quizá. Las sorpresas están siempre calculadas en mis planes. Sal de ese frío páramo, Matasanos. Ven a la Torre. Conviértete en mi historiador.
Era una tentación tan atractiva como la primera vez que la había formulado. Hablaba a una parte de mí que yo no comprendía, una parte casi dispuesta a traicionar a unos camaradas de décadas. Si aceptaba, habría tanto que llegaría a saber. Se iluminarían tantas respuestas. Se satisfarían tantas curiosidades.
—Escapaste de nosotros en el Puente de la Reina.
El calor ascendió por mi cuello. Durante nuestros años de huida, las fuerzas de la Dama nos habían dado alcance varias veces. La del Puente de la Reina había sido la peor. Un centenar de hermanos habían caído allí. Y para mi vergüenza, dejé los Anales atrás, enterrados en la orilla del río. Cuatrocientos años de historia de la Compañía abandonados.
Había un límite a lo que uno podía cargar. Los papeles abajo en el Agujero eran, críticos para nuestro futuro. Los tomé en lugar de los Anales. Pero sufro frecuentes accesos de culpabilidad. Debo responder de las sombras de los hermanos que se han ido antes. Esos Anales son la Compañía Negra. Mientras existan, la Compañía vive.
—Escapamos y escapamos, y seguiremos escapando. Es el destino.
Sonrió, divertida.
—He leído tus Anales, Matasanos. Los nuevos y los viejos.
Empecé a arrojar leña a las ascuas de mi fuego. No estaba soñando.
—¿Los tienes tú? —Hasta ese momento había silenciado mi culpabilidad con promesas de recuperarlos.
—Fueron hallados después de la batalla. Llegaron hasta mí. Me sentí complacida. Eres honesto, como deben de ser los historiadores.
—Gracias. Lo intento.
—Ven a Hechizo. Hay un lugar para ti en la Torre. Puedes ver el gran cuadro desde allí.
—No puedo.
—No puedes escudarte aquí. Sí te quedas, deberás enfrentarte a lo que les ocurra a tus amigos Rebeldes. El Renco manda esa campaña. Yo no interferiré. Él no es lo que era. Tú le hiciste daño. Y necesitaba que le hicieran más daño para ser salvado. No ha olvidado eso, Matasanos.
—Lo sé. —¿Cuántas veces había usado ella mi nombre? En todos nuestros contactos anteriores, a lo largo de los años, sólo lo había usado una vez.
—No dejes que te tome.
Un ligero y retorcido asomo de humor se alzó de alguna parte dentro de mí.
—Eres un fracaso, Dama.
Fue tomada por sorpresa.
—Estúpido que soy, registré mis textos románticos en los Anafes. Los leíste. Sabes que nunca te he caracterizado como malvada. No, creo, como caractericé a tu esposo. Sospecho que una verdad increíblemente captada yace debajo de la estupidez de esos romances.
—¿De veras?
—No creo que seas malvada. Creo que simplemente lo intentas. Creo que, pese a todas las maldades que has cometido, parte de la niña que fuiste permanece sin mancillar. Todavía queda un destello, y no puedes extinguirlo.
Al no ser desafiado me volví más valiente.
—Creo que me has seleccionado como una forma simbólica de absorber este destello. Soy un proyecto de reclamación destinado a satisfacer un rasgo oculto de decencia, de la misma forma que mi amigo Cuervo reclamó a una niña que se convirtió en la Rosa Blanca. Has leído los Anales. Sabes hasta las profundidades en que se hundió Cuervo una vez hubo concentrado toda la decencia en una sola copa. Mejor aún que si no hubiera hecho nada en absoluto. Enebro tal vez aún existiría. Y quizás él también.
—Enebro era un absceso listo para ser abierto. No he venido aquí para que te burles de mí, médico. No voy a permitir que se me presente como débil ni siquiera ante una audiencia de uno.
Empecé a protestar.
—Porque sé que todo esto terminará también en tus Anales.
Me conocía bien. Pero me había tenido que llevar ante el Ojo.
—Ven a la Torre, Matasanos. No exijo ningún juramento de fidelidad.
—Dama…
—Incluso los Tomados se atan con juramentos de muerte. Tú puedes seguir siendo libre. Simplemente haz lo que haces. Cura, y registra la verdad. Eso puedes hacerlo en cualquier parte. Tu valor no debe malgastarse aquí fuera.
Éste era un sentimiento con el cual estaba completamente de acuerdo. Podía llevarlo hasta ahí atrás y restregárselo por las narices a alguna gente.
—¿Qué dices?
Empezó a hablar. Alcé una mano en un signo de advertencia. Yo había hablado para mí mismo, no para ella. ¿Era aquello un sonido de pasos? Sí. Algo grande se acercaba. Algo que se movía lentamente, cautelosamente.
Ella también lo captó. Un parpadeo y había desaparecido, y su partida sorbió algo de mi mente, de modo que una vez más no estuve seguro de si no lo habría soñado todo, pese a que cada palabra permanecía inmutablemente grabada en la piedra de mi mente.
Llevé más leña al fuego, retrocedí hasta una hendidura, con la daga, que era la única arma que había tenido el buen sentido de llevar, en la mano.
Se acercó. Hizo una pausa. Se acercó de nuevo. Los latidos de mi corazón se incrementaron. Algo se silueteó a la luz del fuego.
—¡Perro Matasapos! ¿Qué demonios? ¿Qué estás haciendo aquí? Salte del frío, muchacho. —Las palabras rodaron hacia adelante, llevándose consigo mi miedo—. Muchacho, lo que se alegrará Rastreador de verte. ¿Qué te pasó?
Avanzó cautelosamente, con un aspecto dos veces más flaco que nunca. Se dejó caer sobre su barriga, apoyó el hocico en las patas delanteras, cerró un ojo.
—No tengo nada de comida. En cierto modo, estoy perdido. Eres malditamente afortunado, ¿lo sabes? Llegar hasta tan lejos. La Llanura es un mal lugar para recorrerla soto.
Justo en aquel momento pareció como si el viejo perro me mostrara su acuerdo. Lenguaje corporal, si quieren. Había sobrevivido, pero no había sido fácil.
—Cuando salga el sol iremos a casa —le dije—. Goblin y Un Ojo se han perdido; es problema suyo.
Después de la llegada del Perro Matasapos descansé mejor. Supongo que las viejas alianzas se imprimen en la gente también. Confiaba que me alentaría si se presentaban problemas.
Al llegar la mañana hallamos el arroyo y nos encaminamos al Agujero. Me detuve, como hago a menudo, al acercarme al Viejo Padre Árbol para una pequeña conversación unilateral acerca de lo que había visto durante su larga centinela. El perro no se acercó ni un momento. Extraño. Pero ¿y qué? Lo extraño está a la orden del día en la Llanura.
Encontré a Un Ojo y Goblin roncando dentro. Habían regresado al Agujero sólo unos minutos después de mi partida en su busca. Los muy bastardos. Reequilibraría las cosas a la primera oportunidad.
Les volví locos no mencionándoles mi noche fuera.
—¿Funcionó? —pregunté. Al fondo del túnel Rastreador estaba teniendo una ruidosa reunión con su perro.
—Más o menos —dijo Goblin. No parecía entusiasmado.
—¿Más o menos? ¿Qué quieres decir con más o menos? ¿Funciona o no funciona?
—Bueno, lo que pasa es que tenemos un problema. En general, podemos impedir que los Tomados te localicen. Fijen tu posición, por así decir.
La ofuscación es un signo seguro de problemas con este tipo.
—¿Pero? Suéltame el pero, Goblin.
—Si sales de la nada, no oculta el hecho de que has salido.
—Estupendo. Realmente estupendo. Sois realmente buenos, muchachos.
—No es tan malo como eso —dijo Un Ojo—. No atraerás la atención a menos que descubran por algún otro medio que has salido. Quiero decir, no tendrían por qué estar buscándote, ¿verdad? No hay ninguna razón para ello. Así que es casi tan bueno como si hubiéramos conseguido todo lo que queríamos.
—¡Y una mierda! Será mejor que empecéis a rezar para que llegue la siguiente carta. Porque si salgo y me asan el culo, ¿adivináis quién os perseguirá por toda la eternidad?
—Linda no te enviará nunca fuera.
—¿Qué te apuestas? Pasará tres o cuatro días de examen de conciencia. Pero me enviará. Porque esa última carta nos dará la clave.
Un miedo repentino. ¿Había sondeado la Dama mi mente?
—¿Qué ocurre, Matasanos?
Fui salvado de decir una mentira por la llegada de Rastreador. Entró y bombeó mi mano como un maldito estúpido loco.
—Gracias, Matasanos. Gracias por traerlo a casa. —Salió.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Goblin.
—Le traje su perro a casa.
—Extraño.
Un Ojo cloqueó.
—El pote llamando negra a la marmita.
—¿Sí? Moco de lagarto. ¿Quieres que te hable un poco de lo que es extraño?
—Parad —dije—. Si soy enviado fuera de aquí quiero esta cosa en perfecto orden. Tan sólo deseo que tuviéramos gente que pudiera leer todo esto.
—Quizá yo pueda ayudar. —Rastreador había vuelto. El gran patán estúpido. Un demonio con la espada, pero probablemente incapaz de escribir su propio nombre.
—¿Cómo?
—Puedo leer algo de este material. Conozco algunas lenguas antiguas. Mi padre me enseñó. —Sonrió como si fuera un gran chiste. Seleccioné una hoja escrita en TelleKurre. La leyó en voz alta. El antiguo lenguaje rodó desde su lengua de una forma natural, tal como yo lo había oído hablar entre los viejos Tomados. Luego tradujo. Era un memorándum a la cocina de un castillo acerca de un banquete que había que preparar para unos nobles visitantes. Mejor de lo que hubiera podido hacerlo yo. Un tercio de las palabras se me escapaba.
—Estupendo. Bienvenido al equipo. Se lo diré a Linda. —Me deslicé fuera, intercambiando una mirada de asombro con Un Ojo a espaldas de Rastreador.
Extraño y extraño. ¿Qué era ese hombre, además de sorprendente? Al primer encuentro me recordó a Cuervo, y encajaba con el papel. Cuando empecé a considerarlo como grande, lento y torpe, encajó con el papel. ¿Era un reflejo de la imagen de quien lo contemplaba?
Pero era un buen luchador, bendito fuera. Valía por diez de cualquiera.