Pedí ver a Linda y obtuve una audiencia inmediata. Ella esperaba que entrara desatando todos los infiernos acerca de las acciones militares mal aconsejadas de tropas que no podían permitirse bajas. Esperaba lecciones sobre la importancia de mantener intactos los cuadros y las fuerzas. La sorprendí entrando sin nada de aquello. Allí estaba, preparada para recibir lo peor, aceptarlo para poder ir al asunto que le interesaba, y la decepcioné.

En vez de ello le llevé las cartas de Galeote, que todavía no había compartido con ella. Expresó curiosidad. Hice signos:

—Léelas.

Le tomó un tiempo. El Teniente se asomó de tanto en tanto, gruñendo más impaciente cada vez. Linda terminó, me miró.

—¿Y bien? —hizo signos.

—Eso procede del núcleo de los documentos que echo en falta. Junto con algunas otras cosas, esa historia es lo que hemos estado buscando. Atrapaalmas me hizo creer que el arma que deseamos se halla oculta dentro de esta historia.

—No está completa.

—No. Pero ¿no te hace pensar?

—¿Tienes alguna idea de quién puede ser el autor?

—No. Y no tengo forma de averiguarlo, a menos que él se presente. O ella. —En realidad tenía un par de sospechas, pero cada una parecía más improbable que la otra.

—Éstas han llegado con rápida regularidad —observó Linda—. Después de todo este tiempo. —Eso me hizo sospechar que compartía una de mis sospechas. Ese «todo este tiempo».

—Los correos creen que fueron enviadas a lo largo de un período de tiempo más dilatado.

—Interesante, pero todavía no útil. Debemos aguardar más.

—No causará ningún daño tomar en consideración lo que significan. La parte final de la última, aquí. Es algo que se me escapa. Tengo que trabajar sobre ello. Puede ser crítico. A menos que su intención sea desconcertar a alguien que intercepte el fragmento.

Ella hojeó hasta la última página, la miró. Una luz repentina iluminó su rostro.

—Es el habla de los dedos, Matasanos —hizo signos—. Las letras. ¿Lo ves? La mano que habla, cómo forma el alfabeto.

La rodeé hasta situarme detrás de ella. Ahora lo vi, y me sentí abismalmente estúpido por no haberlo captado antes. Una vez lo veías, resultaba fácil de leer. Si conocías tus signos. Decía:

Ésta puede ser la última comunicación, Matasanos. Hay algo que debo hacer. Los riesgos son graves. Las posibilidades están contra mí, pero debo seguir adelante. Si no recibes la parte final, acerca de los últimos días de Bomanz, tendrás que venir a buscarla. Ocultaré una copia dentro de la casa del hechicero, tal como describe la historia. Puedes encontrar otra en Galeote. Pregunta por el herrero llamado Arena.

Deséame suerte. A estas alturas tienes que haber hallado un lugar donde estés seguro. No te haría salir de él a menos que el destino del mundo dependiera de ello.

Tampoco había ninguna firma.

Linda y yo nos quedamos mirándonos. Pregunté:

—¿Qué crees que debo hacer?

—Esperar.

—¿Y si no vienen más episodios?

—Entonces tendrás que ir a mirar.

—Sí. —Miedo. El mundo se estaba uniendo contra nosotros. La incursión de Orín traería el vengativo frenesí de los Tomados.

—Puede que sea la gran esperanza, Matasanos.

—El Túmulo, Linda. Sólo la propia Torre puede ser más peligrosa.

—Quizá debiera acompañarte.

—¡No! No puedes correr ese riesgo. Bajo ninguna circunstancia. El movimiento puede sobrevivir a la pérdida de un viejo y cansado médico, pero no puede seguir sin la Rosa Blanca.

Me abrazó fuertemente, retrocedió, hizo signos:

—No soy la Rosa Blanca, Matasanos. Lleva siglos muerta. Soy Linda.

—Nuestros enemigos te llaman la Rosa Blanca. Nuestros amigos también. Hay poder en un nombre. —Agité las letras en mis manos—. Eso es lo que importa. Un nombre. Tienes que ser lo que dice tu nombre.

—Soy Linda —insistió.

—Para mí, quizá. Para Silencioso. Para unos pocos otros. Pero para el mundo eres la Rosa Blanca, la esperanza y la salvación. —Se me ocurrió que faltaba un nombre. El nombre que llevaba Linda antes de que pasara a depender de la tutela de la Compañía. Siempre había sido Linda, porque así era como la había llamado Cuervo. ¿Había llegado a conocer alguna vez el nombre con el que había nacido? Si era así, ya no importaba. Estaba a salvo. Ella era el último ser vivo en saberlo, si lo recordaba alguna vez. El pueblo donde la encontramos, arrasado por las tropas del Renco, no era del tipo que mantuviera registros escritos.

—Ve —hizo signos—. Estudia. Piensa. Ve con buena fe. En algún lugar, pronto, hallarás el hilo.