Matasanos:

Bomanz recorría sus sueños con una mujer que no podía conseguir que él entendiera sus palabras. El verde sendero de la promesa conducía más allá de perros devoradores de la luna, hombres colgados y centinelas sin rostro. A través de claros en el follaje atisbaba un cometa que llenaba el cielo.

No dormía bien. El sueño le aguardaba invariablemente apenas se adormecía. No sabía por qué no podía deslizarse a un sueño profundo. Las pesadillas siempre se apoderaban de él.

La mayor parte de su simbolismo era obvio, y la mayor parte de él se negaba a aceptarlo.

Había caído ya la noche cuando Jazmín le trajo el té y preguntó:

—¿Vas a quedarte aquí toda la semana?

—Podría.

—¿Cuándo vas a subir a dormir esta noche?

—Probablemente no lo haré hasta tarde. Trabajaré en la tienda. ¿Todavía está despierto Stance?

—Durmió un poco, se levantó y fue a buscar una carga a la excavación, estuvo un rato en la tienda, comió, y volvió a salir cuando alguien vino a decirle que Men fu estaba ahí fuera de nuevo.

—¿Qué hay de Besand?

—La noticia está en toda la ciudad. El nuevo Monitor está furioso porque no se fue. Dice que no va a hacer nada al respecto. Los Guardias le llaman insensato. No aceptarán sus órdenes. Se está volviendo más y más loco.

—Puede que aprenda algo. Gracias por el té. ¿Hay algo de comer?

—Las sobras del pollo. Sírvete tú mismo. Yo me voy a la cama.

Entre gruñidos, Bomanz comió alas de pollo frías y grasientas, ayudándose a engullirlas con cerveza tibia. Pensó en su sueño recurrente. Su úlcera le dio un mordisco. Empezaba a dolerle la cabeza.

—Ahí voy —murmuró, y se arrastró escaleras arriba.

Pasó varias horas revisando los rituales que utilizaría para abandonar su cuerpo y deslizarse a través de los peligros del Túmulo… ¿Sería un problema el dragón? Las indicaciones señalaban que estaba allí para los intrusos físicos. Finalmente:

—Funcionará. Siempre que ese sexto túmulo sea el de Perroluna. —Suspiró, se reclinó hacia atrás, cerró los ojos.

El sueño empezó. Y a la mitad de él se encontró contemplando unos verdes ojos de ofidio. Unos ojos sabios, crueles, burlones. Despertó con un sobresalto.

—¿Papá? ¿Estás ahí arriba?

—Sí. Sube.

Stancil entró en la habitación. Su aspecto era horrible.

—¿Qué ha ocurrido?

—El Túmulo… Los fantasmas andan sueltos.

—Siempre lo hacen cuando se acerca el cometa. Pero no lo esperaba tan pronto. Esta vez deben de estar inquietos. Pero no es para asustarse.

—No es eso. Lo esperaba. Es algo que puedo manejar. No. Son Besand y Men fu.

—¿Qué?

—Men fu intentó meterse en el Túmulo con el amuleto de Besand.

—¡Lo sabía! Ese pequeño… Sigue.

—Estaba en la excavación. Tenía el amuleto. Estaba mortalmente asustado. Me vio llegar y se encaminó colina abajo. Cuando llegó cerca de donde había estado el foso, Besand surgió de la nada, gritando y esgrimiendo una espada. Men fu echó a correr. Besand fue tras él. Hay bastante luz ahí fuera, pero perdí su rastro cuando rodearon el túmulo del Aullador. Besand debía de haberlo atrapado. Les oí chillar y rodar por entre la maleza. Luego se pusieron a gritar.

Stancil se detuvo. Bomanz aguardó.

—No sé cómo describirlo, papá. Nunca había oído sonidos como aquéllos. Todos los fantasmas estaban amontonados sobre el túmulo del Aullador. Transcurrió largo tiempo. Luego los gritos empezaron a acercarse.

Stancil, liego a la conclusión Bomanz, se había sentido profundamente impresionado. Impresionado como cuando tus creencias básicas te son arrancadas de raíz. Extraño.

—Sigue.

—Era Besand. Tenía el amuleto, pero eso no lo ayudó. No consiguió cruzar el foso. Lo dejó caer. Los fantasmas saltaron sobre él. Está muerto, papá. Todos los Guardias estaban allí… No pudieron hacer otra cosa excepto mirar. El Monitor no les había dado amuletos para que pudieran llegar hasta él.

Bomanz cruzó las manos sobre la mesa, se las quedó mirando.

—Así que ahora tenemos dos hombres muertos. Tres contando con el de la última noche. ¿Cuántos tendremos mañana por la noche? ¿Deberé de enfrentarme a todo un pelotón de nuevos fantasmas?

—¿Vas a hacerlo mañana por la noche?

—Exacto. Con Besand desaparecido, no hay ninguna razón para retrasarlo. ¿De acuerdo?

—Papá… quizá no debieras. Quizás el conocimiento de ahí fuera debiera seguir enterrado.

—¿Qué es eso? ¿Mi hijo haciendo eco de mis recelos?

—Papá, no nos peleemos. Quizás he sido demasiado duro. Quizás estaba equivocado. Tú sabes más que yo acerca del Túmulo.

Bomanz miró a su hijo. Más osado de lo que se sentía, dijo:

—Voy a entrar. Es hora de echar a un lado todas las dudas y seguir adelante con ello. Aquí está la lista. Ve si hay algún área de investigación que haya olvidado.

—Papá…

—No discutas conmigo, muchacho. —Le había tomado toda la tarde echar a un lado la arraigada personalidad de Bomanz y traer a la superficie el hechicero tan hábilmente oculto durante tanto tiempo. Pero ahora ya estaba fuera.

Bomanz fue a un rincón donde había amontonados unos cuantos objetos de aspecto inocuo. El montón era más alto de lo habitual. Se movió más rápidamente, con mayor precisión. Empezó a amontonar cosas sobre la mesa.

—Cuando vuelvas a Galeote, puedes decirles a mis antiguos compañeros de clase lo que me ocurrió. —Sonrió débilmente. Podía recordar a algunos que se estremecerían incluso ahora, sabiendo que había estudiado en las rodillas de la Dama. Nunca había sido olvidado, nunca perdonado. Y todos lo conocían muy bien.

La palidez de Stancil había desaparecido. Ahora estaba simplemente inseguro. Este lado de su padre nunca había sido visto desde antes del nacimiento de su hijo. Estaba fuera de su experiencia.

—¿Quieres salir ahí fuera, papá?

—Has traído de vuelta los detalles esenciales. Besand está muerto. Men fu está muerto. Los Guardias no van a sentirse excitados.

—Pensé que era tu amigo.

—¿Besand? Besand no tenía amigos. Tenía una misión… ¿Qué es lo que estás buscando?

—¿Un hombre con una misión?

—Es posible. Algo me mantiene aquí. Lleva todo esto abajo. Lo haremos en la tienda.

—¿Dónde lo quieres?

—No importa. Besand era el único que podría haberlo separado de toda la chatarra.

Stancil salió. Más tarde, Bomanz terminó una serie de ejercicios mentales y se preguntó qué habría sido del muchacho. Stance no había regresado. Se encogió de hombros, siguió.

Sonrió. Estaba preparado. Iba a ser sencillo.

La ciudad era un rugir. Un Guardia había intentado asesinar al nuevo Monitor. El Monitor estaba tan sorprendido y asustado que se había encerrado en sus aposentos. Abundaban los más locos rumores.

Bomanz cruzó todo aquello con una tan calmada dignidad que sorprendió a la gente que lo conocía desde hacía años. Fue al borde del Túmulo, considerado su antagonista desde hacía mucho tiempo. Besand yacía allá donde había caído. Las moscas eran densas. Bomanz arrojó un puñado de polvo. Los insectos se dispersaron. Asintió pensativo. El amuleto de Besand había desaparecido de nuevo.

Bomanz localizó al cabo Bronco.

—Si no puedes hacer nada para sacar a Besand de aquí, al menos échale un poco de tierra encima. Hay una montaña de ella alrededor de mi pozo.

—Sí, señor —dijo Bronco, y sólo más tarde pareció sorprendido por lo fácilmente que había obedecido.

Bomanz recorrió el perímetro del Túmulo. El sol tenía un brillo un tanto extraño a través de la cola del cometa. Los colores eran un poco raros. Pero no había fantasmas merodeando ahora. No vio ninguna razón para no efectuar su intento de comunicación. Regresó al pueblo.

Había unos carros delante de su tienda. Los carreros estaban atareados cargando. Jazmín chillaba dentro, maldiciendo a alguien que había tomado algo que no debía.

—Maldito seas, Tokar —murmuró Bomanz—. ¿Por qué hoy? Hubieras podido aguardar hasta que todo hubiera terminado. —Captó una aleteante preocupación. No podía confiar en Stance sí el muchacho estaba distraído. Entró en la tienda.

—¡Es estupendo! —dijo Tokar del caballo—. Absolutamente magnífico. Eres un genio, Bo.

—Y tú un grano en el culo. ¿Qué haces aquí? ¿Quién demonios es toda esta gente?

—Mis conductores. Mi hermano Clete. Mi hermana Gloria. La Gloria de Stance. Y nuestra hermana pequeña Curiosa. La llamamos así porque siempre está curioseándolo todo.

—Encantado de conoceros a todos. ¿Dónde está Stance?

—Lo envié a buscar algo para cenar —dijo Jazmín—. Con toda esta gente voy a tener que meterme pronto en la cocina.

Bomanz suspiró. Justo lo que necesitaba, esta noche de entre todas las noches. Una casa llena de invitados.

—Tú. Vuelve a poner esto de donde lo cogiste. Tú. ¿Curiosa? Quita tus manos de esto.

—¿Qué pasa contigo, Bo? —preguntó Tokar.

Bomanz alzó una ceja, cruzó su mirada con la del hombre, no respondió.

—¿Dónde está el conductor de anchos hombros?

—Ya no está conmigo. —Tokar frunció el ceño.

—Lo imaginé. Estaré arriba si sucede algo crítico. —Cruzó la tienda pisando fuerte, subió al piso de arriba, se acomodó en su silla, se preparó para dormir. Sus sueños fueron sutiles. Parecía que al final podía oír, pero no pudo recordar lo que había oído…

Stancil entró en la habitación de arriba. Bomanz preguntó:

—¿Qué vamos a hacer ahora? Esa multitud está estropeando todos nuestros planes.

—¿Cuánto tiempo necesitas, papá?

—Esto puede durar toda la noche cada noche durante semanas si funciona bien. —Estaba complacido. Stancil había recobrado su valor.

—No podemos eludirles.

—Y tampoco podemos ir a ninguna otra parte. —Los Guardias estaban de un humor hosco y difícil.

—¿Cuánto ruido vas a hacer, papá? ¿No podemos hacerlo aquí, discretamente?

—Supongo que tendremos que intentarlo. La casa va a estar atestada. Ve a buscar el material de la tienda. Yo haré sitio.

Los hombros de Bomanz se derrumbaron cuando Stancil se fue. Se estaba poniendo nervioso. No acerca de la cosa que iba a desafiar, sino acerca de su propia previsión. No dejaba de pensar en que había olvidado algo. Pero había revisado cuatro décadas de notas sin detectar ni un sólo fallo en el enfoque que había elegido. Cualquier aprendiz razonablemente instruido debería de ser capaz de seguir su formulación. Escupió a un rincón.

—Cobardía de anticuario —murmuró—. El viejo miedo a lo desconocido.

Stancil regresó.

—Mamá les ha retado a jugar a las Tiradas.

—Me estaba preguntando por qué chillaba de este modo Curiosa. ¿Lo tienes todo?

—Sí.

—Muy bien. Ve abajo y estate con ellos. Bajaré una vez lo haya preparado todo. Lo haremos cuando se hayan ido a la cama.

—De acuerdo.

—¿Stance? ¿Estás preparado?

—Estoy bien, papá. Sólo flaqueé la otra noche. No ocurre cada día el ver a un hombre ser muerto por fantasmas.

—Mejor vete acostumbrando a este tipo de cosas. Ocurren.

Stancil adoptó una apariencia inexpresiva.

—Has estado siguiendo estudios en secreto en el Campus Negro, ¿verdad? —El Campus Negro era aquel lugar oculto de la universidad donde los hechiceros aprendían su oficio. Oficialmente no existía. Legalmente estaba prohibido. Pero estaba ahí. Bomanz era un graduado cum laude.

Stancil hizo una corta afirmación de cabeza y se fue.

—Lo imaginé —susurró Bomanz, y se preguntó: ¿Hasta qué punto eres negro, hijo?

Trasteó de un lado para otro hasta que lo hubo comprobado tres veces todo, hasta que se dio cuenta de que toda aquella precaución se había convertido en una excusa para no socializar.

—Eres un caso —murmuró para sí mismo.

Una última mirada. El mapa extendido. Las velas. El cuenco de mercurio. La daga de plata. Las hierbas. Los incensarios… Seguía teniendo aquella sensación.

—¿Qué diablos puedo haber olvidado?

Las Tiradas eran esencialmente unas damas a cuatro bandas. El tablero tenía cuatro veces el tamaño habitual. Los jugadores jugaban en los cuatro lados. Se le añadía un elemento de azar lanzando un dado antes de cada movimiento. Si la tirada de un jugador era un seis, podía mover cualquier combinación de piezas seis movimientos. En general se aplicaban las reglas de las damas, excepto que uno podía renunciar a un salto.

Curiosa llamó a Bomanz apenas apareció.

—¡Se están aliando contra mí! —Estaba jugando frente a Jazmín. Gloria y Tokar estaban en sus flancos. Bomanz observó unos cuantos movimientos. Tokar y la hermana mayor estaban confabulados. La táctica convencional de eliminación.

Siguiendo un impulso, Bomanz controló la caída del dado cuando le llegó el turno a Curiosa. Sacó un seis, lanzó un gritito, cargó con sus fichas por todas partes. Bomanz se preguntó sí alguna vez había tenido tanto entusiasmo y optimismo adolescente. Miró a la muchacha. ¿Cuántos años tendría? ¿Catorce?

Hizo que Tokar tirara un uno, dejó que Jazmín y Gloria obtuvieran lo que decretara el azar, luego le dio a Curiosa otro seis y a Tokar otro uno. Tras una tercera vuelta Tokar gruñó:

—Esto se está poniendo ridículo. —El equilibrio del juego había cambiado. Gloria estaba a punto de abandonarle y ponerse del lado de su hermana contra Jazmín.

Jazmín lanzó una mirada a Bomanz cuando Curiosa tiró otro seis. Bomanz parpadeó, dejó que Tokar tirara libre. Un dos. Tokar gruñó.

—Voy por el camino del retroceso —dijo.

Bomanz fue a la cocina, se sirvió una jarra de cerveza. Regresó para descubrir a Curiosa de nuevo al borde del desastre. Su juego era tan frenético que tenía que tirar un cuatro o más para sobrevivir.

Tokar, por su parte, jugaba un juego tediosamente conservador, avanzando escalón tras escalón, intentando ocupar los flancos. Bomanz, que jugaba de una forma muy parecida a él, reflexionó. Primero juega para asegurarse de que no perderá; luego se preocupa acerca de ganar.

Vio a Tokar tirar un seis y enviar una pieza en una trayectoria extravagante con la que tomó tres fichas de su aliado nominal, Gloria.

También traidor, pensó Bomanz. Vale la pena tener eso en cuenta. Preguntó a Stancil:

—¿Dónde está Clete?

—Decidió quedarse con los hombres de los carros —dijo Tokar—. Pensó que ya éramos demasiada gente en tu casa.

—Entiendo.

Jazmín ganó la partida, y Tokar la siguiente, tras lo cual el comerciante de antigüedades dijo:

—Eso es todo para mí. Ocupa mi asiento, Bo. Nos veremos por la mañana.

—Yo también estoy cansada —dijo Gloria—. ¿Vamos a dar un paseo, Stance?

Stancil miró a su padre. Bomanz asintió.

—No vayáis muy lejos. Los Guardias están de mal humor.

—No lo haremos —dijo Stancil. Su padre sonrió ante su apresurada partida. Había sido igual con él y Jazmín, hacía mucho tiempo.

Jazmín observó:

—Es una chica encantadora. Stance tiene suerte.

—Gracias —dijo Tokar—. Creemos que ella también tiene suerte.

Curiosa hizo una mueca agria. Bomanz se permitió una sonrisa irónica. Alguien sentía debilidad por Stancil.

—¿Una partida a tres manos? —sugirió—. ¿Turnándonos para jugar el cuarto hasta que alguien quede fuera?

Dejó que el azar hiciera su trabajo con las tiradas de los jugadores pero hizo que el cuarto sacara cincos y seises. Curiosa quedó fuera y se hizo cargo del cuarto. Jazmín parecía divertida. Curiosa dejó escapar un chillido de deleite cuando ganó.

—¡Gloria, he ganado! —les dijo a su hermana y a Stancil apenas regresaron—. ¡Les he ganado!

Stancil miró al tablero, a su padre.

—Papá…

—Luché todo el tiempo. Ella se llevó las mejores tiradas.

Stancil sonrió con una sonrisa incrédula.

Gloria dijo:

—Ya es suficiente, Curiosa. Es hora de irse a la cama. Esto no es la ciudad. Aquí la gente se va a dormir temprano.

—Uf… —se quejó la muchacha, pero se fue. Bomanz suspiró. Ser sociable era cansado.

Su corazón se aceleró cuando anticipó el trabajo nocturno.

Stancil completó una tercera lectura de sus instrucciones escritas.

—¿Lo captas? —preguntó Bomanz.

—Supongo que sí.

—El tiempo no es lo importante… siempre que te retrases, no te adelantes. Si tuviéramos que conjurar algún maldito demonio estúpido, tendrías que estudiarte tus líneas durante una semana.

—¿Líneas? —Stancil no tenía que hacer otra cosa más que atender las velas y observar. Estaba allí para ayudar si su padre tenía algún problema.

Bomanz había pasado las últimas dos horas neutralizando conjuros a lo largo del camino que pretendía seguir. El nombre de Perroluna había sido un golpe de oro.

—¿Está abierto? —preguntó Stancil.

—De par en par. Casi tira de ti. Te dejaré ir también más adelantada la semana.

Bomanz inspiró profundamente, exhaló. Observó la habitación. Todavía tenía aquella royente sensación de haber olvidado algo. No tenía la menor idea de lo que podía ser.

—Muy bien.

Se acomodó en la silla, cerró los ojos.

—Dumni —murmuró—. Un muji dumni. Haikon. Dumni. Un muji dumni.

Stancil echó un pellizco de hierbas a un diminuto brasero de carbón. Un humo acre llenó la estancia. Bomanz se relajó, dejó que la letargia lo invadiera. Consiguió una rápida separación, derivó hacia arriba, flotó debajo de las vigas, observó a Stancil. El muchacho mostraba ser prometedor.

Bo comprobó sus lazos con su cuerpo. Bien. ¡Excelente! Podía oír con sus oídos tanto espirituales como físicos. Probó un poco más la dualidad mientras derivaba escaleras abajo. Cada sonido que emitía Stance le llegaba claramente.

Hizo una pausa en la tienda, miró a Gloria y a Curiosa. Envidió su juventud y su inocencia.

Fuera, el brillo del cometa llenaba la noche. Bomanz sintió su poder derramarse sobre la tierra. ¿Cuánto más espectacular sería cuando el mundo entrara en su cola?

De pronto ella estaba allí, haciéndole señas urgentes. Reexaminó sus lazos con su carne. Sí. Aún en trance. No estaba soñando. Se sintió vagamente inquieto.

Ella le condujo al Túmulo, siguiendo el camino que él había abierto. Vaciló ante el abrumador poder enterrado allí, lejos del poder que irradiaban los menhires y los fetiches. Vistos desde su punto de vista espiritual, tomaban la forma de crueles y horribles monstruos atados a cortas cadenas.

Los fantasmas merodeaban por el Túmulo. Aullaban al lado de Bomanz, intentando romper sus conjuros. El poder del cometa y el poder de los conjuros protectores se unían en un trueno que permeaba el ser de Bomanz. Cuan poderosos habían sido los antiguos, pensó, para que todo esto se mantuviera después de tanto tiempo.

Se acercaron a los soldados muertos representados por peones en el mapa de Bomanz. Creyó oír pasos detrás de él… Miró hacia atrás, no vio nada, se dio cuenta de que estaba oyendo a Stancil allá en la casa.

Un caballero fantasma le desafió. Su odio era tan sin tiempo y tan sin piedad como el golpear de la resaca a lo largo de una fría y lúgubre playa. Lo eludió.

Unos grandes ojos verdes miraron fijamente a los suyos. Unos ancianos, sabios, despiadados ojos, arrogantes, burlones y despectivos. El dragón puso al descubierto los dientes en una sonrisa burlona.

Esto es, pensó Bomanz. Lo que he olvidado… Pero no. El dragón no podía tocarle. Captó su irritación, su convicción de que iba a dar un sabroso bocado a su carne. Se apresuró detrás de la mujer.

No había ninguna duda al respecto. Era la Dama. Ella también había intentado alcanzarle. Mejor ser cauteloso. Ella deseaba más que un discípulo agradecido.

Entraron en la cripta. Era enorme, espaciosa, llena con todo lo que había formado parte de la vida del Dominador. Evidentemente, esa vida no había sido espartana.

Siguió a la mujer alrededor de un montón de mobiliario… y descubrió que había desaparecido.

—¿Dónde…?

Los vio. Lado a lado, sobre losas de piedra separadas. Encadenados. Envueltos por crujientes y zumbantes fuerzas. Ninguno respiraba, pero ninguno traicionaba tampoco el grisor de la muerte. Parecían como suspendidos, haciendo tiempo.

La leyenda exageraba sólo ligeramente. El impacto de la dama, incluso en este estado, era inmenso. «Bo, tienes un hijo adulto». Parte de él deseó sentarse sobre sus patas traseras y aullar como un adolescente en celo.

Oyó pasos de nuevo. Maldito fuera aquel Stancil. ¿No podía estarse quieto? Estaba haciendo el ruido de tres personas.

Los ojos de la mujer se abrieron. Sus labios formaron una gloriosa sonrisa. Bomanz olvidó a Stancil.

Bienvenido, dijo una voz dentro de su mente. Hemos aguardado mucho tiempo, ¿verdad?

Aturdido, se limitó a asentir.

Te he estado observando. Sí, lo veo todo en este páramo olvidado. Intenté ayudar. Las barreras eran demasiadas y demasiado grandes. Esa maldita Rosa Blanca. No era estúpida.

Bomanz miró al Dominador. Aquel enorme y apuesto guerrero–emperador dormía. Bomanz envidió su perfección física.

Duerme un sueño profundo.

¿Oyó burla en su voz? No podía leer su rostro. Su hechizo era demasiado para él. Sospechaba que había sido así para muchos hombres, y que era cierto que ella había sido la fuerza impulsora de la Dominación.

Lo fui. Y la próxima vez…

—¿La próxima vez?

El regocijo le rodeó como el tintineo de campanillas al viento bajo el impulso de una brisa gentil. Has venido para aprender, oh hechicero. ¿Cómo pagarás a tu maestro?

Aquí estaba el momento para el cual había vivido. Su triunfo estaba ante él. Una parte ganada…

Fuiste hábil. Fuiste tan cuidadoso, te tomaste tanto tiempo, incluso ese Monitor se dejó engañar. Te aplaudo, hechicero.

La parte difícil. Atar a esta criatura a su voluntad.

Una risa como campanillas.

¿No piensas negociar? ¿Piensas simplemente exigir?

—Si tengo que hacerlo.

¿No vas a darme nada?

—No puedo darte lo que deseas.

El regocijo de nuevo. Un regocijo de campanillas de plata.

No puedes exigirme.

Bomanz encogió unos hombros imaginarios. Ella estaba equivocada. Él tenía una palanca. Había topado con ella en su juventud, de inmediato había reconocido su importancia, y había puesto pie en el largo camino que conducía a este momento.

Había encontrado un texto cifrado. Lo había descifrado y le había proporcionado el patronímico de la Dama, un nombre común en las historias pre–Dominación. Las circunstancias implicaban como la Dama a una de las varias hijas de esa familia. Un poco de trabajo histórico–detectivesco había completado la tarea.

Así había resuelto un misterio que había desconcertado a miles de personas durante cientos de años.

Saber su auténtico nombre le daba el poder de exigirle a la Dama. En hechicería, el nombre auténtico es idéntico a la cosa…

Hubiera deseado gritar. Parecía como si mi corresponsal terminara al borde de la misma revelación que yo llevaba buscando todos estos años. Maldito fuera su negro corazón.

Esta vez había un postscriptum, algo un poco más de historia. El redactor de la carta había añadido lo que parecían pisadas de pollo. No tenía la menor duda de lo que intentaban comunicar. Pero no podía extraerles ningún sentido.

Como siempre, no había ni firma ni sello.