Lance oyó al fin que Corbie estaba de vuelta. Corrió a casa de viejo. Corbie lo recibió con un abrazo.
—¿Cómo estás, muchacho?
—Pensamos que te habías ido para siempre. —Corbie había estado fuera ocho meses.
—Intenté volver. Pero ya no hay casi malditas carreteras en ninguna parte.
—Lo sé. El coronel pidió a los Tomados que enviaran provisiones por el aire.
—Eso he oído. El gobierno militar en Galeote saltó en pleno sobre sus orondos culos cuando lo supieron. Enviaron todo un regimiento a abrir una nueva carretera. Está construida casi en un tercio de su longitud. Hice parte del viaje por ella.
Lance adoptó su rostro más serio.
—¿Era realmente tu hija?
—No —dijo Corbie. Al partir había anunciado que iba al encuentro de una mujer que podía ser su hija. Afirmó que había entregado sus ahorros a un hombre que encontraría a sus hijos y los llevaría a Galeote.
—Suenas decepcionado.
Lo estaba. Sus investigaciones no habían ido bien. Faltaban demasiados registros.
—¿Qué tipo de invierno fue éste, Lance?
—Malo.
—Ahí abajo también fue malo. Estuve preocupado por todos vosotros.
—Tuvimos problemas con las tribus. Ésa fue la peor parte. Siempre puedes quedarte dentro de casa y echar otro tronco a la chimenea. Pero no puedes comer si los ladrones roban tu despensa.
—Imaginé que se podía llegar a eso.
—Vigilamos tu casa. Entraron en algunos de los lugares vacíos.
—Gracias. —Los ojos de Corbie se entrecerraron. ¿Su casa había sido violada? ¿Hasta qué punto? Alguien buscando de una forma lo bastante concienzuda hubiera hallado lo suficiente para colgarle. Miró por una ventana.
—Parece como lluvia.
—Siempre parece como lluvia. Cuando no parece como nieve. Llegó a alcanzar un grosor de cuatro metros el último invierno. La gente está preocupada. ¿Qué le ha ocurrido al clima?
—Los viejos dicen que siempre es así, después del Gran Cometa. Los inviernos se vuelven malos durante unos cuantos años. Abajo en Galeote nunca se alcanzó tanto frío. Pero sí hubo mucha nieve.
—Aquí no hizo tanto frío. Sólo nevó tanto que no podías salir. Podías llegar a volverte loco. Todo el Túmulo parecía un lago helado. Apenas podías decir dónde estaba el Gran Túmulo.
—¿Hum? Todavía tengo que desempaquetar mis cosas. ¿Te importa? Haz que todos sepan que estoy de vuelta. Estoy molido. Necesitaré trabajar.
—Lo haré, Corbie.
Corbie observó desde una ventana cómo Lance se alejaba hacia el recinto de la Guardia, tomando una pasarela elevada construida después de su partida. El Iodo que había debajo explicaba su existencia. Eso y la inclinación del coronel Dolce por mantener ocupados a sus hombres. Cuando Lance hubo desaparecido fue al primer piso.
Nada había sido tocado allí. Bien. Atisbo por una ventana, hacia el Túmulo.
Cómo había cambiado en sólo unos años. Unos cuantos más y no serías capaz de encontrarlo.
Gruñó, miró más atentamente. Luego sacó el mapa de seda de su escondite, lo estudió, luego de nuevo el Túmulo. Al cabo de un rato sacó unos papeles manchados de sudor del interior de su camisa, donde los había llevado desde que los había robado de la universidad en Galeote. Los extendió sobre el mapa. Más tarde se levantó, se echó encima una capa, tomó el bastón que ahora llevaba y salió. Cojeó por el agua y el barro y la llovizna hasta que alcanzó un punto que dominaba el río Gran Trágico.
Estaba crecido, como siempre. Su lecho había seguido cambiando de curso. At cabo de un rato maldijo, golpeó un viejo roble con su bastón y se dio la vuelta.
El día se había vuelto gris. Sería oscuro antes de que llegara de regreso a casa.
—Malditas complicaciones —murmuró—. Nunca conté con esto. ¿Qué demonios voy a hacer?
Correr el gran riesgo. La posibilidad que más deseaba evitar, aunque su posible necesidad era su auténtica razón de haber pasado el invierno en Galeote.
Por primera vez en años se preguntó si el resultado compensaría las molestias.
Fuera por donde fuera, sería oscuro antes de que llegara a casa.