Matasanos:
Bomanz y Tokar estaban de pie en un rincón de la tienda.
—¿Qué opinas? —preguntó Bomanz—. ¿No vale un buen precio?
Tokar contempló la piéce de résistance de la nueva colección TelleKurre de Bomanz, un esqueleto en una armadura perfectamente restaurada.
—Es maravilloso, Bo. ¿Cómo lo hiciste?
—Junté las articulaciones con cables. ¿Ves la joya de la frente? No estoy versado en heráldica de la Dominación, pero ¿no tiene que significar un rubí algo importante?
—Un rey. Ése tiene que ser el cráneo del Rey Quebrado.
—Sus huesos también. Y su armadura.
—Eres rico, Bo. De éste sólo me llevaré una comisión. Un regalo de boda para la familia. Me tomaste en serio cuando te dije que me trajeras algo bueno.
—El Monitor confiscó lo mejor. Conseguimos la armadura de Cambiaformas.
Tokar había traído ayuda para este viaje, un par de robustos carreros con aspecto de gorilas. Estaban cargando antigüedades en los carros de fuera. Sus idas y venidas ponían a Bomanz nervioso.
—¿De veras? ¡Maldito sea! Hubiera dado mi brazo izquierdo por eso.
Bomanz extendió los brazos en un gesto de disculpa.
—¿Qué podía hacer yo? Besand me tiene cogido con una correa muy corta. De todos modos, ya conoces mi política. Tengo problemas por hacer tratos con el hermano de una futura nuera.
—¿Cómo es eso?
Mete el pie ahora, pensó Bomanz. Se lanzó de cabeza.
—Besand ha oído decir que eres un Resurreccionista. Stance y yo estamos pasando unos momentos difíciles.
—Vaya, eso es lamentable. Lo siento, Bo. ¡Un Resurreccionista! Abrí mi gran bocaza una vez, hace años, y dije que incluso el Dominador sería mejor para Galeote que nuestro alcalde payaso. ¡Una observación estúpida! Nunca te dejan olvidar. No es suficiente que persiguieran a mi padre hasta llevarlo a la tumba antes de tiempo. Ahora tienen que atormentamos a mí y a mis amigos.
Bomanz no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando Tokar. Tendría que preguntarle a Stance. Pero lo tranquilizó lo cual era todo lo que realmente deseaba.
—Tokar, guarda los beneficios de este lote. Para Stance y Gloria. Como mi regalo de boda. ¿Habéis fijado ya una fecha?
—Nada definitivo. Tras su sabático y su tesis. Supongo que es porque viene el invierno. ¿Piensas venir?
—Pienso en trasladarme de vuelta a Galeote. No me quedan fuerzas suficientes para enfrentarme a un nuevo Monitor.
Tokar dejó escapar una risita.
—De todos modos, probablemente no habrá mucha demanda de artefactos de la Dominación después de este verano. Veré si puedo encontrarte un lugar. Aquí trabajas como el rey, no tendrás problemas en hallar un medio de vida.
—¿Realmente lo crees? Estaba pensando en rescatar su caballo también. —Bomanz sintió una oleada de orgullo ante su habilidad.
—¿Su caballo? ¿De veras? ¿Enterraron su caballo con él?
—Armadura incluida. No sé quien puso a los TelleKurre bajo tierra, pero no han sido saqueados. Hemos encontrado toda una caja de monedas y joyas e insignias.
—¿Acuñaciones de la Dominación? Esto es más caliente que caliente. La mayoría fueron fundidas. Una moneda de la Dominación en buen estado puede valer cincuenta veces el valor de su metal.
—Deja al Rey Quiensea aquí. Recompondré su caballo también. Recógelo todo el próximo viaje.
—No voy a tardar mucho. Descargaré y volveré en seguida. Por cierto, ¿dónde está Stance? Quería decirle hola. —Tokar agitó una de aquellas carteras de cuero.
—¿Gloria?
—Gloria. Debería de escribir novelas. Va a arruinarme, comprando papel.
—Está fuera en la excavación. Vayamos allí. ¡Jazmín! Voy a llevar a Tokar a la excavación.
Por el camino Bomanz no dejó de mirar por encima del hombro. El cometa era ahora tan brillante que casi podía verse durante el día.
—Va a ser una visión espectacular cuando llegue al máximo —predijo.
—Espero que sí. —La sonrisa de Tokar puso a Bomanz nervioso. Estoy imaginando cosas, se dijo a sí mismo.
Stancil usó el hombro para abrir la puerta de la tienda. Dejó caer una carga de armas.
—Se está acabando, papá. La otra noche ya casi todo era basura.
Bomanz retorció una tira de hilo de cobre, la sujetó al armazón que sostenía el esqueleto del caballo.
—Entonces deja que Men fu se haga cargo de ello. De todos modos ya no queda mucho espacio aquí.
La tienda estaba tan atestada que era casi imposible cruzarla. Bomanz no tendría que cavar durante años, si no quería hacerlo.
—Tiene buen aspecto —dijo Stance, refiriéndose al caballo, demorándose un poco antes de ir en busca de otra brazada de armas del carro que había tomado prestado—. Tendrás que mostrarme cómo poner encima al rey para que pueda montarlos cuando vuelva.
—Puedo hacerlo yo mismo.
—Pensé que habías decidido quedarte.
—Tal vez. No lo sé. ¿Cuándo vas a empezar esa tesis?
—Estoy trabajando en ella. Tomando notas. Una vez me haya organizado puedo escribirla así —hizo chasquear los dedos—. No te preocupes. Tengo tiempo más que suficiente. —Salió de nuevo.
Jazmín trajo té.
—Creí oír a Stance.
Bomanz hizo un gesto con la cabeza.
—Está fuera.
Jazmín buscó un lugar donde colocar la tetera y las tazas.
—Vas a tener que organizar un poco este desbarajuste.
—Yo no dejo de decirme lo mismo.
Stancil regresó.
—Hay aquí suficientes piezas como para montar una armadura. Tan larga que nadie podrá llevarla.
—¿Té? —preguntó su madre.
—Por supuesto. Papá, pasé junto al cuartel general de la Guardia. Ese nuevo Monitor está aquí.
—¿Ya?
—Te encantará. Trajo un carruaje para él y tres carros llenos de ropa para su esposa. Y un pelotón de sirvientes.
—¿Qué? ¡Ja! Se va a morir cuando Besand le muestre sus aposentos. —El Monitor vivía en una celda más adecuada para un monje que para el hombre más poderoso de la provincia.
—Se lo merece.
—¿Lo conoces?
—Por su reputación. La gente educada lo llama el Chacal. Si hubiera sabido que era él… ¿Qué hubiera podido hacer? Nada. Tiene suerte de que su familia consiguiera que lo enviaran aquí. Alguien hubiera acabado matándole de haber seguido en la ciudad.
—No es popular, ¿eh?
—Tú mismo lo descubrirás si te quedas. Vuelve, papá.
—Tengo un trabajo que hacer, Stance.
—¿Durante cuánto tiempo más?
—Un par de días. O para siempre. Ya sabes. Debo conseguir ese nombre.
—Papá, podemos intentarlo ahora. Mientras las cosas están confusas.
—Nada de experimentos, Stance. Lo quiero bien hecho. No correré riesgos con los Diez.
Stancil quería discutir, pero se limitó a beber su té. Salió de nuevo al carro. Cuando regresó dijo:
—Tokar debería estar ya de nuevo aquí. Quizá traiga más de dos carros.
Bomanz dejó escapar una risita.
—¿Quizá traiga más que carros, quieres decir? ¿Como tal vez una hermana?
—Estaba pensando en eso, sí.
—¿Cómo piensas escribir entonces la tesis?
—Siempre hay algún momento libre.
Bomanz pasó un paño para el polvo sobre la joya en la frente del caballo de su rey muerto.
—Ya es suficiente por ahora, Jamelgo. Vamos a la excavación.
—A tantear un poco la excitación general —sugirió Stancil.
—No me la perdería por nada del mundo.
Besand llegó a la excavación aquella tarde. Sorprendió a Bomanz adormilado.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Durmiendo en el trabajo?
Bomanz se sentó.
—Ya me conoces. Sólo una ligera cabezada. He oído que se presentó el nuevo hombre.
Besand escupió.
—No me lo menciones.
—¿Malo?
—Peor de lo que esperaba. Créeme, Bo. Hoy se escribe el final de una era. Esos estúpidos lo van a lamentar.
—¿Has decidido ya lo que vas a hacer?
—Me iré a pescar. Maldita sea, me iré a pescar. Tan lejos de aquí como pueda. Me tomaré un día para el traspaso de poderes, luego me encaminaré al sur.
—Siempre deseé retirarme a una de las Ciudades Joya. Nunca he visto el mar. Así que te encaminarás directamente hacia allí, ¿eh?
—No tienes que sonar tan malditamente alegre al decirlo. Tú y tus amigos Resurreccionistas habéis ganado, pero me iré sabiendo que no me vencisteis en mi propio terreno.
—No nos hemos peleado mucho últimamente. Eso no es razón para querer recuperar el tiempo perdido.
—Sí. Sí. Tienes razón. Lo siento. Es la frustración. Me noto impotente, todo se está desmoronando a mi alrededor.
—No puede ser tan malo.
—Puede. Tengo mis fuentes, Bo. No soy un loco solitario. Hay hombres enterados en Galeote que temen las mismas cosas que yo. Dicen que los Resurreccionistas van a intentar algo. Tú también lo verás. A menos que te marches de aquí.
—Es probable que lo haga. Stancil conoce a ese tipo. Pero no puedo marcharme antes de acabar la excavación.
Besand le miró con los ojos entrecerrados.
—Bo, debería hacer que limpiaras todo eso antes de irme. Parece como si el Infierno hubiera vomitado aquí.
Bomanz no era un trabajador melindroso. En una treintena de metros alrededor de su pozo el suelo estaba sembrado de huesos, viejos fragmentos de artilugios inútiles y otra basura de lo más variado. Un espectáculo asqueroso. Bomanz parecía no darse cuenta de ello.
—¿Por qué molestarse? La maleza crecerá en menos de un año. Además, no quiero hacer que el trabajo de Men fu sea más duro de lo necesario.
—Eres todo corazón, Bo.
—Lo intento.
—Nos veremos.
—De acuerdo. —Y Bomanz intentó desentrañar lo que había hecho mal, lo que Besand había acudido a buscar y no había encontrado. Se encogió de hombros, se acomodó sobre la hierba, cerró los ojos.
La mujer hizo un gesto invitador con la cabeza. El sueño nunca había sido tan claro. Y nunca había tenido tanto éxito. Fue hasta ella y tomó su mano, y ella lo condujo a lo largo de una fresca senda flanqueada de verdes árboles. Haces de luz solar delgados como lanzas apuñalaban el suelo a través del follaje. Un polvo dorado danzaba en ellos. La mujer habló, pero no pudo descifrar sus palabras. No importaba. Se sentía satisfecho.
El oro se convirtió en plata. La plata se convirtió en una gran hoja roma que apuñalaba un cielo nocturno, oscureciendo las estrellas más débiles. El cometa venía, venía… y un gran rostro femenino se abrió sobre él. Gritaba. Gritaba furiosa. Y él no podía oír…
El cometa desapareció. Una luna llena cabalgó el cielo constelado de diamantes. Una gran sombra cruzó las estrellas, oscureciendo la Vía Láctea. Una cabeza, se dio cuenta Bomanz. Una cabeza de oscuridad. La cabeza de un lobo, chasqueando los dientes a la luna… Luego desapareció. Estaba de nuevo con la mujer, caminando por aquel sendero en el bosque, tropezando con los haces de luz. Ella le estaba prometiendo algo. Despertó. Jazmín le estaba sacudiendo.
—¡Bo! Estás soñando de nuevo. Despierta.
—Estoy bien —murmuró—. No era tan malo.
—Tienes que dejar de comer tanta cebolla. Un hombre de tu edad, y con una úlcera.
Bomanz se sentó, se palmeó la barriga. Últimamente la úlcera no le había molestado. Quizá tenía demasiadas otras cosas en su mente. Apoyó los pies en el suelo y miró a la oscuridad.
—¿Qué haces?
—Pienso en salir a ver a Stance.
—Necesitas descansar.
—Tonterías. ¿Viejo como soy? La gente vieja no necesita descansar. No puede permitírselo. No tiene tiempo que malgastar. —Tanteó en busca de sus botas.
Jazmín murmuró algo típico. La ignoró. Había convertido aquello en un bello arte. Ella añadió:
—Ve con cuidado ahí fuera.
—¿Eh?
—Ve con cuidado. No me siento tranquila ahora que Besand se ha ido.
—Sólo se fue esta mañana.
—Sí, pero…
Bomanz abandonó la casa murmurando sobre las supersticiones de las mujeres viejas que no sabían aceptar el cambio.
Tomó un camino al azar, deteniéndose ocasionalmente para observar el cometa. Era espectacular. Una gran cabellera de gloria. Se preguntó si su sueño había intentado decirle algo. Una sombra devorando la luna. No era suficientemente sólido, decidió.
Al acercarse a los límites de la ciudad oyó voces. Retuvo el paso. Normalmente la gente no salía a aquella hora de la noche.
Estaban dentro de una choza abandonada. Una vela parpadeaba en el interior. Peregrinos, supuso. Halló un atisbadero, pero no pudo ver nada excepto la espalda de un hombre. Había algo en aquellos hombros caídos… ¿Besand? Por supuesto que no. Demasiado anchos. Más bien como los de aquel mono de Tokar…
No pudo identificar las voces, que eran en su mayor parte susurros. Una era muy parecida a los gimoteos habituales de Men fu. Pero las palabras sonaban lo suficientemente claras.
—Mirad, hicimos todo lo que pudimos para sacarlo de aquí. Cuando te apoderas del hogar y del trabajo de un hombre, debería darse cuenta de que no es querido. Pero no se ha ido.
Una segunda voz:
—Entonces es el momento de las medidas drásticas.
La voz gimoteante:
—Eso es ir demasiado lejos.
Un bufido de disgusto.
—Amarillo. Lo haré yo. ¿Dónde está?
—Escondido en el viejo establo. En la parte de arriba. Se ha instalado un camastro, como un viejo perro en un rincón.
Un gruñido cuando alguien se alzó. Unos pies moviéndose. Bomanz se agarró la barriga, se alejó caminando como un gato y se ocultó entre las sombras. Una figura voluminosa cruzó el camino. La luz del cometa destelló en una hoja desnuda.
Bomanz se escurrió hasta unas sombras más distantes y se detuvo para pensar.
¿Qué significaba aquello? Seguramente un asesinato. Pero ¿de quién? ¿Por qué? ¿Quién se había trasladado al establo abandonado? Peregrinos y transeúntes usaban constantemente los lugares vacíos… ¿Quiénes eran aquellos hombres?
Se le ocurrieron posibilidades. Las desechó. Eran demasiado siniestras. Cuando recuperó los nervios se apresuró a la excavación.
La linterna de Stancil estaba allí, pero a él no se le veía por ninguna parte.
—¿Stance? —Ninguna respuesta—. ¿Stancil? ¿Dónde estás? —Ninguna respuesta todavía. Casi presa del pánico, gritó—: ¡Stancil!
—¿Eres tú, papá?
—¿Dónde estabas?
—Haciendo mis necesidades.
Bomanz suspiró, se sentó. Su hijo apareció un momento más tarde, secándose el sudor de la frente. ¿Por qué? Era una noche fresca.
—Stance, ¿cambió Besand de opinión? Le vi marcharse esta mañana. Hace poco oí a unos hombres planear matar a alguien. Sonaba como si hablaran en serio.
—¿Matar? ¿A quién?
—No lo sé. Uno de ellos podría ser Men fu. Eran tres o cuatro. ¿Volvió Besand?
—No lo creo. No lo soñarías, ¿verdad? Además, ¿qué hacías tú en medio de la noche?
—Esa pesadilla de nuevo. No podía dormir. No lo imaginé. Esos hombres iban a matar a alguien porque no quería irse.
—Eso no tiene sentido, papá.
—No me importa… —Bomanz se giró. Había oído de nuevo el extraño ruido. Una figura penetró tambaleante en la luz. Dio tres pasos y cayó.
—¡Besand! Es Besand. ¿No te lo dije?
El antiguo Monitor tenía una sangrante herida en el pecho.
—Estoy bien —jadeó—. Estaré bien. Es sólo la impresión. No es tan mala como parece.
—¿Qué ha ocurrido?
—Intentaron matarme. Te dije que iba a desencadenarse todo el Infierno.
Te dije que lo habían organizado todo. Pero esta ronda se la gané. Fui yo quien mató a su asesino.
—Creí que te habías ido. Te vi marchar.
—Cambié de opinión. No podía irme. Hice un juramento, Bo. Se apoderaron de mi trabajo pero no de mi conciencia. He vuelto para detenerles.
Bomanz cruzó su mirada con la de su hijo. Stancil sacudió la cabeza.
—Papá, mira su muñeca.
Bomanz miró.
—No veo nada.
—Eso es precisamente. Su amuleto no está.
—Lo devolvió cuando se fue. ¿No lo devolviste?
—No —dijo Besand—. Lo perdí en la lucha. No pude encontrarlo en la oscuridad. —Hizo aquel curioso sonido.
—Papá, está muy malherido. Será mejor llevarlo a los barracones.
—Stance —jadeó Besand—. No se lo digas a él. Busca al cabo Bronco.
—De acuerdo. —Stancil se marchó apresuradamente.
La luz del cometa llenaba la noche con fantasmas. El Túmulo parecía retorcerse y arrastrarse. Formas momentáneas derivaban entre la maleza. Bomanz se estremeció e intentó convencerse de que todo era cosa de su imaginación.
Se acercaba el amanecer. Besand había superado su shock y sorbía el caldo que Jazmín le había traído. El cabo Bronco acudió a informar del resultado de su investigación.
—No pude hallar nada, señor. Nada del cuerpo, nada del amuleto. Ni siquiera la menor señal de lucha. Es como si nunca hubiera ocurrido.
—Maldita sea, puedo asegurar que no intenté matarme a mí mismo.
Bomanz se quedó pensativo. De no haber oído a los conspiradores, hubiera dudado de Besand. El hombre era capaz de montar un asalto por pura simpatía.
—Te creo, señor. Sólo decía lo que encontré.
—Estropearon su mejor oportunidad. Ahora estamos advertidos. Manteneos alerta.
—Mejor no olvidar quién está al mando ahora —interpuso Bomanz—. No metamos a nadie en problemas con nuestro nuevo líder.
—Ese cerebro fosilizado. Haz lo que puedas, Bronco. No te dejes sorprender.
—Sí, señor. —El cabo se marchó.
Stancil dijo:
—Papá, deberías volver a casa. Te estás poniendo gris.
Bomanz se puso en pie.
—¿Te encuentras bien ahora? —preguntó.
—Estaré bien —respondió Besand—. No te preocupes por mí. El sol ya está alto. Ese tipo de gente no intenta nada a plena luz del día.
No apuestes sobre ello, pensó Bomanz. No si son devotos de la Dominación. Pronto traerán la oscuridad al pleno mediodía.
Fuera del alcance del oído de Bomanz, Stancil dijo:
—Estuve pensando esta noche, papá. Antes de que empezara esto. Acerca del problema de nuestro nombre. Y de pronto me vino a la cabeza. Hay una vieja piedra en Galeote. Una grande con tallas rúnicas y pictogramas. Ha estado ahí siempre. Nadie sabe lo que es ni de donde vino. En realidad a nadie le importa.
—¿Y?
—Déjame mostrarte lo que hay grabado en ella. —Stancil tomó una ramilla, alisó una zona del suelo llena de restos. Empezó a dibujar—. Hay una tosca estrella con un círculo encima. Luego algunas líneas de runas que nadie sabe leer. No puedo recordarlas. Luego algunos dibujos. —Fue esbozando rápidamente.
—Es más bien tosco.
—También lo es el original. Pero mira. Esto. Una figura como un palillo con una pierna rota. Aquí. ¿Un gusano? Aquí, un hombre sobre impuesto a un animal. Aquí, un hombre con un rayo. ¿Lo ves? El Renco. Nocherniego. Cambiaformas. Tormentosa.
—Quizá. Y quizá te estés pasando.
Stancil siguió dibujando.
—Muy bien. Ésa es la forma en que se hallan en la roca. Los cuatro que he nombrado. En el mismo orden que en tu mapa. Mira aquí. A tus puntos vacíos. Pueden ser los Tomados cuyas tumbas no hemos identificado. —Dio unos golpecitos a lo que parecía un simple círculo, una figura como un palillo con la cabeza inclinada hacia un lado, y la cabeza de una bestia con un círculo en la boca.
—Las posiciones concuerdan —admitió Bomanz.
—¿Y?
—¿Y qué?
—Estás siendo intencionadamente denso, papá. Un círculo es un cero, quizá. Quizás un signo para el llamado el Sinrostro o el Sinnombre. Y aquí está el Ahorcado. ¿Y aquí Perroluna o Muerdeluna?
—Entiendo, Stance. Sólo que no estoy seguro de querer entenderlo. —Le habló a Stance de su sueño de una gran cabeza de lobo mordiendo la luna.
—¿Lo ves? Tu propia mente está intentando decírtelo. Ve a comprobar la evidencia. Ve si no encaja de esta forma.
—No tengo que hacerlo.
—¿Por qué no?
—Lo sé en el fondo de mi corazón. Encaja.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No estoy seguro de querer seguir haciéndolo.
—Papá… Papá, si tú no quieres, yo lo haré. Lo digo en serio. No voy a permitir que eches por la borda treinta y siete años. ¿Qué es lo que ha cambiado? Renunciaste a un buen futuro para venir aquí. ¿Puedes simplemente borrar todo esto?
—Estoy acostumbrado a esta vida. No me importa.
—Papá… He conocido a gente que te conocía cuando estabas allí. Todos dicen que hubieras podido ser un gran hechicero. Se preguntan qué te ocurrió. Saben que tenías algún gran plan secreto y fuiste en su persecución. Imaginan que ahora estás muerto, porque cualquiera con tu talento hubiera seguido dando que hablar. En estos momentos me estoy preguntando si no tendrán razón.
Bomanz suspiró. Stancil nunca comprendería. No sin hacerse viejo bajo la amenaza del nudo corredizo.
—Lo digo en serio, papá. Lo haré yo mismo.
—No, no lo harás. No tienes ni el conocimiento ni la habilidad. Yo lo haré. Supongo que es mi destino.
—¡Entonces vamos!
—No tan aprisa. Esto no es un té de sociedad. Será peligroso. Necesito descansar y tiempo para situarme en el estado mental correcto. Tengo que reunir mi equipo y preparar el escenario.
—Papá…
—Stancil, ¿quién es el experto? ¿Quién va a hacerlo?
—Supongo que tú.
—Entonces cierra la boca y mantenía cerrada. Lo más rápido que puedo intentarlo es mañana por la noche. Suponiendo que me sienta cómodo con esos nombres.
Stancil parecía dolido e impaciente.
—¿Cuál es la prisa? ¿Cuál es tu apuesta en eso?
—Yo solo… creo que Tokar trae a Gloria. Deseaba que todo estuviera terminado cuando ella llegara aquí.
Bomanz alzó una desesperanzada ceja.
—Vayamos a casa. Estoy exhausto. —Volvió la vista hacia Besand, que miraba el Túmulo. El hombre estaba desafiantemente rígido—. Mantenlo lejos de mí.
—No va a hacer nada bueno por un tiempo.
Más tarde, Bomanz murmuró:
—De todos modos, me pregunto de qué iba todo esto. ¿Eran realmente Resurreccionistas?
—Los Resurreccionistas son un mito que la gente como Besand utiliza para conservar su empleo —dijo Stancil.
Bomanz recordó algunos conocidos de la universidad.
—No estés tan seguro.
Cuando llegaron a casa, Stance subió a estudiar el mapa. Bomanz comió algo. Antes de meterse en la cama, le dijo a Jazmín:
—Vigila a Stance. Está actuando raro.
—¿Raro? ¿Cómo?
—No lo sé. Simplemente raro. Incordiador sobre el Túmulo. No dejes que coja mis cosas. Puede intentar abrir él mismo el camino.
—Nunca lo haría.
—Espero que no. Pero vigílalo.