Matasanos:
El chillido de Jazmín hizo resonar ventanas y puertas.
—¡Bomanz! ¡Ven aquí abajo! ¡Ven inmediatamente, ¿me oyes?!
Bomanz suspiró. Un hombre no podía conseguir estar cinco minutos solo. ¿Para qué demonios se había casado? ¿Por qué se casaban los hombres? Pasabas el resto de tu vida sufriendo, haciendo lo que quería otra gente, no lo que tú querías.
—¡Bomanz!
—¡Ya voy, maldita sea! Esa maldita mujer no sabe ni sonarse la nariz sin que yo esté allí para sujetarle la mano —añadió sotto voce. Hablaba mucho para sí mismo. Tenía sentimientos que desahogar y una paz que mantener. Llegó a un compromiso. Siempre llegaba a un compromiso.
Bajó la escalera con paso fuerte, cada pisada una declaración de irritación. Se burló de sí mismo mientras bajaba: Sabes que te estás haciendo viejo cuando todo te exaspera.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Dónde estás?
—En la tienda. —Había una nota extraña en su voz. Excitación reprimida, decidió. Entró cautelosamente en la tienda.
—¡Sorpresa!
Su mundo cobró vida. Su malhumor se esfumó.
—¡Stance! —Se lanzó en brazos de su hijo. Unos brazos poderosos lo estrujaron—. ¿Ya estás aquí? No te esperábamos hasta la próxima semana.
—Salí pronto. Te estás poniendo gordo, papá. —Stancil abrió los brazos para incluir a Jazmín en un abrazo triple.
—Es la cocina de tu madre. Los tiempos son buenos. Comemos regularmente. Tokar ha sido… —Captó una sombra fea e imprecisa—. Pero ¿cómo estás? Échate un poco hacia atrás. Déjame mirarte. Todavía eras un muchacho cuando te fuiste.
Y Jazmín:
—¿No tiene un aspecto estupendo? Tan alto y saludable. Y con esa ropa tan elegante. —Hizo una mueca de falsa preocupación—. No te habrás metido en ningún asunto poco claro, ¿verdad?
—¡Madre! ¿En qué puede meterse un joven instructor? —Cruzó su mirada con la de su padre y sonrió con una sonrisa que decía: «La misma vieja mamá».
Stancil era diez centímetros más alto que su padre, tendría unos veinticinco años, y parecía artético pese a su profesión. Más parecido a un aventurero que a un aspirante a intelectual, pensó Bomanz. Por supuesto, los tiempos cambiaban. Habían pasado eones desde sus propios días universitarios. Quizá los estándares habían cambiado también.
Recordó las risas y las bromas y los terriblemente serios debates que duraban toda la noche acerca del significado de todo, y sintió la mordedura de un asomo de nostalgia. ¿Qué había sido de aquel mentalmente rápido y sagaz joven Bomanz? Algún silencioso e invisible Guardián de la mente lo había enterrado en una madriguera en la parte de atrás de su cerebro, y allí estaba ahora soñando, mientras un calvo gnomo barrigudo con papada lo usurpaba gradualmente… Habían robado nuestro ayer y no nos habían dejado más juventud que la de nuestros hijos…
—Bueno, vamos. Háblanos de tus estudios. —Salgamos de esta autocompasión, Bomanz, viejo estúpido—. Cuatro años y sólo cartas acerca de lavar tu ropa y debates en el Delfín Varado. Varado tiene que estar en Galeote. Antes de morir quiero ver el mar. Nunca lo he visto. —Viejo estúpido. Soñar en voz alta, ¿es eso lo mejor que sabes hacer? ¿Se reirían realmente de ti si les dijeras que la juventud está aún viva en alguna parte ahí dentro?
—Su mente se extravía —explicó Jazmín.
—¿A quién llamas senil? —restalló Bomanz.
—Papá. Mamá. Dadme un respiro. Acabo de llegar.
Bomanz tragó aire.
—Tienes razón. Paz. Tregua. Armisticio. Haz de arbitro, Stance. Dos viejos caballos de guerra como nosotros seguimos siempre nuestros propios caminos.
—Stance me prometió una sorpresa antes de que bajaras —dijo Jazmín.
—¿Y? —preguntó Bomanz.
—Estoy prometido. Voy a casarme.
¿Cómo es posible esto? Es mi hijo. Mi bebé. Apenas la semana pasada le cambiaba todavía los pañales… El tiempo, maldito asesino innombrable, siento tu frío aliento, oigo tus cascos revestidos de hierro…
—Hummm. Joven estúpido. Lo siento. Háblanos de ella, puesto que no vas a hablarnos de ninguna otra cosa.
—Lo haría si me dejaras hablar.
—Bomanz, cállate. Háblanos de ella, Stance.
—Probablemente ya sepáis algo. Es la hermana de Tokar, Gloria.
El estómago de Bomanz se hundió al nivel desús talones. La hermana de Tokar. Tokar, que podía ser un Resurreccionista.
—¿Qué ocurre ahora, papá?
—La hermana de Tokar, ¿eh? ¿Qué sabes acerca de esa familia?
—¿Qué ocurre con ellos?
—No he dicho que ocurriera nada. Te he preguntado qué sabías de ellos.
—Lo suficiente como para saber que quiero casarme con Gloria. Lo suficiente como para saber que Tokar es mi mejor amigo.
—¿Lo suficiente como para saber si son Resurreccionistas?
El silencio cayó como una maza sobre la tienda. Bomanz miró a su hijo. Stancil le devolvió la mirada. Intentó responder dos veces, cambió de opinión. La tensión arañó el aire.
—Papá…
—Eso es lo que piensa Besand. La Guardia está vigilando a Tokar. Y yo también, ahora. Es el tiempo del cometa, Stance. El décimo paso. Besand huele algún gran complot Resurreccionista. Está haciendo que la vida resulte difícil. Esto acerca de Tokar va a hacer que todo resulte peor.
Stancil sorbió saliva entre sus dientes. Suspiró.
—Quizá fue un error venir a casa. No voy a conseguir nada excepto perder el tiempo eludiendo a Besand y peleándome contigo.
—No, Stance —dijo Jazmín—. Tu padre no va a empezar nada. Bo, no iniciarás ninguna pelea. No vas a hacerlo.
—Hum. —¿Mi hijo prometido con una Resurreccionista? Se volvió, inspiró profundamente, se reprendió a sí mismo en silencio. Siempre saltando a conclusiones. Sin más base que la palabra de Besand—. Hijo, lo siento. Me ha estado tomando el pelo. —Miró a Jazmín. Besand no era su único perseguidor.
—Gracias, papá. ¿Cómo van las investigaciones?
Jazmín gruñó y murmuró algo para sí misma. Bomanz dijo:
—Esta conversación es una locura. Todos hacemos preguntas y nadie las responde.
—Dame algo de dinero, Bo —dijo Jazmín.
—¿Para qué?
—Vosotros dos no vais a deciros hola antes de empezar a complotar. Será mejor que me vaya a la compra.
Bomanz aguardó. Ella revisó su arsenal de incisivas observaciones acerca de las cargas de la mujer. Él se encogió de hombros, dejó caer unas monedas en la palma de su mano.
—Vayamos arriba, Stance.
—Se ha ablandado —dijo Stancil cuando entraron en la habitación del desván.
—No me había dado cuenta.
—Tú también. Pero la casa no ha cambiado.
Bomanz encendió la lámpara.
—Atestado como siempre —admitió. Agarró la lanza que era su escondite—. Voy a tener que hacer una nueva un día de éstos. Se está gastando demasiado. —Extendió el mapa sobre la pequeña mesa.
—No ha habido mucha mejora, papá.
—Me libré de Besand. —Dio unos golpecitos al sexto túmulo—. Aquí. Lo único que se interponía en mi camino.
—¿Esa ruta es la única opción, papá? ¿Puedes alcanzar los dos superiores? O incluso uno. Eso te dejaría una posibilidad de un cincuenta por ciento de adivinar los otros dos.
—Yo no adivino. Esto no es un juego de cartas. No puedes permitirte una nueva mano si juegas mal la primera.
Stancil tomó una silla, contempló el mapa. Tamborileó la mesa con los dedos. Bomanz se agitó inquieto.
Pasó una semana. La familia estableció nuevos ritmos, entre ellos vivir con la vigilancia intensificada del Monitor.
Bomanz estaba limpiando un arma del emplazamiento TelleKurre. Era un hallazgo. Un auténtico hallazgo. Un gran emplazamiento funerario, con armas y una armadura casi perfectamente conservados. Stancil entró en la tienda. Bomanz alzó la vista.
—¿Una noche difícil?
—No demasiado mala. Está a punto de abandonar. Sólo hizo la ronda una vez.
—¿Men fu o Besand?
—Men fu. Besand estuvo allí media docena de veces.
Estaban trabajando por turnos. Men fu era la excusa pública. En realidad Bomanz esperaba cansar a Besand antes de que regresara el cometa. No funcionaba.
—Tu madre tiene preparado el desayuno. —Bomanz empezó a reunir su mochila.
—Espera, papá. Yo también iré.
—Tienes que descansar.
—Estoy bien. Puedo seguir cavando.
—De acuerdo. —Algo estaba preocupando al muchacho. Quizás estuviera dispuesto a hablar.
No lo habían hecho mucho. Sus relaciones preuniversitarias habían sido de confrontación, con Stance siempre a la defensiva… Aquellos cuatro últimos años había crecido, pero el muchacho todavía seguía ahí dentro. Aún no estaba preparado para enfrentarse a su padre de hombre a hombre. Y Bomanz no había crecido lo suficiente como para olvidar que Stancil era su muchachito. A veces nunca se llega a crecer de este modo. Un día el hijo mira hacia atrás a su propio hijo, preguntándose qué ocurrió.
Bomanz siguió frotando escamas de óxido de una maza. Se rió de si mismo. Pensar en relaciones. Esto no es propio de ti, viejo estúpido.
—Hey, papá —llamó Stance desde la cocina—. Casi lo olvidé. La otra noche divisé el cometa.
Una garra penetró en él y agarró un puñado de las entrañas de Bomanz. ¡El cometa! No era posible. Todavía no. Aún no estaba preparado para él.
—Descarado pequeño bastardo —escupió Bomanz. Él y Stancil estaban arrodillados en la maleza, observando a Men fu sacar artefactos de excavación—. Debería romperle la pierna.
—Espera aquí un minuto. Daré un rodeo y le acuchillaré cuando eche a correr.
Bomanz bufó.
—No vale la pena.
—Vale la pena para mí, papá. Sólo para mantener el equilibrio.
—De acuerdo. —Bomanz observó a Men fu alzar la vista para mirar a su alrededor, agitando su pequeña y fea cabeza como un palomo nervioso. Volvió a meterse en la excavación. Bomanz se deslizó sigilosamente hacia adelante.
Llegó hasta tan cerca que pudo oír al ladrón hablar consigo mismo.
—Oh. Encantador. Encantador. Una fortuna en piedra. Una fortuna en piedra. Ese pequeño mono gordo no la merece. Todo el tiempo lisonjeando a Besand. Ese rastrero.
—¿Pequeño mono gordo? Tú lo has pedido. —Bomanz depositó su mochila y sus herramientas y aferró firmemente su pala.
Men fu salió del pozo con los brazos llenos. Sus ojos se abrieron mucho. Su boca empezó a decir algo, sin que ningún sonido llegara a salir de entre sus labios.
Bomanz alzó la pala.
—Vamos, Bomanz, no seas…
Bomanz lanzó el golpe. Men fu se echó a un lado, recibió el golpe en su cadera, chilló, dejó caer su carga, agitó las manos en el aire y cayó de espaldas al pozo. Volvió a trepar por el otro lado, chillando como un cerdo herido. Bomanz cojeó tras él, lanzó un poderoso golpe de costado a sus espaldas. Men fu corrió. Bomanz cargó tras él, la pala alzada, chillando:
—¡Quédate quieto, ladrón hijo de puta! Acepta tu destino como un hombre.
Lanzó un último y poderoso golpe. Falló. El impulso le hizo girar. Cayó, se levantó de nuevo, siguió la persecución sin su pala vengadora.
Stancil se alzó en el camino de Men fu. El ladrón bajó la cabeza y cargó como un toro. Bomanz impactó contra Stancil. Padre e hijo rodaron en una maraña de miembros.
—¿Qué demonios? —jadeó Bomanz—. Se ha ido. —Permaneció tendido de espaldas, jadeando. Stancil se echó a reír—. ¿Qué es eso tan malditamente divertido?
—La expresión de su rostro.
Bomanz bufó.
—No fuiste de mucha ayuda. —Se echaron a reír a carcajadas. Finalmente, Bomanz jadeó—: Será mejor que recupere mi pala.
Stancil ayudó a su padre a ponerse en pie.
—Papá, me habría gustado que te hubieras visto.
—Doy gracias de no haberlo hecho. Afortunadamente no tuve un ataque al corazón. —Sufrió en cambio un ataque de risa.
—¿Te encuentras bien, papá?
—Claro que sí. Sólo que no puedo reír y recuperar el aliento al mismo tiempo. Oh. Oh, vaya, no seré capaz de volver a moverme si me siento de nuevo.
—Vayamos a cavar. Eso te mantendrá ágil. Dejaste caer la pala por aquí, ¿verdad?
—Ahí está.
Las risas persiguieron a Bomanz toda la mañana. No dejaba de recordar la agitada retirada de Men fu y el fallo de su autocontrol.
—¿Papá? —Stancil estaba trabajando en el otro lado del pozo—. Mira aquí. Puede que éste sea e] motivo por él cual no reparó en tu llegada.
Bomanz cojeó hasta allá, observó a Stancil barrer la tierra suelta de un peto perfectamente conservado. Era tan negro y brillante como ébano recién pulido. Un ornamentado adorno de plata sobresalía en su centro.
—Hummm. —Bomanz saltó fuera del pozo—. Nadie por los alrededores. Ese dibujo medio hombre, medio bestia. Ése es Cambiaformas.
—Él condujo a los TelleKurre.
—Pero no puede estar enterrado aquí.
—Es su armadura, papá.
—Puedo ver eso, maldita sea. —Saltó de nuevo fuera como un marmota curiosa. Nadie a la vista—. Siéntate aquí arriba y monta guardia. Yo cavaré.
—Siéntate tú, papá.
—Has estado levantado toda la noche.
—Soy mucho más joven que tú.
—Me siento perfectamente, gracias.
—¿De qué color es el cielo, papá?
—Azul. ¿Qué tipo de pregunta…?
—Aleluya. Estamos de acuerdo en algo. Eres la vieja cabra más discutidora…
—¡Stancil!
—Lo siento, papá. Nos turnaremos. Lanza una moneda para ver quién empieza.
Bomanz perdió. Se aposentó, con su mochila como apoyo.
—Vamos a tener que ampliar la excavación. Si seguimos cavando así directamente hacia abajo se hundirá con la primera lluvia.
—Sí. Habrá un montón de lodo. Tendríamos que pensar en una zanja de drenaje. Hey, papá, no hay nadie dentro de esta cosa. Parece como en el resto de esta armadura tampoco. —Stancil había puesto al descubierto un guantelete y parte de una espinillera.
—¿Sí? Odio tener que entregarlo.
—¿Entregarlo? ¿Por qué? Tokar dará una fortuna por ello.
—Quizá sí. Pero ¿y si el amigo Men fu ya lo hubiera visto? Podría decírselo a Besand por puro despecho. Tenemos que permanecer en el lado bueno. No necesitamos esto.
—Sin mencionar que podría haber sido colocado aquí exprofeso.
—¿Qué?
—No debería de estar aquí, ¿no? Y no hay ningún cuerpo dentro de la armadura. Y la tierra es blanda.
Bomanz gruñó. Besand era capaz de maquinar algo así.
—Dejémoslo todo tal como está. Iré a buscarle.
—Viejo asqueroso cara de palo —murmuró Stancil mientras el Monitor se marchaba—. Apostaría a que lo plantó él.
—No sirve de nada maldecir. No podemos hacer nada. —Bomanz se apoyó contra su mochila.
—¿Qué haces?
—Descansar. No siento deseos de seguir cavando. —Le dolía todo el cuerpo. Había sido una mañana atareada.
—Deberíamos sacar todo lo que podamos conseguir mientras el tiempo siga siendo bueno.
—Adelante, sigue.
—Papá… —Stancil se lo pensó mejor—. ¿Por qué tú y mamá os estáis peleando todo el tiempo?
Bomanz dejó derivar sus pensamientos. La verdad era escurridiza. Stance no recordaba los años buenos.
—Supongo que es porque la gente cambia y no deseamos que lo haga. —No podía encontrar mejores palabras—. Empiezas con una mujer; es mágica y misteriosa y maravillosa, por la forma como la cantan. Luego empezáis a conoceros el uno al otro. La excitación desaparece. Se convierte en algo confortable. Luego incluso eso desaparece. Ella empieza a perder las formas y a volverse canosa y a acumular arrugas y tú te sientes engañado. Recuerdas aquella chica dulce y tímida que conociste y con la que tonteaste hasta que su padre amenazó con plantar su bota en tu culo. Te resientes de esta desconocida. Y asi las cosas se distancian. Supongo que ocurre lo mismo con tu madre. Por dentro sigo teniendo veinte años, Stance. Sólo que si paso por delante de un espejo, o si mi cuerpo no hace lo que quiero, me doy cuenta de que soy un viejo. No veo la barriga ni las venas varicosas ni el pelo gris allá donde aún me queda un poco. Y ella tiene que vivir con eso también.
Cada vez que miro un espejo me siento sorprendido. Termino preguntándome quién es el que se ha apoderado de mi exterior. Un viejo y asqueroso macho cabrío, por su aspecto. El tipo del que acostumbraba a burlarme cuando tenía veinte años. Me asusta, Stance. Tiene el aspecto de un hombre que se está muriendo. Y yo estoy atrapado dentro de él, y no estoy preparado para irme.
Stancil se sentó. Su padre nunca hablaba de sus sentimientos.
—¿Tiene que ser de esta forma?
Quizá no, pero siempre lo es…
—¿Estás pensando en Gloria, Stance? No lo sé. No puedes evitar el hacerte viejo. No puedes evitar el que se produzca un cambio en la relación.
—Quizá nada de esto tenga que ser así. Si conseguimos…
—No me hables de quizás, Stance. He estado viviendo de quizás durante treinta años. —Su úlcera dio un mordisco experimental a sus entrañas—. Tal vez Besand esté en lo cierto. Por las razones equivocadas.
—¡Papá! ¿De qué estás hablando? Has dedicado a esto toda tu vida.
—Lo que digo, Stance, es que estoy asustado. Una cosa es perseguir un sueño. Otra es atraparlo. Nunca obtienes lo que esperabas. Tengo una premonición de desastre. El sueño puede nacer muerto.
La expresión de Stancil experimentó toda una serie de cambios.
—Pero tú tienes que…
—Yo no tengo que hacer nada excepto ser Bomanz el anticuario. A tu madre y a mí no nos queda mucho tiempo. Esta excavación debería proporcionarnos lo suficiente para mantenernos un poco más.
—Si sigues adelante, tendrás muchos más años y mucho más…
—Estoy asustado, Stance. De ir en cualquiera de las dos direcciones. Eso es lo que ocurre cuando te haces viejo. El cambio es algo amenazador.
—Papá…
—Estoy hablando de la muerte de los sueños, hijo. De perder los grandes y locos artificios que te hacen seguir avanzando. Los sueños imposibles. Esa clase de alegre fingimiento está muerta. Para mí. Todo lo que puedo ver son los dientes podridos en la sonrisa de un asesino.
Stancil se izó fuera del pozo. Aferró un puñado de hierba dulce, la chupó mientras miraba al cielo.
—Papá, ¿cómo te sentiste inmediatamente antes de casarte con mamá?
—Entumecido.
Stancil se echó a reír.
—Está bien, ¿y cuando fuiste a pedirla a su padre? ¿De camino hacia aquí?
—Pensé que iba a mearme en los pantalones. Nunca has conocido a tu abuelo. Es el que hizo que empezaran a contar historias acerca de trolls.
—¿Algo parecido a lo que sientes ahora?
—Algo. Sí. Pero no lo mismo. Era más joven, y tenía una recompensa que esperar.
—¿Y ahora no? ¿Acaso las apuestas no son más grandes?
—En ambos sentidos. Ganar o perder.
—¿Sabes una cosa? Tienes lo que llaman una crisis de autoconfianza. Eso es todo. Un par de días y estarás ansiando seguir de nuevo.
Aquella tarde, después de que Stancil se hubiera ido, Bomanz le dijo a Jazmín:
—Hemos tenido un chico muy listo. Hoy hemos hablado. Hablado, realmente, por primera vez. Me sorprendió.
—¿Por qué? Es tu hijo, ¿no?
El sueño llegó más fuerte que nunca antes, más rápido que nunca. Despertó a Bomanz dos veces en una misma noche. Renunció a seguir durmiendo. Se levantó y fue a sentarse en la puerta delantera de la tienda contemplando la luz de la luna. La noche era brillante. Podía distinguir los toscos edificios a lo largo de la sucia calle.
Qué ciudad, pensó, recordando las glorias de Galeote. La Guardia, nosotros los anticuarios, y una poca gente que araña un medio de vida sirviéndonos a nosotros y a los peregrinos. Y de estos últimos apenas hay ya ninguno, pese a que la Dominación vuelve a estar de moda. El Túmulo tiene tan mala fama que nadie quiere ni siquiera mirarlo.
Oyó sonido de pasos. Una sombra se acercó.
—¿Bo?
—¿Besand?
—Hum. —El Monitor se sentó en el escalón inferior—. ¿Qué estás haciendo?
—No podía dormir. He estado pensando acerca de cómo el Túmulo se ha marchitado de tal modo que ni siquiera los puntillosos Resurreccionistas vienen ya aquí. ¿Y tú? No estarás haciendo en persona la guardia nocturna, ¿verdad?
—Tampoco podía dormir. Ese maldito cometa.
Bomanz escrutó el cielo.
—No puedo verlo desde aquí. Tiene que dar aún la vuelta. Tienes razón. Nadie sabe ya que estamos aquí. Ni nosotros ni esas cosas que corren por ahí. No sé lo que es peor. Si la negligencia o la simple estupidez.
—¿Hum? —Algo estaba remordiendo al Monitor.
—Bo, no me reemplazan porque sea viejo o incompetente, aunque supongo que soy lo suficiente de ambas cosas. Me trasladan para que el sobrino de alguien pueda ocupar mi puesto. Un exilio a causa de una oveja negra. Eso duele, Bo. Duele realmente. Han olvidado lo que es este lugar. Me dicen que he malgastado toda mi vida haciendo un trabajo que un idiota puede hacer dormido.
—El mundo está lleno de idiotas.
—Los idiotas mueren.
—¿Eh?
—Se echan a reír cuando hablo acerca del cometa o acerca de los Resurreccionistas golpeando este verano. No pueden creer lo que yo creo. No creen que haya nada debajo de esos montículos. No nada que aún esté vivo, dicen.
—Tráelos aquí. Hazles recorrer el Túmulo después de oscurecer.
—Lo intenté. Me dijeron que dejara de lamentarme si quería una pensión.
—Entonces has hecho todo lo que has podido. Todo está en sus cabezas.
—Hice un juramento, Bo. Lo hice en serio, y sigo siendo serio al respecto. Este trabajo es todo lo que tengo. Tú tienes a Jazmín y a Stance. Yo podría haber sido muy bien un monje. Ahora me echan a un lado por algún joven… —Empezó a hacer extraños ruidos.
¿Sollozos?, pensó Bomanz. ¿Del Monitor? ¿De este hombre con un corazón de pedernal y toda la piedad de un tiburón? Sujetó a Besand por el codo.
—Vayamos a ver el cometa. Todavía no lo he visto.
Besand se recompuso.
—¿Todavía no? Eso resulta difícil de creer.
—¿Por qué? Últimamente me he acostado temprano. Stancil se ha encargado del trabajo nocturno.
—No importa. Déjame deslizarme de nuevo al papel de mi personaje antagónico. Tú y yo deberíamos haber sido abogados. Tenemos mentalidad discutidora.
—Puede que tengas razón. Últimamente he pasado mucho tiempo preguntándome qué hago aquí fuera.
—¿Qué haces aquí fuera, Bo?
—Vine aquí para hacerme rico. Para estudiar los viejos libros, abrir unas cuantas tumbas ricas, volver a Galeote y comprar el negocio de acarreo de mi tío. —Bomanz se preguntó ociosamente cuánto de su falso pasado aceptaría Besand. Había vivido tanto tiempo con él que ahora recordaba algunas anécdotas fraudulentas como si fueran hechos a menos que pensara intensamente en ellas.
—¿Qué ocurrió?
—Pereza. Pura y vieja pereza. Descubrí que hay una gran diferencia entre soñar y hacer. Era mucho más fácil cavar sólo lo suficiente para tirar adelante y pasar el resto del tiempo haraganeando. —Bomanz hizo una mueca. Estaba rozando la verdad. De hecho, sus investigaciones eran en parte una excusa para no competir. Simplemente no tenía el empuje de un Tokar.
—No has tenido una vida demasiado mala. Uno o dos inviernos duros cuando Stancil era un bebé. Pero todos pasamos por ellos. Una mano auxiliadora aquí o allá y todos sobrevivimos. Ahí está. —Besand señaló el cielo por encima del Túmulo.
Bomanz jadeó. Era exactamente lo que había visto en sus sueños.
—Espectacular, ¿verdad?
—Espera a que se acerque más. Llenará la mitad del cielo.
—Hermoso también.
—Sorprendente, diría. Pero también un heraldo. Un mal presagio. Los autores antiguos dicen que seguirá regresando hasta que sea liberado el Dominador.
—He vivido con este cuento la mayor parte de mi vida, Besand, y cada vez me resulta más difícil de creer que haya algo en ello. ¡Espera! Yo también tengo esa extraña sensación acerca del Túmulo. Pero simplemente no puedo creer que esas criaturas puedan alzarse de nuevo después de cuatrocientos años bajo tierra.
—Bo, quizá seas honesto. Si lo eres, acepta un consejo. Cuando yo me marche, márchate tú también. Toma todo tu material TelleKurre y encamínate a Galeote.
—Estás empezando a sonar como Stance.
—Lo digo en serio. Algún chico idiota incrédulo va a hacerse cargo este lugar, y va a desatarse todo el Infierno. Literalmente. Sal de aquí mientras puedas.
—Puede que tengas razón. Estoy pensando en volver. Pero ¿qué voy a hacer allí? Ya no conozco Galeote. Por lo que me cuenta Stance, me sentiré perdido. Demonios, esto es ahora mi hogar. Nunca me di cuenta realmente de ello. Este estercolero es mi hogar.
—Entiendo lo que quieres decir.
Bomanz contempló aquella gran hoja plateada en el cielo. Pronto, ahora…
—¿Qué ocurre ahí fuera? ¿Quién hay ahí? —les llegó desde la puerta trasera de Bomanz—. Largaos de aquí, ¿oís? O enviaré la guardia detrás de vosotros.
—Soy yo. Jazmín.
Besand se echó a reír.
—Y el Monitor, señora. La Guardia ya está aquí.
—Bo, ¿qué estás haciendo?
—Hablando. Mirando las estrellas.
—Seguiré mi camino —dijo Besand—. Te veré mañana.
Por su tono Bomanz supo que mañana sería un día de acoso habitual.
—Ten cuidado. —Se sentó en el escalón de arriba cubierto de rocío, dejó que la fría noche lo bañara. Los pájaros se llamaban en el Viejo Bosque con voces solitarias. Un grillo chirrió optimista. El aire húmedo apenas agitó el pelo que le quedaba. Jazmín salió y se sentó a su lado.
—No podía dormir —le dijo él.
—Yo tampoco.
—Todo parece volver. —Miró al cometa, se sintió sobresaltado por un instante de déjá vu—. ¿Recuerdas el verano que vinimos aquí? ¿Cuando nos quedamos despiertos toda la noche para ver el cometa? Fue una noche como ésta.
Ella tomó su mano, entrelazó sus dedos con los de él.
—Me estás leyendo la mente. El aniversario de nuestro primer mes. Éramos unos chicos idiotas, entonces.
—Todavía lo seguimos siendo, por dentro.