El Teniente en persona me despertó.
—Elmo ha vuelto, Matasanos. Desayuna algo, luego preséntate a la sala de conferencias. —Era un hombre hosco que se volvía más hosco a cada día que pasaba. A veces lamento haber votado por él después de que el Capitán muriera en Enebro. Pero el Capitán lo deseaba así. Fue su petición de moribundo.
—Estaré ahí en seguida —dije, levantándome sin mi habitual tanda de gruñidos. Agarré mi ropa, removí papeles, me burlé en silencio de mí mismo. ¿Cuán a menudo había dudado de haber votado por el Capitán? Sin embargo, cuando quiso renunciar, no se lo permitimos.
Mis aposentos no se parecen en nada a la madriguera de un médico. Las paredes están cubiertas de suelo a techo con viejos libros. He leído la mayoría de ellos, tras estudiar las lenguas en las que están escritos. Algunos son tan viejos como la propia Compañía, y cuentan antiguas historias. Algunos son genealogías nobles, robadas de ampliamente dispersos antiguos templos y oficinas civiles. Los más raros, y los más interesantes, narran la aparición y el desarrollo de la Dominación.
Los más raros son los escritos en TelleKurre. Los seguidores de la Rosa Blanca no fueron unos vencedores gentiles. Quemaron libros y ciudades, transportaron mujeres y niños, profanaron antiguas obras de arte y famosos santuarios. Las consecuencias habituales de una gran conflagración.
Así que queda poco para profundizar en los lenguajes y el modo de pensar y la historia de los vencidos. Algunos de los documentos más llanamente escritos que poseo me resultan totalmente inaccesibles.
Cómo desearía que Cuervo estuviera todavía con nosotros, en vez de morar entre los muertos. Tenía una sorprendente familiaridad con el TelleKurre escrito. Pocos fuera del círculo íntimo déla Dama pueden hacerlo.
Goblin asomó su cabeza por la puerta.
—¿Has conseguido algo?
Lloré en su hombro. Era el antiguo lamento. Ningún progreso.
Se echó a reír.
—Ve a contárselo al oído de tu amiga. Ella te puede ayudar.
—¿Cuándo dejaréis a un lado esto, maldita sea? —Habían pasado quince años desde que escribí mi último ingenuo romance sobre la Dama. Eso fue antes de la larga retirada que condujo a los Rebeldes a su condenación delante de la Torre en Hechizo. No dejan que lo olvides.
—Nunca, Matasanos. Nunca. ¿Quién más ha pasado la noche con ella? ¿Quién más vuela con ella en su alfombra volante?
Desearía olvidar. Aquéllos fueron tiempos de terror, no de romance.
Ella supo de mis trabajos de analista y me pidió que mostrara su lado de los acontecimientos. Más o menos. No censuró ni dictó, pero insistió en que me mantuviera imparcial y me atuviera a los hechos. Recuerdo haber pensado que ella esperaba la derrota, deseaba una historia no tergiversada dictada desde algún otro lado.
Goblin observó el montón de documentos.
—¿No puedes sacar nada de ellos?
—No creo que haya nada que sacar. Todo lo que traduzco se convierte en una gran nada. El registro de gastos de alguien. Una agenda de compromisos. Una lista de ascensos. Una carta de algún oficial a un amigo en la corte. Todo mucho más antiguo de lo que estoy buscando.
Goblin alzó una ceja.
—Pero seguiré intentándolo. —Había algo allí. Tomamos aquellos documentos de Susurro, cuando era una Rebelde. Significaban mucho para ella. Y nuestro mentor de entonces, Atrapaalmas, creía que su significado podía derribar un imperio.
Goblin observó, pensativo:
—A veces el conjunto es más grande que la suma de sus partes. Quizá debieras buscar qué es lo que lo mantiene todo unido.
El pensamiento se me había ocurrido a mí también. Un nombre aquí, allí, en alguna parte, revelando la estela de alguien a lo largo de sus primeros días. Quizá terminara encontrándolo. El cometa no regresaría en mucho tiempo.
Pero tenía mis dudas.
Linda todavía es joven, justo en la mitad de sus veinte años. Pero el florecer de la juventud la ha abandonado. Duros años se han ido acumulando sobre duros años. Hay muy poco femenino en ella. No ha tenido la oportunidad de desarrollarse en esa dirección. Incluso después de dos años en la Llanura ninguno de nosotros piensa en ella como en una Mujer.
Es alta, quizá le falten cinco centímetros para el metro ochenta. Sus ojos son de un azul desteñido que a menudo los hace parecer vacíos, pero que se convierten en espadas de hielo cuando se siente contrariada. Su pelo el rubio, como si hubiera estado demasiado expuesto al sol. Sin una constante atención cuelga en mechones. Sin la menor vanidad, lo mantiene más corto de lo que está de moda. En su ropa también se inclina hacia lo utilitario. Algunos que la visitan por primera vez se sienten ofendidos porque viste de una forma tan masculina. Pero ella no les deja la menor duda de que puede manejar cualquier tipo de asunto.
Su destino le llegó sin que ella lo deseara, pero ha hecho las paces con él, lo ha aceptado con testaruda determinación. Muestra una sabiduría notable para su edad, y para alguien con un hándicap como el suyo. Cuervo la enseñó bien aquellos pocos años en que fue su guardián.
Paseaba arriba y abajo cuando llegué. La sala de conferencias tiene un lado excavado en la tierra, es humosa, está atestada incluso cuando se halla vacía. Huele a una larga ocupación por demasiados hombres que no se han lavado lo suficiente. El viejo mensajero de Galeote estaba allí. También estaban Rastreador y Encordador y varios otros forasteros. La mayor parte de la Compañía estaba presente. Saludé con un signo del dedo. Linda me ofreció un abrazo fraternal, me preguntó si tenía algún progreso que informar.
Hablé para el grupo e hice signos para ella.
—Estoy seguro de que no tenemos todos los documentos que hallamos en el Bosque Nuboso. No sólo porque no puedo identificar lo que estoy buscando, sino porque todo lo que tengo es demasiado viejo.
Los rasgos de Linda son regulares. Ninguno sobresale de los demás. Sin embargo captas que el carácter y la voluntad de esta mujer no pueden ser quebrantados. Ya ha estado en el Infierno. No la afectó cuando era una niña. No podrá afectarla ahora.
No se sentía complacida. Hizo signos:
—No tendremos el tiempo que esperábamos.
Mi atención estaba medio en otra parte. Había esperado que brotaran chispas entre Rastreador y el otro occidental. A un nivel visceral yo había respondido negativamente a Rastreador. Descubrí que sentía una esperanza irracional de recibir pruebas que sustentaran esa reacción.
Nada.
No era sorprendente. La estructura celular del movimiento mantiene a nuestros simpatizantes aislados unos de otros.
Linda quiso saber a continuación los informes de Goblin y Un Ojo.
Goblin usó su voz más chillona.
—Todo lo que hemos oído es cierto. Están reforzando sus guarniciones. Pero Encordador puede explicarlo mejor. Para nosotros, la misión fue un fracaso. Estaban prevenidos. Nos persiguieron por toda la Llanura. Tuvimos suerte de escabullimos. Tampoco conseguimos ayuda.
Los menhires y sus extraños colegas están de nuestro lado, supuestamente. A veces me lo pregunto. Son impredecibles. Ayudan o no según una fórmula que sólo ellos comprenden.
Linda estaba poco interesada en los detalles de la fracasada incursión. Se dirigió a Encordador. Éste dijo:
—Los ejércitos se están reuniendo a ambos lados de la Llanura. Bajo el mando de los Tomados.
—¿Los Tomados? —pregunté. Sólo sabía de dos. Él sonaba como si fueran muchos.
Eso era de temer. Desde hace tiempo hay un rumor de que la Dama ha permanecido tranquila tanto tiempo porque estaba desarrollando una nueva cosecha de Tomados. Yo no lo había creído. La época está lamentablemente desprovista de personajes con la magnífica vitalidad villana de aquéllos a los que el Dominador tomó en los tiempos antiguos: Atrapaalmas, El Ahorcado, Nocherniego, Cambiaformas, el Renco y los demás. Eran malvados de gran alcance, casi tan salvajes y retorcidamente despiadados como la propia Dama y el Dominador. Ésta es la era de la hermana débil, exceptuando tan sólo a Linda y Susurro.
Encordador respondió tímidamente:
—Los rumores son ciertos, lord.
Lord. Yo. Porque me hallo cerca del corazón del sueño. Lo odio, pero tengo que aceptarlo.
—¿Sí?
—Puede que esos nuevos Tomados no sean Tormentosa o Aullador. —Sonrió débilmente—. Sir Alforja observó que los antiguos Tomados eran diablos salvajes tan impredecibles como el rayo, y los nuevos son el predecible trueno domado de la burocracia. Si captas lo que quiero decir.
—Lo capto. Sigue.
—Se cree que hay seis nuevos, lord. Sir Alforja cree que están a punto de ser liberados. Por ello la gran concentración alrededor de la Llanura. Sir Alforja cree que la Dama ha convertido nuestra destrucción en una competición.
Alforja. Nuestro agente más dedicado. Uno de los pocos supervivientes del largo asedio a Orín. Su odio no conoce límites.
Encordador tenía una extraña expresión. Una expresión que decía que había más, y que todo era malo.
—¿Y bien? —dije—. Escúpelo.
—Los nombres de los Tomados han sido inscritos en estelas erigidas en sus respectivos dominios. En Orín el comandante del ejército se llama Beneficio. Su estela apareció después de que llegara una alfombra de noche. Desde entonces no ha vuelto a vérsele.
Aquello merecía una investigación. Sólo los Tomados pueden manejar una alfombra. Pero ninguna alfombra puede alcanzar Orín sin cruzar la Llanura del Miedo. Los menhires no han informado de ese paso.
—¿Beneficio? Un nombre interesante. ¿Los otros?
—En Baque hay uno llamado Ampolla.
Risitas. Dije:
—Me gustaba más cuando los nombres eran más descriptivos. Como el Renco, Muerdeluna, el Sínrostro.
—En Escarcha tenemos uno llamado el Trepador.
—Eso está mejor. —Linda me lanzó una mirada de advertencia.
—En Lamento hay uno llamado Erudito. Y en Hollejo uno llamado Desdén.
—Desdén. Ése también me gusta.
—Los confines occidentales de la Llanura están controlados por Susurro y Jornada, que operan ambos desde un pueblo llamado Espetón.
Siendo como soy un fenómeno matemático natural, sumé y dije:
—Eso hace cinco nuevos y dos antiguos. ¿Dónde está el otro nuevo?
—No lo sé. El que falta es el comandante de todos ellos. Su estela se alza en el recinto militar en las afueras de Orín.
La forma en que dijo esto royó mis nervios. Estaba pálido. Empezó a temblar. Me sentí aferrado por una premonición. Supe que no me gustaría lo que iba decir a continuación. Pero:
—¿Y bien?
—Esa estela lleva el sello del Renco.
Lo sabía. No iba a gustarme en absoluto.
En sentimiento fue universal.
—¡Oh! —chirrió Goblin.
—Mierda de mierda —dijo Un Ojo, con un suave tono maravillado que era más significativo aún a causa de su reserva habitual.
Me senté. Allí mismo. Justo en medio del suelo. Me cubrí la cabeza con las manos. Sentí deseos de echarme a llorar.
—Imposible —dije—. Yo lo maté. Con mis propias manos. —Y, diciendo aquello, dejé de creerlo, aunque había tenido fe en aquel hecho durante años—. Pero ¿cómo?
—No se puede mantener a un buen hombre fuera de circulación —intentó burlarse Elmo. Que estaba impresionado quedaba evidenciado por su observación. Elmo nunca dice nada gratuitamente.
La encarnizada enemistad entre el Renco y la Compañía data de nuestra llegada al norte del Mar de las Tormentas, porque fue entonces cuando alistamos a Cuervo, un misterioso nativo de Ópalo, un hombre de antigua alcurnia que había sido despojado de sus títulos y riquezas por los esbirros del Renco. Cuervo era tan duro como ellos, y absolutamente sin miedo. Estuviera o no sancionado el robo por los Tomados, devolvió el golpe. Mató a los villanos, entre ellos la gente más competente del Renco. Luego nuestro camino no dejó de cruzarse con el del Renco. Cada vez algo empeoraba el clima entre nosotros…
En la confusión después de Enebro, el Renco se dispuso a arreglar definitivamente las cosas con nosotros. Preparó una emboscada. Cargó con todas sus fuerzas…
—Hubiera apostado cualquier cosa a que lo había matado. —Lo juro, en aquel momento me sentía más impresionado de lo que nunca había estado. Me hallaba en el precipicio del pánico.
Un Ojo observó:
—No te pongas histérico, Matasanos. Sobrevivimos antes a él.
—¡Es uno de los antiguos, idiota! Uno de los auténticos Tomados. De los tiempos en los que tenían auténticos hechiceros. Y nunca antes se le ha permitido lanzarse a toda velocidad contra nosotros. Y con toda esa ayuda… —Ocho Tomados y cinco ejércitos para atacar la Llanura del Miedo. Raras veces éramos más de setenta aquí en el Agujero.
Mi cabeza se llenó de terribles visiones. Esos Tomados podían ser de segunda categoría, pero eran tantos. Su furia podía poner en llamas la Llanura. Susurro y el Renco han lanzado campañas aquí antes. No ignoran los peligros de la Llanura. De hecho, Susurró luchó aquí tanto como Rebelde que como Tomada. Ganó la mayor parte de las más famosas batallas de la guerra oriental.
Linda tocó mi hombro. Aquello era más relajante que cualquier palabra de cualquier amigo. Su confianza es contagiosa. Hizo signos:
—Ahora sabemos —y sonrió.
De todos modos, el tiempo se ha convertido en un martillo gravitando sobre nosotros, a punto de caer. La larga espera del cometa se ha vuelto irrelevante. Tenemos que sobrevivir ahora. Intentando buscar el lado brillante de las cosas, dije:
—El auténtico nombre del Renco se halla en alguna parte en mi colección de documentos.
Pero aquello me recordó mi problema.
—Linda, el documento específico que deseo no se halla allí.
Alzó una ceja. Incapaz de hablar, ha desarrollado uno de los rostros más expresivos que haya visto nunca.
—Tenemos que celebrar una sentada. Cuando tengas tiempo. Para dilucidar qué les ocurrió exactamente a esos papeles mientras los tuvo Cuervo. Algunos no están. Estaban cuando los recuperé de ella. Estoy seguro de que estaban cuando Cuervo los tomó. ¿Qué les ocurrió más tarde?
—Esta noche —hizo signos— haré un poco de tiempo. —De pronto pareció distraída. ¿Por qué había mencionado yo a Cuervo? Significaba mucho para ella, pero uno pensaría que a aquellas alturas el dolor ya se habría disipado. A menos que hubiera más en la historia de lo que yo sabía. Y eso era muy probable. Realmente no tengo ni idea de cuál llegó a ser su relación en los años después de que Cuervo abandonara la Compañía. Ciertamente, su muerte aún la preocupa. Porque fue tan inútil. Quiero decir, después de sobrevivir a todo lo que la sombra arrojó en su camino, se ahogó en unos baños públicos.
El Teniente dice que hay noches en las que Linda se duerme llorando. No sabe por qué, pero sospecha que Cuervo se halla en sus raíces.
Le he preguntado a Linda acerca de aquellos años en los que fueron por su cuenta, pero ella no me lo contará nunca. La impresión emocional que obtengo es una de tristeza y de profunda decepción.
Ahora echó a un lado sus problemas, se volvió a Rastreador y su perro. Detrás de ellos, los hombres que había atrapado Elmo en el risco se agitaron. Se acercaba su turno. Conocían la reputación de la Compañía Negra.
Pero no llegamos a ellos. Ni siquiera a Rastreador y a su Perro Matasapos. Porque la guardia arriba chilló otra alerta.
Aquello se estaba volviendo agotador.
El jinete cruzó el curso de agua cuando yo entraba en el coral. El agua chapoteó. Su montura se tambaleó. Estaba cubierta de espuma. Nunca más volvería a correr bien. Me dolió ver a un animal tan quebrantando. Pero su jinete tenía una causa para ello.
Dos Tomados aparecieron justo más allá del límite de la nada. Uno lanzó un rayo violeta. Se apagó mucho antes de alcanzarnos. Un Ojo cloqueó y alzó un dedo medio.
—Siempre deseé hacer eso.
—Oh, maravilla de maravillas —chilló Goblin, mirando hacia otro lado. Un cierto número de mantas, grandes y negro azuladas, flotaron más allá de los rosados riscos, atraparon las corrientes ascendentes. Debían de ser una docena, aunque resultaba difícil contarlas, maniobrando como lo hacían para evitar robarse el viento las unas a las otras. Eran gigantes dentro de su especie. Sus alas se extendían hasta una envergadura de al menos una treintena de metros. Cuando estuvieron a suficiente altura, picaron en parejas hacia el Tomado.
El jinete se detuvo, cayó. Tenía una flecha clavada en su espalda. Permaneció consciente sólo el tiempo necesario para jadear:
—¡Tomados!
La primera pareja de mantas, que parecían moverse con una lenta gracia majestuosa, aunque realmente surcaban el aire diez veces más rápido de lo que un hombre puede correr, se abalanzaron más allá del Tomado más cercano justo en el interior de la nada de Linda. Cada una liberó un brillante rayo. El rayo podía ganar velocidad allá donde la hechicería de los Tomados no podía sobrevivir.
Uno de los rayos golpeó. Tomado y alfombra se tambalearon, brillaron brevemente. Apareció humo. La alfombra se retorció y giró hacia el este. Lanzamos un entrecortado vítor.
El Tomado recuperó el control, se alzó dificultosamente, se alejó.
Me arrodillé al lado del mensajero. Era poco más que un muchacho. Estaba vivo. Tenía una oportunidad si me ponía a trabajar en seguida.
—Un poco de ayuda aquí, Un Ojo.
Parejas de mantas atravesaron los límites de la nada, alejando con sus rayos al segundo Tomado. Éste los eludió sin esfuerzo, no hizo nada por responder al ataque.
—Ésa es Susurro —dijo Elmo.
Un Ojo gruñó.
—¿Vas a ayudar a ese chico o no, Matasanos?
—Está bien, está bien. —Odiaba perderme el espectáculo. Era la primera vez que veía tantas mantas, la primera vez que las veía ponerse de nuestro lado. Quería ver más.
—Bien —dijo Elmo, mientras calmaba el caballo del muchacho y rebuscaba en sus alforjas—, otra misiva para nuestro estimado analista. —Extrajo otro paquete envuelto en piel impermeabilizada. Desconcertado, me lo metí bajo el brazo, luego ayudé a Un Ojo a llevar al mensajero Agujero abajo.