Un Ojo se detuvo para decirme que Linda iba a interrogar a Encordador y al mensajero.
—Parece consumida, Matasanos. ¿Has estado observándola?
—La observo. Le doy consejos. Los ignora. ¿Qué puedo hacer?
—Tenemos veintitantos años antes de que se muestre el cometa. No sirve de nada que se agote hasta la muerte, ¿no crees?
—Dile eso a ella. Se limita a decirme que todo esto quedará resuelto mucho antes de que el cometa vuelva de nuevo. Eso es una carrera contra el tiempo.
Eso es lo que ella cree. Pero el resto de nosotros no podemos compartir su fuego. Aislados en la Llanura del Miedo, desgajados del mundo, la lucha contra la Dama pierde a veces su importancia. La Llanura en sí nos preocupa a menudo demasiado.
Me doy cuenta de que me proyecto más allá de Un Ojo. Este entierro prematuro no ha sido bueno para él. Sin sus habilidades se ha debilitado físicamente. Está empezando a mostrar su edad.
—¿Disfrutasteis tú y Goblin de vuestra aventura?
No supo elegir entre sonreír o fruncir el ceño.
—Te pilló de nuevo, ¿eh? —Su batalla suele empezar al amanecer. Un Ojo empieza siempre. Normalmente la termina Goblin.
Gruñó algo.
—¿Qué?
—¡Atención! —gritó alguien—. ¡Todo el mundo arriba! ¡Alerta! ¡Alerta!
Un Ojo escupió al suelo.
—¿Dos veces en un día? ¿Qué demonios?
Sabía lo que quería decir. No habíamos tenido veinte alertas en dos años enteros. ¿Y ahora dos en un día? Improbable.
Corrí en busca de mi arco.
Esta vez salimos con menos alharaca. Elmo había dejado dolorosamente claro su desagrado en algunas conversaciones privadas.
De nuevo la luz del sol. Como un golpe. La entrada al Agujero mira al Oeste. El sol estaba en nuestros ojos cuando emergimos.
—¡Maldito estúpido! —estaba gritando Elmo—. ¿Qué demonios estabas haciendo? —Un joven soldado permanecía de pie al aire libre, señalando. Dejé que mi mirada siguiera su indicación.
—Oh, maldita sea —susurré—. Oh, maldita, maldita sea.