Neferet
Le dolía el cuerpo, pero a Neferet eso no le importaba. Lo cierto es que disfrutaba con el dolor. Respiró profundamente, inspirando los restos del poder del toro blanco que se deslizaban entre las sombras formadas en el crepúsculo anterior al alba. La oscuridad la reforzó. Neferet ignoró la sangre que la cubría. Se puso de pie.
El toro la había dejado en el balcón de su suite en el ático. Kalona no estaba dentro. Pero eso le importaba bien poco. Ya no lo quería para nada porque, después de esa noche, ya no lo iba a necesitar.
Neferet se orientó hacia el norte, hacia la dirección aliada con el elemento de la tierra. Levantó los brazos y empezó a tejer con sus hilos en el aire, peinando hebras invisibles y poderosas de magia antigua y Oscuridad. Entonces, con una voz desprovista de toda emoción, Neferet pronunció el conjuro tal y como le había enseñado el toro.
De tierra y sangre has brotado,
un pacto con la Oscuridad he jurado.
Llena de poder oirás solo mi voz,
tu vida es mía; no tienes opción.
Completa la promesa del toro con premura,
¡y siempre, siempre, deléitate en su terrible luz Oscura!
La tsi sgili lanzó el infierno de Oscuridad que pululaba entre sus manos hacia abajo. Golpeó el suelo del balcón y subió con un estallido, formando una columna, girando velozmente, retorciéndose, transformándose…
Neferet observó, fascinada, cómo el receptáculo tomaba forma, su cuerpo fusionándose con la columna de brillo que le recordaba tanto a la piel del color de la perla del toro blanco. Finalmente, estaba allí… Estaba de pie ante ella. Neferet sacudió la cabeza, maravillada.
Era hermoso, un joven completamente espléndido. Alto y fuerte, de formas perfectas. Una persona normal no vería ni rastro de Oscuridad en él. La piel que cubría sus fuertes músculos era lisa y sin mácula. Tenía el pelo largo y denso y de color rubio, como el trigo en el verano. Sus rasgos eran perfectos… no tenía ninguna imperfección en su fachada.
—Arrodíllate ante mí y te daré tu nombre.
El receptáculo obedeció al instante, apoyándose en una rodilla.
Neferet sonrió y puso su mano, salpicada de sangre, sobre su cabeza rubia sedosa.
—Te llamaré Aurox, por los viejos toros de la antigüedad.
—Sí, ama. Soy Aurox —dijo el receptáculo.
Neferet empezó a reír, y reír y reír, sin importarle que la histeria y la locura tiñesen su voz, sin importarle haber dejado a Aurox arrodillado en el suelo de piedra, esperando su siguiente orden, y sin preocuparle que mientras ella se alejaba, el receptáculo la miraba con ojos que brillaban y relucían con una luz antigua y especial, como labradoritas iluminadas desde el interior…
Zoey
—Sí, sé que Nyx lo perdonó y lo ha convertido en un chico. Más o menos, porque no sé tú, pero yo no conozco a ningún otro tío que se convierta en pájaro durante el día —comentó Stark, con una voz supercansada, pero no tanto como para dejar de preocuparse.
—Es el precio que tiene que pagar por todo lo malo que ha hecho —le dije a Stark.
Me acurruqué contra él y traté de ignorar el póster de Jessica Alba de la pared. Stark y yo habíamos cogido la habitación de Dallas de los túneles bajo la estación. Yo había hecho alguna magia elemental y todos habían colaborado en la limpieza tradicional. Todavía nos quedaba mucho por delante, pero al menos el lugar era habitable y estaba libre de Neferet.
—Vale, pero sigue siendo raro que hasta hace poco fuese el hijo favorito de Kalona, y un cuervo del escarnio —continuó Stark.
—Eh, no estoy en desacuerdo contigo. También es extraño para mí, pero yo confío en Stevie Rae y ella lo ama.
Yo puse cara de pez, haciendo sonreír a Stark.
—Incluso antes de que se librase de ese pico y esas plumas. Jesús, puaj. Tengo que hacer que me cuente toda la historia —dije, haciendo una pausa para pensar—. Me pregunto qué estará pasando ahora mismo entre ellos.
—No mucho. El sol acaba de salir. Él es un pájaro. Eh, ¿Stevie Rae dijo algo de meterlo en una jaula o algo así?
Le di un puñetazo.
—¡No dijo nada de eso y lo sabes!
—Tendría sentido —dijo Stark, bostezando exageradamente—. Pero haga lo que haga, tendrás que esperar a que se ponga el sol para saberlo.
—¿Ya se te ha pasado la hora de acostarte, pequeñín? —le pregunté, sonriéndole.
—¿Pequeñín? ¿Cómo me hablas así de descarada, niña?
—¿Descarada? —me reí—. Sí, por supuesto. ¡Je, je, je!
—¡Ven aquí, wumman!
Stark empezó a hacerme cosquillas salvajemente y yo traté de contraatacar tirándole del vello de los brazos. Chilló (como una niña pequeña) y entonces todo se convirtió en un concurso de lucha libre donde yo, al final, acabé inmovilizada.
—¿Te rindes? —me preguntó él.
Con una mano me agarraba ambas muñecas y sostenía mis brazos por encima de mi cabeza, haciéndome cosquillas en la oreja con su respiración agitada.
—Ni de broma; tú no mandas sobre mí.
Luché (inútilmente). Vale, admito que no luché con mucha fuerza. A ver, él estaba apretado contra mí y no me hacía ningún daño (como si Stark me fuese a hacer daño alguna vez) y estaba superbueno y yo lo quería.
—De hecho, estoy siendo buena contigo. Lo único que tengo que hacer es llamar a mis poderes elementales megaguays para que te den una patada en tu bonito culo.
—¿Bonito, eh? ¿Crees que mi culo es bonito?
—Quizás —le dije, tratando no sonreír—. Pero eso no significa que no vaya a llamar a los elementos para que te lo pateen.
—Bueno, entonces será mejor que te mantenga la boca ocupada para que no puedas hacerlo —dijo él.
Cuando empezó a besarme, pensé en lo extraño y maravilloso que era que algo tan simple, solo un beso, me pudiese hacer sentir tantas cosas. Sus labios contra los míos eran suaves y un contraste impresionante con su cuerpo duro. Mientras seguía besándome, dejé de pensar en lo maravilloso que era porque me había hecho parar de pensar. Solo podía sentir: su cuerpo, mi cuerpo, nuestro placer.
Así que ya no pensaba en que seguía manteniendo mis brazos agarrados por las muñecas sobre mi cabeza. Ni lo pensé cuando su mano libre se coló por la camiseta XL de Superman que utilizaba de pijama. Seguí sin pensar cuando su mano pasó de debajo de mi camiseta a la parte superior de mis bragas. Solo empecé a pensar cuando su beso cambió. Pasó de ser dulce y profundo a duro. Demasiado duro. Fue como si, de repente, se hubiese vuelto famélico y yo fuese la comida que saciaría su hambre.
Intenté soltar las muñecas de su mano, pero me agarraba con demasiada fuerza.
Giré la cabeza y sus labios abandonaron mi boca y bajaron, calientes, por mi cuello. Estaba intentando pensar… intentando saber lo que me molestaba tanto… cuando me mordió. Con fuerza.
El mordisco no fue como antes, como la primera vez en Skye. Entonces había sido algo compartido. Algo que los dos queríamos. Esta vez fue brusco, posesivo y, sin duda, nada que estuviésemos compartiendo.
—¡Ay!
Moví las muñecas y conseguí soltar una mano. Le empujé con ella el hombro.
—Stark, eso ha dolido.
Él gruñó y afianzó su cuerpo contra el mío, como si yo no hubiese hablado ni lo hubiese empujado. Sentí sus dientes contra mi piel de nuevo y esta vez chillé y, con mis emociones y mi cuerpo, lo empujé con más fuerza… canalizando muchos «¡En serio, me haces daño!».
Se apoyó en sus codos y me miró a los ojos. Un destello que duró menos de un segundo me permitió ver algo en sus ojos que me estremeció el alma. Tuve un escalofrío. Stark parpadeó y me miró con unos ojos interrogantes que se convirtieron en conmocionados. Instantáneamente soltó mi muñeca.
—¡Mierda! Lo siento mucho, Zoey. Jesús, ¡lo siento! ¿Estás herida?
Estaba tocándome el cuerpo un poco frenéticamente y yo le aparté las manos, frunciéndole el ceño.
—¿A qué te refieres con que si estoy herida? ¿Qué demonios te pasa? Has sido muy brusco.
Stark se pasó una mano por la cara.
—No me di cuenta… No sé por qué…
Se interrumpió y respiró profundamente, antes de empezar de nuevo.
—Lo siento. No sabía que te estaba haciendo daño.
—Me has mordido.
Se volvió a frotar la cara.
—Sí, parecía una buena idea en ese momento.
—Me dolió —dije, frotándome el cuello.
—Déjame ver.
Aparté la mano y me estudió el cuello.
—Solo está un poco rojo, eso es todo.
Se inclinó y besó la zona irritada hipersuavemente.
—Eh, de verdad que no pensaba que te estaba mordiendo tan fuerte. En serio, Z.
—En serio, Stark, lo has hecho. Y no me has soltado las muñecas cuando te lo he pedido.
Stark soltó un largo suspiro.
—Vale, bueno, me aseguraré de que no vuelva a suceder. Es solo que te deseo tanto, y me pones tanto…
Se paró y yo acabé su frase.
—¿… que no te puedes controlar? ¿Qué demonios?
—¡No! No es eso. Zoey, no puedes creerte que sea eso. Soy tu guerrero, tu guardián… mi trabajo es protegerte de cualquiera que pueda hacerte daño.
—¿Y eso te incluye a ti? —le pregunté.
Fijó su mirada en mí y me la sostuvo. En sus ojos familiares vi confusión, tristeza y amor… un montón de amor.
—Eso me incluye a mí. ¿De verdad crees que te haría daño?
Suspiré. ¿Por qué estaba haciendo una montaña de algo tan pequeño? Vale, se había dejado llevar, me había agarrado las muñecas, me había mordido y no había reaccionado en el mismo segundo que le había dicho que parase. Era un tío. ¿Cómo era ese viejo dicho? «Si tiene neumáticos o testículos, te causará problemas».
—Zoey, de verdad, nunca dejaré que te hagan daño. Te lo juro, además, te quiero y…
—Vale, shhh —dije, poniéndole un dedo en los labios y callándolo—. No, no creo que vayas a permitir que nada me haga daño. Estás cansado. El sol ya ha salido. Hemos tenido un día de locos. Vamos a dormir y quedemos en que nada más de mordiscos.
—Me parece bien —dijo Stark, abriendo los brazos—. ¿Vienes aquí?
Asentí y trepé por él como un mono araña. Su contacto era normal: fuerte y seguro, pero muy, muy cariñoso.
—He estado teniendo problemas para dormir —dijo él, dubitativo, después de besarme en la cabeza.
—Ya lo sé… yo duermo contigo. Ha sido bastante obvio —le contesté, besándole en el hombro.
—¿No me vas a preguntar esta vez si quiero ir a terapia con Dragon Lankford?
—Se quedó allí. No abandonó la Casa de la Noche con nosotros —dije yo.
—Ni él ni ninguno de los profesores. Lenobia también se ha quedado y ya sabes que ella está con nosotros al cien por cien.
—Sí, pero ella no puede dejar a los caballos y no hay manera de que los podamos traer aquí abajo —dije yo—. Además, Dragon está diferente. Lo siento diferente. No perdonó a Rephaim, incluso después de que Nyx básicamente le dijese que debería hacerlo.
Sentí el asentimiento de Stark.
—Eso fue algo malo. Pero, ya sabes, yo tampoco podría perdonar a alguien si te matase.
—Sería como si yo perdonase a Kalona por lo de Heath —dije yo, en voz baja.
Stark me abrazó con más fuerza.
—¿Podrías hacerlo?
—No lo sé. Sinceramente, no lo sé… —dudé y tropecé con las palabras.
Él me dio un golpecito con el codo.
—Adelante. Puedes contármelo.
Entrelacé mis dedos con los suyos.
—En el Otro Mundo, cuando tú estabas, eh, muerto…
Apenas podía pronunciar esa palabra y seguí apresuradamente.
—Nyx estaba allí.
—Sí, eso me lo contaste. Hizo que Kalona te pagara su deuda de vida por haber matado a Heath y me resucitó.
—Bueno, lo que no te conté fue que Kalona se puso todo emotivo delante de Nyx. Le preguntó si alguna vez lo perdonaría.
—¿Qué contestó la Diosa?
—Ella dijo que se lo volviese a preguntar si alguna vez se merecía su perdón. De hecho, el discurso de Nyx se parecía mucho a lo que dijo esta noche cuando se dirigía a Neferet.
Stark resopló.
—No es una buena señal ni para Neferet, ni para Kalona.
—Sí, sin duda. De todas maneras, lo que yo digo es que, bueno, no es que yo me considere una diosa ni nada de eso, pero mi respuesta sobre lo de perdonar a Kalona se parece mucho a la que le dio Nyx tanto a él como a Neferet. Creo que el perdón real es un regalo que hay que ganarse, y no me pienso ni preocupar porque Kalona me vaya a pedir perdón porque no me lo imagino creyéndose que pueda merecerse ni pensar en ello.
—Sin embargo, esta noche ha liberado a Rephaim.
Oí las emociones contrapuestas en su voz. Las entendía. Yo también las tenía.
—He estado pensando en ello y lo único que se me ocurre es que, de alguna manera, liberar a su hijo lo va a beneficiar —dije yo.
—Lo que significa que debemos vigilar a Rephaim —dijo Stark—. ¿Vas a mencionarle eso a Stevie Rae?
—Sí, pero ella lo quiere —dije yo.
Él volvió a asentir.
—Y cuando amas a alguien, no lo ves de forma realista.
Me eché hacia atrás para mirarlo.
—¿Dices eso por experiencia?
—No, no, no —dijo él, rápidamente, sonriéndome con una sonrisa cansada, pero pícara—. No por experiencia, solo por observación.
Stark tiró de mí suavemente y yo me volví a acurrucar a su lado.
—Es hora de dormir ahora. Apoya la cabeza, wumman, y déjame descansar.
—Vale, en serio, suenas escalofriantemente parecido a Seoras.
Lo miré desde abajo y sacudí la cabeza.
—Si te dejas crecer una barbita de chivo como la suya, te despido.
Stark frotó su barbilla con una mano, como si estuviese pensándoselo.
—No me puedes despedir. He firmado de por vida.
—No te besaré más.
—Nada de barba entonces, muchachita —sonrió.
Le devolví la sonrisa, pensando en lo feliz que estaba de que hubiese «firmado de por vida», y lo mucho que esperaba que él tuviera este «trabajo» durante mucho, mucho tiempo.
—Eh, a ver qué te parece eso: tú te duermes primero, y yo me quedo despierta un ratito —dije, colocando una mano en su mejilla—. Esta noche, yo guardaré al guardián.
—Gracias —dijo, mucho más serio de lo que yo me esperaba—. Te quiero, Zoey Redbird.
—Yo también te quiero, James Stark.
Stark giró la cabeza y me besó el interior de la palma y el intrincado tatuaje que la Diosa había colocado allí. Cuando cerró los ojos y su cuerpo empezó a relajarse, le acaricié su denso pelo castaño y me pregunté brevemente si alguna vez, o cuándo, Nyx aumentaría mis increíbles tatuajes. Me había dado marcas, me las había retirado… o al menos eso habían dicho mis amigos que había pasado mientras mi alma estaba en el Otro Mundo, y después Nyx me las había devuelto cuando volví a mi ser. Quizás ya estaba completa… quizás no recibiría ninguna más. Estaba intentando decidir si sería algo bueno o malo cuando mis párpados se hicieron demasiado pesados para mantenerlos abiertos. Pensé en cerrarlos un ratito. Stark estaba durmiendo, así que quizás no pasaría nada…
Los sueños son tan raros… Soñaba que volaba como Superman… ya sabes, con las manos extendidas delante de mí como guiándome, y la misma música de sus pelis, en las que actuaba el impresionante Christopher Reeve, sonaba en mi cabeza cuando todo cambió.
La banda sonora fue reemplazada por la voz de mi madre.
—¡Estoy muerta! —dijo.
La voz de Nyx le contestó al momento.
—Sí, Linda, lo estás.
Mi estómago se encogió. ¡Es un sueño, solo es una pesadilla!
Mira hacia abajo, hija mía. Es importante que seas testigo.
Cuando la voz de la Diosa susurró en mi mente, supe que la realidad se había colado en el reino de los sueños.
No quería hacerlo. De verdad que no quería, pero miré hacia abajo.
Debajo de mí se encontraba lo que había empezado a considerar como la entrada al reino de Nyx. Allí estaba la vasta Oscuridad a la que había saltado para que mi espíritu regresase a mi cuerpo. A continuación había un arco de piedra tallada sobre tierra compacta y, al otro lado del arco, se extendía la arboleda mágica de Nyx, iniciándose con el etéreo árbol votivo que era una versión magnificada de aquel en que Stark y yo habíamos atado nuestros sueños sobre nuestra relación ese maravilloso día en la isla de Skye.
Y justo dentro de la entrada arqueada al Otro Mundo, estaba mi madre, mirando a Nyx.
—¡Mamá! —la llamé, pero ni la Diosa ni mi madre reaccionaron a mi voz.
Sé testigo en silencio, hija mía.
Así que floté sobre ellas y las observé mientras lágrimas silenciosas bañaban mi cara.
Mi madre miraba a la Diosa. Finalmente habló, en voz baja y asustada.
—¿Entonces Dios es una mujer, o mis pecados me han enviado al infierno?
Nyx sonrió.
—Aquí no nos preocupan los pecados pasados. Aquí, en mi Otro Mundo, solo nos preocupamos por tu espíritu y por la esencia que elige llevar consigo: Luz u Oscuridad. Es algo simple, en realidad.
Mamá se mordió el labio por un segundo.
—¿Qué lleva el mío, Luz u Oscuridad? —preguntó.
La sonrisa de Nyx no vaciló.
—Dímelo tú, Linda. ¿Cuál has elegido?
Mi corazón se encogió cuando vi que mi madre empezaba a llorar.
—Hasta hace poco, creo que he estado más en el lado malo.
—Hay una gran diferencia entre ser débil y ser malvada —dijo Nyx.
Mamá asintió.
—Fui débil. No quería serlo. Solo que mi vida era como una bola de nieve gigante bajando una montaña, y no encontraba la salida del alud. Pero al final, lo estaba intentando. Por eso estaba en casa de mi madre. Iba a empezar a recuperar mi vida… y a recuperar a mi hija Zoey. Ella es…
Mamá se paró y abrió más los ojos, comprendiéndolo.
—¡Tú eres la Diosa de Zoey, Nyx!
—Sí, lo soy.
—¡Oh! ¿Entonces Zoey estará aquí algún día?
Me abracé. Me quería. Mamá me quería de verdad.
—Sí, aunque espero que no hasta dentro de muchos, muchos años.
—¿Puedo entrar y esperarla aquí? —preguntó mi madre, dubitativa.
—Sí —dijo Nyx, abriendo los brazos—. Bienvenida al Otro Mundo, Linda Redbird. Deja el dolor, el remordimiento y la pérdida atrás y trae contigo amor. Siempre amor.
Y después mi madre y Nyx desaparecieron con un brillante destello de luz. Me desperté, en el borde de la cama, rodeándome con los brazos, llorando sin parar.
Stark se despertó al momento.
—¿Qué sucede?
Se acercó a mí y me cogió entre sus brazos.
—Es mi… mi madre. Es… está muerta —sollocé—. Ella me… me quería de verdad.
—Por supuesto que sí, Z, por supuesto que sí.
Cerré los ojos y dejé que Stark me consolase mientras yo lloraba por el dolor, el remordimiento y la pérdida hasta que lo único que quedó fue amor. Siempre amor.