25

Neferet

—Tú no eres Sylvia Redbird.

Neferet observó desde arriba, con desdén, a la insulsa mujer que le había abierto la puerta.

—No, soy su hija, Linda. Mi madre no está en este momento —dijo ella, mirando a su alrededor nerviosamente.

Neferet supo el momento en que los ojos humanos localizaron al toro blanco porque se abrieron de la sorpresa y su cara perdió todo su color cetrino.

—¡Oh! ¡Es… es un… un toro! ¿Está quemando el suelo? ¡Rápido! ¡Rápido! Entra dentro, estarás a salvo. Te traeré un vestido para que te pongas y después llamaré a control de animales, o a la policía o a alguien.

Neferet sonrió y giró la cabeza para poder mirar también al toro. Estaba allí en medio del campo de lavanda más cercano. Alguien que no lo conociese pensaría, de hecho, que estaba quemando todo lo que había a su alrededor.

Neferet sabía la verdad.

—No está quemando el campo; lo está congelando. Las plantas marchitas parecen abrasadas pero en realidad están congeladas —dijo Neferet con el mismo tono de naturalidad que usaba en sus clases.

—Yo… yo nunca he visto a ningún toro antes hacer eso.

Neferet levantó una ceja, mirando a Linda.

—¿De verdad te parece un toro normal?

—No —susurró Linda.

Después se aclaró la garganta, tratando, obviamente, de parecer severa.

—Lo siento. Estoy confusa sobre lo que está pasando. ¿Te conozco? ¿Puedo ayudarte?

—No hace falta que te sientas confusa o preocupada. Soy Neferet, alta sacerdotisa de la Casa de la Noche de Tulsa, y desde luego que espero que me puedas ayudar. Primero, dime para cuándo esperas el regreso de tu madre —ordenó Neferet, manteniendo una voz afable, aunque su mente era un revoltijo de emociones: ira, irritación y un precioso escalofrío de miedo.

—Oh, por eso me resultas familiar. Mi hija Zoey va a esa escuela.

—Sí, conozco a Zoey muy bien —sonrió Neferet, suavemente—. ¿Cuándo has dicho que volverá tu madre?

—No antes de mañana. ¿Quieres que le dé algún mensaje de tu parte? ¿Y necesitas, eh, una bata o algo?

—Ni mensaje, ni ropa.

Neferet retiró la máscara de afabilidad. Levantó una mano y atrapó varios zarcillos de Oscuridad de las sombras que la rodeaban y se las lanzó a la humana.

—Atadla y sacadla fuera —les ordenó.

Como Neferet no sintió ninguno de los cortes familiares y dolorosos que solían ser el pago por manipular los hilos menores de la Oscuridad, le sonrió al colosal toro e inclinó la cabeza, agradeciéndole su favor mientras se acercaba a él.

Ya me lo pagarás más tarde, mi despiadada, rugió en su mente. Neferet se estremeció de placer.

Entonces los patéticos gritos de la humana se entrometieron en sus pensamientos e hizo un movimiento sobre su hombro.

—¡Y amordazadla! No tengo por qué soportar ese ruido —ordenó, bruscamente.

Los gritos de Linda pararon tan abruptamente como habían comenzado. Neferet caminó entre la lavanda congelada que rodeaba a la bestia, ignorando el frío en sus plantas y su piel desnuda, antes de inclinarse con una elegante reverencia ante él. Cuando se irguió, sonrió en la negrura completa de sus ojos.

—Tengo tu ofrenda.

El toro miró por encima de su hombro.

Esta no es una matriarca anciana y poderosa. Esta es una patética ama de casa cuya vida ha sido consumida por la debilidad.

—Cierto, pero su madre es una mujer sabia de los cheroqui. Su sangre corre por las venas de esta.

Diluida.

—¿Servirá para el sacrificio o no? ¿Puedes usarla para hacer mi urna?

Puedo, pero tu urna será tan perfecta como tu ofrenda, y esta mujer está muy lejos de ser perfecta.

—Pero ¿le conferirás un poder que yo pueda controlar?

Lo haré.

—Entonces deseo que aceptes esta víctima. No esperaré por la madre cuando puedo tener a la hija, y a la misma sangre, ahora.

Como desees, mi despiadada. Me estoy cansando de esto. Mátala rápido y pasemos a otros asuntos.

Neferet no habló. Se giró y caminó hacia la humana. La mujer era patética. Ni siquiera estaba luchando. Lo único que hacía era sollozar en silencio mientras que los zarcillos de la Oscuridad se abrían paso por su boca y su cara, y por todo el cuerpo por donde la ataban.

—Necesito un cuchillo. Ahora.

Neferet extendió una mano y un dolor instantáneo y frío la rellenó con la forma de una daga larga de obsidiana. Con un movimiento rápido, Neferet le cortó la garganta a Linda. Observó que los ojos de la mujer se agrandaban y después se ponían en blanco mientras la sangre vital desaparecía de su cuerpo.

Recogedla toda. No dejéis que se malgaste ni una gota de su sangre.

A la orden del toro, los hilos de la Oscuridad se retorcieron sobre Linda, pegándose a su garganta y a cualquier otra parte de su cuerpo por la que se filtrase la sangre, y empezaron a succionar. Fascinada, Neferet vio que de cada zarcillo latente salía un hilo que volvía al toro y se disolvía en su cuerpo, alimentándolo de la sangre de la humana.

El toro gemía de placer.

Cuando lo único que quedaba del ser humano era una funda de piel, y el toro vibraba y se hinchaba con su muerte, Neferet se entregó a la Oscuridad, completa y totalmente.

Heath

—¡Aléjate más, Neal!

Heath echó el brazo hacia atrás y lanzó la bola hacia el receptor con la camiseta de los Golden Hurricanes con el nombre de «Sweeney» escrito en negrita en su espalda.

Sweeney la atrapó y después hizo una finta y esquivó a un montón de chicos vestidos con los uniformes carmín y crema de la Universidad de Oklahoma para hacer el touchdown.

—¡Síiii! —dijo Heath, levantando el puño, riéndose y gritando—. ¡Sweeney podría atrapar a un mosquito sobre la espalda de una mosca!

—¿Te estás divirtiendo, Heath Luck?

Cuando Heath oyó la voz de la Diosa, Heath bajó el puño y le sonrió medio culpable a Nyx.

—Eh, sí. Se está genial aquí. Siempre hay un partido en el que pueda hacer de quarterback… receptores impresionantes, fans maravillosos y cuando me canso del fútbol hay un lago bajando la calle. Está tan lleno de lubinas que harían que un pescador profesional llorase de felicidad.

—¿Y las chicas? No veo a las cheerleaders, no hay pescadoras.

La sonrisa de Heath se borró.

—¿Chicas? No. Bueno. Yo solo tengo una chica y ella no está aquí. Ya lo sabes, Nyx.

—Solo lo comprobaba —dijo Nyx, con una sonrisa radiante—. ¿Te apetece sentarte y hablar conmigo un momento?

—Sí, claro —dijo él.

Nyx agitó una mano y la réplica de un antiguo estadio de fútbol estudiantil desapareció. De repente Heath se encontró ante el precipicio de un enorme cañón, tan profundo que el río que rugía en el fondo parecía solo un hilillo de plata. El sol se levantaba por el otro borde de la cresta y el cielo estaba teñido de los tonos violetas, rosas y azules de un hermoso día.

Un movimiento en el aire llamó la atención de Heath y cuando miró vio cientos, quizás miles de esferas brillantes que descendían hacia el desfiladero. Pensó que algunas parecían perlas eléctricas, otras geodas redondas y otras tenían colores fluorescentes tan brillantes que casi le hacían daño a la vista.

—¡Uau! ¡Esto es impresionante! —exclamó, protegiéndose los ojos con la mano—. ¿Qué son esas cositas?

—Espíritus —dijo Nyx.

—¿En serio, como fantasmas o algo así?

—Un poco. Más bien como tú o algo así —explicó Nyx, con una sonrisa cálida.

—Bueno, eso es extraño. Yo no me parezco a eso. Yo parezco yo.

—Ahora mismo sí —dijo Nyx.

Heath se miró el cuerpo para asegurarse de que seguía siendo, bueno, él mismo. Aliviado por lo que vio, volvió a mirar a la Diosa.

—¿Debería prepararme para cambiar?

—Eso depende totalmente de ti —dijo Nyx—. Como diríais en vuestro mundo: tengo una propuesta para ti.

—¡Increíble! ¡Es increíble que una Diosa te haga una propuesta!

Nyx le frunció el ceño.

—No ese tipo de propuesta, Heath.

—Oh. Eh. Lo siento.

El chico sintió que su cara se sonrojaba. Jesús, era un tarado mental.

—No pretendía faltarte al respeto. Solo estaba bromeando… —tartamudeó, antes de callarse y frotarse la cara con la mano.

Cuando volvió a mirar a la Diosa, ella lo observaba, irónicamente.

—Vale —dijo, empezando de nuevo, aliviado por que no le hubiese golpeado con un trueno o algo parecido—. ¿Y esa propuesta?

—Excelente. Me gusta saber que cuento con toda tu atención. Mi propuesta es esta: elige.

Heath parpadeó.

—¿Elegir? ¿Entre qué?

—Me alegro de que me lo preguntes —dijo Nyx, con solo un pequeño tono de sarcasmo en su voz divina—. Voy a darte a elegir entre tres futuros. Puedes elegir cualquiera de los tres, pero debes saber, antes de escuchar las opciones, que una vez que decidas un camino el resultado no está establecido… solo tu decisión. Lo que pase después depende de las elecciones, del destino y de los recursos de tu alma.

—Vale, creo que lo entiendo. Tengo que elegir algo, pero ¿una vez que lo haga, estaré solo?

—Con mi bendición —añadió ella.

Heath sonrió.

—Bueno, eso espero.

La Diosa no le devolvió la sonrisa. En lugar de eso, lo miró fijamente y él vio que el humor había desaparecido de su expresión.

—Te doy mi bendición, pero solo si encuentras mi camino. No puedo bendecir un futuro en el que elijas la Oscuridad.

—¿Y por qué iba a hacer eso? Ni siquiera tiene sentido —dijo Heath.

—Escúchame, hijo mío, y considera las opciones que te ofrezco; entonces lo entenderás.

—De acuerdo —aceptó él.

Pero algo en el tono de la voz de la Diosa hizo que su estómago se contrajera.

—La elección número uno es que te quedes en este reino. Seguirás contento, como hasta ahora. Retozarás eternamente con mis otros hijos, lleno de felicidad.

—Contento no quiere decir feliz —dijo Heath lentamente—. Soy atleta, pero eso no quiere decir que sea estúpido.

—Claro que no —dijo la Diosa—. Elección número dos: cumples tu misión original y renaces. Eso podría significar quedarte aquí y retozar durante un siglo o más, pero finalmente saltarás de este precipicio y volverás al reino mortal para renacer como un humano que acabará por encontrar a su alma gemela de nuevo.

—¡Zoey!

Dijo la única palabra que llenaba su mente, y mientras pronunciaba esa palabra, Heath se preguntó por qué le había llevado tanto tiempo. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué la había olvidado? ¿Por qué no había…?

Nyx le tocó el brazo con amabilidad.

—No te castigues a ti mismo. El Otro Mundo puede ser embriagador. En realidad, no olvidaste a tu amor… nunca podrías. Simplemente permitiste por un tiempo que tu niño interior te gobernase. Al final, habría dejado paso al adulto y habrías recordado a Zoey y el amor que sientes por ella. Bajo circunstancias normales, así es como sucede. Pero el mundo hoy no es normal, ni tampoco lo son nuestras circunstancias. Así que voy a pedirle a tu niño interior que madure un poco más rápido, si eliges que así sea.

—Si tiene que ver con Zo, entonces sí.

—Entonces escúchame, Heath Luck. Puedes encontrar a tu Zoey de nuevo si eliges renacer como humano; te lo prometo. Tú y ella estáis destinados a estar juntos, ya sea como vampira y compañero, o como vampira y consorte. Eso sucederá y puedes hacer que suceda en esta vida.

—Entonces yo…

Ella levantó una mano y lo silenció.

—Hay una tercera opción que puedes elegir. Mientras hablo contigo, el mundo mortal está cambiando y transformándose. La gran sombra de la Oscuridad, representada por el toro blanco, ha ganado un apoyo inesperado. El bien y el mal ya no están en equilibrio debido a eso.

—Bueno, ¿y tú no puedes agitar la varita y arreglarlo?

—Podría, si no les hubiese concedido a mis hijos el libre albedrío.

—Sabes, a veces la gente es estúpida y necesita que le digan qué hacer —comentó Heath.

La expresión de Nyx siguió siendo seria, pero sus ojos oscuros chispearon.

—Si empiezo a retirar la libre elección y a controlar las decisiones de mis hijos e hijas, ¿dónde acabaría eso? ¿No me convertiría sin más en una marionetista y a mis hijos, en simples marionetas?

Heath suspiró.

—Supongo que tienes razón. Vamos, que tú eres una Diosa y eso, así que seguro que sabes de lo que estás hablando, pero sí que parece más sencillo.

—Lo más sencillo rara vez es lo mejor —dijo ella.

—Sí, lo sé. Y eso es un asco —asintió Heath—. ¿Y cuál es mi tercera opción? ¿Me estás diciendo que tiene algo que ver con el bien y el mal?

—Sí. Neferet se ha convertido en inmortal, en una criatura de la Oscuridad. Esta noche se ha aliado con la maldad más pura que se pueda manifestar en el reino mortal, la del toro blanco.

—Eso lo conozco. Vi algo así intentando llegar a nosotros cuando me morí.

Nyx asintió.

—Sí, el toro blanco se ha despertado por los cambios entre el bien y el mal del mundo mortal. Hace eones desde la última vez que deambuló entre reinos como lo está haciendo hoy.

Heath se inquietó al ver estremecerse a la Diosa.

—¿Qué está pasando? ¿Qué sucede ahí abajo?

—A Neferet se le va a conceder una urna, una criatura vacía y tipo golem, creada por la Oscuridad a través de un terrible sacrificio, lujuria, codicia, odio y dolor… que ella podrá controlar completamente. Será su arma definitiva o, al menos, eso es lo que ella desea. Si su sacrificio humano hubiese sido más perfecto, el receptáculo habría sido el arma perfecta de la Oscuridad, pero en este hay un defecto en su creación, y aquí es donde entra en juego tu elección, Heath.

—No lo pillo —dijo este.

—Se supone que el receptáculo es una máquina vacía, sin alma, pero como el sacrificio que alimentó su creación fracasó, soy capaz de llegar hasta él.

—¿Es como si tuviese un talón de Aquiles?

—Sí, algo parecido. Si eliges esta opción, utilizaré ese defecto en la creación de la criatura y, a través de esa debilidad, insertaré tu alma en lo que, de otra manera, sería una urna vacía.

Heath parpadeó, intentando abarcar la enormidad de lo que la Diosa le estaba diciendo.

—¿Sabré que soy yo?

—Solo sabrás lo que saben todas las almas que renacen… la esencia más refinada de lo que eres. Eso nunca se desvanece, no importa cuántas vidas vivas —le explicó Nyx, haciendo una pausa para sonreír—. Y, por supuesto, si lo eliges así, también conocerás el amor. Eso tampoco se desvanece nunca. Solo se suprime, o se pierde, o se deja a un lado, pero la vida es un círculo que siempre lo trae de vuelta.

—Espera, un momento. ¿Esa criatura está en el mundo de Zoey? ¿En este momento?

—Lo están creando esta noche en el mundo moderno de Zoey, sí.

—¿Neferet, la enemiga de Zo?

—Sí.

—¿Entonces Neferet va a usar a ese tío en contra de mi Zo?

Heath estaba muy cabreado.

—Estoy bastante segura de que esa es su intención —dijo Nyx.

—Ah —bufó él—. Conmigo en su interior, puede intentarlo, pero no va a llegar muy lejos.

—Antes de que tomes tu decisión final, debes entenderlo: no te vas a conocer. Heath habrá desaparecido. Solo permanecerá tu esencia… no tus recuerdos. Y estarás viviendo dentro de un ser creado para destruir aquello que más amas. Podrías perfectamente sucumbir a la Oscuridad.

—Nyx, en pocas palabras: ¿Zo me necesita?

—Sí —dijo la Diosa.

—Entonces elijo la tercera opción. Quiero entrar en el receptáculo —exhortó Heath.

La sonrisa de Nyx era radiante.

—Estoy orgullosa de ti, hijo mío. Que sepas que regresas al mundo moderno con mi bendición especial.

Desde el aire que había por encima de ella, la Diosa tiró de una única hebra de algo que Heath pensó que se parecía a un reluciente hilo de plata tan luminoso, brillante y hermoso que le cortó el aliento. Dibujó un círculo con sus dedos para que la hebra se convirtiese en un orbe del tamaño de una moneda de veinticinco centavos que resplandecía y centelleaba con una luz antigua y especial, como una labradorita iluminada desde su interior.

—¡Esto es genial! ¿Qué es?

—Magia de la más antigua. Raramente se encuentra en el mundo moderno; no soporta bien a la civilización. Pero la magia antigua del toro creó al receptáculo, así que también yo tengo derecho a utilizar mi magia antigua.

Mientras Nyx seguía hablando, su voz tomó un tono cantarín que parecía mezclarse y complementar la hermosura del orbe.

Una ventana al alma para ver dentro de ti,

la Luz y la magia que te envío.

Sé fuerte y valiente, elige correctamente.

Aunque la Oscuridad chille aterradoramente,

no olvides que te observo desde un ámbito superior

y que siempre, siempre, ¡la respuesta es el amor!

La Diosa le lanzó el orbe brillante. Este llenó los ojos de Heath, cegándolo con su luz mágica y haciendo que se tambalease hacia atrás hasta que sintió que superaba el borde del precipicio y caía, caía…