Neferet
Se mantuvo bajo el control más estricto y permitió que Zoey y su patético grupo de amigos abandonasen la Casa de la Noche, aunque lo que más deseaba era lanzar a la Oscuridad sobre ellos y hacerlos pedacitos.
En lugar de eso, con cuidado y en secreto, inhaló y absorbió los hijos de la Oscuridad que se retorcían cerca de ella, deslizándose deliciosamente de sombra en sombra. Cuando se sintió fuerte, confiada y con control sobre sí misma, se dirigió a sus acólitos, los que habían permanecido en su Casa de la Noche.
—¡Regocijaos, iniciados y vampiros! La aparición de Nyx esta noche ha sido una señal de su favor. La Diosa habló de dones y caminos de vida. Tristemente, vemos que Zoey Redbird y sus amigos han elegido un camino que los aleja de nosotros y, por tanto, de Nyx. Pero nosotros superaremos esta prueba y perseveraremos, rezándole a nuestra misericordiosa Diosa para que estos iniciados descarriados elijan volver a nuestro lado.
Neferet vio sombras de dudas en algunos de los que la escuchaban. Con un movimiento apenas perceptible, movió sus dedos, señalando con las puntas de sus uñas rojas afiladas a los escépticos… a los opositores. La Oscuridad respondió, dirigiéndose a ellos, colgándose de ellos, confundiendo sus mentes con punzadas de un dolor aparentemente sin origen, de duda y de miedo.
—Ahora retirémonos a la soledad de nuestras habitaciones, que cada uno encienda una vela del color del elemento con el que se sienta más cercano. Creo que Nyx escuchará esas plegarias canalizadas a través de los elementos y que nos consolará en estos tiempos de sufrimiento y conflicto.
—Neferet, ¿y qué pasa con el cuerpo del iniciado? ¿No deberíamos seguir manteniendo la vigilia? —preguntó Dragon Lankford.
Ella tuvo mucho cuidado de camuflar el desdén de su voz.
—Tienes razón al recordármelo, maestro de esgrima. Aquellos que habéis honrado a Jack con velas del espíritu violeta, tiradlas a la pira cuando os vayáis. Los Hijos de Érebo mantendrán la vigilia del cuerpo del pobre iniciado durante el resto de la noche. Y, de esta manera, me libraré tanto del poder de las velas de espíritu cuando las llamas los consuman, como de la molesta presencia de tantos guerreros, pensó Neferet.
—Como desees, sacerdotisa —concedió Dragon, inclinándose ante ella.
Ella apenas le dedicó una mirada.
—Ahora debo recluirme. Creo que el mensaje que Nyx me dedicó tenía varias interpretaciones. Parte de él me lo susurró a mi corazón y me ha concedido una tregua. Ahora debo rezar y meditar.
—¿Lo que dijo Nyx te ha perturbado?
Neferet ya se había puesto a alejarse rápidamente de los ojos curiosos de la Casa de la Noche cuando la frenó la voz de Lenobia. Debería haber sabido que no se había quedado porque se hubiese tragado mi trampa, se reconoció Neferet en silencio. Sigue aquí para convertir al captor en el cautivo.
Neferet miró a la maestra de equitación. Con un movimiento de la punta de su dedo, le envió a la Oscuridad en su dirección y se sorprendió y se preocupó cuando vio que Lenobia la miraba como si realmente pudiese ver los hilos.
—Sí, lo que dijo Nyx me ha perturbado, de hecho —habló bruscamente Neferet, recuperando la atención que todos tenían puesta en la maestra de equitación—. Creo que la Diosa está muy preocupada por nuestra Casa de la Noche. Ya la has oído hablar de una separación en nuestro mundo… y eso ha pasado. Me estaba advirtiendo. Solo desearía haber encontrado la manera de haberlo evitado.
—Pero ha perdonado a Rephaim. ¿No podríamos nosotros haber…?
—La Diosa sí que ha perdonado a la criatura. Pero ¿significa eso que debemos sufrirlo entre nosotros?
Elegantemente, extendió el brazo hacia Dragon Lankford, que estaba de pie, abatido, en la parte superior de la pira del iniciado.
—Nuestro Hijo de Érebo ha tomado la decisión correcta. Tristemente, demasiados jóvenes iniciados han sido llevados por el mal camino por Zoey y Stevie Rae y sus palabras contaminadas. Como la propia Nyx ha dicho esta noche, el perdón es un don que debe ganarse. Esperemos, por el bien de Zoey, que continúe contando con la buena voluntad de la Diosa, pero tras sus acciones aquí, temo por ella.
Mientras su gente paseaba la vista entre ella y el lamentable y culpable espectáculo que ofrecía el maestro de esgrima, Neferet acarició el aire, extrayendo de las sombras más y más hilos de Oscuridad. Después, con un giro, se los lanzó a la multitud, reprimiendo su sonrisa de satisfacción cuando los gruñidos y los jadeos confusos y llenos de dolor llegaron a sus oídos.
—Marchaos… Id a vuestras habitaciones, rezad y descansad. Esta noche ha sido muy intensa para todos nosotros. Os dejo ahora y, como dijo la Diosa, os deseo que benditos seáis.
Neferet se alejó del centro del campo, susurrando bajo su aliento a la antigua fuerza que la rodeaba.
—¡Él estará allí! ¡Estará esperándome!
Acumuló poder para sentirse henchida, palpitando al ritmo de la Oscuridad, y después se entrego a ella, dejándole coger su cuerpo recientemente inmortal y transportarla en las alas incoloras de la muerte, del dolor y de la desesperación.
Pero antes de poder llegar al edificio Mayo y al opulento ático donde sabía, estaba segura de que Kalona estaría esperándola, Neferet sintió un gran cambio en los poderes que la transportaban.
El frío la alcanzó primero. No estaba segura de si le había ordenado a los poderes cesar y permitirle parar, o si había sido el frío el que los había congelado; fuese como fuese, fue lanzada al medio del cruce de las calles Peoria y la Once. La tsi sgili se puso de pie y miró a su alrededor, intentando orientarse. El cementerio que había a su izquierda le llamó la atención, y no solo porque albergase los restos descompuestos de humanos, lo cual la divertía. Sentía que algo se aproximaba desde su interior. Con un movimiento, Neferet enganchó un hilo de Oscuridad que se retiraba, se aferró a él y lo obligó a izarla por encima de la verja de hierro con púas que rodeaba el cementerio.
Fuese lo que fuese, sentía que se le acercaba, que la llamaba, y Neferet corrió, velozmente, como un fantasma, entre las antiguas lápidas y los monumentos ruinosos que los humanos encontraban tan consoladores. Hasta que llegó a la parte central donde convergían cuatro anchas sendas pavimentadas que formaban un círculo donde ondeaba una bandera estadounidense, la única iluminación del cementerio… excepto por él.
Por supuesto, Neferet lo reconoció. Había captado destellos del toro blanco antes, pero nunca se le había materializado ni se había aparecido ante ella.
Neferet se quedó sin habla ante su perfección. Su piel era de un blanco luminoso. Brillaba como una perla magnífica: persuasiva, atractiva, irresistible. Se despojó de la camisa que la tapaba y que le había dado el pubescente Stark, desnudándose ante la mirada negra absorbente del toro. Entonces Neferet se arrodilló con elegancia.
Te has desnudado ante Nyx. ¿Y ahora te desnudas ante mí? ¿Eres tan liberal, reina de las tsi sgili?
Su voz resonó oscuramente en su mente, enviando escalofríos de excitación por su cuerpo.
—Yo no me desnudé ante ella. Tú, mejor que todos los demás, lo sabes. La Diosa y yo nos hemos distanciado. Ya no soy mortal y no deseo subyugarme a ninguna otra hembra.
El colosal toro blanco caminó hacia delante, haciendo que el suelo temblase bajo sus enormes pezuñas hendidas. Su hocico ni siquiera llegó a tocar su delicada piel, pero inhaló su aroma y después soltó su frío aliento, rodeando a Neferet, acariciando sus lugares más sensibles, despertando sus deseos más secretos.
¿Así que, en lugar de subyugarte ante una Diosa, eliges salir corriendo detrás de un macho inmortal caído?
Neferet miró a los ojos negros y sin fondo del toro.
—Kalona no es nada para mí. Iba junto a él para ejercer mi venganza por el juramento que ha roto. Estoy en mi derecho.
Él no ha roto ningún juramento. No se le podía aplicar. El alma de Kalona ya no es completamente inmortal… Estúpidamente cedió parte de ella.
—¿En serio? Qué interesante…
Su cuerpo se estremeció de emoción por esa noticia.
Veo que sigues encaprichada con la idea de utilizarlo.
Neferet levantó la barbilla y echó hacia atrás su largo pelo color caoba.
—No estoy encaprichada con Kalona. Solo deseo atrapar y utilizar sus poderes.
Eres verdaderamente una criatura magnífica y despiadada.
El toro sacó una lengua serpenteante. Lamió la piel desnuda de Neferet, haciéndola jadear de exquisito placer mientras su cuerpo temblaba de excitación.
Hace más de un siglo que no tengo una seguidora tan servicial. La idea de repente me parece atractiva.
Ella siguió arrodillada ante él. Despacio, suavemente, estiró una mano y lo tocó. Su piel estaba tan fría como el hielo, pero resbalaba como el agua.
Neferet se estremeció.
Ah, resonó su voz en su mente, entrando en su alma, haciendo que su cabeza se marease con su poder. Había olvidado lo sorprendente que puede ser el contacto cuando no es forzado. Y no me suelo sorprender a menudo, así que me encuentro con ganas de concederte un favor a cambio.
—Aceptaré de buen grado cualquier favor que la Oscuridad quiera concederme.
La risa de complicidad del toro rugió en su mente.
Sí, creo que te voy a conceder un regalo.
—¿Un regalo? —dijo ella, sin aliento, adorando la ironía de que las palabras de la Oscuridad encarnada imitasen tan claramente las de Nyx—. ¿Qué es?
¿Te complacería saber que podría crear una urna humana para ti que ocupe el lugar de Kalona? Estaría a tus órdenes… Solo tú lo blandirías como arma absoluta.
—¿Sería poderoso? —dijo Neferet respirando agitadamente.
Si el sacrificio lo merece, será muy poderoso.
—Sacrificaría cualquier cosa o a cualquiera a la Oscuridad —dijo Neferet—. Dime lo que deseas para crear a esa criatura y te lo daré.
Para crear al receptáculo, debo contar con la sangre de una mujer que tenga lazos antiguos con la tierra, pasadas a ella a través de generaciones y generaciones de matriarcas. Cuanto más fuerte, más pura y más vieja sea la mujer, más perfecto será el receptáculo.
—¿Humana o vampira? —preguntó Neferet.
Humana… suelen estar más unidas a la tierra, porque sus cuerpos regresan antes a ella que los de los vampiros.
Neferet sonrió.
—Sé exactamente quién sería la ofrenda perfecta. Si me llevas hasta ella esta noche, te daré su sangre.
Los ojos negros del toro brillaron con lo que a Neferet le pareció diversión. Después dobló sus enormes patas delanteras, dándole acceso a su lomo.
Estoy intrigado por tu oferta, mi despiadada. Muéstrame la víctima.
—¿Quieres que monte en ti?
Sin vacilación, Neferet se levantó y se puso al lado de su lomo, liso y resbaladizo. Aunque estaba arrodillado, iba a tener que esforzarse para montarlo. Entonces sintió el estremecimiento del poder de la Oscuridad. La ingravidez la levantó hasta ponerla a horcajadas sobre su inmensa espalda.
Imagina en tu mente el lugar al que quieres que te lleve… el lugar donde se puede encontrar a tu ofrenda… y yo te llevaré allí.
Neferet se inclinó hacia delante, rodeando el cuello con sus brazos, y empezó a imaginarse campos de lavanda y una preciosa casita hecha con piedra de Oklahoma con un acogedor porche de madera y unas ventanas grandes y reveladoras…
Linda Heffer
Linda odiaba tener que admitirlo, pero durante todos esos años su madre había tenido razón.
—John Heffer es un su-li.
Pronunció en voz alta la palabra cheroqui para «águila ratonera», que es lo que su madre le había llamado a John desde que lo había conocido.
—Bueno, también es un imbécil mentiroso y tramposo… pero un idiota con cero dólares en su cuenta corriente y de ahorros —dijo, con aire de suficiencia—. Porque le he sacado todo hoy, ¡justo después de haberlo pillado con la secretaria de la iglesia inclinada sobre el escritorio de su despacho!
Apretó las manos sobre el volante de su Dodge Intrepid y puso las largas mientras repasaba la terrible escena en su mente. Había pensado que sería una buena sorpresa hacerle una comida especial y llevársela al despacho. John trabajaba hasta muy tarde tantas veces… haciendo tantas horas extra. Pero a pesar de esas horas en el trabajo, seguía dedicando mucho tiempo de voluntario en la iglesia… Linda apretó los labios.
Bueno, ¡ahora sí que sabía lo que había estado haciendo realmente! ¡O, más bien, con quién se lo había estado haciendo!
Debería haberlo sabido. Todas las señales estaban allí: había dejado de prestarle atención, había dejado de pasar por casa, había perdido casi cinco kilos ¡y hasta se había blanqueado los dientes!
Él había tratado de replicarle. Ella sabía que lo haría. Hasta intentó impedir que se fuese del despacho, pero le resultó bastante difícil pillarla al llevar los pantalones por los tobillos.
—Lo peor es que no quiere que vuelva porque me quiere. Quiere que vuelva para no dar mala imagen.
Linda se mordió el labio y parpadeó con fuerza, negándose a llorar.
—No —se admitió a sí misma en voz alta—. Lo peor es que John nunca me ha querido. Solo quería parecer el perfecto padre de familia y por eso me necesitaba. Nuestra familia nunca fue nada parecido a algo perfecto… nada parecido a algo feliz.
Mi madre tenía razón. Zoey también tenía razón.
Pensar en Zoey fue lo que finalmente hizo que las lágrimas surcasen sus mejillas. Linda echaba de menos a Zoey. De sus tres hijos, siempre se había sentido más cercana a ella. Sonrió entre sus lágrimas, recordando que Zoey y ella solían pasar fines de semana de vagonetas en los que se acurrucaban juntas en el sofá, comían un montón de comida basura y veían o bien alguna película de El señor de los anillos o bien de Harry Potter, e incluso a veces, de La guerra de las galaxias. ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez? Años. ¿Lo volverían a hacer alguna vez? Linda sollozó e hipó. ¿Podrían hacerlo ahora que Zoey estaba en la Casa de la Noche?
¿Querría Zoey volver a verla alguna vez?
Ella nunca se perdonaría si había permitido que John destrozase irreparablemente su relación con Zoey.
Había una razón por la que se había subido al coche, en medio de la noche, en dirección a la casa de su madre. Linda quería hablar con su madre sobre Zoey… sobre cómo arreglar su relación con ella.
Linda también quería apoyarse en la fuerza de su madre. Quería ánimos para permanecer firme y no dejar que John la convenciese para reconciliarse con él.
Pero, sobre todo, Linda simplemente quería estar con su madre.
No importaba que ya fuese una mujer madura con hijos propios. Seguía necesitando que su madre la abrazase, oír su voz asegurándole que todo iba a estar bien de verdad… que había tomado la decisión correcta.
Linda estaba tan pensativa que casi se pasa de largo el desvío hacia la casa de su madre. Frenó con fuerza y giró por poco. Después redujo la velocidad para no derrapar en el camino de tierra que atravesaba los campos de lavanda hasta la casa de su madre. Hacía más de un año que no iba, pero no había cambiado… y Linda lo agradeció. Le hacía sentir a salvo y normal de nuevo.
La luz del porche estaba encendida, al igual que una lámpara en el interior. Linda sonrió cuando aparcó y salió del coche. Probablemente sería esa lámpara de bronce de los años veinte con forma de sirena con la que a su madre le gustaba leer hasta tarde por la noche… solo que no era tarde para Sylvia Redbird. Las cuatro de la mañana era temprano para ella, casi la hora de levantarse.
Linda estaba a punto de golpear el cristal de la ventana de la puerta antes de abrirla cuando vio la nota escrita con papel con aroma a lavanda y pegada a la puerta. La característica letra de su madre decía: «Linda, querida. He sentido que podrías venir, pero no estaba segura de cuándo llegarías, así que he seguido con mis planes y he llevado algunos jabones y bolsitas y otras cosas a la asamblea de Tahlequah. Vuelvo mañana. Como siempre, por favor, siéntete como en tu casa. Espero que estés aquí para cuando vuelva. Te quiero».
Linda suspiró. Intentó no sentirse decepcionada y molesta con su madre y entró.
—En realidad, no es culpa suya. Estaría aquí si yo no me hubiese parado a medio camino.
Estaba acostumbrada a la extraña manera que tenía su madre de saber cuándo iba a tener visita.
—Parece que su radar sigue funcionando.
Por un momento se quedó de pie en medio el salón, tratando de decidir lo que hacer. Quizás debería volver a Broken Arrow. Quizás John la dejaría en paz por un tiempo… o al menos el tiempo suficiente para que ella consiguiese un abogado y le enviase los papeles.
Pero ella había roto su regla sobre no quedarse a pasar la noche fuera entre semana y los niños estaban en casas de amigos. No tenía por qué volver. Linda suspiró de nuevo y esta vez inhaló los aromas del hogar de su madre: lavanda, vainilla y salvia… aromas reales de hierbas reales y de velas de soja hechas a mano, tan diferentes a los ambientadores de enchufe que John insistía en que usase en lugar de esas «velas llenas de hollín y esas viejas plantas sucias». Y eso le hizo tomar una decisión. Linda entró en la cocina de su madre y se fue directamente al pequeño, pero bien abastecido, estante de vino y sacó un buen tinto. Iba a beberse toda una botella y a leer una de las novelas románticas de su madre y después iba a subir tambaleante a la buhardilla de los invitados e iba a disfrutar de cada momento. Mañana su madre le daría un brebaje de té de hierbas para curarle la resaca y también le ayudaría a averiguar cómo conducir su vida por el buen camino… un camino que no incluía a John Heffer y sí a Zoey.
—Heffer, qué apellido más estúpido —dijo Linda, sirviéndose un vaso de vino y bebiendo lenta pero largamente—. ¡Ese apellido es lo primero de lo que me voy a librar!
Estaba buscando en la estantería de su madre, intentando decidir entre leer algo picante de Kresley Cole, Gena Showalter o el último de Jennifer Crusie, Quizás esta vez sí. Eso era… El título grandioso la decidió porque quizás esa vez ella haría lo correcto. Linda estaba justo acomodándose en la silla de su madre cuando alguien llamó a la puerta tres veces.
En su opinión, era demasiado tarde para recibir visitas, pero nunca se sabía qué esperar en casa de su madre, así que fue a la puerta y la abrió.
La vampira que había allí era de una belleza despampanante, tenía un aire familiar, y estaba total y completamente desnuda.