19

Zoey

—Pareces muy cansado —dije, tocándole la cara a Stark como si pudiese borrarle las ojeras de la cara—. Pensé que habías dormido durante la mayor parte del vuelo.

Stark me besó la palma y hizo un amago de poner su sonrisita arrogante, pero con un éxito nulo.

—Estoy bien. Solo es el desfase horario.

—¿Cómo puedes tener desfase horario antes de que sea hora de salir del avión?

Señalé con la barbilla al vampiro auxiliar de vuelo que estaba ocupado con lo que fuese que se hiciese para abrir las puertas tras el aterrizaje. Se escuchó un zuuum y la luz de los cinturones de seguridad pitó con un irritante y agudo sonido ¡ding, ding!

—Ya está, la puerta está abierta. Ya puedo tener jetlag —dijo Stark, desabrochándose el cinturón.

Segura de que estaba hecho un asquito, lo agarré de la muñeca e hice que permaneciera sentado.

—Sabes que noto cuándo algo va mal.

Stark suspiró.

—Solo estoy teniendo pesadillas otra vez, eso es todo. Y cuando me despierto, no puedo ni recordarlas. Y eso parece lo peor de todo. Seguramente sea un extraño efecto secundario de haber estado en el Otro Mundo.

—Genial. Tienes TEPT. Lo sabía. Eh, creo que leí en uno de esos folletos que Dragon es uno de los orientadores de la escuela. Tal vez podrías ir a verlo y…

—¡No! —me interrumpió Stark y después me besó en la nariz cuando le fruncí el ceño—. Deja de preocuparte. Estoy bien. No necesito hablar con Dragon sobre mis pesadillas. Además, no sé qué es eso del TEPT, pero suena demasiado parecido a una ETS como para fiarme.

No pude evitarlo, me reí.

—¿Fiarte? Suenas como Seoras.

Aye, wumman, ¡entonces deberías hacerme caso! Saca el trasero de tu asiento.

Le fruncí el ceño y sacudí la cabeza.

—No-me-llames-mujer. Además, da miedo lo bien que imitas ese acento.

Pero sí que tenía razón en lo de salir del estúpido avión, así que me puse de pie y esperé que me cogiera mi maleta.

—Y TEPT es Trastorno por Estrés Post-Traumático —añadí mientras subíamos la rampa del avión.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Metí tus síntomas en Google y salió eso.

—¡¿Que hiciste qué?!

Habló tan alto que una mujer con una sudadera con adornos nos miró con mala cara.

—Shhh.

Le cogí de ganchete para poder hablar sin que nadie nos escuchase.

—Mira, has estado comportándote de forma extraña: cansado, distraído, gruñón, te olvidas de cosas… Busqué en Google. Apareció el TEPT. Seguramente necesites ayuda.

Me miró con esa mirada de «estás como una cabra».

—Z, te quiero. Te protegeré y estaré a tu lado durante el resto de mi vida. Pero tienes que dejar de andar buscando en Google cosas relacionadas con la salud. Sobre todo, cosas relacionadas con mi salud.

—Solo me gusta estar bien informada.

—Te gusta asustarte buscando en internet cosas extrañas sobre la salud.

—¿Y?

Me sonrió y esta vez sí que pareció pícaro y guapo.

—Entonces lo admites.

—No necesariamente —dije, dándole un codazo.

No pude decirle nada más porque justo en ese momento me vi envuelta por lo que me pareció un minitornado de Oklahoma.

—¡Zoey! Oh, Diosa mía, ¡me alegro tanto de verte! ¡Te he echado muchísimo de menos! ¿Estás bien? Lo de Jack es terrible, ¿verdad?

Stevie Rae me abrazaba, lloraba y hablaba, todo al mismo tiempo.

—Oh, Stevie Rae, ¡yo también te he echado de menos!

Y entonces me puse a sollozar con ella y nos quedamos allí de pie las dos, abrazándonos con fuerza, como si ese contacto pudiese hacer que toda la locura y todo lo que iba mal en el mundo mejorase.

Sobre el hombro de Stevie Rae vi a Stark allí de pie, sonriéndonos. Estaba sacando un pequeño paquete de pañuelos de viaje que siempre llevaba en el bolsillo de sus vaqueros desde que había vuelto del Otro Mundo, y pensé que quizás, solo quizás, los abrazos y el amor podrían mejorar casi todo en nuestro mundo.

—Vamos —le dije a Stevie Rae mientras cogíamos los pañuelos de Stark y los tres atravesábamos del brazo las enormes puertas giratorias que nos escupieron a una fría noche de Tulsa—. Vamos a casa y, por el camino, me cuentas la pila enorme y maloliente de caquita que me está esperando.

—Esa lengua, u-we-tsi-a-ge-ya.

—¡Abuela!

Me desenganché de Stevie Rae y de Stark y corrí a sus brazos. La abracé con fuerza, dejando que el amor y el relajante aroma a lavanda me inundasen.

—¡Oh, abuela, estoy tan feliz de que estés aquí!

U-we-tsi-a-ge-ya, hija, déjame ver tu cara.

La abuela me separó con sus brazos, puso las manos en mis hombros y estudió mi cara.

—Es verdad; vuelves a estar completa y bien.

Cerró los ojos y me apretó los hombros.

—Gracias a la Virgen por ello —murmuró.

Después nos abrazamos y reímos al mismo tiempo.

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —le pregunté cuando conseguí dejar de abrazarla.

—¿Te lo dijeron tus supersentidos de Spiderman? —le preguntó Stevie Rae mientras avanzaba y saludaba a la abuela con un abrazo.

—No —dijo ella, desviando su atención de Stevie Rae a Stark, que la miraba desde arriba—. Fue algo mucho más mundano.

Sonrió con complicidad.

—O supongo que debería decir alguien mucho más mundano, aunque no estoy segura de que mundano sea la palabra correcta para referirse a este valiente guerrero.

—¿Stark? ¿Llamaste tú a mi abuela?

Él me obsequió con su sonrisita.

—Sí, me gusta tener una excusa para llamar a otra hermosa mujer de la familia Redbird.

—Ven aquí, adulador.

Sacudí la cabeza cuando Stark abrazó a la abuela con cuidado, como si tuviese miedo de que se fuese a romper. Llamó a mi abuela y le dijo cuándo llegaba nuestro avión. Stark me miró a los ojos por encima del hombro de la abuela. Gracias, vocalicé en silencio. Su sonrisa se agrandó.

Enseguida tenía a mi abuela a mi lado de nuevo, cogiéndome de la mano.

—Eh, ¿por qué no vamos a buscar el coche Stevie Rae y yo mientras tú y tu abuela habláis?

Casi no había podido ni asentir y ya estaban los dos en camino, dejándonos a mí y a la abuela buscando un banco convenientemente cerca. Nos sentamos durante un segundo, sin decir nada. Solo nos agarrábamos las manos y nos mirábamos. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que la abuela me limpió delicadamente las lágrimas de la cara.

—Sabía que volverías a nosotros —dijo ella.

—Siento haberte preocupado. Siento no haber…

—Shhh —me calló la abuela—. No hace falta que te disculpes. Lo hiciste lo mejor que pudiste, y eso ha sido siempre suficiente para mí.

—Fui débil, abuela. Sigo siendo débil —admití, con sinceridad.

—No, u-we-tsi-a-ge-ya, eres joven, eso es todo —me corrigió, tocándome con suavidad la cara—. Siento lo de tu Heath. Voy a echar de menos a ese jovencito.

—Yo también —contesté, parpadeando con fuerza para no comenzar a llorar de nuevo.

—Pero siento que os volveréis a encontrar. Quizás en esta vida, quizás en la próxima.

Asentí.

—Eso es también lo que dijo Heath, antes de irse al siguiente reino del Otro Mundo.

La sonrisa de la abuela era serena.

—El Otro Mundo… Sé que fue en una situación desgarradora, pero se te concedió un gran don al permitírsete ir y volver.

Sus palabras me hicieron pensar… pensar de verdad. Desde que había vuelto al mundo real había estado cansada, triste y confusa y después, al final, con Stark había estado feliz y enamorada.

—Pero no he estado agradecida —dije en voz alta cuando me di cuenta—. No he entendido el don que se me había concedido.

Tenía ganas de darme golpes en la cabeza.

—Soy una alta sacerdotisa malísima, abuela.

La abuela se rió.

—Oh, Zoeybird, si eso fuese verdad, no te cuestionarías a ti misma ni te reprenderías por tus errores.

Bufé.

—Se supone que las altas sacerdotisas no deben cometer errores.

—Claro que sí. ¿Cómo si no van a aprender y crecer?

Iba a empezar a decir que yo ya había cometido tantos errores que debería medir unos tropecientos metros, pero sabía que la abuela no se refería a eso. Suspiré.

—Tengo un montón de fallos.

—Una mujer sabia es capaz de reconocerlo.

La tristeza hizo que su sonrisa se desvaneciese.

—Esa es una de las diferencias clave entre tú y tu madre.

—Mi madre —suspiré de nuevo—. He estado pensando en ella últimamente.

—Y yo. Linda ha estado cerca de mi mente los últimos días.

Levanté las cejas, mirando a la abuela. Normalmente, cuando alguien estaba «cerca de su mente» significaba que algo pasaba con esa persona.

—¿Has tenido noticias de ella?

—No, pero creo que las tendré pronto. Mantén buenos pensamientos sobre ella, u-we-tsi-a-ge-ya.

—Lo haré.

Entonces apareció mi Escarabajo, tan familiar y precioso, con su pintura azul acuático brillante y su cromado reluciente.

—Es mejor que regreses a tu escuela, Zoeybird. Te van a necesitar allí esta noche —dijo la abuela con una voz llena de sensatez.

Nos levantamos y nos volvimos a abrazar. Tuve que obligarme a soltarla.

—¿Te quedas esta noche en Tulsa, abuela?

—Oh, no, cariño. Tengo muchas cosas que hacer. Hay una gran asamblea en Tahlequah mañana y he hecho unos preciosos saquitos nuevos de lavanda —dijo, sonriéndome—. Les he bordado cardenales rojos, redbirds.

Sonreí y la abracé por última vez.

—Guárdame uno, ¿vale?

—Por supuesto —me dijo—. Te quiero, u-we-tsi-a-ge-ya.

—Yo también te quiero —le contesté.

Y después vi que Stark salía del Escarabajo, cogía a la abuela del brazo y la ayudaba a cruzar la calle llena de tráfico entre la terminal de llegadas y el parking de corta estancia. Correteó hacia mí, esquivando los coches. Cuando me abrió la puerta del coche, me paré, le puse una mano en el pecho y tiré de su camisa hasta que se inclinó y lo pude besar.

—Eres el mejor guerrero del mundo —le susurré mientras nos tocábamos los labios.

Aye —dijo él, con los ojos chispeantes.

Me apretujé en el asiento trasero y vi los ojos de Stevie Rae en el espejo retrovisor.

—Gracias por darme un tiempo a solas con mi abuela.

—Ningún problema, Z. Adoro a tu abuela.

—Sí, yo también —dije, bajito.

Después me enderecé y, totalmente investida de poder, continué hablando.

—Vale. Bien. Cuéntame entonces todo ese marrón que me espera al llegar a la escuela.

—Agárrate al caballo porque es una patata caliente —dijo Stevie Rae mientras ponía el intermitente y salía del arcén.

—Si a ti no te gustan los caballos —dije yo.

—Exacto —dijo ella.

No tenía sentido, pero también me hizo reír. Sí, hubiese patata caliente, marrón o no, estaba muy contenta de estar en casa.

—Sigo sin poderme creer que el Alto Consejo sea tan ingenuo —dije, por millonésima vez, mientras Stevie Rae me ayudaba a decidirme sobre qué ponerme para encender la pira funeraria de Jack.

Me estremecí.

Sin llamar a la puerta, Aphrodite entró en la habitación, tan campante. Le echó un vistazo al jersey de cuello vuelto y manga larga y a los vaqueros negros que tenía en la mano.

—Oh, por todos los demonios. No puedes ponerte eso. Vas a encender la pira funeraria de un gay. ¿No te das cuenta de lo avergonzado que se sentiría Jack, por no mencionar a Damien? Parece la ropa que Anita Blake habría desechado en los noventa.

—¿Quién es Anita Blake? —preguntó Stevie Rae.

—Una cazavampiros creada por una humana que no tenía ningún sentido de la moda.

Aphrodite llevaba puesto un vestido muy ceñido de color zafiro que brillaba ligeramente, pero no tanto como para parecer uno de esos vestidos imposibles de David Bridal. En realidad, tenía un aspecto precioso y elegante, como siempre. Probablemente porque Victoria, su personal shopper de la tienda superpija de Miss Jackson’s, en Utica Square, le había reservado ese traje en cuanto había llegado y se lo había cargado a la tarjeta platino de su madre. Ay. Me dolía el corazón.

Pero bueno, se dirigió a mi armario, lo abrió y, después de echarle otro vistazo desdeñoso a mi ropa, sacó el vestido que me había regalado la noche que fui a mi primer ritual de las Hijas Oscuras. Era hasta los pies, de manga larga y, al contrario que el jersey y los vaqueros, favorecedor. También estaba ribeteado en el cuello bajo y redondo, en las mangas holgadas y en el dobladillo, con cuentas de cristal rojo que brillaban cada vez que se movían y que combinaban perfectamente con la triple luna de la líder de las Hijas Oscuras que llevaba alrededor del cuello. La miré a los ojos.

—Ese vestido no me trae muy buenos recuerdos —le dije.

—Sí, bueno, pero te queda bien. Es adecuado. Y, lo que es más importante, a Jack le encantaría. Además, según mi madre, los recuerdos cambian con la gente, sobre todo si hay suficiente alcohol de por medio.

—Mira, Aphrodite, no me digas que vas a beber esta noche. No es apropiado —le dijo Stevie Rae.

—No, paleta. O, al menos, no hasta después —dijo, alargándome el vestido—. Ahora ponte esto y apúrate. Las gemelas y Darius van a subir a Damien hasta aquí para que podamos caminar hacia la pira juntos… en una imagen de solidaridad en manada y todo eso, aunque me parece una buena decisión.

Añadió las últimas palabras cuando Stevie Rae ya había cogido aire y estaba abriendo la boca para interrumpirla.

—Oh, y hola. Me alegro de veros a ti y a tu novio hipocondríaco de vuelta en el mundo real.

—Bien. Me pondré esto.

Me colé en nuestro baño y después saqué la cabeza y miré a los ojos azules y fríos de Aphrodite.

—Ah, y Stark es mi guardián y mi guerrero, en primer lugar, y mi novio, en segundo lugar. Y te aseguro que no es ningún hipocondríaco. Lo sabes. Tú viste lo que le pasó.

—Bah —se mofó Aphrodite, en voz baja.

Ignoré ese sonido grosero pero dejé la puerta abierta para poder seguir hablando con ellas mientras me vestía. Cuando vi la piedra vidente me paré y decidí dejarla colgando por debajo de la parte de arriba del vestido… No tenía ningunas ganas de ponerme a contestar preguntas sobre Skye y sobre Sgiach esa noche. Me peiné rápidamente.

—Eh, ¿pensáis que Neferet me va a dejar encender la pira porque espera que lo haga mal? —pregunté.

Demonios, yo pensaba que lo iba a hacer mal, ¿por qué ella no lo iba a pensar?

—Bueno, yo creo que su plan es mucho más inicuo que pretender que tú te enredes con el discurso por estar llorando y porque de verdad te importaba Jack —dijo Stevie Rae.

—¿Ini… qué? —dijo Shaunee.

—¿… cuo qué? —intervino Erin—. ¿Qué está haciendo, gemela? ¿Trata de tomar el relevo del vocabulario de Damien?

—Eso parece, gemela —respondió Shaunee.

—Me gustan las palabras y vosotras dos podéis iros a chupar un limón —dijo Stevie Rae.

Aphrodite se empezó a reír y después disimuló tosiendo cuando salí del baño y las miré a todas.

—Nos estamos preparando para ir a un funeral. Creo que deberíamos mostrar un poquito más de respeto por Jack, ya que él era amigo nuestro.

Las gemelas enseguida pusieron caras de arrepentimiento. Vinieron junto a y me abrazaron, mascullando «hola» y «me alegro de que estés de vuelta».

—Z tiene razón en lo de ser más respetuosos, y no solo porque sea el funeral de Jack y eso sea ya terrible en sí mismo. Todos sabemos que no es posible que Neferet haya decidido de repente hacer lo correcto y respetar a Zoey y a sus poderes —dijo Stevie Rae.

—Tenemos que estar atentas —asentí—. Quedaos cerca de mí. Estad preparadas. Si tengo que invocar un círculo protector, imagino que no tendré mucho tiempo para hacerlo.

—¿Y por qué no lo invocas desde el principio? —preguntó Aphrodite.

—Iba a hacerlo, pero estuve investigando sobre los funerales vampíricos y la alta sacerdotisa no suele hacerlo. Su trabajo es, bueno, eh, me refiero a mi trabajo esta noche es servir de testigo respetuoso por la pérdida de un compañero vampiro y ayudar a enviar su espíritu al Otro Mundo de Nyx. No se convoca ningún círculo, solo se elevan oraciones a Nyx y esas cosas.

—Eso debería dársete bien, Z, ya que acabas de volver del Otro Mundo —dijo Stevie Rae.

—Solo espero que Jack esté orgulloso de mí.

Sentí que las lágrimas empezaban a picarme en los ojos y parpadeé con fuerza, reteniéndolas. Lo último que necesitaba cualquiera de mis amigos era que esta noche me convirtiera en una madeja de lloros y mocos.

—¿Entonces nadie tiene ni idea de lo que planea Neferet? —les pregunté.

Todas sacudieron la cabeza.

—Lo único que se me ocurre es que, de alguna manera, esté tratando de humillarte, pero no sé cómo va a conseguirlo si te mantienes firme y concentrada en la razón por la que estamos aquí esta noche.

—Por Jack —puntualizó Shaunee.

—Para despedirnos de él —dijo Erin, con voz algo temblorosa.

—Bueno, eso es muy bonito —dijo Stevie Rae y todas la miramos—. Pero yo creo que los funerales, no importa de qué tipo, son más para la gente que se queda, como Damien.

—Esa es una buena observación, Stevie Rae —dije, sonriéndole agradecida—. Lo recordaré.

Ella se aclaró la voz.

—Lo sé porque hoy vi a mi madre, estaba como celebrando un minifuneral por mí. Era su manera de intentar cerrar una fase.

Tuve un momento de intenso shock mientras las gemelas soltaban un «¡Oh, Diosa mía, qué horror!».

—¿Vino aquí? —preguntó Aphrodite.

Me sorprendió lo amable que sonaba su voz.

Stevie Rae asintió.

—Estaba fuera, en la puerta principal, dejándome una corona funeraria… Pero lo que estaba haciendo en realidad es lo que Damien va a tratar de hacer hoy: despedirse.

—Hablaste con ella, ¿verdad? —quise saber—. O sea, sabe que ya no estás muerta, ¿no?

Stevie Rae sonrió, aunque sus ojos parecían supertristes.

—Sí, pero me sentí fatal por no haber ido yo antes a verla. Fue terrible verla llorar tanto.

Me aproximé a mi mejor amiga y la abracé.

—Bueno, al menos ahora ya lo sabe.

—Y al menos tú tienes una madre que se preocupa lo suficiente como para llorar por ti —dijo Aphrodite.

Miré a Aphrodite, entendiéndola perfectamente.

—Sí, eso es verdad.

—Por favor, vuestras madres también llorarían si os pasase algo —dijo Stevie Rae.

—La mía lo haría en público porque eso es lo que se esperaría de ella, y porque estaría tan saturada de medicamentos que podría llorar sobre cualquier cosa —comentó Aphrodite, inexpresivamente.

—Bueno, supongo que la mía también lloraría, pero sería más pensando «¿cómo me ha podido hacer esto?» y «ahora va a ir derechita al infierno y todo es culpa suya».

Hice una pausa, antes de continuar.

—Mi abuela diría que es terrible que mi madre no entienda que hay más que una respuesta correcta sobre el más allá —dije, sonriéndole a mis amigos—. Lo sé porque he estado allí y es maravilloso. Realmente, realmente maravilloso.

—Jack está allí, ¿verdad? ¿A salvo, en el Otro Mundo, con la Diosa?

Todos levantamos la vista y vimos a Damien en la puerta que las gemelas habían dejado abierta. Darius estaba a un lado y Stark, en el otro. Damien tenía una pinta horrible, aunque estaba vestido inmaculadamente de Armani. Estaba tan pálido que me parecía que podía ver a través de su piel, y las ojeras parecían moratones. Caminé hacia él y lo abracé. Lo sentí frágil y delgado; era un Damien desconocido.

—Sí. Está con Nyx. Te doy mi palabra, como una de sus altas sacerdotisas —dije, apretándolo—. Lo siento tanto, Damien.

Damien me devolvió el abrazo y después, con gran esfuerzo, se separó. No estaba llorando. Más bien parecía estar seco… vacío… desesperanzado.

—Estoy listo para ir y me alegro mucho de que estés aquí.

—Yo también. Ojalá hubiese estado antes —dije, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir de nuevo—. Quizás yo podría haber…

—No, no podrías —negó Aphrodite, acercándose para ponerse a mi lado.

De nuevo, su voz era amable y llena de comprensión y parecía tener más de diecinueve años.

—No pudiste evitar la muerte de Heath. No habrías podido impedir la de Jack.

Mi mirada se cruzó con la de Stark brevemente y vi en sus ojos un reflejo de lo que yo estaba pensando… que su muerte sí que la había impedido. Aunque eso implicase que ahora tenía pesadillas y que no estuviese al cien por cien, al menos estaba vivo.

—En serio, déjalo, Z —dijo Aphrodite—. Todos vosotros… no empecéis a echaros la culpa. La única persona responsable de la muerte de Jack es Neferet. Nosotros lo sabemos, aunque no lo sepa nadie más.

—Ahora mismo no puedo con eso —dijo Damien y, por un momento pensé que iba a desmayarse de verdad—. ¿Tenemos que enfrentarnos esta noche a Neferet?

—No —le contesté rápidamente—. No pensaba hacer nada parecido.

—Pero no podemos controlar lo que va a hacer ella —dijo Aphrodite.

—Stark y yo estaremos cerca. El resto aseguraos de no estar lejos de Zoey y de Damien. Nosotros no empezaremos nada, pero si Neferet intenta hacernos daño a cualquiera de nosotros, estaremos preparados.

—La he visto delante del Consejo. No creo que vaya a hacer nada tan directo como atacar a Zoey —dijo Stevie Rae.

—Haga lo que haga, estaremos preparados —afirmó Stark, repitiendo las palabras de Darius.

—Yo no estaré preparado —dijo Damien—. No creo que vaya a estar preparado para luchar contra nada nunca más.

Cogí su mano con la mía.

—Bueno, esta noche no tendrás que hacerlo. Si hay que librar alguna batalla, lo harán tus amigos. Y ahora vamos a ver a Jack.

Damien respiró profunda y temblorosamente, asintió y abandonamos mi habitación. Sin soltar la mano de Damien, encabecé al grupo bajando las escalares hasta la sala común, que estaba completamente vacía. Mentalmente le elevé una pequeña oración a la Diosa: Por favor, que todo el mundo esté fuera… por favor, que Damien pueda ver lo mucho que se quería a Jack.

Caminamos por la acera que rodeaba la parte delantera de la escuela. Sabía adónde íbamos. Recordaba demasiado bien que la pira de Anastasia estuvo situada en el centro del terreno de la escuela, justo delante del templo de Nyx.

Mientras andábamos por la acera, en silencio, escuché un sonido débil y levanté la vista hacia un banco que había bajo un árbol de Judas, cerca de la entrada de la escuela. Erik estaba allí sentado, solo. Tenía la cara entre las manos y lo que había escuchado antes era su llanto.