17

Stevie Rae

Stevie Rae no estaba completamente segura del significado del poema, pero sí que estaba segura de que Kramisha tenía razón: tenía que dejar de ignorar la verdad y dar un giro. La parte más difícil es que no estaba segura de que todavía pudiese encontrar la verdad, por no hablar de cómo cambiar las cosas. Bajó la vista hacia el poema. Su visión nocturna era tan buena que no tuvo ni que apartarse de las sombras de los viejos robles que flanqueaban el lateral del campus que daba a la calle Utica y a la carretera secundaria que conducía a la entrada de la escuela.

—Los haikus son siempre tan malditamente confusos —murmuró mientras releía el poema de tres versos de Kramisha de nuevo.

Habla con tu corazón.

Los secretos asfixian.

Libre puede ser.

Era sobre Rephaim. Y sobre ella. De nuevo. Stevie Rae se dejó caer y se sentó a los pies del árbol grande. Apoyó la espalda contra su rugoso tronco, reconfortándose en la fuerza que emanaba del roble. Se supone que debo hablar con mi corazón, pero ¿qué le cuento? Y ya sé que guardar este secreto me está asfixiando, pero no le puedo contar a nadie lo de Rephaim. ¿Él puede elegir su libertad? Claro, claro que sí, pero su padre lo tiene tan controlado que él no es capaz de verlo.

Stevie Rae pensó en lo irónico que era que un antiguo inmortal y su hijo medio pájaro, medio inmortal, tuviesen básicamente una antigua versión de la misma relación abusiva padre/hijo que trillones de otros chicos que conocía tenían también con los imbéciles de sus progenitores. Kalona lo había tratado como un esclavo y le había hecho creer cosas horribles sobre sí mismo durante tanto tiempo, que Rephaim no se daba cuenta de lo equivocado que estaba.

Y también era un error el estado de su relación con Rephaim: conectada y unida a él por una deuda que había contraído con el toro negro de la Luz.

—Bueno, no solo por una deuda —se susurró Stevie Rae.

Se había sentido atraída por él mucho antes de eso.

—Me… me gusta.

Tropezó con las palabras, aunque la noche estaba en calma y solo estaban presentes los árboles silentes.

—Ojalá supiese si es por culpa de nuestra conexión o porque realmente hay algo, alguien dentro de él que merece la pena amar.

Se quedó allí sentada, observando la telaraña de ramas desnudas por el invierno que había sobre su cabeza. Y entonces, ya que estaba sincerándose con los árboles, siguió hablando.

—La verdad es que no debería volver a verlo.

Imaginarse a Dragon averiguando que había salvado y que se había conectado con la criatura que había matado a Anastasia le hacía tener ganas de vomitar.

—Quizás la parte de la libertad del poema significa que si dejo de verlo, Rephaim decida marcharse. Quizás nuestra conexión se desvanezca si estamos separados.

Pensar en eso también la hacía querer vomitar.

—Desearía que alguien me dijese lo que tengo que hacer —dijo, malhumorada, apoyando la barbilla entre las manos.

Como si hubiese sido escuchada, la brisa nocturna le trajo el sonido de unos sollozos. Frunciendo el ceño, Stevie Rae se puso de pie, inclinó la cabeza y escuchó. Sí, alguien estaba llorando a moco tendido. En realidad, no le apetecía seguir el sonido. La verdad es que últimamente ya había tenido suficientes lloros para una temporada, pero los sollozos eran tan desgarradores, tan profundamente tristes, que no podía ignorarlos, sin más… eso no estaba bien. Así que la alta sacerdotisa roja dejó que los lloros la condujesen por la pequeña carretera que acababa ante la gran puerta negra de hierro, la entrada principal de la escuela.

Al principio no entendió lo que estaba viendo. Sí, distinguía que la persona que lloraba era una mujer, y que estaba en la parte de fuera de la puerta de la Casa de la Noche. Cuando Stevie Rae se acercó, vio que la mujer estaba arrodillada delante de la puerta, justo en el lado derecho. Se inclinaba sobre lo que parecía una gran corona funeraria hecha de claveles rosas de plástico y relleno verde, apoyada contra el pilar de piedra. Delante había encendida una vela verde y, mientras seguía llorando, sacó una foto de su bolso. Cuando la mujer se llevó la foto a sus labios para besarla, Stevie Rae pudo verle cara.

—¡Mamá!

Apenas había susurrado la palabra, pero su madre levantó la cabeza y la localizó inmediatamente.

—¿Stevie Rae? ¿Nena?

Cuando escuchó la voz de su madre, el nudo que se había estado formando en el interior del estómago de Stevie Rae se disolvió de repente y corrió a la puerta. Sin ningún otro objetivo en mente que no fuese llegar hasta su madre, Stevie Rae escaló con facilidad el muro de piedra y aterrizó al otro lado.

—¿Stevie Rae? —repitió ella, esta vez con un murmullo inquisitivo.

Como no podía hablar, la chica solo asintió y eso hizo que las lágrimas que habían comenzado a encharcarle los ojos rebosaran y corrieran por su cara.

—Oh, nena, me alegro tanto de poder verte una vez más.

Su madre le frotó la cara con el pañuelo de tela anticuado que apretaba en una mano, haciendo un esfuerzo obvio por parar de llorar.

—Cariño, ¿eres feliz en donde estás?

Sin pararse a esperar una respuesta, siguió hablando, mirando la cara de Stevie Rae, como si estuviese intentando memorizarla.

—Te echo mucho de menos. Me habría gustado haber venido antes y traerte esta corona, la vela y esta preciosa foto de octavo, pero no pude llegar por culpa de la tormenta. Y, después, cuando se abrieron las carreteras, no fui capaz, porque venir aquí y dejar todo esto para ti lo haría definitivo. Estarías muerta de verdad.

Vocalizó la palabra «muerta», incapaz de pronunciarla.

—¡Oh, mamá! ¡Yo también te he echado mucho de menos!

Stevie Rae se lanzó a sus brazos y escondió su cara en el abrigo azul acolchado de su madre y, respirando el aroma de su hogar, rompió a llorar a más no poder.

—Ya está, ya está, cariño. Todo va a ir bien. Ya lo verás. Todo va a ir bien.

La consoló, le dio palmaditas en la espalda y la abrazó con fuerza.

Finalmente, tras lo que parecieron horas, Stevie Rae pudo levantar la vista hacia su madre. Virginia «Ginny» Johnson sonrió entre sus lágrimas y besó a su hija, primero en la frente y después, con suavidad, en los labios. Luego sacó un segundo pañuelo del bolsillo del abrigo, este perfectamente doblado.

—Menos mal que he traído más de uno.

—Gracias, mamá. Siempre vas preparada —dijo Stevie Rae sonriendo, limpiándose la cara y sonándose—. No tendrás también algunas de tus galletas con trocitos de chocolate, ¿verdad?

Su madre frunció el ceño.

—Nena, ¿cómo puedes comer?

—Pues con la boca, como siempre.

—Nena —dijo, cada vez más confusa—. No me importa que estés en comunión a través del mundo de los espíritus.

Mamá Johnson dijo las últimas palabras con un tono fantasmagórico en su voz y unos gestos supuestamente místicos con las manos.

—Yo solo me alegro mucho de poder ver a mi niña de nuevo, aunque debo admitir que va a costar un ratito acostumbrarme a la idea de que eres un fantasma y todo eso, especialmente uno que llora con lágrimas de verdad y come. No me tiene mucho sentido.

—Mamá, no soy ningún fantasma.

—¿Eres algún tipo de aparición? De verdad, nena, no me importa. Yo te sigo queriendo. Vendré a visitarte muchas, muchas veces si es aquí donde quieres rondar. Solo te lo pregunto para saberlo.

—Mamá, no estoy muerta. Bueno, ya no.

—Nena, ¿has tenido una experiencia paranormal?

—Mamá, no tienes ni idea.

—¿Y no estás muerta? ¿En absoluto? —preguntó mamá Johnson.

—No, y realmente no sé por qué. Parece que me morí, pero después regresé y ahora tengo esto —dijo Stevie Rae, señalándole las marcas rojas del tatuaje con enredaderas y hojas que le enmarcaba el rostro—. Parece ser que soy la primera alta sacerdotisa vampira roja.

Mamá Johnson había dejado de llorar, pero tras la explicación de Stevie Rae, se le volvieron a inundar los ojos de lágrimas.

—No estás muerta… —murmuró, entre sollozos—. No estás muerta…

Stevie Rae volvió a meterse entre los brazos de su madre y la apretó con fuerza.

—Siento mucho no haber ido para contártelo. Quería hacerlo. De verdad que sí. Es solo que, bueno, no era yo misma cuando no-morí. Y después todo el Hades se desató en la escuela. No podía irme, ni podía llamarte, sin más. ¿Cómo podía hacerlo y decirte: «Eh, no cuelgues. Soy yo de verdad y ya no estoy muerta»? Supongo que no sabía qué hacer. Lo siento mucho —repitió, cerrando los ojos y apretándose con todas sus fuerzas a su madre.

—No, no, está bien. Está bien. Lo único que importa es que estás aquí y que estás bien.

Su madre apartó a Stevie Rae para poder mirarla mientras se limpiaba los ojos.

—Estás bien, ¿verdad, nena?

—Estoy bien, mamá.

Mamá Johnson extendió la mano y tomó la barbilla de Stevie Rae en su mano para obligarla a mirarla. Sacudió la cabeza y habló con su voz firme, familiar, de madre.

—No se le debe mentir a una madre.

Stevie Rae no sabía qué decir. La miró fijamente mientras la presa que contenía los secretos, las mentiras y la añoranza empezaba a resquebrajarse en su interior.

Mamá Johnson cogió a su hija de las manos, una en cada una de las suyas, y la miró a los ojos.

—Estoy aquí. Te quiero. Cuéntamelo, nena —le dijo, suavemente.

—Es malo —dijo Stevie Rae—. Muy malo.

La voz de su madre estaba llena de amor y cariño.

—Nena, no hay nada peor a que tú estuvieses muerta.

Eso fue lo que decidió a Stevie Rae: el amor incondicional de su madre. Respiró profundamente y cuando dejó salir el aire, lo soltó todo.

—Me he conectado con un monstruo, mamá. Con una criatura que es medio humana y medio pájaro. Ha hecho cosas malas. Cosas muy malas. Hasta ha matado a gente.

La expresión de mamá Johnson no cambió, pero apretó con más fuerza las manos de Stevie Rae.

—¿Está esa criatura aquí? ¿En Tulsa?

Stevie Rae asintió.

—Pero está escondido. Nadie en la Casa de la Noche sabe lo nuestro.

—¿Ni siquiera Zoey?

—No, sobre todo Zoey no. Se enfadaría mucho. Demonios, mamá, cualquiera que lo supiese se enfadaría. Sé que me van a descubrir y no sé qué hacer. Es terrible. Todo el mundo me va a odiar. Nadie lo va a entender.

—No todos te van a odiar, nena. Yo no te odio.

Stevie Rae suspiró y después sonrió.

—Pero tú eres mi mamá. Tu trabajo es quererme.

—También es el trabajo de un amigo, si es un amigo de verdad —contestó mamá Johnson, haciendo una pausa antes de hacerle una pregunta con suavidad—. Nena, ¿le debes algo a esa criatura? A ver, yo no sé mucho de vampiros, pero todo el mundo sabe que conectarse con un vampiro es algo serio. ¿Te obligó de alguna manera a hacerlo? Si eso fue lo que pasó, podemos ir a la escuela. Tendrán que entenderlo y habrá alguna manera de ayudarte a que te libres de él.

—No, mamá. Me conecté con Rephaim porque me salvó la vida.

—¿Te trajo de vuelta de la muerte?

Stevie Rae sacudió la cabeza.

—No. No estoy segura de cómo no-morí, pero eso tiene algo que ver con Neferet.

—Pues entonces tendría que agradecérselo, nena. Quizás yo…

—¡No, mamá! Tienes que alejarte de la escuela y de Neferet. Lo que hizo no fue porque fuera buena. Finge serlo, pero es todo lo contrario.

—¿Y esa criatura a la que llamas Rephaim?

—Lleva del lado de la Oscuridad mucho tiempo. Su padre es realmente terrible y le ha confundido la mente.

—Pero ¿te salvó la vida? —le preguntó mamá Johnson.

—Dos veces, mamá, y lo haría de nuevo. Estoy segura.

—Nena, piénsalo bien antes de responderme a dos preguntas.

—Vale, mamá.

—Primero, ¿tú ves el bien en él?

—Sí —dijo Stevie Rae, sin dudarlo—. Lo veo.

—Segundo, ¿sería capaz de hacerte daño? ¿Estás a salvo con él?

—Mamá, se enfrentó al monstruo más terrible que te puedas imaginar para salvarme y, cuando lo hizo, el monstruo lo atacó y lo hirió. Mucho. Y él lo hizo para que no me lastimasen a mí. Sinceramente, creo que moriría antes que hacerme daño.

—Entonces te voy a decir lo que me dice mi corazón: no logro entender cómo puede existir una mezcla de hombre y pájaro pero estoy dejando esa locura a un lado porque te ha salvado y estás unida a él. Y lo que eso significa, cariño, es que cuando le llegue el momento de elegir entre lo malo de su pasado y un futuro diferente contigo, si es lo suficientemente fuerte, él te escogerá a ti.

—Pero mis amigos no lo van a aceptar y, lo que es peor, los vampiros van a intentar matarlo.

—Nena, si tu Rephaim ha hecho las cosas malas que dices que has hecho, y yo te creo, entonces tiene que pagar las consecuencias de sus actos. Eso le corresponde a él, no a ti. Lo que tú tienes que recordar es que las únicas acciones que tú puedes controlar son las tuyas propias. Tú haz lo correcto, nena. Siempre se te ha dado bien eso. Protege a los tuyos. Defiende aquello en lo que crees. Eso es… eso es lo único que puedes hacer. Y si ese Rephaim permanece a tu lado, quizás te sorprenda lo que puede pasar.

Stevie Rae notó que se le volvían a llenar los ojos de lágrimas.

—Él me dijo que debía ir a verte. Él nunca conoció a su madre. Su padre la violó y murió al nacer él. Pero, no hace mucho, me dijo que tenía que encontrar la manera de ir a verte.

—Nena, un monstruo no te habría dicho eso.

—No es humano, mamá.

Stevie Rae le agarraba las manos a su madre con tanta fuerza que tenía los dedos insensibles, pero no podía soltarla. No quería volver a soltarla.

—Stevie Rae, tú tampoco eres humana, ya no, y eso a mí no me importa en absoluto. Este chico, Rephaim, te salvó la vida. Dos veces. Así que no me importa si es en parte rinoceronte y si tiene un cuerno saliéndole por la frente. Salvó a mi chica, y la próxima vez que lo veas, le vas a decir que le envío un gran abrazo por lo que hizo.

A Stevie Rae se le escapó una risita al imaginarse a su madre abrazando a Rephaim.

—Se lo diré.

El rostro de mamá Johnson se endureció y puso su expresión seria.

—Sabes que cuanto antes se lo digas a los demás, mejor. ¿No?

—Lo sé. Lo intentaré. Ahora mismo están pasando muchas cosas y no es buen momento para soltarles esta bomba.

—Siempre es buen momento para la verdad —dijo mamá Johnson.

—Oh, mamá, no sé cómo me he metido en este lío.

—Seguro que sí, nena. Yo ni siquiera estaba allí, pero puedo decirte que algo de esa criatura te llegó adentro y que ese algo podría acabar siendo su redención.

—Solo si es lo suficientemente fuerte —dijo Stevie Rae—. Y no sé si lo es. Hasta donde yo sé, nunca antes se ha enfrentado a su padre.

—¿Su padre aprobaría que estuvieses con él?

Stevie Rae se mofó.

—Ni de broma.

—Pero te ha salvado la vida dos veces y se ha conectado contigo. Nena, para mí eso quiere decir que ya lleva enfrentándose a su padre un tiempecito.

—No, eso lo hizo mientras su padre estaba, bueno, digamos que fuera del país. Ahora está de vuelta y Rephaim vuelve a hacer lo que él quiere que haga.

—¿En serio? ¿Y cómo lo sabes?

—Me lo dijo hoy cuando…

La voz de Stevie Rae se apagó y abrió mucho los ojos.

Su madre sonrió y asintió.

—¿Lo ves?

—¡Oh, Diosa mía, puede que tengas razón!

—Claro que tengo razón. Soy tu madre.

—Te quiero, mamá —dijo Stevie Rae.

—Y yo también te quiero, mi niña.