Zoey
—¿Z? ¿Sigues ahí? ¿Estás bien? Dime algo.
La preocupación de la voz de Stevie Rae me hizo limpiarme los mocos y las lágrimas de la cara con la manga de la camisa y tratar de recomponerme.
—Estoy aquí. Pero no… no estoy bien —dije, entre hipidos.
—Lo sé, lo sé. Es terrible.
—¿Y no hay ninguna probabilidad de error? ¿Jack está muerto de verdad?
En mi interior sabía que era ridículo cruzar los dedos y cerrar los ojos mientras lo preguntaba, pero tenía que hacer ese estúpido intento infantil. Por favor, por favor, que no sea verdad…
—Está muerto de verdad —dijo Stevie Rae, entre sus propias lágrimas—. No hay ningún error, Z.
—Es tan difícil de creer, ¡y tan injusto!
Me sentaba bien enfadarme, mejor que convertirme en una madeja completamente inútil de mocos y lágrimas.
—Jack era el chico más dulce del mundo. No se merecía lo que le ha pasado.
—No —dijo Stevie Rae, con voz temblorosa—. No se lo merecía. Yo… yo quiero pensar que está con Nyx y que está cuidando muy bien de él. Tú has estado allí… en el Otro Mundo, quiero decir. ¿Es verdad que es tan maravilloso?
Su pregunta me golpeó el corazón.
—Sé que nunca hemos hablado de ello, pero ¿tú no estuviste allí antes, ya sabes, cuando…?
—¡No! —dijo ella, como si quisiese cortar mis palabras—. No me acuerdo mucho de esos momentos, pero lo que sí sé es que no estuve en ningún lugar agradable. Y no vi a Nyx.
Las palabras me llegaron con facilidad cuando empecé a hablar y supe, en mi interior, que Nyx estaba hablando a través de mí.
—Stevie Rae, cuando te moriste, Nyx estaba contigo. Tú eres su hija. Tienes que recordar eso siempre. No sé por qué tú o los otros chicos moristeis y no-moristeis, pero estoy segura, al cien por cien, de que Nyx nunca os abandonó. Simplemente, tomasteis un camino diferente al de Jack. Él está en el Otro Mundo con la Diosa y es más feliz de lo que nunca ha sido en su vida. Para nosotros, los que nos quedamos aquí, es difícil de entender, pero yo lo viví con Heath. Por la razón que sea, a Heath le llegó su hora y ahora pertenece a ese lugar, junto a Nyx. Igual que ahora Jack pertenece a ese lugar. En mi interior estoy segura de que ambos están completamente en paz.
—¿Me lo prometes?
—Sin duda. Pero tenemos que ser fuertes los unos por los otros aquí y creer que algún día los volveremos a ver.
—Si tú lo dices, te creo, Z —dijo ella, con mejor voz—. Tienes que volver a casa. No soy solo yo la que necesita oír tu discurso de alta sacerdotisa de que todo va a estar bien.
—Damien está muy mal, ¿eh?
—Sí, estoy preocupada por él, y por las gemelas, y por el resto de los chicos. Caramba, Z, estoy hasta preocupada por Dragon. Es como si todo el mundo se estuviese ahogando en la tristeza.
No sabía qué decir. No, no es verdad. Sabía lo que quería decir… Quería gritar: «¡Si todo el mundo se está ahogando en la tristeza, ¿para qué quiero volver?!». Pero sabía que eso era ser débil y e incorrecto, a muchos niveles diferentes.
—Lo superaremos —dije en lugar de ello, poco convencida—. De verdad que sí.
—¡Sí, lo haremos! —dijo ella, con firmeza—. Vale, mira, tú y yo juntas seremos capaces de encontrar la manera de poner la maldad de Neferet al descubierto ante el Alto Consejo, de una vez por todas.
—Sigo sin creerme que se tragasen todas esas patrañas que les soltó —dije yo.
—Ni yo. Supongo que básicamente se redujo a la palabra de una alta sacerdotisa contra la de un chico humano muerto. Y Heath perdió.
—¡Neferet ya no es una alta sacerdotisa! ¡Jesús, mira que me cabrea! Y ahora no solo es Heath, también es Jack. Va a pagar por lo que ha hecho, Stevie Rae. Me aseguraré de que lo haga.
—Hay que pararla.
—Sí.
Sabía que teníamos razón… que teníamos que luchar para derrotar a Neferet, pero el simple pensamiento me abrumaba. Hasta yo pude notar el agotamiento en mi voz. Estaba cansada hasta el fondo de mi alma, realmente enferma y cansada de luchar contra la maldad de Neferet. Parecía que por cada paso hacia delante que daba, de alguna manera, al final, y pasase lo que pasase, retrocedíamos dos.
—Eh, no estás sola en esto.
—Gracias, Stevie Rae. Ya sé que no. Y, de todas formas, esto no va sobre mí. En realidad, va de hacer lo correcto por Heath, Jack y Anastasia y cualquier otro que Neferet y su malvada horda decidan masacrar a continuación.
—Sí, tienes razón, pero últimamente el mal te ha hecho pagar un gran precio.
—Es verdad, pero aquí sigo. Y hay muchos que no —dije y me volví a secar la cara con la manga, deseando tener un pañuelo a mano—. Hablando del mal, de la muerte y todo eso: ¿has visto a Kalona? No me creo que Neferet lo haya azotado y desterrado de verdad. Tiene que estar con ella metido en esto. Y si ella está en Tulsa, él también lo está.
—Bueno, corre el rumor de que sí que lo azotó —dijo mi mejor amiga.
Resoplé.
—Eso me cuadra. Se supone que él es su consorte, así que hace que le den una paliza. Uau. Sabía que le gustaba el dolor, pero me sorprende que haya accedido a ello.
—Bueno, eh… Se dice que no es que él accediese, exactamente.
—Oh, por favor, Neferet es aterradora, pero no puede mandar sobre un inmortal.
—Parece que sobre este sí. Tiene algún tipo de control sobre él porque falló en su, eh, cruel misión de aniquilarte.
Noté el toque humorístico que Stevie Rae trataba de impregnarle su voz e intenté soltar una risita para ella, pero creo que ambas sabíamos que por más bromas que hiciésemos, seguiría siendo algo horrible.
—Bueno, pues mira: a Kalona no le va a gustar que Neferet lo ande mangoneando. Y ya iba siendo hora de que ella recibiese una buena dosis de cosas que no le gustan —dije yo.
—Ahí le has dado. Creo que Kalona, probablemente, está aquí, en alguna parte, acechando desde su asquerosa sombra, y con eso me refiero a la entrepierna de Neferet —dijo Stevie Rae.
—¡Puaaaaaaaj!
Eso sí que me hizo carcajearme y la risa de Stevie Rae se unió a la mía. Por un momento, volvimos a ser las mejores amigas, partiéndonos de risa por la proliferación de alimañas en nuestro mundo. Tristemente, la parte menos divertida de nuestro mundo se abrió paso demasiado pronto y nuestro raudal de risa se secó más rápidamente de lo que solía hacerlo. Suspiré.
—Entonces, a pesar de todos esos rumores, tú no has visto a Kalona, ¿no?
—No, pero sigo con los ojos muy abiertos.
—Bien, porque pillar a ese imbécil con Neferet después de que ella le contase al Alto Consejo que lo había desterrado de su lado durante cien años, sería un primer paso definitivo para probar que ella no es como todo el mundo cree —dije—. Oh, y mantén esos ojos abiertos mirando hacia arriba. Esté donde esté Kalona, también acabarán por aparecer esos asquerosos chicos pájaro. No me creo, de ninguna manera, que hayan desaparecido de repente.
—Vale. Sí. Anotado.
—¿Y no me contó Stark que se había visto a un cuervo del escarnio en Tulsa?
Hice una pausa, tratando de recordar lo que me había dicho.
—Sí, se vio uno una vez, pero nunca más.
La voz de Stevie Rae sonaba rara, tan tensa que tenía problemas para hablar. Demonios, ¿quién podía culparla? La había dejado prácticamente a cargo de todo allí, en mi Casa de la Noche. Solo pensar lo que había pasado con Jack y Damien me hizo sentir enferma.
—Eh, ten cuidado, ¿vale? No podría soportar que te pasase nada —le dije.
—No te preocupes. Tendré cuidado.
—Bien. El sol se pondrá en algo más de dos horas. En cuanto Stark se levante, haremos las maletas y nos subiremos al primer avión de vuelta —me escuché decir, aunque el estómago se me revolvió.
—¡Oh, Z! ¡Me alegro tanto! Además de necesitarte aquí, te he echado mucho de menos.
Sonreí por teléfono.
—Yo también te he echado de menos. Y me apetece volver a casa —mentí.
—Envíame un mensaje cuando sepas a qué hora llegas. Si no estoy en mi ataúd, me acercaré a recibirte.
—Stevie Rae, tú no duermes en ningún ataúd —le dije.
—Ya podría, porque estoy como muerta para el mundo cuando el sol está en lo alto.
—Sí, Stark también.
—Eh, ¿cómo está tu chico? ¿Va mejor?
—Está bien —dije, haciendo una pausa antes de seguir—. Muy bien, de hecho.
Fiel a su costumbre, el radar de mejor amiga de Stevie Rae leyó entre líneas.
—Oh, no, no. ¿No lo habréis hecho?
—¿Y si te digo que sí?
Sentí que la cara se me ponía colorada.
—Entonces te soltaría el típico yiiijaaaaa de Oklahoma.
—Bueno, pues yiiijaaaaa entonces.
—Detalles, quiero muchos detalles —dijo, bostezando con fuerza a continuación.
—Tendrás detalles —dije—. ¿Ya va a amanecer?
—Ya ha amanecido. Me estoy apagando rápidamente, Z.
—No te preocupes. Duerme un poco. Hasta pronto, Stevie Rae.
—Buenas noches —dijo, con otro bostezo.
Colgué el teléfono y me giré para mirar a Stark, que dormía como si estuviese muerto en nuestra cama de dosel. Era incuestionable que estaba totalmente enamorada de él, aunque en ese momento me habría gustado, y mucho, sacudirle por el hombro y que se despertase como un chico normal. Pero sabía que sería inútil intentar despertarlo tan temprano. Hoy el sol se mostraba de forma poco habitual en Skye… o sea, que era superbrillante y no había ni rastro de nubes en el cielo. No cabía ninguna posibilidad de que Stark se pudiese comunicar decentemente conmigo hasta dentro de (miré el reloj) dos horas y media. Bueno, al menos eso me daba tiempo para hacer las maletas y para buscar a la reina y comunicarle la noticia de que iba a dejar este lugar donde me sentía tan bien, como en casa, este lugar que Sgiach había decidido abrir de nuevo al mundo real, al menos en parte, por lo que yo había traído de vuelta a su vida. Y ahora yo iba a despegar y dejarlo atrás porque…
Mi cerebro consiguió abrirse paso entre la confusión de mi mente y todo cuadró.
—Porque este no es mi hogar —susurré—. Mi hogar está en Tulsa. Allí es adónde pertenezco.
Sonreí tristemente, mirando a mi guardián dormido.
—Pertenecemos.
Sentí que estaba en lo correcto cuando comprendí todo lo que me esperaba allí… y todo lo que perdía al irme de aquí.
—Es hora de que regresar a casa —dije, con firmeza.
—Decid algo. Cualquier cosa. Por favor.
Acababa de confesarles mis intenciones a Sgiach y Seoras. Naturalmente, contarles la historia de la horrible muerte de Jack me había hecho llorar y moquear. De nuevo. Y después había balbuceado sobre tener que volver a casa y ser una alta sacerdotisa como es debido aunque no estuviese segura al cien por cien de lo que eso quería decir, mientras ambos me miraban en silencio con una expresión que parecía sabia e ilegible al mismo tiempo.
—La muerte de un amigo siempre es difícil de digerir. Y doblemente difícil si sobreviene demasiado pronto… demasiado joven —dijo Sgiach—. Siento tu pérdida.
—Gracias —le dije—. Todavía no me parece real.
—Aye, bueno, ya llegará el momento, muchacha —dijo Seoras, amablemente—. Deberías recordar, sin embargo, que una reina pone su duelo a un lado para ejercer su deber. No puedes tener la mente despejada si está llena de dolor.
—No creo que sea lo suficientemente mayor para todo esto —comenté.
—Nadie lo es, niña —dijo Sgiach—. Me gustaría que consideraras una cosa antes de que nos dejes. Cuando me preguntaste si podías permanecer aquí, en Skye, te dije que deberías quedarte hasta que tu conciencia te obligase a marcharte. ¿Te está hablando tu conciencia ahora, diciéndote que este es el momento de irte, o es la maquinación de otros la que…?
—Vale, alto —la interrumpí—. Probablemente Neferet cree que me está manipulando para volver, pero la verdad es que tengo que volver a Tulsa porque ese es mi hogar.
Miré a los ojos a Sgiach y seguí hablando, esperando que pudiera entenderme.
—Me encanta este lugar. A muchos niveles es magnífico estar aquí… tan magnífico que me sería muy fácil quedarme. Pero, como tú has dicho, el camino de la Diosa no es fácil… hacer lo correcto no es fácil. Si me quedo e ignoro mi hogar, no solo estaría ignorando mi conciencia, sino que le estaría dando la espalda.
Sgiach asintió, complacida.
—Entonces la decisión de regresar se origina desde un núcleo de poder, no de uno de manipulación, aunque Neferet no lo llegue a saber. Ella creerá que le ha bastado con una simple muerte para obligarte a hacer lo que ella quería.
—La muerte de Jack no es simple —dije yo, enfadada.
—No, no es simple para ti, pero una criatura de la Oscuridad mata rápida y fácilmente y sin pensar en otra cosa que no sea su propio beneficio —explicó Seoras.
—Y por culpa de eso Neferet no entenderá que tú regresas a Tulsa porque has elegido seguir el camino de la Luz y de Nyx. Te va a subestimar por ello —añadió Sgiach.
—Gracias. Lo recordaré —dije, con los ojos puestos en la mirada clara y firme de Sgiach—. Seoras y tú y todos los demás guardianes que quieran podéis venir conmigo, ya lo sabéis. Con vosotros a mi lado Neferet no tiene ninguna oportunidad de ganar.
La respuesta de Sgiach fue instantánea.
—Si dejase mi isla, las consecuencias revolucionarían al Alto Consejo. Hemos coexistido con ellos pacíficamente durante siglos porque elegí ausentarme de la política y de las restricciones de la sociedad vampira. Si me uniese al mundo moderno, no podrían seguir fingiendo que no existo.
—¿Y si eso es algo bueno? Me refiero a que me parece que ya va siendo hora de que el Alto Consejo espabile, junto con la sociedad vampírica. Ellos creen a Neferet y la han eximido de responsabilidad de la muerte de gente… de gente inocente.
Mi voz era dura y aguda. Por un momento, pensé que casi sonaba como una reina real.
—Esa no es nuestra batalla, muchachita —dijo Seoras.
—¿Por qué no? ¿Por qué luchar contra el mal no es también vuestra lucha? —me revolví contra el guardián de Sgiach.
—¿Qué te hace pensar que no luchamos aquí contra el mal? —me respondió Sgiach—. La magia antigua se te mostró desde tu llegada. Contéstame honestamente, ¿habías sentido algo así alguna vez en tu mundo?
—No. Nunca.
Sacudí mi cabeza lentamente.
—Lo que hemos estado haciendo, nuestra batalla, consiste en mantener las viejas costumbres vivas —me explicó Seoras—. Y eso no lo podemos hacer en Tulsa.
—¿Cómo estás tan seguro? —le pregunté.
—¡Porque allí ya no queda magia antigua! —dijo Sgiach, casi gritando de frustración.
Me dio la espalda y caminó por delante del enorme ventanal que daba al sol que se ponía en el agua azul grisácea que rodeaba Skye. Tenía la espalda rígida por la tensión y la voz llena de tristeza.
—Allí fuera, en ese mundo tuyo, la magia mística y maravillosa de la antigüedad, donde el toro negro era venerado junto con la Diosa, donde el equilibrio entre hombres y mujeres era respetado, y donde incluso las rocas y los árboles tenían almas, tenían nombres, ha sido destruida por la civilización, la intolerancia y el olvido. La gente de hoy en día, vampiros y humanos por igual, creen que la tierra es solo una cosa inerte sobre la que viven… que de alguna manera es algo malo, malvado o bárbaro escuchar las voces de las almas del mundo, y así el corazón y la nobleza de toda una forma de vida se fueron consumiendo y marchitando…
—Y encontraron aquí un santuario —continuó Seoras cuando la voz de Sgiach le falló.
Se colocó a su lado. La reina me daba la espalda, pero él me miraba. Ligeramente, el guardián le tocó el hombro y después dejó que sus dedos recorriesen su brazo para darle la mano. Vi cómo el cuerpo de Sgiach reaccionaba a su contacto. Fue como si a través de él hallase la calma. Antes de girarse hacia mí, la vi apretarle la mano y después soltársela. Cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse, volvía a ser, de nuevo, noble, fuerte y calmada.
—Somos el último bastión de las viejas costumbres. Proteger la magia antigua ha sido mi cometido durante siglos. La tierra aquí todavía es sagrada. Venerando al toro negro y respetando a su homólogo, el toro blanco, se mantiene el equilibrio antiguo y queda así un pequeño lugar en este mundo que lo recuerda.
—¿Lo recuerda?
—Aye, recuerda un tiempo en el que el honor significaba más que el individuo y en el que la lealtad no era ni una opción, ni una reflexión posterior —explicó Seoras, solemnemente.
—Pero yo veo algo de eso en Tulsa. Allí también hay honor y lealtad y mucha gente del pueblo de mi abuela, los cheroqui, sigue respetando a la tierra.
—Hasta cierto punto eso puede ser verdad, pero piensa en la arboleda… en cómo te sientes en su interior. Piensa en la manera en que esta tierra te habla —dijo Sgiach—. Sé que la oyes. Lo he visto en ti. ¿Te has sentido realmente así en otro lugar que no sea mi isla?
—Sí —le contesté, sin pensar—. La arboleda del Otro Mundo se parece mucho a la que hay enfrente del castillo, al otro lado del camino.
Después me di cuenta de lo que estaba diciendo y Sgiach y, de repente, y todo lo demás tuvo sentido.
—Es eso, ¿no? Literalmente tienes un pedacito de la magia de Nyx aquí.
—En cierto modo. Lo que tengo en realidad es incluso más antiguo que la Diosa. ¿Ves, Zoey? Nyx no está perdida para el mundo. Todavía. Su contrapunto masculino sí, y me temo que por culpa de eso el equilibrio entre el bien y el mal, entre la Luz y la Oscuridad, se puede haber perdido también.
—Aye, sabemos que ha sido así —la corrigió Seoras, con dulzura.
—Kalona. Él forma parte de esto de los desequilibrios —dije—. Es verdad que era el guerrero de Nyx. De alguna manera, eso se fue al traste, junto con un montón de otras cosas, cuando apareció en nuestro mundo… porque Kalona no pertenece a él.
Saberlo no me hizo sentir pena por él, o mal, pero sí me hizo entender el aire de desesperación que había notado tantas veces a su alrededor. Y eso era conocimiento. Y el conocimiento es poder.
—Así que ya ves por qué es importante que no abandone mi isla —dijo Sgiach.
—Sí —dije, a regañadientes—. Pero sigo pensando que podrías estar equivocada en lo de que no queda magia antigua en el mundo exterior. El toro negro se materializó en Tulsa, ¿recuerdas?
—Aye, pero no antes de que apareciese el toro blanco —puntualizó Seoras.
—Zoey, me gustaría mucho creer que el mundo exterior no ha destruido por completo la magia antigua y, por ello, hay algo que quiero que tengas.
Sgiach levantó la mano y desenredó un hilo de plata de entre el montón de collares centelleantes que adornaban su cuello. Pasó la delicada cadena por encima de su cabeza y la sostuvo en lo alto, a la altura de mis ojos. Colgando de ella había un círculo perfecto de piedra, del color de la leche, lisa y suave, que me recordaba a unos caramelos redondos de sabor a coco. Las antorchas que los guerreros habían empezado a encender relucieron contra la superficie de la piedra, haciéndola brillar, y reconocí la roca.
—Es un pedazo de mármol de Skye —dije.
—Sí… un pedazo especial de mármol de Skye llamado piedra vidente. La encontró un guerrero hace cinco siglos en su búsqueda chamánica mientras recorría la cadena montañosa de Cuillin de esta isla —me contó Sgiach.
—¿Un guerrero en una búsqueda chamánica? Eso no ocurre muy a menudo —dije yo.
Sgiach sonrió y paseó su mirada de la pieza colgante de mármol a Seoras.
—Alrededor de una vez cada quinientos años.
—Aye, correcto —afirmó Seoras, devolviéndole la sonrisa con una intimidad que me hizo sentir como si debiese apartar la vista.
—En mi opinión, una vez cada quinientos años es más que suficiente para que un pobre guerrero haga lo del chamán.
Mi estómago dio un tonto saltito de placer cuando escuché la voz. Dejé de mirar a la reina y a su guardián para centrarme en Stark, que estaba de pie en las sombras, tras el umbral arqueado, desaliñado y entrecerrando los ojos ante los restos de luz que atravesaban el ventanal. Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta y se parecía tanto a su antiguo yo que sentí que se me clavaba una punzada de añoranza de mi hogar, la primera real desde que había vuelto a ser yo. Vuelvo a casa. Ese pensamiento me hizo sonreír mientras me apresuraba a ir a su lado. Sgiach hizo un gesto con su mano. Las pesadas cortinas taparon lo poco que quedaba de los rayos de sol y eso permitió que Stark saliese de las sombras y me cogiera entre sus brazos.
—Eh, no pensaba que te fueses a levantar hasta dentro de una hora o así —le dije, abrazándolo con fuerza.
—Estabas preocupada y eso me despertó —me susurró en el oído—. Además, estaba teniendo sueños muy raros.
Me eché hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.
—Jack está muerto.
Stark empezó a negar con la cabeza y después paró, me tocó la mejilla y dejó escapar un largo suspiro.
—Eso fue lo que sentí. Tu tristeza. Z, lo siento mucho. ¿Qué demonios ha pasado?
—Oficialmente, un accidente. En realidad fue Neferet, pero nadie puede probarlo —le expliqué.
—¿Cuándo volvemos a Tulsa?
Le sonreí en agradecimiento.
—Esta noche —dijo Sgiach—. Podemos arreglarlo para que salgáis en cuanto tengáis las maletas hechas.
—¿Y qué pasa con esa piedra? —preguntó Stark, cogiéndome de la mano.
Sgiach la levantó de nuevo. Estaba pensando en lo bonita que era cuando se giró suavemente en la cadena y mi mirada se vio atraída por el círculo perfecto del centro. El mundo se estrechó y desapareció a mi alrededor mientras todo mi ser se concentraba en el agujero de la piedra, a través del que, por un momento, llegué a ver un atisbo de la sala.
¡¡Había desaparecido!!
Luchando contra una oleada de vértigo y náuseas, miré a través de la piedra vidente y vi lo que parecía un mundo submarino. Las figuras flotaban y revoloteaban alrededor, todas en tonos turquesa y topacio, cristal y zafiro. Me pareció ver alas y aletas y largos y envolventes remolinos de cascadas de cabello a la deriva. ¿Sirenas? ¿O son Snorkels? Debo de haberme vuelto loca, fue lo que pensé justo antes de perder mi batalla contra el mareo y caer de golpe de espaldas en el suelo.
—¡Zoey! ¡Mírame! ¡Dime algo!
Stark, totalmente asustado, estaba inclinado sobre mí. Me había agarrado por los hombros y me sacudía con fuerza.
—Eh, para —protesté débilmente, intentando sin éxito apartarlo a un lado.
—Déjala respirar. Estará bien en un momento —me llegó la voz supercalmada de Sgiach.
—Se ha desmayado. Eso no es normal —dijo Stark.
Seguía agarrándome de los hombros, pero había dejado de sacudirme el cerebro.
—Estoy consciente y estoy aquí —lo tranquilicé—. Ayúdame a sentarme.
El ceño fruncido de Stark indicaba que la idea no le gustaba, pero hizo lo que le pedía.
—Bebe esto —me dijo Sgiach poniéndome una copa de vino bajo la nariz.
Tenía un aroma fuerte a sangre. Lo cogí y lo bebí con ganas mientras ella hablaba.
—Y es normal que una alta sacerdotisa se desmaye la primera vez que utiliza el poder de una piedra vidente, sobre todo si no está preparada para ello.
Sintiéndome mucho mejor después del vino de sangre (puaj, pero qué rico…), levanté las cejas mirándola y me puse de pie.
—¿No me podíais haber preparado?
—Aye, pero la piedra vidente solo funciona con algunas altas sacerdotisas, y si no hubiese funcionado contigo, te habría sentado mal, ¿verdad? —dijo Seoras.
Me froté el trasero.
—Creo que habría preferido que me sentase mal, en lugar de caer sentada con fuerza sobre el culo. Bueno, ¿y qué demonios es lo que he visto?
—¿Cómo era? —preguntó Sgiach.
—Una extraña pecera submarina a través de ese pequeño agujero —dije, señalando hacia la piedra, pero con cuidado de no mirarla.
Sgiach sonrió.
—Sí, ¿y dónde has visto seres parecidos antes?
Parpadeé al entenderlo.
—¡En la arboleda! Son espíritus del agua.
—Exacto —asintió Sgiach.
—¿Entonces es como un buscador de magia? —preguntó Stark, mirando a la piedra de reojo.
—Sí, cuando la usa una alta sacerdotisa con el tipo de poder adecuado.
Sgiach levantó la cadena y me la puso alrededor del cuello. La piedra vidente se acomodó entre mis senos, caliente, como si estuviese viva.
—¿De verdad encuentra magia?
Coloqué mi mano reverentemente sobre la piedra.
—Solo un tipo —precisó Sgiach.
—¿Magia de agua? —pregunté, confusa.
—El elemento no es lo que importa, sino la magia en sí misma —dijo Seoras.
Antes de que pudiese pronunciar el «¿eh?» que mi cara ya reflejaba, Sgiach me lo explicó.
—Una piedra vidente está en sintonía con la más antigua de las magias, del tipo que yo protejo en mi isla. Te la regalo para que puedas, en efecto, reconocer la magia antigua, si es que existe todavía en el mundo exterior.
—Si encuentra algo de ese tipo de magia, ¿qué debe hacer? —preguntó Stark, todavía lanzándole miradas cautelosas a la piedra.
—Alegrarse o correr, dependiendo de lo que descubra —dijo Sgiach, con una sonrisa irónica.
—Ten en cuenta, muchacha, que fue la magia antigua la que envió a tu guerrero al Otro Mundo, y la magia antigua lo convirtió en tu guardián —dijo Seoras—. No ha sido suavizada por la civilización.
Cerré la mano alrededor de la piedra vidente cuando recordé a Seoras encima de Stark, en trance, rajándolo una y otra vez para que su sangre bajase por la antigua lacería de piedra que llamaban Seol ne Gigh, el Ara del Espíritu. De repente, me di cuenta de que estaba temblando.
Luego la mano cálida y fuerte de Stark cubrió la mía y levanté la vista hacia sus ojos firmes.
—No te preocupes. Estaré contigo, y haya que correr o alegrarse, estaremos juntos. Siempre te protegeré, Z.
Entonces, al menos por un momento, me sentí a salvo.