13

Stevie Rae

—¡Oh, por todos los demonios! ¿Me estás diciendo que nadie ha llamado a Zoey? —exclamó Aphrodite.

Stevie Rae tomó a Aphrodite del codo, quizás con más fuerza de la técnicamente necesaria, y la condujo hacia la puerta de la habitación de Damien. Se paró en el umbral y ambas miraron hacia atrás, a la cama donde Damien estaba encogido con Duchess y su gata, Cameron. El chico, la perra y la gata por fin habían caído, hacía unos minutos, en un sueño inducido por la congoja y el agotamiento.

Silenciosamente, Stevie Rae le señaló el vestíbulo con el dedo a Aphrodite. Ella le hizo una mueca. Stevie Rae se cruzó de brazos y se plantó firme.

—Fuera —vocalizó—, ahora.

Y después salió y cerró la puerta suavemente detrás de ellas.

—Y mantén baja la maldita voz aquí fuera también —le susurró Stevie Rae, ferozmente.

—Vale. Voz baja. ¿Jack está muerto y nadie ha llamado a Z? —Aphrodite repitió su pregunta, en un tono mucho menos escandaloso.

—No. No es que yo haya tenido mucho tiempo. Damien ha estado histérico. Duchess ha estado histérica. Toda la escuela es un gallinero. Soy la única maldita alta sacerdotisa que no está, supuestamente, encerrada en sus aposentos rezando… o lo que sea que Neferet esté haciendo. Así que he estado ocupada tratando de capear el maldito temporal que se nos ha venido encima y tratando de sobrellevar la muerte de un chico maravilloso.

—Sí, eso lo entiendo y yo también estoy triste y todo eso, pero Zoey tiene que volver ya. Si estabas demasiado ocupada, deberías haber dejado que la llamase uno de los profesores. Cuanto antes lo sepa, antes vendrá.

Darius se acercó rápidamente a ellos y tomó a Aphrodite de la mano.

—Fue Neferet, ¿verdad? Esa puta mató a Jack —le preguntó Aphrodite.

—Imposible —contestaron Darius y Stevie Rae a la vez.

Esta le telegrafió a Aphrodite un molesto «ya te lo dije» antes de que el chico empezase a explicarse.

—De hecho, Neferet estaba en la reunión del Consejo cuando Jack se cayó de la escalera. Y no solo Damien vio caer a Jack, sino que hay otro testigo que corrobora la hora. Drew Partain estaba cruzando el campo cuando oyó la canción que cantaba Jack. Dijo que solo escuchó parte de ella porque el campanario del templo de Nyx empezó a dar la medianoche, o al menos esa fue la razón por la que él pensaba que había dejado de escuchar la voz de Jack.

—Pero, en realidad, ese fue el momento en que Jack murió —dijo Stevie Rae, con la voz ronca e inexpresiva, la única que podía usar para evitar que le temblase tanto como ella se sentía temblar por dentro.

—Sí, la hora es la correcta —confirmó Darius.

—¿Y estás segura de que Neferet estaba en la reunión, en ese momento? —inquirió Aphrodite.

—Escuché las campanadas del reloj mientras ella hablaba —dijo Stevie Rae.

—Sigo sin creerme, ni por un instante, que ella no esté detrás de su muerte —dijo Aphrodite.

—No te estoy quitando la razón, Aphrodite. Neferet es más resbaladiza que la mierda en un tejado de hojalata, pero los hechos son los hechos. Ella estaba delante de todos nosotros cuando Jack se cayó de la escalera.

—Oye, en serio, me dan asco tus analogías de pueblerina. ¿Y qué hay de la espada? ¿Cómo pudo casi seccionarle la cabeza «accidentalmente»? —preguntó Aphrodite, dibujando las comillas con las manos.

—Las espadas deben colocarse con la empuñadura en el suelo y la punta hacia arriba. Dragon se lo explicó a Jack. Cuando el chico se cayó sobre la hoja, la empuñadura se clavó en el suelo y lo empaló. Técnicamente, pudo haber sido un accidente.

Aphrodite se pasó una mano temblorosa por la cara.

—Es horrible. Realmente horrible. Pero no ha sido ningún jodido accidente.

—Me da la impresión de que ninguno de nosotros se cree que Neferet sea inocente de la muerte del chico, pero lo que creamos y lo que podamos demostrar son dos cosas diferentes. El Alto Consejo ya dictaminó una vez a favor de ella y, básicamente, en contra de nosotros. Si acudimos a ellos con otra suposición y sin pruebas de sus fechorías, solo conseguiremos desacreditarnos más —dijo Darius.

—Lo pillo, pero me toca las narices —suspiró Aphrodite.

—Nos las toca a todos —dijo Stevie Rae—. Y mucho. Muchísimo.

Al notar ese tono inusualmente duro en la voz de Stevie Rae, Aphrodite la miró y levantó una ceja.

—Sí, pues usemos parte de ese cabreo para expulsar a esta gilipollas de aquí, de una vez por todas.

—¿Cuál es el plan? —le preguntó Stevie Rae.

—Primero, sacar el culo de Zoey de la hamaca. Neferet odia a Z. Irá a por ella… siempre lo hace. Solo que esta vez la estaremos vigilando todos, esperando, y conseguiremos pruebas que ni siquiera el Alto Consejo, tan pro-Neferet, podrá ignorar.

Sin esperar a que ninguno de los demás respondiese, Aphrodite sacó el iPhone de su bolso metálico de Coach, introdujo su código y dijo: «Llamar a Zoey».

—Iba a hacerlo yo —protestó Stevie Rae.

Aphrodite puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas pero… llegas demasiado tarde. Además, eres demasiado buena gente. Lo que Z necesita es una gran dosis de «déjate de chorradas y haz lo que tienes que hacer». Y yo soy la chica perfecta para infundírsela.

Hizo una pausa, escuchó y volvió a poner los ojos en blanco.

—Es su vomitivo mensaje del contestador de Disney Channel diciendo: «¡Hey, chicos! Dejadme un mensaje y que tengáis un día genial».

Aphrodite lo imitó con voz supercursi. Exhaló, esperando el pitido.

Y Stevie Rae le arrancó el teléfono de la mano, hablando rápidamente por él.

—Z, soy yo, no Aphrodite. Necesito que me llames en cuanto oigas esto. Es importante.

Pulsó el botón para finalizar la llamada y se enfrentó a Aphrodite.

—De acuerdo, vamos a dejar algo muy claro. Que yo trate de ser un ser humano decente no quiere decir que sea «demasiado buena gente». Lo que le ha pasado a Jack ya es suficientemente chungo. Enterarse de ello mediante un mensaje sería súper, superchungo. Además, no creo que sea muy bueno asustar a Zoey de esa manera, sobre todo después de que haya tenido el alma hecha pedazos.

Aphrodite le quitó bruscamente el iPhone a Stevie Rae.

—Escucha, no tenemos tiempo para andar de puntillas teniendo en cuenta los sentimientos de Zoey. Necesita ponerse el uniforme de chica mayor, de alta sacerdotisa, y hacer honor a lo que ello significa.

—No, escúchame tú.

Stevie Rae invadió el espacio personal de Aphrodite, lo que hizo que Darius automáticamente se acercase más a ella.

—Z no necesita ponerse ningún uniforme de alta sacerdotisa: ya es una alta sacerdotisa. Pero ha vivido la muerte de alguien a quien amaba y eso es algo que obviamente tú no entiendes. Velar por sus sentimientos ahora mismo no es malcriarla. Es ser su amiga. A veces todos necesitamos un poco de protección por parte de nuestros amigos —dijo, mirando a Darius y sacudiendo la cabeza—. Y no, eso no significa que tengas que proteger a Aphrodite de mí, Darius. Jesús, pero ¿qué te pasa?

El chico le sostuvo la mirada.

—Por un momento, tus ojos han brillado de color rojo.

Stevie Rae se aseguró de no mudar su expresión.

—Sí, bueno, eso no me sorprende. Quedarme mirando mientras Neferet se libra de pagar las consecuencias de lo que le ha pasado a Jack me está costando bastante. Tú te sentirías igual si hubieses estado aquí y hubieras visto que todo se derrumbaba.

—Supongo que sí, pero mis ojos no habrían tenido ese brillo rojo —repuso Darius.

—Muérete y no-muérete y después me lo cuentas —le dijo Stevie Rae. Se volvió hacia Aphrodite—. Tengo cosas que hacer mientras Damien está durmiendo. ¿Os vais a quedar tú y Darius a velarlo? No me creo ni por un segundo que Neferet vaya a estar encerrada en su habitación, rezándole a Nyx durante lo que queda de noche, como nos quiere hacer creer.

—Sí, nos quedaremos —dijo Aphrodite.

—Si se despierta, sé amable —dijo Stevie Rae.

—No seas imbécil. Claro que seré amable.

—Bien. Volveré muy pronto, pero si necesitáis un descanso, llamad a las gemelas y ellas os relevarán.

—Lo que tú digas. Adiós.

—Adiós.

Stevie Rae se apresuró a bajar por el vestíbulo, sintiendo la mirada inquisitiva de Darius sobre ella con tal intensidad que la dotaba de peso físico.

¡Tengo que dejar de permitir que Darius me haga sentir culpable! —se dijo a sí misma bruscamente—. No he hecho nada malo. ¿Y qué si mis ojos relucen con tono rojizo cuando estoy cabreada? Eso no tiene nada que ver con el hecho de que esté conectada con Rephaim. Lo he dejado. Esta noche lo he ignorado. Sí, tengo que encontrarlo y preguntarle qué demonios sabe sobre lo que le ha pasado a Jack, pero no porque yo quiera. Es que tengo que hacerlo.

Se contó esa gran mentira en silencio a sí misma. Estaba tan distraída por sus pensamientos que casi choca con Erik.

—Eh, oh, Stevie Rae. ¿Está bien Damien?

—Bueno, ¿tú qué crees, Erik? Su novio, al que quería, acaba de morir de una manera espantosa. No, no está bien. Pero está durmiendo. Por fin.

—Sabes, no hace falta que seas borde. Estoy preocupado de verdad por él y a mí también me importaba Jack.

Stevie Rae lo miró fijamente. Realmente tenía mal aspecto, lo que era totalmente inusual para el guaperas de Erik. Y no cabía duda de que había estado llorando. Después recordó que había sido el compañero de habitación de Jack y que también había sido muy dulce al ponerse de su lado cuando el gilipollas de Thor había tratado de meterse con él por ser gay.

—Lo siento —le dijo, tocándole el brazo—. Es que yo también estoy agobiada por todo esto. No tengo ninguna razón para ser una cabrona contigo. Vale, empezaré de nuevo.

Respiró profundamente y sonrió con pesadumbre.

—Damien está durmiendo ahora mismo, pero no está bien. Va a necesitar a amigos como tú cuando se despierte. Gracias por preguntar y gracias por estar ahí para él.

Erik asintió y le apretó la mano, brevemente.

—Gracias a ti. Sé que no te gusto mucho, por todo lo que pasó entre Zoey y yo, pero de verdad que soy amigo de Damien. Cuenta conmigo si hay algo que yo pueda hacer para ayudarlo —se ofreció Erik, haciendo una pausa y mirando a ambos lados del pasillo, como para asegurarse de que estaban solos. Después se acercó un poco más a Stevie Rae y bajó la voz—. Neferet ha tenido algo que ver con esto, ¿verdad?

Los ojos de Stevie Rae se abrieron de la sorpresa.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Sé que no es lo que pretende ser. He visto su verdadero yo y no es nada bonito.

—Sí, bueno, tienes razón. El verdadero yo de Neferet no es nada bonito. Pero tú, al igual que yo, viste que estaba justo delante de nosotros cuando Jack murió.

—Aun así, tú crees que está detrás de esto.

No era una pregunta, pero Stevie Rae asintió, en silenciosa respuesta.

—Lo sabía. Esta Casa de la Noche es una mierda. Me alegro de haberle dicho que sí a la Casa de la Noche de Los Ángeles.

Stevie Rae sacudió la cabeza.

—¿Así que esto es lo que hay? ¿Esto es lo que haces cuando te enteras de que pasa algo malo? ¿Huir?

—¿Qué puede hacer un vampiro contra Neferet? El Alto Consejo la ha rehabilitado en el cargo; están de su parte.

—Un vampiro no puede hacer mucho. Un montón de nosotros unidos, sí.

—¿Un montón de chiquillos y algún por vampiro aquí y por allá? ¿Contra una poderosa alta sacerdotisa y el Alto Consejo? Eso es una locura.

—No, lo que es una locura es apartarse a un lado y dejar que ganen los malos.

—Eh, yo tengo una vida esperando por mí… una buena vida, con una carrera de actor de puta madre, fama, fortuna y todo eso. ¿Cómo puedes culparme por no querer involucrarme en este embrollo de Neferet?

—¿Sabes qué, Erik? Lo único que te voy a decir es esto: el mal vence cuando la gente buena no hace nada —le espetó Stevie Rae.

—Bueno, técnicamente yo estoy haciendo algo. Me largo. Eh, ¿alguna vez has pensado en esto: y si todos los buenos se fuesen y el mal se aburriese de jugar solo y también se largase a su casa?

—Solía pensar que eras el tío más guay que había conocido —le contestó ella, triste.

Los ojos azules de Erik destellaron divertidos y la obsequió con una de sus deslumbrantes sonrisas.

—¿Y ahora ya sabes que lo soy?

—No. Ahora sé que eres un tío débil y egoísta que ha conseguido casi todo lo que quería gracias a su aspecto. Y eso no es nada guay.

Sacudió la cabeza y comenzó a alejarse de él. Le habló de nuevo, por encima del hombro.

—Quizás algún día encuentres algo que te importe lo suficiente como para dar la cara.

—¡Sí, y quizás algún día tú y Zoey entenderéis que salvar al mundo no es trabajo vuestro! —le gritó él a su espalda.

Stevie Rae ni siquiera se volvió para mirarlo. Erik era un pringado. Su debilidad no beneficiaba en absoluto a la Casa de la Noche de Tulsa. Lo que se avecinaba iba a ser muy duro y eso significaba que los fuertes debían continuar… y los debiluchos, quedarse atrás. Al igual que con John Wayne, era hora de reunir a las tropas.

—Y no, demonios, no es raro que mis tropas incluyan a un cuervo del escarnio —murmuró Stevie Rae para sí misma mientras se apresuraba hacia el Escarabajo de Z que estaba en el aparcamiento—. No voy a reclutarlo, exactamente. Solo voy a sacarle información. De nuevo.

Con decisión, cerró su mente a lo que había sucedido entre ella y Rephaim la última vez que solo había «necesitado información de él».

—Eh, Stevie Rae, tú y yo tenemos que…

Sin frenar su marcha, Stevie Rae levantó una mano y cortó a Kramisha.

—Ahora no. No tengo tiempo.

—Solo digo que…

—¡No! —le gritó Stevie Rae a la poetisa, frustrada, que se paró de golpe y la miró—. Sea lo que sea lo que me tienes que decir, puede esperar. No quiero ser borde contigo, pero tengo cosas que hacer y me quedan exactamente dos horas y cinco minutos hasta que salga el sol.

Después dejó a Kramisha mordiendo el polvo allí de pie, mientras corría para entrar en el Escarabajo, encenderlo, meter primera y salir casi derrapando del aparcamiento.

Le llevó justo siete minutos llegar a los terrenos de Gilcrease. No subió con el coche. Ya habían arreglado los destrozos de la tormenta de hielo y el portal eléctrico volvía a funcionar, así que todo estaba cerrado a cal y canto. Stevie Rae aparcó a un lado de la carretera, detrás de un árbol grande. Ocultándose automáticamente con el poder que filtró desde la tierra, se dirigió directamente a la destartalada mansión.

La puerta no fue ningún problema. Nadie se había preocupado por volverla a cerrar con llave. De hecho, mientras se abría camino por la vieja casa y subía al tejado, notó que había habido pocos cambios desde la última vez que había estado allí.

—¿Rephaim? —lo llamó.

Su voz sonó extraña y demasiado fuerte en la noche fría y solitaria.

La puerta del armario donde se había hecho su nido estaba abierta, pero él no estaba acurrucado allí dentro.

Subió a la terraza del tejado. También estaba vacía. Todo el lugar estaba desierto. Pero ella ya sabía que él no estaba allí desde que había puesto el pie en los terrenos del museo. Si Rephaim hubiese estado allí lo habría sentido, como lo había sentido antes, en la Casa de la Noche, observándola. Su vínculo los unía… y mientras este permaneciese intacto, estarían conectados.

—Rephaim, ¿dónde estás ahora? —le preguntó al cielo silencioso.

Y después los pensamientos de Stevie Rae se ralentizaron y se recolocaron y obtuvo la respuesta; la sabía desde el principio: lo único que tenía que hacer era dejar su orgullo, su dolor y su ira a un lado para encontrarla allí, esperando por ella. «Su vínculo los unía… mientras este permaneciese intacto, estarían conectados». Ella no tenía que buscarlo. Rephaim la encontraría a ella.

Stevie Rae se sentó en medio del tejado y miró hacia el norte. Respiró larga y profundamente y soltó el aire. Con su siguiente inspiración se concentró en inhalar todos los aromas de la tierra que la rodeaban. Olió la humedad fría de las ramas desnudas por el invierno, la frescura de la tierra helada, la fertilidad de la arenisca de Oklahoma que cubría el suelo… Extrayendo la fuerza de la tierra con su respiración, Stevie Rae habló.

—Encuentra a Rephaim. Dile que venga a mí. Dile que lo necesito.

Después soltó el poder de la tierra con su exhalación. Si hubiese tenido los ojos abiertos, Stevie Rae habría visto el resplandor verde que flotaba a su alrededor. También habría visto que, mientras corría atravesando la noche para hacer lo que le había pedido, estaba teñido de un fulgor escarlata.