12

Rephaim

El cuervo del escarnio se dejó caer desde tejado del edificio Mayo, de diecisiete pisos de altura. Con las alas extendidas, planeó por el centro de la ciudad, con su oscuro plumaje haciéndolo casi invisible.

Como si los humanos levantasen la vista alguna vez… pobres criaturas terrestres. Era curioso que nunca pensase en Stevie Rae como parte de esa patética chusma sin alas, aunque ella también estuviese anclada a la tierra.

Stevie Rae… Su vuelo vaciló. Disminuyó la velocidad. No. No pienses en ella ahora. Primero tengo que alejarme mucho y asegurarme de que mis pensamientos son solo míos. Padre no debe adivinar que algo no va bien. Y Neferet no puede saberlo nunca jamás.

Rephaim cerró su mente a todo excepto al cielo nocturno y voló describiendo un círculo deliberadamente largo y lento para asegurarse de que Kalona no había cambiado de opinión y desafiado a Neferet para unirse a él. Cuando supo que la noche era suya, se colocó de cara al nordeste para enfilar la trayectoria que lo llevaría primero a la vieja estación de Tulsa y después al instituto Will Rogers, al escenario de la supuesta violencia pandillera que aquejaba recientemente esa parte de la ciudad.

Estaba de acuerdo con Neferet en que la causa de los ataques era casi seguramente cosa de los iniciados rojos malvados. Pero eso era lo único en lo que estaba de acuerdo con ella.

Rephaim aleteó silenciosa y rápidamente hasta el edificio de la estación abandonada. Voló en círculos a su alrededor y utilizó su aguda visión para detectar todo asomo de movimiento que pudiese traicionar la presencia de cualquier vampiro o iniciado, rojo o azul. Estudió el edificio con una extraña mezcla de expectación y renuencia. ¿Qué haría si Stevie Rae había vuelto y reclamado el sótano y la laberíntica serie de túneles para sus iniciados?

¿Sería capaz de permanecer en silencio, invisible en el cielo nocturno, o permitiría que ella que lo viese?

Antes de poder formular la respuesta, una certeza lo invadió: no iba a tener que tomar esa decisión. Ella no estaba en la estación. Si así fuese, él lo sabría. Esa convicción cayó sobre él como una mortaja y, con una larga expiración, Rephaim se posó sobre el tejado de la estación.

Por fin completamente solo, se permitió pensar en la avalancha de acontecimientos que había comenzado ese día. Rephaim dobló las alas fuertemente contra su espalda y paseó de un lado a otro.

La tsi sgili estaba tejiendo una red de fatalidades que podría deshacer el mundo de Rephaim. Padre iba a utilizar a Stevie Rae en su guerra contra Neferet por el dominio de su espíritu. Padre usaría a cualquiera para ganar esa guerra. Apenas había formulado ese pensamiento en su mente cuando ya lo estaba apartando a un lado, reaccionando automáticamente como habría hecho antes de que Stevie Rae entrase en su vida.

—¿Entrase en mi vida? —se rió Rephaim, desganadamente—. Más bien entrase en mi mente y en mi cuerpo.

Hizo una pausa en su caminar, recordando la sensación del poder maravilloso y purificante de la tierra inundándolo y sanándolo. Sacudió la cabeza.

—No es para mí —le dijo a la noche—. Mi sitio no es a su lado; eso es imposible. Mi sitio está donde siempre ha estado, con mi padre, en la Oscuridad.

Rephaim miró hacia abajo, a la mano que descansaba en el borde oxidado de una rejilla metálica. Él no era ni hombre, ni vampiro, inmortal o humano. Era un monstruo.

Pero ¿eso significaba que podría ejercer de observador pasivo mientras su padre utilizaba a Stevie Rae y ver cómo la tsi sgili se aprovechaba de ella? O peor, ¿que podría tomar parte en su captura?

Ella no me traicionaría. Aunque yo la capturase, Stevie Rae no traicionaría nuestra conexión.

Sin dejar de mirarse la mano, Rephaim se dio cuenta de dónde estaba, de sobre qué rejilla había apoyado la mano, y dio un salto hacia atrás. Allí era donde los iniciados rojos malvados los habían atrapado… allí era donde Stevie Rae casi había perdido la vida… y allí había estado tan mortalmente herida que él le había permitido beber de él… Conectarse con él…

—¡Por todos los demonios, si pudiese volver atrás! —le gritó al cielo.

Las palabras resonaron a su alrededor, repitiéndose, burlonas. Dejó caer los hombros e inclinó la cabeza mientras sus manos repasaban la vasta superficie de la rejilla de hierro.

—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó Rephaim, en un murmullo.

No le llegó ninguna respuesta, pero tampoco se la esperaba. En lugar de ello, retiró la mano del implacable hierro y se recompuso.

—Haré lo que siempre he hecho. Seguiré las órdenes de mi padre. Si puedo hacer eso y, al menos en alguna medida, proteger a Stevie Rae, que así sea. Si no puedo protegerla, pues que así sea también. Mi camino está marcado desde mi concepción. No puedo desviarme de él ahora.

Sus palabras sonaron tan frías como una noche de enero, pero su corazón latía caliente, como si lo que acababa de decir le hiciese hervir la sangre en el interior de su cuerpo.

Sin dudarlo más, Rephaim saltó del tejado de la estación y continuó con su ruta hacia el este, recorriendo los pocos kilómetros que había entre el centro y el instituto Will Rogers. El edificio principal estaba sobre una pequeña elevación, al lado de un espacio abierto de césped. Era grande y rectangular y estaba construido con un ladrillo claro que asemejaba arena bajo la luz de la luna. Se sintió atraído hacia la parte más central de la estructura, la primera de las dos torres cuadradas grandes con adornos labrados que se elevaban desde allí. Aterrizó en ella y enseguida adoptó una postura defensiva.

Podía olerlos. El aroma de los iniciados malvados estaba por todas partes. Moviéndose sigilosamente, Rephaim se colocó para poder echarles un vistazo a los terrenos de la parte delantera de la escuela. Vio algunos árboles, grandes y pequeños, una larga explanada de césped… y nada más.

Rephaim esperó. No tuvo que hacerlo durante mucho tiempo. Sabía que sería así. El alba estaba demasiado cerca. Por eso esperaba ver a los iniciados… solo que no se esperaba que entrasen andando descaradamente por la puerta principal, apestando a sangre fresca y guiados por Dallas, el que acababa de superar el cambio.

Nicole estaba pegada a él. Ese lerdo enorme de Kurtis obviamente pensaba que era algún tipo de guardaespaldas porque cuando Dallas apoyó la mano en una de las puertas del color de la herrumbre, el descomunal iniciado acercó al borde de los escalones de cemento, de espaldas a ellos y sosteniendo un arma, como si supiese qué hacer con ella.

Rephaim sacudió la cabeza, asqueado. Kurtis no levantó la vista. Ninguno de los iniciados, o Dallas, miró hacia arriba. Él ya no era la criatura destrozada que habían capturado y utilizado; no tenían ni idea de lo patéticamente vulnerables que eran ante su ataque.

Pero Rephaim no los atacó. Esperó y observó.

Se escuchó un sonido chisporroteante y Nicole se frotó contra Dallas brevemente.

—¡Oh, sí, churri! Haz tu magia.

Su voz se elevó en la noche mientras Dallas se reía y tiraba para abrir la puerta, ya sin cierre ni alarma.

—Vamos —le dijo Dallas a Nicole, sonando más mayor y duro de lo que Rephaim recordaba—. Se acerca el amanecer y hay algo de lo que tienes que ocuparte antes de que salga el sol.

Nicole le tocó con la mano la parte delantera de sus pantalones mientras el resto de los iniciados rojos se reía.

—Pues vamos a esos túneles del sótano para que pueda ponerme a ello.

Nicole guió a los iniciados al interior de la escuela. Dallas esperó fuera a que todos estuviesen dentro y luego los siguió, cerrando la puerta. Poco después, Rephaim escuchó otro chisporroteo igual que el anterior al que lo siguió el silencio. Y a continuación, cuando el guardia de seguridad pasó conduciendo perezosamente por allí, todo seguía tranquilo. Él tampoco levantó la vista, por lo que no vio al enorme cuervo del escarnio agachado en la parte superior de la torre de la escuela.

Cuando el guardia se alejó, Rephaim saltó a la noche. Su mente zumbaba al ritmo del aleteo de sus alas.

Dallas lideraba a los iniciados rojos malvados.

Controlaba la magia moderna de este mundo y, de alguna manera, eso le daba acceso a los edificios.

El instituto Will Rogers era donde estaban haciendo su nido.

A Stevie Rae le gustaría saber todo eso. Necesitaba saberlo. Seguía sintiéndose responsable de ellos, a pesar de que habían tratado de matarla. Y Dallas, ¿qué sentía ella por él?

El mero hecho de pensar en ella en brazos de Dallas le enfadó. Pero ella lo había elegido a él por encima de Dallas. Clara y completamente.

Aunque eso no marcaba ninguna diferencia, en ese momento.

Fue entonces cuando Rephaim se dio cuenta de que la dirección en la que estaba volando se desviaba demasiado hacia el sur como para llevarlo al centro, al edificio Mayo. Estaba deslizándose hacia la periferia del centro de Tulsa, pasando por la poco iluminada abadía de las monjas benedictinas, recortando por Utica Square y aproximándose silenciosamente al campus protegido por un muro de piedra. Su vuelo se volvió vacilante.

Los vampiros sí que mirarían hacia arriba.

Rephaim bateó contra el aire nocturno, elevándose más y más. Después, ya demasiado alto como para que lo viesen con facilidad, bordeó el campus, sumergiéndose quedamente dentro de un charco de penumbra que había entre las farolas de la parte externa del muro oriental. Allí se fue trasladando de sombra en sombra, utilizando la oscuridad de sus alas para camuflarse con la noche.

Escuchó un espeluznante aullido antes de llegar al muro. Era un sonido tan lleno de desesperación, de un corazón roto, que le perforó el alma. ¿Quién está emitiendo ese terrible aullido?

Supo la respuesta casi tan rápidamente como había formulado ese pensamiento. Una perra. La perra de Stark. Durante una de sus sesiones de incesante parloteo, Stevie Rae le había contado que uno de sus amigos, un chico llamado Jack, se había más o menos hecho cargo de la perra de Stark cuando él se había convertido en un iniciado rojo, y lo cercanos que el chico y la perra se habían vuelto y lo bien que ella pensaba que le había venido a los dos porque la perra era muy lista y Jack era muy dulce. Mientras recordaba las palabras de Stevie Rae, todo encajó. Para cuando llegó a los límites de la escuela y escuchó el llanto que acompañó al terrible aullido, Rephaim supo lo que iba a ver cuando escalase con cuidado y en silencio el muro para mirar la escena de devastación que se abriría ante él.

Miró. No pudo evitarlo. Quería ver a Stevie Rae… solo verla. Después de todo, no podía hacer otra cosa que mirar… No cabía duda alguna de que Rephaim no podía permitir que ninguno de los vampiros lo descubriesen.

Había estado en lo cierto; el inocente con cuya sangre Neferet había pagado la deuda que había contraído con la Oscuridad era la del amigo de Stevie Rae, Jack.

Bajo el árbol destrozado a través del que Kalona había escapado de su prisión de tierra, había un chico arrodillado, sollozando.

—¡Jack! —repetía una y otra vez al lado de una perra que aullaba en medio de la hierba empapada de sangre.

El cuerpo ya no estaba allí, pero sí la mancha de sangre. Rephaim se preguntó si alguien más se daría cuenta que había mucha menos de la que debería haber habido. La Oscuridad se había alimentado profundamente del regalo de Neferet.

Al lado del chico lloroso, estaba el maestro de esgrima, Dragon Lankford, de pie, en silencio, con la mano sobre su hombro. Los tres estaban solos. Stevie Rae no estaba allí. Rephaim trató de convencerse de que era mejor así. Era mejor que no estuviese… que no lo hubiese visto… De repente, una oleada de sentimientos lo golpeó: tristeza, preocupación y, sobre todo, dolor. Después, cargando entre los brazos un enorme gato del color del trigo, apareció Stevie Rae corriendo para unirse al trío luctuoso. Fue tan bueno verla que Rephaim casi se olvida de respirar.

—Duchess, tienes que parar ya.

Su voz, claramente distinguible por su acento, fue como una lluvia de primavera en el desierto. La observó agacharse al lado de la gran perra, colocando al gato entre sus piernas. El felino empezó inmediatamente a frotarse contra la perra, como si tratase de limpiarle el dolor. Rephaim parpadeó de la sorpresa cuando la perra realmente se calmó y empezó a lamer a la gata.

—Buena chica. Deja que Cameron te ayude.

Stevie Rae miró hacia arriba, al maestro de esgrima. Rephaim lo vio asentir casi imperceptiblemente. Ella dirigió su atención al chico sollozante. Rebuscó en un bolsillo de sus vaqueros y sacó un fajo de pañuelos de papel que le entregó.

—Damien, cariño, tú también tienes que parar. Vas a enfermar.

Damien cogió el pañuelo y se lo pasó rápidamente por la cara.

—N-n-no me importa —dijo él, con voz vacilante.

Stevie Rae le tocó la mejilla.

—Sé que no, pero tu gato te necesita, y también Duchess. Además, cariño, Jack se enfadaría mucho si te viese así.

—Jack no me va a volver a ver nunca más.

Damien había parado de llorar, pero su voz sonaba terrible. A Rephaim le parecía que podía escuchar el corazón del chico rompiéndose en su interior.

—No me creo eso ni por un segundo —dijo ella, firmemente—. Y si lo piensas bien, tú tampoco.

Damien la miró con ojos angustiados.

—Ahora mismo no puedo pensar, Stevie Rae. Lo único que puedo hacer es sentir.

—Parte de la tristeza se te pasará —le dijo Dragon con una voz que parecía tan destrozada como la de Damien—. Lo suficiente como para que puedas volver a pensar.

—Eso es. Escucha a Dragon. Cuando puedas volver a pensar, encontrarás lo que te une a la Diosa en tu interior. Sigue esa conexión. Recuerda que hay Otro Mundo que todos podemos compartir. Jack está allí ahora. Algún día lo volverás a ver allí.

Damien paseó la mirada de Stevie Rae al maestro de esgrima.

—¿Tú has podido hacer eso? ¿Eso te ha hecho más fácil soportar la pérdida de Anastasia?

—Nada puede hacer que su ausencia sea más fácil de llevar. Ahora mismo aún sigo buscando esa conexión con nuestra Diosa.

Rephaim sintió una horrible punzada de angustia cuando se dio cuenta de que había sido él el que había causado el dolor que sentía el maestro de esgrima. Él había matado a la profesora de hechizos y rituales, Anastasia Lankford. La pareja de Dragon. Y lo había hecho con tanta frialdad, con tal absoluta falta de sentimientos… excepto, quizás, el de la irritación de verse retrasado durante el poco tiempo que le había llevado reducirla y destruirla.

La maté sin pensar en nada o en nadie que no fuese mi necesidad de seguir a Padre, de hacer lo que él ordenaba. Soy un monstruo.

Rephaim no podía dejar de mirar al maestro de esgrima. Llevaba su dolor como un manto a su alrededor. Casi se podía ver, literalmente, el enorme vacío que la ausencia de su pareja había dejado en su vida. Y Rephaim, por primera vez en todos sus siglos de vida, sintió remordimientos por sus acciones.

No pensaba que hubiese hecho ningún sonido, ningún movimiento, pero sintió el momento en que la mirada de Stevie Rae lo descubrió. Lentamente, apartó la vista de Dragon y miró a la vampira con la que estaba conectada. Sus ojos se encontraron; sus miradas se fijaron. Sus emociones lo invadieron como si ella estuviese lanzándoselas a propósito. Primero, sintió su sorpresa al verlo. Eso le hizo sonrojarse y casi avergonzarse. Después sintió su tristeza… profunda, punzante, dolorosa. Trató de telegrafiarle su propia pena, esperando que pudiese comprender, de alguna manera, lo mucho que la había echado de menos y lo mucho que lo sentía por la parte que había jugado en el dolor que estaba experimentando. La ira lo golpeó entonces con tanta fuerza que Rephaim casi se cae del muro de piedra. Negó con la cabeza una y otra vez, inseguro de si con ello trataba de negar su furia, o la razón de ser de esta.

—Quiero que tú y Duchess vengáis conmigo, Damien. Tenéis que alejaros de este lugar. Aquí han sucedido cosas malas. Y todavía hay cosas malas acechando por aquí. Puedo sentirlo. Vámonos. Ahora —dijo, hablándole al chico arrodillado, pero sin dejar de mirar a Rephaim.

La respuesta del maestro de esgrima fue rauda. Hizo un barrido de la zona con la mirada y Rephaim se quedó paralizado, esperando que las sombras y la noche lo ocultasen.

—¿Qué pasa? ¿Qué hay ahí fuera? —preguntó Dragon.

—La Oscuridad —contestó ella, todavía mirándolo cuando pronunció esa palabra, que él notó como si fuese una daga directa a su corazón—. Oscuridad corrupta e irredimible.

Después le dio la espalda, despectivamente.

—Mi instinto me dice que no merece la pena levantar tu espada contra ella, pero salgamos de aquí igualmente.

—De acuerdo —dijo Dragon, aunque Rephaim oyó la reticencia en su voz.

Él será una fuerza con la que habrá que vérselas en el futuro, reconoció Rephaim para sí mismo. ¿Y qué pasaba con Stevie Rae? Con su Stevie Rae. ¿Qué sería ella? ¿De verdad podía odiarme? ¿De verdad podía rechazarme completamente? Navegó por sus sentimientos mientras observaba cómo cogía la mano de Damien y lo ayudaba a ponerse de pie y después los conducía a él, a la perra, a la gata y a Dragon hacia la residencia. Sin duda, podía sentir su ira y su pena y entendía esos sentimientos. Pero ¿odio? ¿De verdad la odiaba? No estaba seguro, pero Rephaim creía, en lo más profundo de su corazón, que se merecía su odio. No, él no había matado a Jack, pero estaba aliado con las fuerzas que lo habían hecho.

Soy el hijo de mi padre. Es la única forma de ser que conozco. Es mi única elección.

Después de que Stevie Rae se fuese, Rephaim se subió al borde del muro. Tomó impulso y saltó al cielo. Batió sus inmensas alas y rodeó el campus alerta, de vuelta al tejado del edificio Mayo.

Me merezco su odio… Me merezco su odio… Me merezco su odio…

Esa letanía le atravesaba la mente con cada aletazo. Su propia desesperación y amargura se unieron al eco de la tristeza y la ira de Stevie Rae. La humedad del fresco cielo nocturno se mezcló con sus lágrimas cuando la cara de Rephaim fue bañada por la luz de la luna y el sentimiento de pérdida.