11

Kalona

Sintió que Neferet se acercaba y se armó de valor, adoptando una expresión correcta y escondiendo el odio que había empezado a sentir por ella tras una máscara de ilusión y expectación.

Kalona esperaría al momento oportuno. Si había algo que el inmortal comprendiese, era el poder de la paciencia.

—Neferet se acerca —le dijo a Rephaim.

Su hijo estaba de pie ante una de las grandes puertas de cristal que daban a la enorme terraza, la característica predominante del ático de lujo que la tsi sgili había comprado. Un ático representaba toda la opulencia que Neferet ansiaba y le dotaba de la privacidad y del acceso al tejado que él necesitaba.

—¿Está conectada contigo?

La pregunta de Rephaim cortó en seco los pensamientos de Kalona.

—¿Conectada? ¿Neferet y yo? Qué pregunta más extraña es esa.

El cuervo del escarnio se giró y apartó la vista de la ciudad de Tulsa para mirar a su padre.

—Puedes sentir que se acerca. Asumo que ha probado tu sangre y que os habéis conectado.

—Nadie prueba la sangre de un inmortal.

Las puertas del ascensor se abrieron con el sonido de una campanilla y Kalona se giró justo a tiempo para ver a Neferet cruzando con firmeza el suelo de mármol reluciente. Se movía con elegancia, como deslizándose de una manera que alguien que no conociese las razones consideraría vampírica. Kalona sabía la verdad. Sabía que sus movimientos habían cambiado, se habían transformado, habían evolucionado… igual que ella había cambiado, se había transformado y, finalmente, había evolucionado hasta convertirse en mucho más que una vampira.

—Mi reina —dijo, inclinándose respetuosamente ante ella.

La sonrisa de Neferet era peligrosamente bella. Serpenteante, envolvió con un brazo el hombro de Kalona y ejerció más presión de la necesaria. Obedientemente, Kalona se inclinó para que ella pudiese tocar con sus labios los suyos. Él puso la mente en blanco. Su cuerpo le respondió, haciendo el beso más profundo y dejando que la lengua de Neferet se deslizase en su boca.

Tan bruscamente como lo había iniciado, Neferet puso fin al abrazo. Miró por encima del hombro de Kalona y habló.

—Rephaim, pensaba que estabas muerto.

—Herido, muerto no. Me curé y esperé el regreso de mi padre —contestó este.

Kalona pensó que aunque las palabras de su hijo eran adecuadas y respetuosas, había algo en su tono que no. Aunque siempre había sido difícil entender a Rephaim, como si su cara de bestia tendiese a enmascarar cualquier emoción humana que pudiese tener. Si, en realidad, él tuviese alguna emoción que se pudiese clasificar como tal.

—He sabido que te has dejado ver por los iniciados de la Casa de la Noche de Tulsa.

—La Oscuridad me llamó. Yo respondí. Que hubiese iniciados allí era algo intrascendente para mí, son insignificantes para mí —repuso Rephaim.

—No solo eran iniciados… También estaba Stevie Rae. Te vio.

—Como ya he dicho, esos seres son insignificantes para mí.

—Aun así, cometiste un error al permitir que alguien supiese que estás aquí, y yo no tolero errores —dijo Neferet.

Kalona vio que sus ojos comenzaban a tomar un tono rojizo. La cólera se agitó en su interior. Ya era suficientemente malo que él estuviese bajo el yugo de Neferet… pero que su hijo favorito pudiese ser reprendido por ella era intolerable.

—De hecho, mi reina, podría ser un punto a nuestro favor que sepan que Rephaim ha permanecido en Tulsa. Se supone que yo estoy desterrado de tu lado, así que no puedo ser visto. Si la chusma de Casa de la Noche oye rumores sobre un ser alado, asumirán que el cuervo del escarnio acecha entre las sombras y no pensarán en mí.

Neferet levantó una ceja arqueada de color ámbar.

—Buen punto, mi amor alado, sobre todo porque los dos vais a trabajar para traerme de regreso a los iniciados rojos malvados.

—Como digáis, mi reina —dijo Kalona, suavemente.

—Quiero que Zoey vuelva a Tulsa —dijo Neferet, cambiando de tema bruscamente—. Esos memos de la Casa de la Noche me han contado que se niega a abandonar Skye. Allí no está a mi alcance… y deseo que lo esté.

—La muerte del inocente debería hacerla regresar —dijo Rephaim.

Neferet entrecerró sus ojos verdes.

—¿Y tú cómo sabes lo de su muerte?

—Lo sentimos —respondió Kalona—. La Oscuridad lo celebró.

La sonrisa de Neferet era despiadada.

—Me alegro de que lo sintieseis. La muerte de ese ridículo chico fue agradable. Aunque me preocupa que ejerza el efecto contrario en Zoey. En lugar de volver corriendo junto a su débil y quejumbroso grupo de amigos, podría alimentar su decisión de permanecer escondida en esa alejada isla.

—Quizás deberías dañar a alguien más cercano a Zoey. La Roja es como una hermana para ella —sugirió Kalona.

—Sí, y esa desgraciada de Aphrodite también se ha hecho muy amiga suya —dijo Neferet, tocándose la barbilla con un dedo, reflexionando.

Un extraño sonido emitido por Rephaim atrajo la atención de Kalona.

—¿Tienes algo que añadir, hijo mío?

—Zoey se esconde en Skye. Cree que allí no podéis llegar a ella, ¿no es verdad? —preguntó Rephaim.

—No podemos —admitió Neferet y su irritación hizo que su voz sonase dura y fría—. Nadie puede traspasar las fronteras del reino de Sgiach.

—¿Igual que se suponía que nadie podía traspasar las fronteras del reino de Nyx? —dijo Rephaim.

Neferet lo perforó con sus ojos esmeralda.

—¿Osas ser impertinente?

—Expón tu argumento, Rephaim —dijo Kalona.

—Padre, tú ya has traspasado una frontera aparentemente imposible entrando en el Otro Mundo de Nyx, incluso después de que la propia Diosa te hubiese desterrado. Utiliza tu conexión con Zoey. Llega a ella a través de sus sueños. Hazle entender que no puede esconderse de ti. Eso, la muerte de su amigo y el regreso de Neferet a su Casa de la Noche deberían ser razones suficientes para persuadir a la joven alta sacerdotisa de que salga de su reclusión.

—Ella no es una alta sacerdotisa. ¡Es una iniciada! ¡Y la Casa de la Noche de Tulsa es mía, no suya! —prácticamente gritó Neferet—. No. Ya estoy harta de la conexión de tu padre con ella. No le sirvió para conseguir que muriese, así que quiero cortarla por lo sano. Si hay que alejar a Zoey de Sgiach, lo haré utilizando a Stevie Rae o a Aphrodite… o quizá, a ambas. Necesitan una lección para mostrarme el respeto adecuado.

—Como desees, mi reina —dijo Kalona, lanzándole una mirada penetrante a su hijo.

Rephaim lo miró, dudó y después, también, inclinó la cabeza y habló suavemente.

—Como desees…

—Bien, pues eso es todo. Rephaim, las noticias locales dicen que ha habido incidentes violentos cerca del instituto Will Rogers. Una banda cortando gargantas y chupando sangre. Creo que si seguimos a esa «banda» encontraremos a los iniciados rojos malvados. Hazlo. Discretamente.

Rephaim no habló, pero inclinó la cabeza con respeto.

—Y ahora voy a deleitarme en esa maravillosa bañera de mármol de la otra habitación. Kalona, mi amor, me uniré a ti en nuestra cama muy pronto.

—Mi reina, ¿no deseas que busque a los iniciados rojos con Rephaim?

—Esta noche no. Esta noche necesito un servicio más personal de tu parte. Llevamos mucho tiempo separados.

Recorrió con una uña roja el pecho de Kalona de arriba abajo y él tuvo que luchar para no apartarse de ella.

Sin embargo, ella debió advertir algo de su deseo de evitar su roce, porque sus siguientes palabras fueron frías y duras.

—¿Te desagrado?

—Por supuesto que no. ¿Cómo podrías desagradarme? Estaré preparado y dispuesto para ti, como siempre.

—Y estarás en mi cama, aguardando mi placer —le contestó ella.

Con una sonrisa cruel, se giró y se deslizó hacia el enorme dormitorio que ocupaba la mitad del ático palaciego, cerrando las puertas dobles del baño con un portazo dramático que a Kalona le pareció que sonaba como un carcelero cerrando la puerta de una prisión.

Tanto él como Rephaim permanecieron quietos y en silencio casi durante un minuto. Cuando el inmortal habló, por fin, su voz sonó ronca por la cólera reprimida.

—No existe precio demasiado grande para romper el dominio que tiene sobre mí.

Kalona se pasó la mano por el pecho, como si pudiese limpiar su roce.

—Te trata como si fueses su sirviente.

—No para toda la eternidad, eso sí que no —dijo el ser alado, forzadamente.

—Pero ahora sí. Incluso te ordena permanecer alejado de Zoey… ¡Y tú llevas siglos unido a la doncella cheroqui que comparte su alma!

El disgusto de la voz de su hijo reflejaba los propios pensamientos de Kalona.

—No —dijo él calmadamente, hablándose más a sí mismo que a su hijo—. La tsi sgili puede creer que ordena cada uno de mis movimientos, pero aunque ella se considere una diosa, no es omnisciente. No puede saberlo todo. No lo verá todo.

Las inmensas alas de Kalona se movieron, inquietas, mostrando su agitación.

—Creo que tienes razón, hijo mío. Puede que a Zoey le haga falta ese empujoncito para abandonar la isla de Skye si entiende que incluso allí no puede escapar de su conexión conmigo.

—Parece lógico —dijo Rephaim—. La chica se esconde allí para evitarte. Muéstrale que tus poderes son demasiado grandes para ello, lo apruebe o no la tsi sgili.

—Yo no preciso de la aprobación de esa criatura.

—Exactamente —secundó Rephaim.

—Hijo mío, vuela en el cielo nocturno y busca a los iniciados malvados. Eso calmará a Neferet. Lo que yo quiero que hagas en realidad es encontrar y vigilar a Stevie Rae. Obsérvala con cuidado. Fíjate adónde va y qué hace, pero no la captures todavía. Creo que sus poderes están unidos a la Oscuridad. Creo que podría sernos útil, pero primero hay que corroer su obstinada lealtad hacia Zoey y la Casa de la Noche. Debe de tener algún punto débil. Si la estudiamos el tiempo suficiente, lo descubriremos —dijo Kalona, antes de hacer una pausa y reírse, aunque el sonido resultante estuviese totalmente falto de humor—. Las debilidades pueden ser tan seductoras…

—¿Seductoras, Padre?

Kalona miró a su hijo, sin entender su extraña expresión.

—Seductoras, sí. Quizás llevas demasiado tiempo apartado del mundo como para no recordar el poder de la debilidad de un simple humano.

—Yo… yo no soy humano, Padre. Sus debilidades son difíciles de entender para mí.

—Por supuesto… por supuesto, tú solo encuentra y observa a la Roja. Ya pensaré que hacer después —le dijo Kalona, despectivamente—. Y mientras yo espero la siguiente orden de Neferet…

La palabra «orden» sonó como una burla, como si solo pronunciarla le produjese disgusto.

—… rebuscaré en el reino de los sueños y le daré a Zoey, al igual que a Neferet, una lección del juego del escondite.

—Sí, Padre —dijo Rephaim.

Kalona lo observó mientras abría las puertas dobles y salía al tejado de piedra. Rephaim atravesó la terraza hasta el muro tipo balaustrada que la rodeaba, saltó sobre la repisa plana y después abrió sus enormes alas de color ébano y se dejó caer en silencio, elegantemente, en el cielo nocturno, deslizándose como un gigante y mimetizándose con él, haciéndose casi invisible en el horizonte de Tulsa.

Kalona envidió a Rephaim durante un momento, deseando poder él también saltar del tejado del majestuoso edificio llamado Mayo y deslizarse por el cielo nocturno de los depredadores, cazando, buscando, encontrando.

Pero no. Esa noche tenía que completar otro tipo de caza. No le llevaría al cielo pero, de una manera diferente, también iba ser gratificante.

El terror podía ser gratificante.

Por un momento recordó la última vez que había visto a Zoey. Fue en el mismo momento en que su espíritu había sido arrancado del Otro Mundo y había vuelto a su cuerpo. El terror en ese instante había sido suyo y era causado por su fracaso al no ser capaz de mantener a Zoey en el Otro Mundo, matándola de ese modo. La Oscuridad, guiada por el juramento a Neferet, sellada con su sangre y su aceptación, había podido controlarlo… se había hecho con su alma.

Kalona se estremeció. Llevaba mucho tiempo teniendo tratos con la Oscuridad, pero nunca le había concedido el dominio de su alma inmortal.

La experiencia no había sido agradable. No es que el dolor hubiese sido totalmente insoportable, aunque sí que había sido grande. No se trataba de la indefensión que había conocido cuando los hilos de la Bestia lo habían encerrado. Su terror lo había causado el rechazo de Nyx.

¿Me perdonarás alguna vez?, le había preguntado.

La respuesta de la Diosa le había hecho más daño que el claymore del guardián.

Si alguna vez mereces ser perdonado, podrás pedírmelo. Hasta entonces, no.

Pero el golpe más terrible se lo habían dado sus siguientes palabras.

Le pagarás la deuda que le debes a mi hija y después volverás al mundo y a las consecuencias que allí te aguardan sabiendo esto, mi guerrero caído: que tu espíritu, así como tu cuerpo, tienen prohibida la entrada a mi reino.

Y después lo había abandonado en las garras de la Oscuridad, desterrándolo de nuevo, sin dedicarle una segunda mirada. Fue peor que la primera vez. Cuando había caído, había sido elección suya y Nyx no se había comportado de forma fría ni desaprensiva. La segunda vez había sido diferente. El terror de la irrevocabilidad de ese destierro lo acosaría durante toda la eternidad, al igual que duraría ese último vistazo agridulce que tuvo de su Diosa.

—No. No voy a pensar en eso. Este lleva siendo mi camino desde hace tiempo. Nyx no es mi Diosa desde hace siglos ni yo querría volver a mi vida como guerrero suyo, como el eterno segundón de Érebo ante sus ojos.

Kalona le habló al cielo nocturno, observando a su hijo, y después le cerró la puerta a la fría noche de enero y con ese gesto, de nuevo, le cerró su corazón a Nyx.

Con un propósito renovado, el inmortal cruzó el ático, pasó al lado de las ventanas de vidrio tintado, la barra reluciente de madera, las lámparas colgantes y el mobiliario revestido de terciopelo hasta entrar en el suntuoso dormitorio. Miró las puertas dobles que daban al cuarto de baño, a través de las que podía escuchar el agua corriendo, llenando la enorme bañera en que a Neferet le gustaba tanto relajarse. Pudo oler la fragancia que siempre le añadía al agua humeante, un aceite que era una mezcla de jazmín florecido a medianoche y clavo hecho especialmente para ella en la Casa de la Noche de París. El aroma parecía deslizarse por debajo de la puerta y saturar el aire a su alrededor, como una manta asfixiante.

Asqueado, Kalona se giró y volvió sobre sus pasos por el ático. Sin dudarlo, se acercó a las puertas de cristal más cercanas que daban a la terraza, las abrió e inspiró un trago de aire limpio y frío de la noche.

Ella iba a tener que ir junto a él, salir afuera… Y lo encontraría allí, bajo el cielo abierto, cuando se dignase a rebajarse a buscarlo. Lo castigaría por no estar en su cama, aguardando su placer como si fuese su prostituto.

Kalona gruñó.

No hacía tanto que ella, atraída por sus poderes, había estado cautivada por él.

Se preguntó brevemente si decidiría esclavizarla cuando rompiese su dominio sobre su alma.

Ese pensamiento le dio satisfacción. Más tarde. Lo pensaría más tarde. Ahora tenía poco tiempo y muchas cosas que hacer antes de aplacar a Neferet, de nuevo.

Kalona caminó hacia la barandilla de piedra ancha que era tan elaborada como firme. Desplegó sus enormes alas negras pero, en lugar de saltar de la terraza y de catar el aire nocturno, el inmortal se colocó en el suelo de piedra y cerró las alas a su alrededor, como en un capullo.

Ignoró el frío de la piedra de debajo y solo sintió la fuerza del cielo infinito sobre él y las magias antiguas que flotaban libres y seductoras en la noche.

Kalona cerró los ojos y lentamente… lentamente… inspiró y expiró. Cuando salió el aire, dejó escapar con él todo pensamiento sobre Neferet. Cuando volvió a inspirar, introdujo en sus pulmones, en su cuerpo y en su espíritu, el poder invisible que llenaba la noche y sobre el que su sangre inmortal le daba autoridad. Y después se concentró en Zoey.

En sus ojos… del color del ónice.

En su boca exuberante.

En la fuerte impronta de sus antepasadas cheroquis que daban forma a sus facciones y que le recordaban tanto a esa otra doncella cuya alma ella compartía y cuyo cuerpo lo había capturado y consolado una vez.

—Encuentra a Zoey Redbird.

El hecho de que Kalona hablase en tono bajo no hizo que su orden fuese menos imperiosa cuando conjuró, con su sangre y la noche, un poder tan antiguo que hacía que el mundo pareciese joven.

—Conduce a mi espíritu hasta ella. Sigue nuestra conexión. Si está en el reino de los sueños, no puede esconderse. Nuestros espíritus se conocen demasiado bien. ¡Ahora ve!

Ese despegue de su espíritu no fue nada parecido a lo que le había sucedido cuando la Oscuridad, a petición de Neferet, le había robado el alma. Esta vez era una elevación suave… una sensación placentera de vuelo que le era familiar y agradable. No le siguieron los tentáculos pegajosos de la Oscuridad, sino una energía que se arremolinó a su alrededor y que se escondía en los pliegues y entre las corrientes del firmamento.

El espíritu liberado de Kalona se movió veloz y decididamente hacia el este, a una velocidad incomprensible para la mente mortal.

Vaciló ligeramente al llegar a la isla de Skye, sorprendido porque el hechizo protector que Sgiach había lanzado sobre la isla hacía tanto tiempo le pudiese siquiera obligar a hacer una pausa. Ella era, sin duda, una poderosa vampira. Pensó que era una pena que no hubiese respondido ella a su llamada, en lugar de Neferet.

Después no perdió más tiempo en pensamientos ociosos y su espíritu apartó a un lado la barrera de Sgiach y descendió, flotando despacio pero con resolución, hacia el castillo de la reina vampira.

Una vez más, su espíritu refrenó su marcha al pasar por la arboleda que crecía lozana y profunda, cerca del castillo del Gran Decapitador y de sus guardianes.

Las huellas de la Diosa estaban por todas partes. Eso provocó que su alma se agitase con un dolor que trascendía el reino físico. La arboleda no lo detuvo. No le prohibió el paso. Solo le ocasionó un agonizante recuerdo.

Se parece tanto a la arboleda de Nyx que nunca volveré a ver…

Kalona se alejó de la frondosa prueba de que Nyx había bendecido a alguien que no era él y permitió que su espíritu fuese arrastrado hacia el castillo de Sgiach. Allí encontraría a Zoey. Si estaba durmiendo, seguiría su conexión para entrar en el reino místico de los sueños.

Mientras sobrevolaba sus terrenos, miró con aprobación las cabezas humanas. Apreció también que ese lugar antiguo estuviese obviamente preparado para la batalla. Hundiéndose y atravesando la piedra ancha y gris salpicada del brillante mármol de la isla, Kalona reflexionó sobre lo mucho que le habría gustado vivir ahí, en lugar de en la jaula dorada del ático en el edificio Mayo de Tulsa.

Necesitaba completar esta tarea y forzar a Zoey a regresar a la Casa de la Noche. Como los movimientos de un intrincado juego de ajedrez, esta era solo otra reina que debía ser capturada para que él pudiese ser libre.

Su espíritu se hundió más y más en el castillo. Utilizando la visión de su alma, el poder a través del cual su sangre inmortal le hacía visibles las capas de realidad que iban pasando y descubriéndose, enturbiando y aumentando alrededor del mundo mortal, se concentró en el reino de los sueños, esa tajada de realidad que no era completamente corpórea ni estaba solo formada por espíritu, y tiró firmemente del hilo de la conexión que había seguido hasta allí, sabiendo que cuando la cacofonía de colores ocasionada por las realidades cambiantes se aclarasen, se reuniría allí con Zoey.

Kalona estaba relajado y confiado y, por consiguiente, totalmente desprevenido para lo que sucedió a continuación. Sintió un tirón desconocido, como si su espíritu se hubiese convertido en granos de arena que estuviesen siendo introducidos a la fuerza por el estrecho embudo de un reloj de arena.

Primero la vista, y después el resto de sus sentidos, empezaron a estabilizarse. Lo que vio lo sorprendió tanto que casi pierde el hilo del viaje de su espíritu y vuelve de golpe a su cuerpo. Zoey le sonrió desde abajo con una expresión llena de calidez y confianza.

Por las capas de realidad que lo rodeaban, Kalona supo inmediatamente que no había entrado en el reino de los sueños. Miró fijamente a Zoey, casi sin atreverse a respirar.

Y el sentido del tacto regresó a él. Ella estaba envuelta en sus brazos y su cuerpo desnudo, flexible y cálido, presionado contra el de él. Ella le tocó la cara, dejó que sus dedos rozasen sus labios. Las caderas de él se elevaron hacia ella y ella dejó escapar un gemido de placer y cerró los ojos, buscando con sus labios los de él.

Justo antes de que lo besara y de que él se introdujera totalmente en su cuerpo, el sentido del oído de Kalona regresó.

—Yo también te quiero, Stark —dijo ella, y empezó a hacerle el amor.

El placer fue tan inesperado, la sorpresa tan intensa, que la conexión se rompió. Con la respiración entrecortada, Kalona se incorporó y se apoyó contra la barandilla del tejado. La sangre palpitaba caliente y rápida por su cuerpo. Sacudió la cabeza, sin poder creérselo.

—Stark —le habló Kalona a la noche, razonando en voz alta—. La conexión que seguí no era con Zoey. La conexión era con Stark.

Cuando lo comprendió se sintió estúpido por no haber anticipado lo que había sucedido.

—En el Otro Mundo le introduje el espíritu de mi alma inmortal en su cuerpo. Parte de ese espíritu ha permanecido en él, obviamente.

La sonrisa que se formó en la cara del ser alado era tan fiera como su sangre excitada.

—Y ahora tengo acceso al guardián y guerrero por juramento de Zoey Redbird.

Kalona extendió sus alas, inclinó la cabeza hacia atrás y dejó que su risa triunfante resonase en la noche.

—¿Qué es tan gracioso y por qué no me estás esperando en mi lecho?

Kalona se giró y vio a Neferet desnuda en la puerta de la suite, con una mirada de irritación en su altiva cara. Pero esa mirada pronto cambió cuando vio su cuerpo totalmente excitado.

—No es gracioso, estoy alegre. Y estoy aquí porque quiero tomarte en el tejado, con el cielo abierto extendido sobre nosotros.

Caminó hacia Neferet, la cogió en brazos y la llevó a la barandilla del balcón, cerró los ojos y se imaginó un pelo y unos ojos negros mientras la hacía gritar de placer una y otra vez.

Stark

La primera vez sucedió tan rápido que Stark no estuvo seguro, total y absolutamente seguro, de que hubiese ocurrido.

Pero debería haberle hecho caso a su instinto. Su interior le decía que algo había ido mal, muy mal, aunque solo fuese durante unos minutos.

Estaba en la cama con Zoey. Hablaban y se reían y, básicamente, se lo estaban pasando muy bien juntos. El castillo era impresionante. Sgiach y Seoras y el resto de los guerreros eran geniales, pero Stark era, en realidad, un solitario. Allí en Skye, por muy guay que fuese la isla, siempre había alguien cerca. Que el lugar estuviese apartado del mundo «real» no lo hacía menos populoso. Siempre había algún rollo en marcha: entrenamiento, mantenimiento del castillo, comercio con la gente local y cosas así. Y eso sin tener en cuenta que lo habían puesto de pareja con Seoras, o sea, que lo habían convertido más o menos el esclavo/chico de los recados/carne de cañón de las bromas del viejo.

Después estaban los garrons. A él nunca le habían gustado mucho los caballos, pero los garrons de las tierras altas eran unos animales increíbles, aunque parecían producir una cantidad de mierda de caballo totalmente desproporcionada para su tamaño. Stark lo sabía bien: se había pasado la mayor parte de esa tarde quitándola con una pala y después, tras hacer un par de comentarios insolentes que, seguramente, pudieron parecerles quejas, Seoras y otro viejo guerrero con acento irlandés, calvo y de barba pelirroja le habían empezado a vacilar diciendo: «Ach, pobrecita Mary, con sus dulces y suaves manos de jovenzuela».

Ni que decir sea que Stark agradeció seriamente estar a solas con Z. Olía tan malditamente bien y tocarla era tan placentero que no podía parar de recordarse que no era un sueño. Que no seguían en el Otro Mundo. Que esto era real y que Zoey era suya.

Sucedió entre los profundos besos preliminares que le estaban haciendo sentir como si estuviese a punto de explotar. Le acababa de decir que la amaba y Z le sonreía desde abajo. De repente, algo cambió en su interior. Se sintió pesado y, a la vez, extrañamente fuerte. Y tuvo una extraña sensación de sorpresa que le golpeó todas sus terminaciones nerviosas. Entonces, ella lo había besado y, como siempre que Z lo besaba, le había sido casi imposible pensar… aunque estaba seguro de que algo no iba bien.

Se quedó estupefacto.

Y eso era bastante raro porque él y Z se habían estado besando y más, mucho más, durante un rato. Era como si en algún lugar de su interior, pero lejos de él, hubiese un tío que se hubiese quedado totalmente pasmado ante lo que estaba pasando entre él y Z.

Después había empezado a hacerle el amor a Z y había notado un estupor abrasador. Fue una sensación extraña, pero todo se intensificaba cuando tocaba a Zoey. Y había ido desaparecido tan rápidamente como había empezado, dejando a Z en sus brazos, fundiéndose con él de tal manera que lo único que inundaba su corazón, su mente, su cuerpo y su alma era ella… solo ella.

Más tarde Stark trató de recordar qué era lo que le había parecido tan extraño… lo que lo había molestado tanto. Pero para entonces, el sol estaba saliendo y él estaba siendo arrastrado a un feliz y exhausto sueño y ya no le pareció tan importante.

Después de todo, ¿por qué se iba a preocupar? Zoey estaba a salvo, arropada entre sus brazos.