Zoey
Distraída, pensando en Stark, bajé por la resbaladiza escalera de piedra que serpenteaba y rodeaba la base del castillo, desembocando en la orilla rocosa sobre la que se había edificado el edificio de Sgiach, de tal manera que parecía un imponente acantilado.
El sol estaba empezando a ponerse y eso permitía que el cielo retuviese parte de su luz, pero me alegré de que hubiese hileras de antorchas que sobresalían de la base de piedra de los cimientos del castillo.
Stark estaba solo. Como se encontraba de espaldas, pude observarlo mientras me abría camino por la orilla para llegar hasta él. Sostenía un gran escudo de cuero en una mano, y un largo claymore en la otra. Estaba practicando estocadas y bloqueos como si se enfrentase a un peligroso pero invisible enemigo. Me moví silenciosamente, tomándome mi tiempo y disfrutando de la vista.
¿Se había hecho más alto de repente? ¿Y más musculoso? Sudaba, respiraba entrecortadamente y parecía muy, muy varonil y peligroso, un antiguo guerrero mortífero con su kilt. Recordé las sensaciones que me había hecho sentir su cuerpo la noche anterior y que habíamos dormido muy juntos, y mi estómago se encogió.
Me hace sentir a salvo y lo quiero.
Podía quedarme aquí con él, alejada del resto del mundo, para siempre.
Sentí un escalofrío ante ese pensamiento y me estremecí. En ese momento, Stark bajó la guardia y se giró. Vi la preocupación y la alerta en sus ojos que solo se disipó cuando sonreí y le hice un gesto de «hola». Después su mirada se fijó en lo que sostenía en la mano con la que lo saludaba y su sonrisa de bienvenida se desvaneció, aunque abrió los brazos, me estrechó entre ellos y me dio un prolongado beso.
—Eh, me pones a cien cuando juegas con la espada —le dije.
—Se llama entrenamiento. Y no se supone que te deba poner a cien, Z. Se supone que tengo que parecer intimidante.
—Oh, sí, sí que lo pareces. Estaba mortalmente asustada —dije, utilizando mi mejor acento falso de belleza sureña y apoyé el revés de mi mano contra la frente como si me fuese a desvanecer.
—No es usted muy buena con los acentos, señorita —replicó él con su perfecto acento sureño fingido.
A continuación me cogió la mano y la sostuvo contra su pecho, justo encima de su corazón, acercándose a mí.
—Pero si quiere, señorita Zoey, podría intentar enseñarle.
Vale, ya sé que es una tontería, pero ese acento de caballero sureño hizo que las rodillas me temblasen… y después sus palabras realmente atravesaron la nube de deseo que se estaba gestando en mi interior y de repente supe cómo podía conseguir que volviese a sentirse cómodo con su arco.
—Eh, mis acentos no tienen remedio, pero sí que hay algo que podrías enseñarme.
—Aye, wumman, hay un montón de cosas que podría estar enseñándote ahora —me contestó, lanzándome una mirada lasciva y sonando completamente como Seoras.
Le di un puñetazo.
—Pórtate bien. Hablo de esto —dije, levantando el arco—. Siempre me ha parecido que el tiro con arco era genial, pero no sé muy bien cómo va. ¿Me puedes enseñar? ¿Por favor?
Stark se alejó un paso de mí y miró el arco con recelo.
—Zoey, sabes que yo no debería usar eso.
—No. Lo que no debes hacer es apuntarle a nada que esté vivo. Bueno, a no ser que sea mejor que la cosa viva no esté tan viva. Pero no te estoy pidiendo que lo uses. Te estoy pidiendo que me enseñes a mí a hacerlo.
—¿Y por qué quieres aprender de repente?
—Bueno. Es lógico. Vamos a quedarnos aquí, ¿no?
—Sí.
—Y los guerreros llevan recibiendo entrenamiento aquí durante unos… tropecientos millones de años, ¿no?
—Sí, de nuevo.
Le sonreí y traté de aligerar el tema.
—Me encanta que digas que tengo razón. De nuevo. Bueno, tú eres un guerrero. Nosotros estamos aquí. Me gustaría aprender algunas habilidades de guerrero. Eso es endemoniadamente pesado para mí —dije, señalando el claymore—. Además, esto es bonito.
Levanté el elegante arco.
—No importa lo bonito que sea, tienes que recordar que es un arma. Puede matar, sobre todo si soy yo quien lo utiliza.
—Si lo utilizas con intención de matar —puntualicé.
—A veces ocurren errores —dijo, como acosado por recuerdos pasados.
Apoyé la mano en su brazo.
—Ahora eres más maduro. Más listo. No volverás a cometer los mismos errores.
Él solo me miró fijamente, sin pronunciar palabra, así que volví a levantar el arco y seguí hablando.
—Venga, enséñame cómo va.
—No tenemos blanco.
—Claro que sí —le contesté, golpeando el gastado escudo de cuero que él había apoyado en el suelo cuando yo había llegado—. Sujétalo con un par de piedras en la playa, más allá. Intentaré darle… después de que lo coloques y vuelvas y estés fuera de la línea de fuego, por supuesto.
—Oh, por supuesto —respondió él.
Con aire resignado y abatido, se alejó unos pasos, colocó unas cuantas piedras alrededor del escudo para que estuviese más o menos estable y después regresó a mi lado. A regañadientes, cogió el arco y dejó el carcaj de flechas a nuestros pies.
—Se sujeta así —me explicó, mostrándome cómo se agarraba la empuñadura mientras yo lo miraba—. Y la flecha va aquí.
La situó cruzando el lateral del arco, apuntando hacia abajo, alejada de nosotros.
—La pones así. Con estas flechas es más fácil porque la parte negra tiene que ir aquí, y la roja colocada hacia arriba.
Mientras hablaba, Stark empezó a relajarse. Sus manos reconocían el arco y la flecha. Era obvio que podría hacer lo que me estaba mostrando con los ojos cerrados… rápido y bien.
—Coloca las piernas firmes, separadas a la altura de las caderas, así.
Me mostró cómo y observé sus excelentes piernas, que eran una de las muchas razones por las que me gustaba que hubiese empezado a utilizar el kilt todo el tiempo.
—Y después levantas el arco y, sosteniendo la fecha entre los dos primeros dedos, tiras de la cuerda hacia atrás para tensarla —siguió explicándome, pero ya sin mostrármelo—. Mira por encima de la flecha, pero apunta un poco hacia abajo. Eso te ayudará a ajustar la distancia y calcular la brisa. Cuando estés lista, suelta. Ten cuidado y dobla el brazo izquierdo o te golpearás y te harás un buen moratón.
Me alargó el arco.
—Vamos. Inténtalo.
—Muéstrame cómo —le dije, simplemente.
—Zoey, no creo que deba hacerlo.
—Stark, el blanco es un escudo de cuero. No está vivo. No hay nada mínimamente vivo cerca de él. Solo apúntale al centro y enséñame cómo se hace.
Él dudó. Le puse una mano en el pecho y me acerqué. Nos encontramos a medio camino. Nuestro beso fue dulce, pero sentí la tensión de su cuerpo.
—Eh —le dije, suavemente, sin dejar de tocarle el pecho—. Intenta confiar en ti tanto como yo confío en ti. Eres mi guerrero, mi guardián. Necesitas usar el arco porque es un don que te concedió la Diosa. Sé que lo utilizarás sabiamente. Lo sé porque te conozco. Eres bueno. Has luchado para ser bueno y has ganado.
—Pero no soy todo bondad, Z —replicó él, totalmente frustrado—. He visto la parte mala de mí. Estaba ahí… era real… en el Otro Mundo.
—Y la venciste —le dije.
—¿Para siempre? No creo. No creo que eso sea posible.
—Eh, nadie es completamente bueno. Ni siquiera yo. Fijo que si algún empollón me dejase echarle un vistazo a su examen de geometría, yo miraría.
Sonrió durante una décima de segundo, pero la tensión volvió a su cara.
—Tú puedes hacer bromas, pero para mí es diferente. Creo que es diferente para todos los iniciados rojos, incluso para Stevie Rae. Cuando conoces la Oscuridad, la Oscuridad real, siempre queda una sombra en tu alma.
—No —le repliqué con firmeza—. No es una sombra. Es solo un tipo diferente de experiencia. Tú y el resto de los iniciados rojos habéis experimentado algo que nosotros no. Eso no te hace parte de las tinieblas de la Oscuridad: es una experiencia más que has tenido. Y eso puede ser algo bueno si utilizas ese conocimiento extra para luchar por el bien, y tú lo haces.
—A veces me preocupa que pueda ser algo más que eso —dijo él lentamente, mirándome a los ojos como buscando una verdad oculta.
—¿A qué te refieres?
—La Oscuridad es territorial, posesiva. Cuando tiene un pedacito de ti, no te suelta de buen grado.
—La Oscuridad no tiene ninguna oportunidad si tú eliges el camino de la Diosa, y tú lo has hecho. No puede vencer a la Luz.
—Pero tampoco estoy seguro de que la Luz pueda vencer a la Oscuridad algún día. Hay un equilibrio en las cosas, Z.
—Lo que no significa que tú no puedas elegir de qué lado estás. Y tú has elegido. Confía en ti mismo. Yo confío en ti. Totalmente —le repetí.
Stark siguió mirándome a los ojos, como si se aferrase a un salvavidas.
—Mientras tú me veas como alguien bueno… y mientras tú creas en mí… yo podré creer en mí porque confío en ti, Zoey. Y te quiero.
—Yo también te quiero, guardián —le contesté.
Me besó y después, con un movimiento que fue a la vez rápido, elegante y letal, Stark inclinó el arco y dejó volar la flecha, que hizo un ruido sordo y se incrustó irrevocablemente en el centro de la diana.
—Uau —dije—. Eso ha sido increíble. Tú eres increíble.
Él dejó escapar un largo suspiro y con él pareció liberarse de toda la tensión que lo había atenazado de manera tan obvia. Stark sonrió con esa preciosa sonrisa engreída suya.
—En el centro de la diana, Z. De pleno.
—Claro que sí, tonto. Tú no puedes fallar.
—Sí, eso es verdad. Y solo es una diana.
—¿Me vas a enseñar o no? Y esta vez no vayas tan endemoniadamente rápido. Despacito. Muéstramelo.
—Sí, sí, claro. Vale, mira.
Apuntó y disparó más despacio, dándome tiempo para seguir sus movimientos.
Y la segunda flecha atravesó la primera por el medio.
—Oh, ups. Me había olvidado de esto. Solía desperdiciar muchas flechas así.
—Venga, me toca. Seguro que yo no tengo ese problema.
Intenté hacer lo que había hecho Stark, pero solo logré un tiro demasiado corto y la flecha se deslizó entre las rocas lisas y húmedas.
—Vaya, mierda. Es bastante más difícil de lo que parece —dije.
—Escucha. Mira. No estás bien colocada.
Se puso detrás de mí y posó sus brazos sobre los míos, arrimándose a mi espalda.
—Imagínate que eres una antigua reina guerrera. Colócate firme y orgullosa. ¡Hombros hacia atrás! ¡Barbilla levantada!
Hice lo que me indicaba y entre el vigoroso círculo que formaban sus brazos me sentí transformada en alguien poderosa y majestuosa. Sus manos me guiaron hasta tensar la cuerda.
—Mantente firme y fuerte… concéntrate —me susurró.
Juntos apuntamos al objetivo y cuando soltamos la flecha, sentí las ondas que impulsaban y guiaban a la flecha, a través de su cuerpo y del mío, hacia el centro de la diana, de nuevo. Atravesó a las dos que ya estaban allí.
Me giré y le sonreí a mi guardián.
—Lo que tienes es magia. Es especial. Tienes que usarla, Stark. Tienes que hacerlo.
—Lo echaba de menos —dijo, hablando tan bajito que tuve que hacer un esfuerzo para escucharlo—. No me siento del todo bien si no estoy conectado con mi arco.
—Eso es porque a través de él, estás conectado con Nyx. Ella te concedió ese don.
—Quizás pueda empezar de nuevo aquí. Este lugar es diferente. De alguna extraña manera, me siento como si perteneciese a este sitio… como si perteneciésemos los dos a él.
—Yo también lo siento. Y me parece que me siento así de a salvo y feliz desde siempre —dije, acercándome a él—. Sgiach me acaba de decir que va a empezar a abrir de nuevo la isla a los guerreros… y a otros iniciados con dones.
Le sonreí.
—Ya sabes, a iniciados con afinidades especiales.
—Oh, ¿te refieres a afinidades con los elementos?
—Sí, eso es exactamente a lo que me refiero —lo abracé y le hablé contra su pecho—. Quiero quedarme aquí. De verdad.
Stark me acarició el pelo y me besó la cabeza.
—Sé que quieres, Z. Y yo estoy contigo. Siempre estaré contigo.
—Quizás aquí podamos librarnos de la Oscuridad que Neferet y Kalona han tratado de imponernos —le dije.
Stark me apretó con fuerza.
—Eso espero, Z. De verdad que sí.
—¿Crees que será suficiente con tener un pedacito de mundo a salvo de la Oscuridad? ¿Estaría aún siguiendo el camino de la Diosa si me quedase aquí?
—Bueno, yo no soy ningún experto, pero para mí lo importante es que estás haciendo todo lo posible por ser fiel a Nyx. No creo que el lugar donde lo hagas sea tan trascendental.
—Entiendo por qué Sgiach no quiere abandonar este lugar —dije yo.
—Yo también, Z.
Stark me abrazó entonces y yo sentí que las partes magulladas y maltrechas de mi interior empezaban a entrar en calor y, despacio, comencé a curarme.
Stark
Zoey se sentía increíblemente bien entre sus brazos. Cuando Stark recordaba lo cerca que había estado de perderla, todavía se asustaba tanto como para revolverle el estómago. Lo hice. Llegué a ella en el Otro Mundo y me aseguré de que volviese a mí. Ahora está a salvo y tengo que mantenerla siempre así.
—Eh, estás pensando muy fuerte —dijo Zoey.
Acurrucada con él en la enorme cama que compartían, le acarició el cuello con la nariz y lo besó en la mejilla.
—Casi puedo escuchar los engranajes de tu mente.
—Soy yo el que se supone que tiene habilidades superpsíquicas —dijo él, con tono de broma.
Pero al mismo tiempo, el chico se acercó mentalmente a las fronteras de su psique, aunque no tanto como para escuchar sus pensamientos y que se enfadara por andar espiándola, pero sí lo suficiente como para saber que de verdad se sentía a salvo y feliz.
—¿Quieres saber algo? —le preguntó ella, con tono dubitativo.
Stark se incorporó sobre un codo y le sonrió desde arriba.
—¿Estás de broma, Z? Quiero saberlo todo.
—Para… Hablo en serio.
—¡Yo también!
Ella lo miró mal y él la besó en la frente.
—Vale, bien. Ya estoy serio. ¿De qué se trata?
—A mí, mmm… me gusta cuando me tocas.
Stark levantó las cejas y tuvo que luchar para aguantarse las ganas de sonreír.
—Bueno, eso es bueno.
Vio que ella se ponía colorada y se le escapó una sonrisita.
—Supongo que eso es muy bueno.
Zoey se mordió el labio.
—¿A ti te gusta?
Stark ya no pudo aguantarse la risa.
—Estás de coña, ¿no?
—No. Para nada. En serio. A ver, ¿cómo se supone que lo voy a saber? No es que yo tenga mucha experiencia… no como tú.
Tenía las mejillas ardiendo en ese momento y él pensó que parecía megaincómoda y eso le cortó la risa. Lo último que quería hacer era avergonzarla o hacerla sentir rara sobre lo que estaba pasando entre ellos.
—Eh —le dijo, cogiéndole la mejilla en la mano—. Estar contigo va más allá de lo increíble. Y Zoey, te equivocas: tú tienes mucha más experiencia que yo en el amor.
Cuando ella quiso empezar a hablar, él le puso un dedo en los labios.
—No, déjame hablar. Sí, yo ya había tenido relaciones antes. Pero nunca había estado enamorado. Nunca… hasta que tú llegaste. Tú eres la primera, y vas a ser la última.
Ella le sonrió con tanto amor y confianza que él pensó que se le iba a salir el corazón del pecho. Solo Zoey… nunca habría nadie más para él.
—¿Me harías el amor de nuevo? —le susurró ella.
En respuesta, Stark la acercó a él y empezó a besarla profunda y lentamente. Su último pensamiento antes de que todo se estropease fue: Nunca he sido tan feliz en mi vida…