Zoey
Así que Stark y yo lo habíamos hecho.
—No me siento nada diferente —le dije al árbol más cercano—. Bueno, excepto que me siento más cercana a Stark y algo irritada en algunas zonas que prefiero no nombrar, claro.
Anduve hasta un pequeño riachuelo que borboteaba alegremente a través de la arboleda y miré hacia abajo. El sol estaba poniéndose, pero como había sido un día extrañamente claro y frío en la isla, el cielo todavía mantenía algo de su espectacular luz, rojiza y dorada, y pude ver mi reflejo en el agua. Me estudié a mí misma. Parecía… bueno… yo.
—Vale, técnicamente no era la primera vez, pero esa fue totalmente diferente.
Suspiré. Loren Blake había sido un gran error. James Stark era completamente diferente, y también el compromiso que existía entre nosotros.
—Entonces, ¿no debería tener un aspecto diferente, ahora que estoy en una relación de verdad?
Examiné mi reflejo con los ojos entrecerrados. ¿No parecía más mayor? ¿Más experimentada? ¿Más sabia?
En realidad no. Al entrecerrar los ojos solo parecía miope.
—Y Aphrodite seguramente diría que, además, me van a salir arrugas.
Me atravesó una pequeña punzada de dolor cuando recordé la despedida de Aphrodite y Darius, la noche anterior. Ella había sido, como era de prever, sarcástica y bastante ofensiva porque no regresaba a Tulsa con ella, pero nuestro abrazo fue fuerte y genuino y sabía que la iba a echar de menos. Ya la echaba de menos. Echaba de menos a Stevie Rae y a Damien, a Jack y también a las gemelas.
—Y a Nala —le dije a mi reflejo.
Pero ¿los echaba de menos lo suficiente como para regresar al mundo real? ¿Tanto como para enfrentarme a todo, desde volver a clase a, posiblemente, enfrentarme a la Oscuridad y a Neferet?
—No. No, no tanto.
Decirlo en voz alta lo hacía más real. Sentí que parte de la añoranza se diluía gracias a la serenidad que desprendía la isla de Sgiach.
—Esto es mágico. Si me pudiese traer a mi gata, juro que me quedaría para siempre.
La risa de Sgiach era suave y musical.
—¿Por qué tendemos a echar más de menos a nuestras mascotas que a las personas?
Sonreía cuando se reunió conmigo en el riachuelo.
—Creo que es porque no podemos hablar por Skype con ellos. O sea, sé que puedo volver al castillo y hablar con Stevie Rae, pero he tratado de usar la videoconferencia con Nala. Solo pone cara de confusión y se cabrea, más de lo normal, que ya es bastante.
—Si los gatos entendiesen de tecnología y tuviesen pulgares oponibles, dominarían el mundo —dijo la reina.
Me reí.
—No dejes que Nala te oiga diciendo eso. Ella sí que domina su mundo.
—Tienes razón. Mab también domina su mundo.
Mab era la gata de Sgiach, una felina bicolor de largo pelaje blanco y negro a quien yo estaba solo empezando a conocer. Creo que posiblemente debía de tener unos mil años. La mayor parte del tiempo permanecía en un estado semiinconsciente y apenas se movía de los pies de la reina. Stark y yo habíamos empezado a llamarla «la gata cadáver», pero nunca cerca de Sgiach.
—¿Por «mundo» te refieres a tu dormitorio?
—Exactamente —contestó Sgiach.
Ambas nos reímos y entonces la reina fue hasta una roca grande cubierta de musgo, no muy alejada del riachuelo. Se sentó elegantemente y dio un golpecito en el espacio que quedaba a su lado. Me reuní con ella, preguntándome vagamente si mis movimientos serían alguna vez tan distinguidos y regios como ellos… Lo dudé.
—Podrías pedir que te enviaran a Nala. Los familiares de los vampiros vuelan como animales de compañía. Solo tendría que presentar su cartilla de vacunas para venir a Skye.
—Uau, ¿en serio?
—En serio. Claro que eso te obligaría a comprometerte a quedarte aquí varios meses, al menos. A los gatos no les gusta mucho viajar… y andarlos moviendo de una zona horaria a otra, y viceversa, no es bueno.
Miré a los ojos de Sgiach y dije exactamente lo que pensaba.
—Cuanto más tiempo paso aquí, más segura estoy de que no quiero irme, pero sé que probablemente es una irresponsabilidad por mi parte esconderme así del mundo real. Quiero decir —me apresuré a añadir cuando vi que la preocupación crecía en sus ojos—, que no es que Skye no sea real ni nada de eso. Y sé que últimamente me han pasado muchas cosas y que me merezco un descanso. Pero sigo en edad escolar. Supongo que tendré que volver. En algún momento.
—¿Te sentirías igual si la escuela viniese a ti?
—¿A qué te refieres?
—Desde que llegaste a mi vida he empezado a reflexionar sobre el mundo… o más bien sobre lo desligada que estaba del mundo. Sí, tengo internet. Sí, tengo televisión por satélite. Pero no tengo nuevos seguidores. No tengo aprendices de guerreros ni jóvenes guardianes. O, al menos, no los tenía hasta que llegasteis Stark y tú. Creo que echaba de menos la energía y las aportaciones de las mentes jóvenes.
Sgiach apartó la vista de mí y la fijó en la arboleda.
—Tu llegada aquí ha despertado algo que estaba dormido en mi isla. Siento que se avecinan cambios en el mundo, mayores que los de la influencia de la ciencia moderna o la tecnología. Puedo ignorarlos y dejar que mi isla vuelva a dormirse, quizás para separarla completamente del mundo y de sus problemas, quizás hasta para perderse en la noche de los tiempos… como Ávalon y las amazonas. O puedo abrirme a él, enfrentándome a los retos que pueda traer consigo.
La reina volvió a mirarme.
—He elegido permitir que mi isla despierte. Es hora de que la Casa de la Noche de Skye acepte sangre nueva.
—¿Vas a retirar el hechizo protector?
Su sonrisa fue irónica.
—No. Mientras yo viva, y espero que también mientras vivan mis sucesoras, Skye permanecerá protegida y separada del mundo moderno. Pero sí que he pensado en hacer un llamamiento a los guerreros. Hubo un tiempo en que Skye entrenaba a los mejores y más brillantes Hijos de Érebo.
—Pero después te desligaste del Alto Consejo de los vampiros, ¿no?
—Cierto. Quizás podría empezar, lentamente, a reparar esa ruptura, sobre todo si tuviese a una joven alta sacerdotisa de aprendiz.
Sentí un estremecimiento de la emoción.
—¿Yo? ¿Te refieres a mí?
—Sí, claro. Tú y tu guardián tenéis una conexión con esta isla. Me gustaría ver a qué nos lleva esa conexión.
—Uau, me siento muy honrada. Muchas gracias.
¡Mi mente zumbaba! Si Skye se convertía en una Casa de la Noche activa, ya no sería como si me estuviese escondiendo de nadie aquí. Sería más bien como ser transferida a otra escuela. Pensé en Damien y en el resto del grupo y me pregunté si se plantearían venirse también a Skye.
—¿Habría lugar también para iniciados que no fuesen guerreros en prácticas? —le pregunté.
—Eso podemos discutirlo —dijo Sgiach, haciendo una pausa antes de tomar una decisión—. ¿Sabes? Esta isla es rica en tradiciones mágicas que engloban más que el entrenamiento de guerreros y de mis guardianes.
—No. O sea, sí. Vamos, que es obvio que tú eres mágica, y tú eres básicamente esta isla.
—Llevo aquí tanto tiempo que muchos me ven como la isla, pero en realidad soy más la cuidadora de la magia que su poseedora.
—¿Qué quieres decir?
—Averígualo por ti misma, joven reina. Tú tienes afinidad con todos los elementos. Llámalos y descubre lo que la isla puede enseñarte.
Como la incertidumbre me hizo vacilar, Sgiach me persuadió.
—Inténtalo con el primer elemento, el aire. Simplemente llámalo y observa.
—Vale. Bueno, ahí va.
Me puse de pie, me aparté un poco de ella y me coloqué en una zona con musgo que estaba libre de rocas. Respiré profundamente tres veces, para purificarme, y me acomodé en la sensación de concentración tan familiar. Instintivamente, giré mi cara hacia el este y lo llamé.
—Aire, por favor, ven a mí.
Estaba acostumbrada a que mi elemento respondiera. Estaba acostumbrada a sentirlo, a estremecerme en la brisa creada a mi alrededor, como un cachorro emocionado… Pero toda mi experiencia con mis afinidades no me había preparado para lo que sucedió a continuación. El aire no solo respondió, sino que me envolvió. Se arremolinó en torno a mí, poderosamente; parecía extrañamente tangible, una completa locura porque el aire no es tangible. Invisible y, a pesar de ello, por todas partes. ¡Y después me quedé boquiabierta porque me di cuenta de que el aire sí que se había hecho tangible! Flotando en derredor, entre el atronador viento que había contestado rápidamente a mi llamada, había formas de seres preciosos. Brillantes, etéreos y algo transparentes. Mientras yo los miraba, alucinada, cambiaban de forma… a veces parecían mujeres encantadoras, a veces mariposas, a veces se transformaban y parecían unas preciosas hojas caídas flotando en su propio viento.
—¿Qué son? —le pregunté, con voz ahogada.
Sin darme cuenta, levanté la mano y vi cómo las hojas se convertían en unos colibríes de colores que se posaron en mi palma extendida.
—Duendecillos del aire. Solían estar por todas partes, pero han abandonado el mundo moderno. Prefieren las arboledas antiguas y las viejas costumbres. Y esta isla cuenta con ambas cosas.
Sgiach sonrió y abrió su propia mano a un duendecillo que tomó la forma de una diminuta mujer con alas de libélula que bailó, dando saltitos entre sus dedos.
—Es bueno ver que han acudido a tu llamada. Rara vez hay tantos en un mismo lugar, incluso aquí, en la arboleda. Inténtalo con otro elemento.
Esta vez no tuvo que convencerme. Me giré hacia el sur y lo llamé.
—¡Fuego, por favor, ven a mí!
Como unos fuegos artificiales brillantes, los duendecillos estallaron a mi alrededor, transmitiéndome su calor y haciéndome reír con sus cosquillas.
—¡Me recuerdan a los fuegos del Cuatro de Julio!
Sgiach sonrió también.
—Rara vez veo a los duendecillos de fuego. Estoy mucho más cerca del agua y el aire… el fuego casi nunca se muestra ante mí.
—Debería daros vergüenza —los regañé—. Deberíais dejar que Sgiach os vea… ¡ella es de las buenas!
Inmediatamente los duendecillos empezaron a revolotear locamente. Noté la angustia que emanaban.
—¡Oh, no! Diles que les estabas tomando el pelo. El fuego es terriblemente sensible y volátil. No quiero que causen un accidente —le pidió Sgiach.
—¡Eh, chicos, lo siento! Solo estaba bromeando. Todo está bien, de verdad.
Respiré aliviada cuando los duendecillos de fuego se acomodaron en una danza menos frenética y nerviosa. Miré a Sgiach.
—¿Es seguro llamar a los demás elementos?
—Por supuesto, solo que ten cuidado con tus palabras. Tu afinidad es poderosa, incluso fuera de un lugar tan rico en magia antigua como esta arboleda.
—Lo haré.
Respiré otras tres veces, purificándome, y me concentré de nuevo. Después me giré en el sentido de las agujas del reloj para colocarme de cara al oeste.
—Agua, por favor, ven a mí.
Y fui inundada por mi elemento. Unos duendecillos frescos y resbaladizos me rozaron la piel, brillando con iridiscencia acuosa. Retozaron en torno a mí. Parecían sirenas y delfines, medusas y caballitos de mar.
—¡Esto es supergenial!
—Los duendecillos de agua son especialmente fuertes en Skye —me explicó Sgiach, acariciando a una criatura con forma de estrellita de mar que pasó nadando a su lado.
Me giré hacia el norte.
—¡Tierra, ven a mí!
El bosque cobró vida. Los árboles relucieron de júbilo y de sus nudosos y antiguos troncos brotaron unos seres del bosque que me recordaron a cosas que podrían encontrarse en Rivendel junto con los elfos de Tolkien… o quizás a la jungla en 3D de Avatar.
Centré mi atención en el medio de mi improvisado círculo y llamé al último elemento.
—¡Espíritu, ven a mí también, por favor!
Esta vez fue Sgiach la que se quedó sin aliento.
—Nunca he visto a los cinco grupos de duendecillos juntos de esta manera. Es magnífico.
—¡Oh, Diosa mía! ¡Es increíble!
El aire que me rodeaba, ya lleno de vida gracias a los delicados seres, se llenó de un resplandor que me recordó de repente a Nyx y a su sonrisa reluciente.
—¿Quieres experimentar más? —me preguntó Sgiach.
—Por supuesto —contesté, sin dudarlo.
—Entonces ven aquí. Dame la mano.
Rodeadas de los antiguos duendecillos que personificaban los elementos, me acerqué a Sgiach y le di la mano.
Ella me tomó la mano derecha con su izquierda y la giró para poner la palma hacia arriba.
—¿Confías en mí?
—Sí. Confío en ti —le dije.
—Bien. Solo te dolerá un momentito.
Con un movimiento deslumbrantemente rápido, cortó la palma carnosa de mi mano con la uña afilada de su dedo índice. No pestañeé. No me moví. Pero sí que inspiré con fuerza, aunque tenía razón: solo dolió un momento.
Sgiach me giró la palma y la sangre empezó a gotear, pero antes de que pudiese tocar el suelo cubierto de musgo que había bajo nuestros pies, la reina recogió las gotas escarlata. Ahuecando la mano, dejó que se acumularan y después, pronunciando unas palabras que sentí más que oírlas, pero que no comprendí en absoluto, arrojó la sangre, dispersándola en un círculo a nuestro alrededor.
Y entonces sucedió algo verdaderamente alucinante.
Cada duendecillo que mi sangre tocaba, por un instante, se hizo de carne y hueso. Ya no eran elementos etéreos, simples volutas y estelas de aire, fuego, agua, tierra y espíritu. Todo lo que mi sangre tocaba se hacía realidad… pájaros y hadas vivos, respirando, tritones y ninfas del bosque.
Y bailaban y festejaban. Su risa salpicaba el cielo del crepúsculo con alegría y magia.
—Es magia antigua. Has tocado algunas cosas que llevan años dormidas aquí. Nadie había despertado antes a los duendes. Nadie tenía esa capacidad.
Sgiach habló y después, lenta y majestuosamente inclinó la cabeza para rendirme homenaje.
Totalmente absorta por la maravilla de los cinco elementos, agarré la mano de la reina Sgiach, notando que mi sangre ya había parado de brotar en cuanto la había rociado a nuestro alrededor.
—¿Puedo compartir esto con los otros iniciados? Si les permites venir, ¿puedo enseñarle a una nueva generación la magia antigua?
Ella sonrió entre lágrimas que yo esperaba que fuesen de felicidad.
—Sí, Zoey. Porque si tú no puedes cerrar la brecha que hay entre los mundos antiguo y moderno, no sé quién va a poder. Pero, por ahora, disfruta de este momento. La realidad que tu sangre ha creado se desvanecerá pronto. Baila con ellos, joven reina. Hazles saber que hay esperanza, que el mundo actual no ha olvidado el pasado por completo.
Sus palabras me espolearon y, al ritmo del sonido de campanas, gaitas y címbalos que sonaban de repente, empecé a danzar con las criaturas que mi sangre había solidificado.
Mirando hacia atrás, debería haber prestado más atención a la silueta afilada de unos cuernos que vislumbré mientras daba vueltas y saltaba, brazo con brazo, con los duendes. Debería haber notado el color del pelaje del toro y el brillo de sus ojos. Debería haberle mencionado su presencia a Sgiach. Se podrían haber evitado muchas cosas o, al menos se podrían haber anticipado, si lo hubiera hecho mejor.
Pero esa noche bailé con la inocencia y la novedad de la magia antigua revelada, ajena a que habría consecuencias más funestas que las de sentirme cansada y agotada, necesitar una buena cena y ocho horas de sueño.
—Tenías razón. No ha durado mucho tiempo —le dije jadeando cuando me dejé caer al lado de Sgiach, en su pedrusco musgoso—. ¿No podemos hacer nada para que se queden más tiempo? Parecían contentos de ser reales.
—Los duendes son seres escurridizos. Solo le deben lealtad a su elemento, o a aquellos que lo ejercen.
Parpadeé, sorprendida.
—¿Quieres decir que me son leales a mí?
—Creo que sí, aunque no puedo asegurártelo porque yo no tengo una afinidad real con ningún elemento, aunque soy aliada del agua y el viento, como protectora y reina de esta isla.
—Eh. Entonces, ¿puedo llamarlos aunque abandone Skye?
Sgiach sonrió.
—¿Y por qué ibas a querer hacer eso?
Me reí con ella, sin entender en ese momento por qué iba a querer yo abandonar esta isla mágica y mística.
—Aye, me ha bastado con seguir el sonido del parloteo femenino para saber dónde encontraros a las dos.
La sonrisa de Sgiach se agrandó y se hizo más cálida.
Seoras se unió a nosotros en la arboleda, colocándose al lado de su reina. Ella tocó solo un momento su fuerte antebrazo, pero esa caricia estaba llena del amor de varias vidas de ternura, confianza e intimidad.
—Hola, mi guardián. ¿Has traído el arco y las flechas para ella?
Seoras torció la boca.
—Aye, claro que sí.
El viejo guerrero se giró y yo vi que sostenía un arco intrincadamente tallado hecho de madera oscura. Llevaba el carcaj a juego, lleno de flechas con plumas rojas, colgado de su hombro.
—Bien —dijo ella, sonriéndole con agradecimiento antes de volver a mirarme—. Zoey, tú has aprendido mucho hoy. Tu guardián también necesita una lección para creer en la magia y en los dones concedidos por la Diosa.
Sgiach tomó el arco y las flechas de Seoras y me las tendió.
—Llévaselas a Stark. Lleva mucho tiempo sin ellas.
—¿De verdad crees que es buena idea? —le pregunté, mirando con recelo al arco y a las flechas.
—Lo que yo creo es que tu Stark no estará completo hasta que acepte los dones que le ha concedido la Diosa.
—En el Otro Mundo, tenía un claymore. ¿No podría ser esa su arma aquí también?
Sgiach solo me miró, con una sombra de la magia que acabábamos de experimentar juntas reflejada todavía en sus ojos verdes.
Suspiré.
Y, de mala gana, extendí la mano para coger el arco y el carcaj.
—No le va a hacer gracia —le dije.
—Aye, pero se acostumbrará —aventuró Seoras.
—No dirías eso si supieses todo lo que esto implica para él —le dije.
—Si te refieres al hecho de que no puede fallar su objetivo, entonces aye, sí que lo sé, y también conozco la culpabilidad que carga sobre sus hombros por la muerte de su mentor —confesó el escocés.
—Te lo ha contado.
—Sí.
—¿Y sigues creyendo que debería volver a usar su arco?
—No es tanto que Seoras lo crea, es que sabe, por siglos de experiencia, lo que sucede cuando un guardián ignora los dones concedidos por la Diosa —dijo Sgiach.
—¿Qué sucede?
—Lo mismo que si una alta sacerdotisa intenta salirse de la senda que su Diosa ha allanado para ella —explicó Seoras.
—Como Neferet —susurré.
—Aye —asintió—. Como la alta sacerdotisa caída que corrompió tu Casa de la Noche y que causó la muerte de tu consorte.
—Aunque para ser completamente sinceros, deberías saber que el hecho de que un guardián, o un guerrero, ignore sus dones y se aleje del camino marcado, no es como tomar una decisión nefasta entre el bien y el mal. A veces solo trae consigo una vida frustrante y tan mundana como es posible para un vampiro —le explicó Sgiach.
—Pero si se trata de un guerrero con dones poderosos, o de uno que se ha enfrentado a la Oscuridad, que ha sido tocado por la lucha contra el mal… bueno, el guerrero no puede desaparecer tan fácilmente entre las tinieblas —añadió Seoras.
—Y Stark es ambas cosas —dije yo.
—Sí, sin duda. Continúa confiando en mí, Zoey. Es mejor que tu guardián siga el camino que tiene marcado a que lo evite y, así, caiga atrapado en las sombras —dijo Sgiach.
—Entiendo tu punto de vista, pero no va a ser fácil conseguir que vuelva a usar su arco.
—Ach, bueno, puedes recurrir a la magia de los antiguos mientras estés aquí, en nuestra isla, ¿no?
Paseé la mirada de Seoras a Sgiach. Tenían razón. Lo sentía en mis entrañas. Stark no podía ignorar los dones que Nyx le había concedido, al igual que yo no podía negar mi conexión con los cinco elementos.
—De acuerdo, lo convenceré. Por cierto, ¿por dónde anda?
—El muchacho anda intranquilo —dijo Seoras—. Lo he visto caminando por la costa que rodea al castillo.
Mi corazón se encogió. Habíamos acordado el día anterior quedarnos indefinidamente en Skye. Y después de lo que acababa de pasar entre Sgiach y yo, apenas podía soportar pensar en marcharme.
—Pero no parecía importarle quedarse —pensé en voz alta.
—Lo que le pasa no tiene que ver con dónde está, sino con quién es —dijo Seoras.
—¿Eh? —pregunté, con gran brillantez.
—Zoey, lo que Seoras quiere decir es que verás que la intranquilidad de tu guardián mejora cuando vuelva a ser un guerrero completo.
—Y un guerrero completo utiliza todos sus dones —apuntó Seoras, lapidariamente.
—Vete y ayúdalo a volver a ser él mismo —dijo Sgiach.
—¿Cómo? —pregunté yo.
—Ach, mujer, usa el cerebro que te dio la Diosa y apáñatelas por ti misma.
Con un empujoncito suave y un aspaviento, la reina y su guardián me echaron de la arboleda. Suspiré, me rasqué la cabeza mentalmente y empecé a andar hacia la costa, preguntándome qué tipo de palabra era ese maldito «ach».