Rephaim
En el instante previo a la aparición de su padre, la consistencia del aire cambió.
Supo que Padre había regresado del Otro Mundo en el mismo momento en que sucedió. ¿Cómo podría no haberlo sabido? Estaba con Stevie Rae. Ella sintió que Zoey se completaba al mismo tiempo que él sintió lo de su padre.
Stevie Rae… Apenas habían transcurrido quince días desde la última vez que había estado con ella, que había hablado con ella, que la había tocado… pero parecía que el tiempo pasado juntos hubiera sido hacía una eternidad.
Aunque Rephaim viviese otro siglo más, no olvidaría lo que había pasado entre ellos justo antes de que Padre regresase a este reino. El chico humano de la fuente era él. No tenía ningún sentido racional, pero eso no hacía que fuese menos cierto. Había tocado a Stevie Rae y se había imaginado, por una décima de segundo, cómo podría haber sido.
Podría haberla amado.
Podría haberla protegido.
Podría haber elegido a la Luz sobre la Oscuridad.
Pero lo que podría haber sido no era la realidad… no iba a serlo nunca.
Él había nacido del odio y la lujuria, del dolor y la Oscuridad. Era un monstruo. Ni humano. Ni inmortal. Ni bestia.
Un monstruo.
Los monstruos no soñaban. Los monstruos no deseaban nada que no fuese sangre y destrucción. Los monstruos no conocían… no podían conocer el amor o la felicidad: no los habían creado con esa habilidad.
Entonces, ¿cómo era posible que la echase de menos?
¿Por qué tenía ese terrible vacío en su alma desde que Stevie Rae se había ido? ¿Por qué se sentía vivo solo a medias sin ella?
¿Y por qué deseaba ser mejor, más fuerte, más sabio y bueno, realmente bueno para ella?
¿Estaría perdiendo la razón?
Rephaim se paseó de un lado a otro por el balcón del tejado de la mansión desierta de Gilcrease. Ya pasaba de la medianoche y los terrenos del museo estaban tranquilos, pero desde que la limpieza tras la tormenta de hielo había empezado en serio, el lugar se estaba llenando cada vez de más gente durante las horas de luz.
Voy a tener que irme y encontrar otro lugar. Un lugar más seguro. Debería irme de Tulsa y construirme un bastión en los parques naturales de este enorme país. Sabía que eso era lo más inteligente que podía hacer, lo racional, pero había algo que lo obligaba a quedarse.
Rephaim se dijo que solo estaba esperando a que su padre regresara a Tulsa, ahora que había vuelto a este reino, y lo estaba aguardando… para que le diese un propósito y una dirección a seguir. Pero en los recovecos más profundos de su corazón, sabía la verdad: no quería irse porque Stevie Rae estaba ahí, y aunque no pudiese permitirse ponerse en contacto con ella, seguía estando cerca, al alcance, por si se atrevía a hacerlo.
En ese momento, en medio de su paseo y de sus autorrecriminaciones, el aire que lo rodeaba se hizo más pesado y denso, lleno de un poder inmortal que Rephaim conocía tan bien como su propio nombre. Algo tiró fuertemente dentro de él, como si el poder que flotaba en la noche lo hubiese agarrado y lo estuviese usando de ancla para ir acercándose más.
Rephaim se preparó, física y mentalmente, concentrado en la ilusoria magia inmortal, y aceptó voluntariamente la conexión, sin importarle que fuese dolorosa y agotadora y que lo inundase como una ola sofocante y claustrofóbica.
El cielo nocturno se oscureció sobre él. El viento arreció, golpeando a Rephaim.
El cuervo del escarnio se mantuvo firme.
Cuando el magnificente inmortal alado, su padre, Kalona, el guerrero depuesto de Nyx, bajó en picado desde los cielos y aterrizó ante él, Rephaim se arrodilló automáticamente, inclinándose lealmente.
—Me sorprendió sentir que te hubieses quedado aquí —dijo Kalona, sin darle permiso a su hijo para levantarse—. ¿Por qué no me seguiste a Italia?
Con la cabeza todavía inclinada, Rephaim le contestó.
—Estaba mortalmente herido. No hace mucho que me he recuperado. Pensé que era sabio esperarte aquí.
—¿Herido? Sí, me acuerdo. Un tiro y una caída desde el cielo. Puedes levantarte, Rephaim.
—Gracias, Padre.
El chico pájaro se puso de pie y miró a su padre y después se alegró de que su rostro no dejase traslucir sus emociones con facilidad. ¡Kalona tenía aspecto de haber estado enfermo! Su piel dorada tenía un tono cetrino. Sus ojos, normalmente de color ámbar, estaban rodeados de ojeras. Hasta se le veía delgado.
—¿Estás bien, Padre?
—Por supuesto que estoy bien; ¡soy un inmortal! —replicó el ser alado.
Luego suspiró y se pasó la mano por la cara, fatigado.
—Me atrapó con la tierra. Ya estaba herido de antes y verme atrapado por ese elemento imposibilitó mi recuperación antes de que me liberara… y desde entonces, esta ha sido lenta.
—Así que Neferet te atrapó.
Con cuidado, Rephaim mantuvo un tono neutral.
—Sí, pero no lo podría haber hecho con tanta facilidad si Zoey Redbird no hubiese atacado mi espíritu —añadió Kalona, con amargura.
—Y aun así, la iniciada está viva —dijo Rephaim.
—¡Sí! —rugió Kalona, enderezándose sobre su hijo y haciendo que el cuervo del escarnio se tambalease hacia atrás.
Pero tan rápida como había explotado, su furia se consumió y el inmortal recuperó su aspecto cansado. Respiró profundamente.
—Sí, Zoey vive —repitió, con voz más razonable—, aunque creo que habrá cambiado para siempre tras su experiencia en el Otro Mundo.
Kalona miró desafiante a la noche.
—Todos los que pasan algún tiempo en el reino de Nyx, quedan alterados por ello.
—¿Entonces Nyx te permitió entrar en el Otro Mundo? —no pudo evitar preguntarle Rephaim.
Se armó de valor para recibir la reprimenda de su padre, pero cuando Kalona habló, su voz era sorprendentemente introspectiva, casi amable.
—Sí. Y la vi. Una vez. Brevemente. Fue por culpa de la intervención de la Diosa que el maldito Stark sigue respirando y caminando sobre la tierra.
—¿Stark siguió a Zoey al Otro Mundo y sigue vivo?
—Vive, aunque no debería —dijo Kalona, frotando de modo ausente un lugar de su pecho, sobre su corazón—. Sospecho que esos toros entrometidos tienen algo que ver con su supervivencia.
—¿Los toros negro y blanco? ¿La Oscuridad y la Luz?
Rephaim volvió a sentir el regusto del miedo en el fondo de la garganta al recordar la piel resbaladiza y espeluznante del toro blanco, la maldad sin fin de sus ojos y el incandescente dolor que la criatura le había causado.
—¿Qué pasa? —La perceptiva mirada de Kalona atravesó a su hijo—. ¿Por qué pones esa cara?
—Se manifestaron aquí, en Tulsa, hace más o menos una semana.
—¿Y qué los trajo aquí?
Rephaim dudó y su corazón latió con fuerza en su pecho. ¿Qué podía admitir? ¿Qué podía decir?
—¡Rephaim, habla!
—Fue la Roja… la joven alta sacerdotisa. Ella invocó la presencia de los toros. Fue el toro blanco el que le dio la clave que ayudó a Stark a encontrar el camino al Otro Mundo.
—¿Cómo sabes todo eso?
La voz de Kalona era gélida como la muerte.
—Presencié parte de la invocación. Estaba tan malherido que no pensé que me recuperaría, ni que podría volver a volar. Cuando el toro blanco se manifestó, me fortaleció y me atrajo a su círculo. Allí fue donde vi a la Roja recibiendo la información.
—¿Estabas sanado, pero no capturaste a la Roja? ¿No la detuviste antes de que pudiese volver a la Casa de la Noche para ayudar a Stark?
—No pude hacerlo. El toro negro se manifestó y la Luz desterró a la Oscuridad, protegiendo a la Roja —relató él, sinceramente—. He estado aquí desde entonces, recuperando las fuerzas y, desde que sentí que habías vuelto a este reino, esperándote.
Kalona clavó la mirada en su hijo. Rephaim le sostuvo la mirada con firmeza.
El padre asintió lentamente.
—Es bueno que me esperaras aquí. Han quedado muchas cosas por hacer en Tulsa. Esta Casa de la Noche pronto le pertenecerá a la tsi sgili.
—¿Neferet también ha regresado? ¿El Alto Consejo no la ha retenido?
Kalona se rió.
—El Alto Consejo está formado por unas estúpidas ingenuas. La tsi sgili me ha culpado de los acontecimientos recientes y me ha castigado azotándome públicamente y después desterrándome de su lado. El Consejo ha sido apaciguado.
Sorprendido, Rephaim sacudió la cabeza. El tono de su padre era ligero, casi divertido, pero su mirada era negra… y su cuerpo estaba débil y herido.
—Padre, no lo entiendo. ¿Azotado? ¿Le permitiste a Neferet que…?
Con una rapidez inmortal, la mano de Kalona voló y agarró de repente la garganta de su hijo. El enorme cuervo del escarnio fue alzado en el aire como si no pesase más que una de sus finas plumas negras.
—No cometas el error de creer que como he sido herido, ahora soy débil.
—Nunca lo haría —dijo Rephaim, con una voz que parecía más un susurro ahogado.
Sus caras estaban muy juntas. Los ojos ámbar de Kalona relucían de furia.
—Padre —jadeó Rephaim—, no pretendía faltarte al respeto.
Kalona lo soltó y su hijo se derrumbó a sus pies. El inmortal levantó la cabeza y abrió los brazos, como si le hablase a los cielos.
—¡Ella sigue teniéndome prisionero! —gritó.
Rephaim inspiró y se frotó la garganta. A continuación, las palabras de su padre penetraron en la confusión de su mente. Lo miró desde abajo. La cara del inmortal estaba retorcida de dolor… sus ojos, angustiados. Rephaim se puso de pie lentamente y se acercó a él, con cautela.
—¿Qué ha hecho?
Las manos de Kalona cayeron a sus costados, pero su cara siguió mirando al cielo.
—Le juré que destruiría a Zoey Redbird. La iniciada está viva. Rompí mi juramento.
La sangre de Rephaim se congeló.
—Romper el juramento suponía un castigo.
No era una pregunta, pero Kalona asintió.
—Sí.
—¿Qué le debes a Neferet?
—La sumisión de mi espíritu mientras yo sea inmortal.
—¡Por todos los dioses y diosas, entonces ambos estamos perdidos!
Rephaim no pudo evitar que esas palabras saliesen de su boca.
Kalona se giró hacia él y su hijo vio que un astuto brillo había reemplazado a la ira en sus ojos.
—Neferet lleva siendo inmortal menos de lo que dura una respiración en este mundo. Yo lo soy desde hace incontables eones. Si he aprendido alguna lección durante mis varias vidas, es que no hay nada que no se pueda romper. Nada. Ni el corazón más fuerte, ni el alma más pura… ni el juramento más vinculante.
—¿Sabes cómo librarte del control que tiene sobre ti?
—No, pero sé que si le doy lo que más desea, se distraerá mientras yo descubro cómo romper el juramento que le hice.
—Padre —dijo Rephaim, vacilante—, siempre hay consecuencias cuando se quebranta un juramento. ¿No provocarás otras si infringes este?
—No puedo pensar en ninguna consecuencia que no pagaría con gusto para liberarme del dominio de Neferet.
La cólera fría y mortífera de la voz de Kalona resecó la garganta de Rephaim. Sabía que cuando su padre se ponía así, lo único que podía hacer era darle la razón y ayudarlo en lo que necesitase, capear el temporal en silencio, mecánicamente, a su lado. Estaba habituado a las emociones volátiles de Kalona.
A lo que no estaba acostumbrado era a sentirse molesto por ellas.
Rephaim sentía que la mirada inmortal lo estudiaba. El cuervo del escarnio se aclaró la garganta y supo lo que su padre esperaba oír.
—¿Qué es lo que más desea Neferet y cómo se lo podemos dar?
El gesto de Kalona se relajó un poco.
—Lo que la tsi sgili desea con más fuerza es dominar a los humanos. Se lo daremos ayudándola a comenzar una guerra entre vampiros y humanos. Pretende utilizar esa guerra como excusa para destruir al Alto Consejo. Cuando este desaparezca, la sociedad vampira caerá en la confusión y Neferet, utilizando el título de Nyx reencarnada, gobernará.
—Pero los vampiros se han vuelto demasiado racionales, demasiado civilizados, para enfrentarse a los humanos en una guerra. Creo que se apartarían de la sociedad antes que entrar en batalla.
—Eso se aplica a la mayoría de los vampiros, pero te estás olvidando de la nueva raza de chupasangres que creó la tsi sgili. Esos no parecen tener los mismos escrúpulos.
—Los iniciados rojos —dijo Rephaim.
—Ah, pero no todos son iniciados, ¿verdad? Oí decir que uno de los chicos había superado el cambio. Y después tenemos a la nueva alta sacerdotisa, la Roja. No estoy seguro de que esté tan entregada a la Luz como su amiga Zoey.
Rephaim sintió que un enorme puño le apretaba el corazón.
—La Roja invocó al toro negro… a la manifestación de la Luz. No creo que pueda ser apartada del camino de la Diosa.
—Dijiste también que había conjurado al toro blanco, ¿no?
—Sí, pero por lo que yo vi, no llamó a la Oscuridad intencionadamente.
Kalona se rió.
—Neferet me ha contado que Stevie Rae estaba distinta justo después de resucitar. ¡La Roja se deleitaba en la Oscuridad!
—Y después cambió, como Stark. Ahora están los dos comprometidos con Nyx.
—No, con quien está comprometido Stark es con Zoey Redbird. No creo que la Roja haya formado ninguna relación parecida.
Cuidadoso, Rephaim permaneció en silencio.
—Cuanto más pienso en ello, más me gusta la idea. Neferet gana poder si usamos a la Roja, y Zoey pierde a alguien cercano a ella. Sí, me gusta. Mucho.
Rephaim estaba tratando de abrirse paso entre la mezcla de pánico, miedo y caos de su mente para elaborar una respuesta que pudiese apartar a Kalona del objetivo de Stevie Rae, cuando el aire a su alrededor se onduló y cambió. Sombras entre las sombras parecieron agitarse breve pero extáticamente. Sus ojos interrogantes fueron de la Oscuridad que acechaba en las esquinas del tejado hasta su padre.
Kalona asintió y sonrió forzadamente.
—La tsi sgili le ha pagado su deuda a la Oscuridad; ha sacrificado la vida de un inocente que no pudo ser corrompido.
La sangre de Rephaim latió en sus oídos. Por un instante, estuvo feroz e increíblemente asustado por Stevie Rae. Y después razonó. No, Neferet no ha podido sacrificar a Stevie Rae. Ella ya ha sido tocada por la Oscuridad. Por ahora, de esta amenaza está a salvo.
—¿A quién ha matado Neferet?
Rephaim estaba tan distraído por el alivio que sentía que habló sin pensar.
—¿Y a ti qué te importa a quién ha matado la tsi sgili?
La mente de Rephaim se volvió a concentrar en el presente rápidamente.
—Solo tengo curiosidad.
—Siento un cambio en ti, hijo mío.
Rephaim miró a su padre con firmeza.
—He estado cerca de la muerte, Padre. Fue una experiencia que me ha hecho pensar. Debes recordar que yo solo comparto parte de tu inmortalidad. El resto de mí es mortal.
Kalona asintió brevemente, aceptándolo.
—Se me olvida que eres débil por la humanidad que hay en tu interior.
—Mortalidad, no humanidad. Yo no soy humano —le corrigió él, amargamente.
Kalona lo estudió.
—¿Cómo conseguiste sobrevivir a tus heridas?
Rephaim apartó la vista de su padre y le contestó con tanta sinceridad como fue capaz.
—No estoy completamente seguro de cómo o ni tan siquiera por qué sobreviví.
Nunca entenderé por qué me salvó Stevie Rae, añadió en silencio su mente.
—Gran parte de esos momentos sigue estando borrosa.
—El cómo no es importante. El porqué es obvio… sobreviviste para servirme, como has hecho toda tu vida.
—Sí, Padre —respondió él automáticamente, antes de seguir hablando para tratar de esconder la desesperanza que hasta él podía oír en su voz—. Y al servirte debo decirte que no podemos permanecer aquí.
Kalona levantó una ceja, interrogante.
—¿Qué es lo que estás diciendo?
—En este lugar —dijo, señalando con el brazo los terrenos de Gilcrease—. Hay demasiada presencia humana desde que se ha ido el hielo. No podemos quedarnos aquí.
Rephaim respiró profundamente, antes de continuar.
—Quizás sería más inteligente que nos marcháramos de Tulsa durante un tiempo.
—Es obvio que no podemos dejar Tulsa. Ya te he explicado que debo distraer a la tsi sgili para poder liberarme de sus ataduras. Y eso lo puedo hacer mejor desde aquí, utilizando a la Roja y a sus iniciados. Pero tienes razón al decir que este no es el lugar adecuado para nosotros.
—¿Entonces no sería acertado dejar la ciudad hasta que descubramos un lugar mejor?
—¿Por qué continúas con esa insistencia de que nos vayamos cuando te he dejado claro que debemos quedarnos?
Rephaim respiró profundamente.
—Me he cansado de la ciudad —le contestó, sencillamente.
—¡Pues haz uso de las reservas de fuerza que tienes en tu interior por el legado de mi sangre! —le ordenó Kalona, claramente molesto—. Permaneceremos en Tulsa todo el tiempo necesario para lograr mi objetivo. Neferet ya ha pensado dónde debería quedarme. Exige que esté cerca de ella, pero sabe que no debo ser visto, al menos no inmediatamente.
Kalona hizo una pausa, haciendo una mueca llena de furia al verse tan controlado por la tsi sgili.
—Nos mudaremos, esta noche, al edificio que ha adquirido Neferet. Pronto empezaremos a perseguir a los iniciados rojos y a su alta sacerdotisa —continuó, mirando de repente las alas de su hijo—. Ya puedes volver a volar, ¿verdad?
—Sí, Padre.
—Pues basta de charlas inútiles. Despeguemos hacia al cielo y empecemos a volar hacia nuestro futuro, hacia nuestra libertad.
El inmortal desplegó sus inmensas alas y saltó desde el tejado de la mansión desierta de Gilcrease. Rephaim vaciló, intentando pensar… respirar… comprender lo que iba a hacer. Desde un rincón del tejado una imagen parpadeó y el pequeño espíritu rubio que lo había rondado desde que había llegado, destrozado y ensangrentado, se manifestó.
No puedes dejar que tu padre le haga daño. Lo sabes, ¿verdad?
—Por última vez, esfúmate, aparición —dijo Rephaim mientras abría sus alas y se preparaba para seguir a su padre.
Tienes que ayudar a Stevie Rae.
Rephaim se giró hacia ella.
—¿Por qué? Yo soy un monstruo… ella no puede ser nada mío.
La niña sonrió.
Demasiado tarde, ya es parte de ti. Además, hay otra razón por la que debes ayudarla.
—¿Por qué? —preguntó Rephaim, cansinamente.
Porque tú no eres un completo monstruo. Tienes una parte de chico, y eso significa que morirás algún día. Y cuando alguien muere, solo se lleva una cosa consigo para siempre.
—¿Y qué cosa es esa?
Su sonrisa era radiante.
¡El amor, tonto! Te puedes llevar contigo el amor. Como ves, tienes que salvarla o te arrepentirás por siempre jamás.
Rephaim miró fijamente a la niña.
—Gracias —le dijo suavemente, antes de propulsarse hacia la oscuridad.