Stevie Rae
—No pareces tú misma. ¿Sabes?
Stevie Rae levantó la vista hacia Kramisha.
—Lo único que hago es estar aquí sentada, ocupándome de mis cosas —replicó, dejando en suspenso la indirecta de «al contrario que tú»—. ¿A qué te refieres con eso de que no parezco yo misma?
—Has elegido el rincón más oscuro y espeluznante que hay aquí. Has apagado las velas para que esté aún más oscuro. Y estás aquí sentada tan deprimida que casi me parece escuchar tus pensamientos.
—Tú no puedes oír mis pensamientos.
El tono cortante de la voz de Stevie Rae hizo que los ojos de Kramisha se agrandaran.
—Por supuesto que no. No hace falta que te pongas borde. He dicho «casi». No soy telépata, como Sookie Stackhouse. Además, aunque lo fuese, nunca escucharía tus pensamientos a hurtadillas. Eso sería de mala educación y mi madre me ha educado bien.
Kramisha se sentó al lado de Stevie Rae, en el banquito de madera.
—Y hablando de eso… ¿soy la única que piensa que el hombre lobo está más bueno que Bill y Eric juntos?
—Kramisha, no me estropees la tercera temporada de True Blood. Todavía no he acabado de ver los deuvedés de la segunda.
—Bueno, yo solo te digo que te prepares para ver a un cuadrúpedo macizorro.
—En serio. No te atrevas a contarme nada más.
—Vaaaale, vaaale… pero de verdad que deberíamos hablar de ese monstruo lobo cachondo.
—Este banco es de madera. La madera proviene de la tierra. Y eso significa que, probablemente, pueda encontrar una manera de darte una paliza si me fastidias True Blood.
—¿Podrías relajarte, por favor? Ya iba a cambiar de tema. Hay otra cosa que quiero discutir contigo antes de que entremos en lo que seguro que resulta ser una tediosa reunión del Consejo.
—Es parte de nuestros deberes. Yo soy una alta sacerdotisa. Tú, una poetisa laureada. Tenemos que asistir a las reuniones del Consejo —dijo Stevie Rae, soltando una larga bocanada de aire y sintiendo que se le hundían los hombros—. Demonios, no sabes cómo me voy a alegrar cuando llegue Z mañana.
—Sí, sí, eso lo pillo. Lo que no entiendo es lo que ronda por tu cabeza que te tiene tan inquieta.
—Mi novio ha perdido la chaveta y ha desaparecido de la faz de la tierra. Mi mejor amiga casi se muere en el Otro Mundo. Los iniciados rojos… los otros… siguen ahí fuera, haciendo a saber qué, o sea, que seguramente estarán comiéndose a gente. Y, por si fuera poco, se supone que soy una alta sacerdotisa, aunque ni siquiera esté muy segura de lo que significa eso. Creo que todo esto es suficiente para confundir la cabeza de cualquiera.
—Sí. Pero no justifica que me sigan llegando curiosos poemas con el mismo extraño tema. Son sobre ti y unas bestias, y me gustaría saber por qué.
—Kramisha, no sé de qué me estás hablando.
Stevie Rae empezó a ponerse de pie, pero la poetisa metió la mano en su enorme bolso y sacó un papel de color violeta garabateado con su letra. Con otro gran suspiro, Stevie Rae se sentó y extendió la mano.
—Genial. Déjame ver.
—Escribí los dos en este papel. El viejo y el nuevo. Algo me dijo que te haría falta refrescar la memoria.
Stevie Rae no dijo nada. Sus ojos recorrieron el primer poema del papel. Se tomó su tiempo para leerlo, y no porque necesitara refrescarse la memoria. Para nada. Cada uno de los versos del poema se le había quedado grabado en la mente.
La Roja camina hacia la Luz
blandiendo sus armas para tomar parte
en la lucha apocalíptica.
La Oscuridad se esconde tras diferentes aspectos.
Mira más allá de la forma, del color, de las mentiras
y de las tormentas emocionales.
Alíate con él; págale con tu corazón,
aunque no puedas depositar en él tu confianza
si no se aleja de la Oscuridad.
Mira con tu alma y no con tus ojos
porque para bailar con bestias
debes penetrar en su disfraz.
Stevie Rae trató de convencerse de que no debía llorar, pero su corazón estaba herido y roto. El poema decía la verdad. Había visto a Rephaim con el alma, no con los ojos. Se había alejado de la Oscuridad y ella había confiado en él y lo había aceptado… Y, con ese gesto, se había aliado con una bestia y lo había pagado con su corazón. Y aún seguía haciéndolo.
A regañadientes, Stevie Rae leyó el segundo poema de la hoja, el nuevo. Recordándose que no debía mostrar ninguna reacción, que su rostro no debía descubrir nada, empezó a leer:
Las bestias pueden ser hermosas.
Los sueños se convierten en deseos.
La realidad cambia con la razón.
Confía en tu verdad.
Hombre… monstruo… misterio… magia,
escucha con tu corazón.
Mira sin desprecio,
el amor no perderá.
Confía en su verdad.
Su promesa es la confirmación,
la prueba es el tiempo.
La fe libera
si hay coraje para cambiar.
Stevie Rae tenía la boca seca.
—Lo siento, no te puedo ayudar. No sé de qué va todo esto.
Intentó devolverle la hoja a Kramisha, pero la poetisa tenía las manos cruzadas sobre el pecho.
—No sabes mentir, Stevie Rae.
—No es muy inteligente llamar mentirosa a tu alta sacerdotisa —le respondió esta, con un toque de crueldad en la voz.
Kramisha sacudió la cabeza.
—¿Qué te está pasando? Sufres por algo que te está carcomiendo desde dentro. Si yo fuera tú, hablaría conmigo. Trataría de averiguar qué significa esto.
—¡Yo no puedo descifrar estos poemas! Están lleno de metáforas y simbolismos y de unas predicciones extrañas y confusas.
—Eso es una jodida mentira —dijo Kramisha—. Ya lo hemos hecho antes. Zoey lo hizo. Y tú y yo, o al menos lo suficiente como para llegar a Z en el Otro Mundo. Y eso la ayudó. Stark dijo que fue así.
Kramisha señaló el primer poema.
—Parte de esto se hizo realidad. Te enfrentaste a las bestias. A los toros. No eres la misma desde entonces. Y ahora me llega otro poema que también habla de bestias. Sé que son para ti. Y sé que tú sabes más de lo que me estás contando.
—Mira, déjame en paz, Kramisha.
Stevie Rae se puso de pie y salió de la alcoba. Justo antes de tropezar con Dragon Lankford, le gritó a la chica:
—¡Estoy harta de hablar de bestias!
—¡Eh, soooo! ¿De qué va esto?
La mano firme de Dragon sujetó a Stevie Rae cuando esta se tambaleó al chocar contra él.
—¿Has dicho «bestias»?
—Exactamente —dijo Kramisha, señalando la hoja de libreta que Stevie Rae llevaba en la mano—. Me llegaron dos poemas: uno el día que Stevie Rae se enfrentó a los toros, y el otro hace un ratito. Y pasa de ellos.
—No he dicho que pase de ellos. Solo quiero ocuparme yo solita de mis asuntos sin que cada maldito ente del universo meta sus narices en ellos.
—¿Me consideras uno de esos malditos entes? —le preguntó Dragon.
Stevie Rae se obligó a mirarlo a los ojos.
—No, por supuesto que no.
—Y estarás de acuerdo conmigo en que los poemas de Kramisha son importantes…
—Bueno, sí.
—Pues entonces, no puedes ignorarlos sin más —dijo Dragon, colocando una mano sobre el hombro de Stevie Rae—. Sé lo que es querer mantener tu privacidad, pero ocupas un puesto en el que hay cosas más importantes que eso.
—Ya lo sé, pero puedo ocuparme de esto yo sola.
—Pasaste de lo de los toros —dijo Kramisha—. Y, aun así, ocurrió lo que ocurrió.
—Pero ya se han ido, ¿no? Así que me ocupé de ellos bastante bien.
—Me acuerdo de cómo llegaste después de la batalla con el toro. Estabas gravemente herida. Si hubieses hecho caso de la advertencia de Kramisha, el coste podría haber sido menos elevado. Y también hay que tener en cuenta que apareció allí un cuervo del escarnio que incluso podría ser la criatura Rephaim. Ese monstruo sigue ahí fuera y es un peligro para todos nosotros. Debes entender por tanto, joven sacerdotisa, que una advertencia previa dirigida a ti no puede mantenerse en privado porque podría afectar a las vidas de los demás.
Stevie Rae clavó la mirada en los ojos de Dragon. Sus palabras eran firmes. Su tono, amable. Pero ¿eso que veía en su expresión era desconfianza e ira? ¿O solo era la pena que le había inundado desde la muerte de su esposa?
Mientras ella dudaba, Dragon continuó hablando.
—Una bestia mató a Anastasia. No podemos permitir que esas criaturas de la Oscuridad toquen a ningún otro inocente, si podemos evitarlo. Sabes que tengo razón, Stevie Rae.
—Ya… ya lo sé —tartamudeó ella, intentando ordenar sus pensamientos.
Rephaim mató a Anastasia la noche en que Darius le disparó mientras volaba. Nadie va a olvidarlo nunca… Yo nunca lo podré olvidar, sobre todo por cómo han cambiado las cosas. Llevo semanas sin verlo. Ni un momento. Nuestra conexión sigue aquí. Puedo sentirla, pero no he percibido nada de él.
Y esa carencia de sentimientos hizo que Stevie Rae tomase su decisión.
—Vale, tienes razón. Necesito ayuda con esto.
Quizás así es como debe ser, pensó, alargándole los poemas a Dragon. Quizás así Dragon descubra mi secreto y todo se destruya: Rephaim, nuestra conexión y mi corazón. Pero, al menos, se habrá acabado.
Mientras Dragon leía la poesía, Stevie Rae observó que su expresión se oscurecía. Cuando finalmente levantó la vista de la hoja y la miró a los ojos, su preocupación era patente.
—El segundo toro al que conjuraste, el negro que venció al malvado blanco, ¿qué tipo de conexión tenías con él?
Stevie Rae intentó no dejar entrever lo aliviada que se sentía porque Dragon se centrase en los toros y no la interrogase sobre Rephaim.
—No sé si realmente podrías llamarlo conexión, pero pensé que era hermoso. Era negro, pero no había ni rastro de Oscuridad en él. Era increíble… como el cielo nocturno, o como la tierra.
—La tierra… —reflexionó Dragon en voz alta—. Si el toro te recuerda a tu elemento, quizás eso sea suficiente como para que estéis conectados.
—Pero sabemos que es bueno —dijo Kramisha—. No hay ningún misterio en eso. Los poemas no pueden estar hablando de él.
—¿Y?
Stevie Rae no pudo ocultar su irritación. Kramisha era como un maldito perro con un hueso que no quería soltar.
—Pues que el poema, sobre todo el último, habla de confiar en la verdad. Ya sabemos que es bueno. Se puede confiar en el toro negro. ¿Para qué necesitas que te lo diga un poema?
—Kramisha, como intentaba decirte antes, no lo sé.
—Es que no creo que se refiera al toro negro —insistió la poetisa.
—¿Y de qué va a estar hablando? Yo no conozco a ninguna otra bestia —dijo Stevie Rae rápidamente, como si la velocidad pudiese llevarse consigo la mentira.
—Nos dijiste que Dallas tenía una nueva afinidad fuera de lo común y que parecía haberse vuelto loco. ¿Es correcto? —le preguntó Dragon.
—Sí, básicamente —contestó Stevie Rae.
—La referencia a la bestia podría ser algo simbólico sobre Dallas. El poema podría significar que necesitas confiar en la humanidad que queda en él —dijo Dragon.
—No lo sé —dijo Stevie Rae—. Estaba paranoico y chiflado la última vez que lo vi. Decía cosas muy raras sobre el cuervo del escarnio que vio.
—¡Se convoca la reunión del Consejo! —se escuchó la voz de Lenobia fluyendo por el vestíbulo desde la puerta abierta de la sala.
—¿Te importa si me lo quedo? —preguntó Dragon, levantando la hoja de papel mientras caminaban por el vestíbulo—. Lo voy a copiar y después te lo devuelvo. Me gustaría tener la oportunidad de estudiar y examinar los poemas más en detalle.
—Sí, ningún problema —dijo Stevie Rae.
—Bueno, me alegro de tener a tu cerebro trabajando en esto, Dragon —alabó Kramisha.
—Yo también —añadió Stevie Rae, intentando sonar como si estuviese diciendo la verdad.
Dragon se paró.
—No voy a compartirlo con todos, solo con los vampiros que crea que nos pueden ayudar a entender el significado del poema. Comprendo tu deseo de mantener tu privacidad.
—Se lo contaré a Zoey mañana, en cuanto vuelva —dijo Stevie Rae.
Dragon frunció el ceño.
—Creo que sí que deberías compartir los poemas con Zoey, pero, por desgracia, no va a volver mañana a la Casa de la Noche.
—¿Cómo? ¿Por qué no?
—Parece ser que Stark todavía no está como para viajar, por lo que Sgiach les ha dado permiso para quedarse en Skye indefinidamente.
—¿Eso te lo ha contado Zoey?
Stevie Rae no se podía creer que su mejor amiga hubiese llamado a Dragon y no a ella. ¿En qué estaba pensando Z?
—No, ella y Stark hablaron con Jack.
—Oh, el ritual de celebración.
Stevie Rae asintió, comprendiendo. Z no le había ocultado nada. Jack estaba histeriquísimo con el ritual y se había hecho cargo de la música, de la comida y de la decoración… Seguramente la había llamado con un montón de preguntas tipo: «¿Cuál es tu color favorito?» y «¿Doritos o Ruffles?».
—El chico gay está bastante obsesionado. Apuesto a que perdió lo poco que le quedaba de cabeza cuando se enteró de que Z no volvía mañana.
—En realidad ha decidido ocupar ese tiempo extra en practicar la canción que quiere cantar y en seguir decorando —dijo Dragon.
—Que la Diosa nos ayude —dijo Kramisha—. Si trata de colgar arcoíris y unicornios por todas partes y nos hace llevar boas de plumas… de nuevo, me pienso plantar.
—Espadas de origami —dijo Dragon.
—¿Perdona?
Stevie Rae no estaba segura de haberlo oído bien.
Dragon se rió.
—Jack vino a la casa de campo y se llevó un claymore prestado para poder tener un modelo real a partir del cual trabajar. En honor a Stark, va a colgar espadas de origami de hilo de sedal. Dice que le quedarán bien a la canción.
—Porque estarán desafiando a la gravedad.
Stevie Rae no pudo evitar reírse tontamente. Adoraba a Jack. Era demasiado bueno como para describirlo con palabras.
—Espero que no las haga con papel rosa. Eso no pegaría.
Llegaron a la puerta de la sala del Consejo y, antes de cruzarla por completo, Stevie Rae escuchó la última frase de Dragon.
—Rosa no. Violeta. Lo vi cargando con páginas y páginas violetas.
Stevie Rae seguía sonriendo cuando Lenobia empezó la reunión del Consejo. En los días subsiguientes, recordaría esa sonrisa y desearía poder aferrarse a la imagen de Jack haciendo espadas violetas con papel y cantando Desafiando a la gravedad, mirando eternamente el lado amable de la vida, eternamente dulce, eternamente feliz y, más importante aún, eternamente a salvo.