Zoey
—¿Que quieres que le haga qué a mi bufanda de cachemir?
—Arrancarle una tira —dijo Stark.
—¿Estás seguro?
—Sí, fue Seoras quien me dio las instrucciones. Las instrucciones y un montón de comentarios burlones sobre mi triste educación incompleta y mi incapacidad para distinguir entre mi culo y mi oreja o mi codo, y algo también sobre que soy un lechuguino, que no sé qué demonios significa.
—¿Lechuguino? ¿Como la verdura?
—No creo que se refiera a eso…
Stark y yo sacudimos la cabeza, totalmente de acuerdo en que Seoras era raro.
—Sea lo que sea —continuó Stark—, dijo que las tiras de tela tenían que ser de una cosa mía y de una tuya, de algo que fuese especial para nosotros.
Sonrió y tiró de mi brillante, cara y preciosa bufanda nueva.
—A ti te gusta mucho esto, ¿verdad?
—Sí, lo suficiente como para no querer hacerla pedacitos.
Stark se rió, desenvainó la daga que llevaba a la cintura y me la dio.
—Bien, entonces, atado con un retal de mi plaid, creará un nudo fuerte entre los dos.
—Sí, aunque ese plaid no te ha costado ochenta euros, que son más de cien dólares. Creo… —murmuré, mientras extendía la mano para coger la daga.
En lugar de darme el arma, Stark dudó. Su mirada se clavó en la mía.
—Tienes razón. No me costó dinero. Me costó sangre.
Dejé caer los hombros.
—Lo siento. Mírame, quejándome por dinero y por una bufanda. ¡Ah, joder! Estoy empezando a sonar como Aphrodite.
Stark giró la daga hasta colocar la punta sobre su pecho, a la altura del corazón.
—Si te vuelves como Aphrodite, me la clavaré.
—Si me vuelvo como Aphrodite, clávamela a mí primero.
Estiré la mano para coger la daga y esta vez me la dio.
—Trato hecho —sonrió.
—Trato hecho —respondí yo.
Y, a continuación, clavé la punta en el extremo con flecos de mi nueva bufanda y con un tirón rápido corté una tira larga y estrecha.
—¿Y ahora qué?
—Elige una rama. Seoras dijo que se suponía que yo debía sostener mi tira y tú la tuya. Las atamos juntas y el deseo que pronunciemos sobre nosotros quedará atado para siempre.
—¿En serio? Es superromántico.
—Sí, ya —dijo él, estirando una mano para recorrer con el dedo mi mejilla—. Ojalá me lo hubiese inventado yo, solo para ti.
Lo miré a los ojos y dije exactamente lo que pensaba.
—Eres el mejor guardián del mundo.
Stark negó con la cabeza, con expresión seria.
—No lo soy. No digas eso.
Como había hecho él conmigo, le recorrí la mejilla con un dedo.
—Para mí, Stark. Para mí, tú eres el mejor guardián del mundo.
Se relajó un poco.
—Para ti, trataré de serlo.
Aparté la vista de él y estudié el viejo árbol.
—Esa —dije, señalando una rama baja que se ramificaba creando, con hojas y otras ramitas, lo que parecía un perfecto corazón—. Ese es nuestro lugar.
Fuimos juntos hasta el árbol. Después, siguiendo las instrucciones del guardián de Sgiach, Stark y yo atamos juntos la tela escocesa de color tierra de los MacUallis y mi brillante tira de color crema. Nuestros dedos se rozaron al cerrar el nudo, nuestras miradas se encontraron.
—Mi deseo para nosotros es que nuestro futuro sea fuerte, como este nudo —dijo Stark.
—Mi deseo es que nuestro futuro sea estar juntos, como en este nudo —dije yo.
Sellamos nuestros deseos con un beso que me dejó sin aliento. Me incliné hacia Stark para besarlo de nuevo cuando me cogió de la mano.
—¿Me dejarías enseñarte algo?
—Sí, claro —respondí, pensando que, en ese momento, le permitiría mostrarme cualquier cosa.
Empezó a andar en dirección a la arboleda, pero sintió mis dudas porque me apretó la mano y me sonrió desde arriba.
—Eh, no hay nada aquí que pueda hacerte daño, y si lo hubiera, yo te protegería. Te lo prometo.
—Lo sé. Lo siento.
Tragué con fuerza el nudo de miedo que se me había formado en la garganta, respondí a su apretón con otro y entramos en la arboleda.
—Estás de vuelta, Z. De verdad. Y estás a salvo.
—¿A ti no te recuerda también al Otro Mundo? —le pregunté, en voz baja, de tal manera que Stark tuvo que agacharse para oírme.
—Sí, pero de una manera agradable.
—A mí también, la mayor parte de las veces. Siento que hay algo aquí que me hace pensar en Nyx y en su reino.
—Supongo que tiene que ver con lo viejo que es este lugar y con lo apartado que ha estado del mundo. Vale, es por aquí —dijo—. Seoras me habló de esto y me pareció verlo justo antes de que llegaras. Esto es lo que quería enseñarte.
Stark señaló hacia delante, a nuestra derecha, y me quedé sin aliento de la impresión. Uno de los árboles brillaba. El interior de las líneas que surcaban su gruesa corteza relucía con una suave luz azul, como si el árbol tuviese venas luminosas.
—¡Es alucinante! ¿Qué es?
—Estoy seguro de que existe una explicación científica… seguramente algo sobre la fosforescencia de las plantas y todo eso, pero prefiero creer que es magia, magia escocesa —comentó Stark.
Levanté mi mirada hacia él, le sonreí y le tiré del plaid.
—A mí también me gusta llamarlo magia. Y hablando de cosas escocesas, debo decirte que me gustas mucho con esta ropa.
Él repasó su aspecto.
—Sí, es raro que algo que es básicamente un vestido hecho de lana pueda parecer tan varonil.
Me reí.
—Me gustaría oírte decirle a Seoras y al resto de los guerreros que lo que llevan puesto son vestidos de lana.
—Demonios, no. Acabo de volver del Otro Mundo, pero eso no significa que tenga impulsos suicidas.
Después pareció reconsiderar lo que acababa de decirle.
—Así que te gusto con estas pintas, ¿eh? —añadió.
Me crucé de brazos y tracé un círculo a su alrededor, estudiándolo con cara seria mientras él me observaba. Los colores del plaid de los MacUallis siempre me recordaban a la tierra, lo que ya era extraño en sí mismo, pero específicamente, me recordaban a la tierra roja de Oklahoma. Ese tono marrón oxidado, inconfundible, se mezclaba con un color más claro de hojas recién caídas y con un color gris oscuro tipo corteza. Lo llevaba puesto a la manera tradicional, como Seoras le había enseñado, plegando los kilómetros de tela poco a poco y después envolviéndose con ella y asegurándola con cintas y unos antiguos broches preciosos (aunque estaba segura de que los guerreros no los llamaban broches). Tenía otra pieza de plaid que podía pasarse por encima de los hombros, y menos mal, porque quitando las cintas de cuero entrecruzadas, lo único que llevaba tapando el pecho era una camiseta sin mangas que dejaba mucha piel al descubierto.
Se aclaró la garganta. Su media sonrisa le daba un aspecto infantil y mostraba su nerviosismo.
—¿Y bien? ¿He pasado su inspección, mi reina?
—Totalmente —dije, sonriendo—. Con matrícula de honor.
Me encantó ver que, aunque era un guardián grande y duro, pareció sentirse aliviado.
—Me alegro de escuchar eso. Mira lo práctica que puede ser toda esta lana.
Me cogió de la mano y me acercó al árbol brillante. Se sentó y extendió parte de su plaid sobre el musgo.
—Siéntate, Z.
—Con mucho gusto —le contesté, acurrucándome a su lado.
Stark me atrajo a sus brazos y me pasó la esquina del kilt por encima para que estuviese calentita, arrebujada en algo parecido a un maravilloso sándwich de guerrero y plaid.
Nos quedamos allí durante lo que me pareció mucho tiempo. No hablamos, sino que nos sumergimos en un hermoso y cómodo silencio. Me sentía bien en brazos de Stark. A salvo. Y cuando sus manos empezaron a moverse, recorriendo la silueta de mis tatuajes, primero por mi cara y después bajando por mi cuello, también me sentí bien.
—Me alegro de que hayan vuelto —dijo Stark, en voz baja.
—Fue gracias a ti —le susurré en respuesta—. Por cómo me hiciste sentir en el Otro Mundo.
Me sonrió y me besó en la frente.
—¿Te refieres a asustada e histérica?
—No —le repliqué, tocándole la cara—. Me hiciste sentir viva de nuevo.
Sus labios bajaron de mi frente a mi boca. Me besó profundamente y después habló, pegado a mis labios.
—Me alegro mucho de escuchar eso, porque después de todo lo que ha pasado con Heath y que además casi te pierdo, ahora estoy seguro de una cosa que antes solo sospechaba. No puedo vivir sin ti, Zoey. Quizás yo no llegue a ser nada más que tu guardián y quizás tú tengas a otro consorte o incluso hasta pareja… Pero aparezca quien aparezca en tu vida, te aseguro que no cambiará lo que yo soy para ti. Nunca me volveré a enfadar, ni seré egoísta, ni te dejaré sola. No importa lo que pase. Soportaré a los demás tíos y eso no nos cambiará. Lo juro.
Entonces suspiró y puso su frente contra la mía.
—Gracias —le dije—. Aunque suene un poco como si me estuvieses invitando a irme con otros tíos.
Él se echó hacia atrás y frunció el ceño.
—Eso es una gilipollez, Z.
—Bueno, acabas de decir que te parecería bien que yo estu…
—¡No! —exclamó, sacudiéndome un poco—. No he dicho que me parezca bien que estés con otros. He dicho que no permitiría que eso rompiese lo que tenemos entre nosotros.
—¿Y qué tenemos?
—Nos tenemos el uno al otro. Para siempre.
—Con eso me llega, Stark —afirmé, enroscando mis brazos sobre sus hombros—. ¿Harías algo por mí?
—Sí, cualquier cosa —respondió él, repitiendo mis palabras y haciéndonos reír.
—Bésame como hiciste antes, para que no pueda pensar.
—Eso puedo hacerlo —aceptó él.
El beso de Stark empezó siendo suave y dulce, pero no permaneció así por mucho tiempo. Se fue haciendo más profundo y sus manos empezaron a explorar mi cuerpo. Cuando encontró el borde inferior de mi camiseta, dudó, y durante ese momento de duda yo tomé mi decisión: quería a Stark. Por completo. Me alejé de él para poder mirarlo a los ojos. Ambos respirábamos con fuerza y él se inclinó automáticamente hacia mí, como si no pudiese soportar no estar en contacto con mi cuerpo.
—Espera —le dije, colocando una mano firme contra su pecho.
—Lo siento —se disculpó él, con voz ronca—. No pretendía ser tan brusco.
—No, no eso. No estás siendo brusco. Solo quería… bueno… —dudé, intentando que mi mente se abriese paso entre la neblina de deseo que sentía por él—. Ah, demonios. Te mostraré lo que quiero.
Antes de que me entrara la timidez o la vergüenza, me puse de pie. Stark me miraba con una expresión que mezclaba la curiosidad con la pasión, pero cuando me quité la camiseta, me desabroché y me quité los vaqueros, la curiosidad desapareció y sus ojos se oscurecieron, llenos de pasión. Me recosté de nuevo en la seguridad de su abrazo, adorando la sensación de aspereza de su plaid contra la suavidad de mi piel desnuda.
—Eres tan hermosa —dijo Stark, recorriendo el tatuaje que me envolvía la cintura.
Su caricia me hizo temblar.
—¿Tienes miedo? —me preguntó, abrazándome más fuerte.
—No tiemblo porque esté asustada —le susurré contra sus labios, entre beso y beso—. Tiemblo por lo mucho que te deseo.
—¿Estás segura?
—Completamente segura. Te quiero, Stark.
—Yo también te quiero, Zoey.
Stark me cogió entonces entre sus brazos y con sus manos y sus labios dejó atrás el mundo y me hizo pensar solo en él… en querer estar solo con él. Sus caricias hicieron que el horrible recuerdo de Loren, y el error que cometí al entregarme a él, desaparecieran entre las brumas del pasado. Al mismo tiempo, Stark alivió el dolor que había quedado en mi interior por la pérdida de Heath. Siempre lo echaría de menos, pero él era humano y, mientras Stark me hacía el amor, comprendí que habría llegado un momento en que habría tenido que decirle adiós a Heath.
Stark era mi futuro… mi guerrero… mi guardián… mi amor.
Cuando Stark se desenrolló el plaid de los MacUallis y se tumbó desnudo a mi lado, se inclinó y sentí su lengua contra mi pulso en el cuello y después el mordisquito interrogante de sus dientes.
—Sí —dije, sorprendida por el sonido de mi voz, jadeante, irreconocible.
Cambié mi posición para que los labios de Stark presionasen más firmemente mi cuello mientras yo besaba la suave curva donde su hombro se unía a su bíceps. Con mi propia pregunta muda, dejé que mis dientes rozasen su piel.
—¡Oh, Diosa, sí! Por favor, Zoey. Por favor.
No podía esperar más. Pellizqué su piel al tiempo que él me mordía con delicadeza en el cuello, y con el sabor cálido y dulce de su sangre, mi cuerpo se llenó de nuestros sentimientos compartidos. El vínculo entre nosotros era como fuego: se quemaba y consumía, era de una intensidad casi dolorosa. Era casi un placer insoportable. Nos aferramos el uno al otro, las bocas se fundieron en nuestra piel, nuestros cuerpos se unieron. Lo único que podía sentir era a Stark. Lo único que oía eran los latidos de nuestros corazones moviéndose al mismo ritmo. No podía distinguir dónde acababa yo y dónde empezaba él. Después, mientras yacía entre sus brazos, con nuestras piernas entrelazadas y nuestros cuerpos todavía empapados de sudor, elevé una plegaria silenciosa a mi Diosa.
Nyx, gracias por darme a Stark. Gracias por permitirle amarme.
No abandonamos la arboleda hasta varias horas después. Más tarde recordaría esa noche como una de las más felices de mi vida. En el caos del futuro, el recuerdo de estar envuelta por los brazos de Stark, compartiendo caricias y sueños y, por un momento, haber sido completa y absolutamente dichosa, sería un recuerdo muy preciado, como el resplandor cálido de una vela en la más oscura de las noches.
Mucho más tarde, caminamos lentamente de regreso al castillo. Los dedos entrelazados, rozándonos los hombros, íntimamente. Acabábamos de cruzar el puente del foso y yo estaba tan ensimismada en Stark que ni me había fijado en las cabezas empaladas. De hecho, no me había fijado en nada hasta que la voz de Aphrodite irrumpió en mi mundo.
—Oh, joder. ¿No sabéis disimular mejor?
Levanté la cabeza del hombro de Stark, soñadoramente, y vi a Aphrodite en medio del haz de luz que formaban las antorchas a la entrada del castillo, dando golpecitos con el pie, molesta.
—Mi belleza, déjalos. Se han ganado su pedacito de felicidad.
La voz profunda de Darius llegó desde las sombras que había tras ella.
Una fina ceja rubia se levantó burlonamente.
—No creo que haya sido «un pedacito de felicidad» lo que le acaba de dar a Stark.
—Te lo digo en serio, ni toda tu bordería junta podría molestarme ahora mismo —le espeté.
—Pero a mí sí —dijo Stark—. ¿No deberíais estar tirando de las alas de las gaviotas o de las pinzas de los cangrejos?
Aphrodite actuó como si Stark no hubiese hablado y avanzó hasta mí.
—¿Es verdad?
—¿El qué? ¿Que eres un verdadero dolor de muelas? —le dije.
Stark soltó una risotada.
—De eso no hay duda.
—Si es verdad, tendrás que decírselo tú. Yo paso de escuchar sus lloriqueos.
Aphrodite movió su iPhone, usándolo para recalcar sus palabras.
—Jesús, estás comportándote como una superloca, incluso para ser tú —le dije—. ¿Necesitas asistir a una terapia de compras? ¿El… qué… preguntas…?, ¿si… es… verdad?
Hablé lentamente, fingiendo que era una estudiante de inglés extranjera.
—¿Es verdad lo que la «Reina de todo, todito, todo» en Skye me acaba de decir?, ¿que no te vienes con nosotros mañana? ¿Que te vas a quedar aquí?
—Oh —dije, arrastrando los pies, preguntándome por qué me sentía culpable—. Sí, es verdad.
—Genial. Simplemente, genial. Pues entonces, como decía antes, se lo dices tú a él.
—¿A quién?
—A Jack. Toma. Se va a poner a lloriquear y moquear y se arruinará el maquillaje… y eso le hará soltar aún más «buahhhhs». Y yo no quiero tener nada que ver con moqueos gais. En absoluto.
Aphrodite tocó la pantalla de su teléfono. Ya sonaba cuando me lo pasó.
La voz de Jack era dulce, pero estaba a la defensiva cuando me contestó.
—Aphrodite, si vas a contarme algo desagradable sobre el ritual, creo que no deberías decir ni una palabra. Además, no pienso escucharte porque estoy ocupado desafiando a la gravedad. Hala.
—Eh… hola, Jack —dije.
Casi pude ver su sonrisa relampaguear a través del teléfono.
—¡¡Zoey!! ¡Hola! Ohhhh, es tan genial que no estés muerta, o no muerta. Oh, oh, ¿te ha contado Aphrodite lo que estamos planeando para mañana, cuando vuelvas? Oh, Diosa mía, ¡va a ser totalmente genial!
—No, Jack. Aphrodite no me lo ha contado porque…
—¡Maravilloso! Tengo que contártelo. Vamos a tener una celebración especial del ritual las Hijas e Hijos Oscuros, en plan todos juntos y eso, porque que ya no estés rota es tremendo.
—Jack, tengo que…
—No, no, no, tú no tienes que hacer nada. Lo tengo todo bajo control. He planeado hasta la comida, bueno, con la ayuda de Damien, por supuesto. O sea…
Suspiré y esperé a que cogiera aire.
—¿Ves? Te lo dije —dijo Aphrodite en voz baja mientras Jack hablaba entusiasmado—. Va a ponerse a berrear cuando le rompas su burbujita rosa.
—… y mi parte favorita es cuando tú entras en el círculo, porque voy a estar cantando Desafiando a la gravedad. Ya sabes, como hizo Kurt en Glee, solo que yo sí que voy a llegar a esa nota aguda. ¿Qué te parece?
Cerré los ojos y respiré profundamente.
—Creo que eres un muy buen amigo.
—¡Ohhhh! ¡Gracias!
—Pero debemos posponer el ritual.
—¿Posponerlo? ¿Por qué?
Su voz ya sonaba temblorosa.
—Porque… —dudé.
Mierda. Aphrodite tenía razón. Seguramente se iba a poner a llorar.
Stark me cogió el teléfono de la mano con suavidad y pulsó el botón del altavoz.
—Hey, Jack —dijo.
—¡Hola, Stark!
—¿Me podrías hacer un favor?
—¡Oh, Diosa mía! ¡Por supuesto!
—Bueno, es que yo aún estoy recién salido del Otro Mundo y todo eso. Aphrodite y Darius vuelven mañana, pero Zoey se va a tener que quedar en Skye conmigo mientras me recupero. ¿Podrías decirles a todos que no regresaremos a Tulsa hasta dentro de un par de semanas, más o menos? ¿Tan solo pasar el mensaje, para que vaya todo más rodado?
Contuve el aliento, esperando las lágrimas. Pero, en lugar de eso, Jack habló con voz adulta y madura.
—Ningún problema. No te preocupes por nada, Stark. Se lo diré a Lenobia, a Damien y a todos los demás. Y Z, no te preocupes. Claro que lo podemos posponer. Así tendré más tiempo para practicar mi canción y pensar en cómo hacer espadas de origami para la decoración. Había pensado en colgarlas con sedal transparente para que pareciese como si estuviesen, ya sabes, desafiando a la gravedad.
Sonreí y vocalicé un «gracias» silencioso dirigido a Stark.
—Suena perfecto, Jack. No me preocuparé por nada sabiendo que tú estás a cargo de la decoración y de la música.
La risa feliz de Jack resonó a través del teléfono.
—¡Va a ser un gran ritual! Espera y verás. Stark, recupérate pronto. Oh, y Aphrodite, no deberías dar por hecho que voy a romper a llorar al primer indicio de un cambio en mis planes de fiesta.
Aphrodite frunció el ceño, mirando el teléfono.
—¿Cómo demonios sabes que pensaba eso?
—Soy gay. Sé cosas.
—Da igual. Di adiós, Jack. Me está costando dinero —dijo Aphrodite.
—¡Adiós, Jack! —dijo Jack, riéndose tontamente mientras Aphrodite le arrancaba el teléfono a Stark y colgaba la llamada.
—Ha ido mejor de lo que te esperabas —le dije a Aphrodite.
—Sí, «ella» se lo ha tomado bien. Me pregunto cómo le sentará a la otra, que es exponencialmente peor que lady Jack.
—Mira, Aphrodite, Damien no es un gay con pluma, aunque no pasaría nada si lo fuese. Podrías ser un poco más agradable con ellos.
—Oh, venga ya. No hablo de tus gais. Hablo de Neferet.
—¡Neferet! —dije con voz dura. Odiaba hasta pronunciar su nombre—. ¿Qué sabes de ella?
—Nada, y eso es exactamente lo que me preocupa. Pero, eh, Z, tú no pierdas el sueño por eso. Después de todo, tú vas a estar aquí, en Skye, con tropecientos tíos grandes y fuertes (y Stark) para protegerte, mientras que el resto de nosotros, los simples mortales, continuaremos con todo eso del bien contra el mal, la Oscuridad contra la Luz, batalla épica, blablablá, etcétera, ad nauseam.
La chica se giró y subió pisando con fuerza las escaleras del castillo.
—¿De verdad que Aphrodite es una simple mortal? Porque creo que su nivel de tocanarices supera el calificativo de «simple».
—¡Te he oído! —dijo Aphrodite, sobre su hombro—. Oh, y para tu información, Z, he tenido una emergencia con mi equipaje: no me llegan las maletas, así que voy a confiscar la que te compraste el otro día. Voy a hacer un poco de magia empaquetadora. Nos vemos, paletos.
Y cerró de un portazo la puerta ancha de madera del castillo, que no era nada fácil.
—Es magnífica —dijo Darius, sonriendo orgullosamente mientras superaba los escalones y seguía a Aphrodite.
—Se me ocurren muchas más palabras que comienzan por «m» y que la describen mejor. «Magnífica» no está en la lista —refunfuñó Stark.
—A mí me vienen a la cabeza «maniática» y «malvada» —dije.
—A mí me viene «mierda» —dijo Stark.
—¿Mierda?
—Creo que es un pedazo de boñiga, pero esas son tres palabras y ninguna empieza por eme. «Mierda» es la que más se le acerca —explicó.
—Je, je, je —dije, cogiéndole de ganchete—. Solo tratas de distraerme del asunto Neferet, ¿verdad?
—¿Funciona?
—No mucho.
Stark me rodeó con el brazo.
—Pues tendré que mejorar mis habilidades de distracción.
Cogidos del brazo, caminamos hacia la entrada del castillo. Dejé que Stark me divirtiera con su lista de palabras empezadas por eme que le pegaban a Aphrodite más que «magnífica», y yo traté de recuperar la sensación de felicidad y satisfacción que había tenido hacía tan poco y durante un instante tan breve. Seguí repitiéndome que Neferet estaba a un mundo de distancia… y que los adultos de ese mundo podían ocuparse de ella. Cuando Stark abrió la puerta del castillo, algo me hizo levantar la vista. Mis ojos se fijaron en la bandera que ondulaba orgullosamente sobre los dominios de Sgiach. Me detuve, apreciando la belleza del poderoso toro negro con la forma de una diosa reluciente en su interior. Justo en ese momento, un rastro de niebla se elevó desde las aguas que flanqueaban el castillo, alterando mi visión de la bandera y transformando el color del toro de negro en un blanco fantasmal, al tiempo que borraba la imagen de la Diosa por completo.
El miedo me traspasó el cuerpo.
—¿Qué pasa?
Alerta, Stark se colocó a mi lado inmediatamente.
Parpadeé. La niebla se disipó y la bandera volvió a recuperar su diseño original.
—Nada —contesté rápidamente—. Solo yo, que estoy paranoica.
—Eh, estoy aquí, a tu lado. No hay razón para estar paranoica; no tienes que preocuparte. Yo puedo protegerte.
Stark me abrazó con fuerza, protegiéndome del mundo exterior y de lo que mis instintos trataban de decirme.