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Zoey

Por millonésima vez pensé en lo extraordinario que era el salón del trono de Sgiach. Ella era una anciana reina vampira conocida como «el Gran Decapitador»… Era superpoderosa y estaba rodeada de sus propios guerreros personales, conocidos como Guardianes del As. Demonios, hacía tiempo hasta se había enfrentado al Alto Consejo de los vampiros y había ganado, aunque su castillo no era una versión asquerosa de un campamento medieval lleno de letrinas (puaj). El castillo de Sgiach era, sin duda, una fortaleza pero al mismo tiempo, y como dicen aquí, en Escocia, era un castillo posh. Os juro que las vistas desde cualquiera de las ventanas que daban al mar, pero sobre todo las del salón del trono, eran tan increíbles que parecían provenir de una tele HD, en lugar de estar justo delante de mí, en la vida real.

—Esto es hermoso.

Vale, hablar sola, sobre todo tan poco tiempo después de haber estado, bueno, digamos que medio loca en el Otro Mundo, podría no ser buena idea. Suspiré y me encogí de hombros.

—Da igual. Sin Nala, casi sin Stark, con Aphrodite haciendo cosas que prefiero no imaginar con Darius y con Sgiach fuera haciendo algo mágico o pateando culos, entrenando como si fuese una superheroína con Seoras, hablar sola me parece la única opción.

—Solo estaba mirando el email… nada que ver con magia o con patear culos.

Supongo que debería haberme sobresaltado: la reina pareció materializarse en el aire junto a mí. Sin embargo, tras haber estado en el Otro Mundo, destrozada y loca, ahora tenía gran tolerancia a los sustos. Además, me sentía extrañamente unida a esta reina vampira. Sí, intimidaba y tenía poderes increíbles y todo eso, pero en las semanas que habían pasado desde que Stark y yo habíamos vuelto, ella había sido un apoyo para mí. Mientras Aphrodite y Darius hacían cochinadas, se besaban y caminaban de la mano por la playa, y mientras Stark dormía, y dormía, y dormía, Sgiach y yo habíamos pasado algún tiempo juntas. A veces hablando… a veces no. Había decidido hacía unos días que ella era la mujer más extraordinaria, vampira o no, que jamás había conocido.

—Estás de coña, ¿no? Eres una antigua reina guerrera que vive en un castillo, en una isla a la que nadie puede acceder sin tu consentimiento… ¡¿y estabas mirando tu email?! A mí eso me parece magia.

Sgiach se rió.

—La ciencia a veces parece más misteriosa que la magia o, al menos, yo siempre lo he pensado así. Y eso me recuerda… He estado dándole vueltas y creo que es muy extraño lo mucho que la luz del día afecta a tu guardián, debilitándolo tanto.

—No solo le pasa a Stark. A ver, últimamente ha sido peor porque bueno, porque está herido —traté de explicarle, haciendo una pausa y tartamudeando, sin querer admitir lo duro que me era ver a mi guerrero y guardián tan hecho polvo—. De verdad que esto no es habitual en él. Normalmente puede permanecer consciente durante el día, aunque no soporte la luz directa. A todos los vampiros e iniciados rojos les pasa lo mismo. El sol los deja fuera de combate.

—Bueno, joven reina, podría ser una clara desventaja para ti que tu guardián fuese incapaz de protegerte durante las horas de luz.

Me encogí de hombros, aunque sus palabras me causaron un escalofrío premonitorio por la espalda.

—Sí, bueno, últimamente he aprendido a cuidarme sola. Creo que puedo aguantar unas horas al día por mi cuenta —le repliqué con una brusquedad que me sorprendió hasta a mí.

La mirada verde y ámbar de Sgiach se clavó en mis ojos.

—No permitas que te vuelva dura.

—¿El qué?

—La Oscuridad y la lucha contra ella.

—¿No tengo que ser dura para combatirla?

Recordé cuando había ensartado a Kalona en el muro de la arena del Otro Mundo con su propia lanza y mi estómago se encogió.

Ella sacudió la cabeza y los últimos rayos de sol se reflejaron en su pelo plateado, haciendo que brillase como canela y oro mezclados.

—No, debes ser fuerte. Debes ser sabia. Debes conocerte a ti misma y confiar solo en aquellos que se lo merezcan. Si permites que la batalla contra la Oscuridad te endurezca, perderás la perspectiva.

Aparté la vista y miré las aguas azul grisáceas que rodeaban la isla de Skye. El sol se ponía en el océano y despedía delicados colores rosas y corales a través del cielo, cada vez más oscuro. Era precioso y tranquilo y parecía sorprendentemente normal. Allí de pie era difícil imaginar que el mal, la Oscuridad y la muerte rondasen en el mundo.

Pero la Oscuridad estaba allí fuera, probablemente multiplicada por tropecientosmil. Kalona no me había matado y eso seguro, segurísimo que iba a cabrear a Neferet.

Solo pensar en lo que aquello traería consigo, en que tendría que lidiar de nuevo con ella y con Kalona y con todo el marrón que ello conllevaba, me hizo sentir tremendamente agotada.

Me alejé de la ventana, cuadré los hombros y me enfrenté a Sgiach.

—¿Y qué pasa si no quiero seguir luchando? ¿Qué pasa si quiero quedarme aquí, al menos durante un tiempecito? Stark no es el mismo. Necesita descansar y ponerse bien. Ya le he enviado un mensaje al Alto Consejo sobre Kalona. Sabe que asesinó a Heath y que después vino a por mí y que Neferet estaba implicada en todo ello y que se ha aliado con la Oscuridad. El Alto Consejo puede ocuparse de Neferet. Demonios, los adultos tienen que ocuparse de ella y de todo el maldito lío que está tratando de montar.

Sgiach no dijo nada, así que respiré profundamente y seguí parloteando.

—Yo soy solo una cría. Tengo diecisiete años. Recién cumplidos. Soy un desastre en geometría. Mi español da asco. Ni siquiera puedo votar todavía. Luchar contra el mal no es responsabilidad mía… mi responsabilidad es aprobar el instituto y, ojalá, superar el cambio. Mi alma ha sido destrozada y han matado a mi novio. ¿No me merezco un descanso? ¿Aunque solo sea uno pequeñito?

Sorprendiéndome por completo, Sgiach sonrió.

—Sí, Zoey, creo que sí.

—O sea, ¿que puedo quedarme aquí?

—Tanto tiempo como quieras. Sé lo que se siente cuando el mundo te presiona demasiado. Aquí, como tú has dicho, el mundo solo puede entrar bajo mis órdenes… y casi siempre le ordeno que se mantenga alejado.

—¿Y qué pasará con la lucha contra la Oscuridad, y el mal y todo eso?

—Seguirá allí para cuando regreses.

—Uau. ¿En serio?

—En serio. Quédate en mi isla hasta que tu alma esté descansada y restaurada de verdad, hasta que tu conciencia te dicte que debes volver a tu mundo y a tu vida.

Ignoré la punzadita que la palabra «conciencia» me hizo sentir.

—Stark también puede quedarse, ¿verdad?

—Por supuesto. Una reina debe tener siempre a su guardián a su lado.

—Hablando de eso —dije rápidamente, contenta de desviar la conversación de la conciencia y la lucha contra el mal—, ¿hace cuánto tiempo que Seoras es tu guardián?

Los ojos de la reina se ablandaron y su sonrisa se hizo más dulce, más afectuosa y hasta más hermosa.

—Seoras se convirtió en mi guardián mediante juramento hace más de quinientos años.

—¡Por todos los demonios! ¿Quinientos años? ¿Cuántos años tienes?

Sgiach se rió.

—Pasado cierto punto, ¿de verdad crees que la edad es relevante?

—Y no es adecuado preguntarle la edad a una jovencita.

Aunque no hubiese dicho nada, habría sabido que Seoras acababa de entrar en la sala. La cara de Sgiach cambiaba cuando él estaba cerca. Era como si él activase un interruptor e hiciese que algo suave y cálido brillase en su interior. Y cuando él le devolvió la mirada, por un breve momento no pareció tan arisco, ni tan lleno de cicatrices de batalla, ni tan «preferiría darte una paliza antes que hablar contigo».

La reina se rió y tocó el brazo de su guardián con una intimidad que me hizo desear que Stark y yo pudiésemos compartir, alguna vez, aunque solo fuese una gotita de lo que ellos compartían. Y también estaría genial que me llamase «jovencita» dentro de quinientos años.

Heath me lo habría llamado. Bueno, o más bien «nena». O quizás solo Zo… su Zo para siempre.

Pero Heath estaba muerto, se había ido, y nunca más me volvería a llamar nada.

—Te está esperando, joven reina.

Sorprendida, clavé mis ojos en Seoras.

—¿Heath?

La mirada del guerrero era sabia y comprensiva… su voz sonó tierna.

Aye, tu Heath probablemente te espera en algún lugar, en el futuro, pero me refería a tu guardián.

—¡Stark! Oh, bien, se ha despertado.

Sé que soné culpable. No era mi intención seguir pensando en Heath, pero me era difícil no hacerlo. Había formado parte de mi vida desde que tenía nueve años… y solo llevaba muerto unas pocas semanas. Me reprendí mentalmente, me incliné respetuosa y rápidamente ante Sgiach y me dirigí a la puerta.

—No está en tu habitación —dijo Seoras—. El chico está cerca de la arboleda. Me pidió que te reunieses con él allí.

—¿Está fuera?

Me paré, asombrada.

Desde que Stark había regresado del Otro Mundo, había estado demasiado débil y apagado como para hacer otra cosa que no fuese comer, dormir y jugar a juegos de ordenador con Seoras, una imagen superextraña: era como si en un instituto se reuniesen Braveheart y Call of Duty.

Aye, la señorita ya ha dejado de preocuparse por su maquillaje y vuelve a actuar como un guardián propiamente dicho.

Coloqué un puño en mi cadera y miré con los ojos entrecerrados al viejo guerrero.

—Casi se muere. Lo cortaste en pedacitos. Estuvo en el Otro Mundo. Dale un descanso. Jesús.

Aye, bueno, pero no murió, ¿eh?

Puse los ojos en blanco.

—¿Has dicho que estaba en la arboleda?

—Aye.

—Guay.

Mientras cruzaba el umbral, escuché la voz de Sgiach detrás de mí.

—Llévate esa preciosa bufanda que compraste en el pueblo. Es una noche fría.

Pensé que era algo raro que Sgiach me dijese eso porque vale, sí, en Skye hacía frío (y normalmente era un frío húmedo), pero los iniciados y los vampiros no sentimos los cambios de temperatura como los humanos. Pero daba igual, cuando una reina guerrera te dice que hagas algo, normalmente es mejor obedecer. Así que me desvié, fui a la enorme habitación que compartía con Stark y cogí la bufanda que había colocado a los pies de la cama con dosel. Era de cachemir, color crema, con hilos dorados entretejidos. Pensé que probablemente quedaba mejor colgando de las cortinas carmesí de la cama que alrededor de mi cuello.

Me paré un segundo, mirando la cama que había compartido con Stark las últimas semanas. Me había acurrucado a su lado, le había sostenido la mano y había apoyado la cabeza en su hombro mientras velaba su sueño. Pero eso era todo. Él ni siquiera había tratado de hacer bromas sobre sexo.

¡Mierda! ¡Estaba muy mal!

Me encogí mentalmente al rememorar todas las veces que Stark había sufrido por mi culpa: una flecha casi lo había matado al recibir un tiro que iba dirigido a mí; le habían rajado y le habían destrozado una parte de su ser para pasar al Otro Mundo y unirse a mí; había sido herido mortalmente por Kalona porque creyó que esa era la única manera de que yo reuniese los pedazos rotos de mi interior.

Pero yo también lo salvé a él, me recordé a mí misma. Stark había acertado en su apuesta: cuando vi cómo Kalona lo golpeaba brutalmente, me recompuse, y gracias a eso Nyx obligó a Kalona a instilar una pizca de inmortalidad en el cuerpo de Stark, devolviéndole la vida y pagando así la deuda que había contraído al matar a Heath.

Caminé por el castillo, bellamente decorado, saludando con la cabeza a los guerreros que se iban inclinando respetuosamente ante mí. Pensé en Stark y apuré el paso automáticamente. Pero ¿en qué estaba pensando, saliendo fuera después de todo lo que había vivido?

Demonios, no sabía lo que pensaba. Estaba diferente desde que habíamos vuelto.

A ver, pues claro que ha estado diferente, me reprendí severamente, sintiéndome fatal y desleal. Mi guerrero había hecho un viaje al Otro Mundo, había muerto, había sido resucitado por un inmortal y después había sido devuelto de golpe a un cuerpo débil y lacerado.

Pero antes de eso, antes de volver al mundo real, había pasado algo entre nosotros. Algo había cambiado entre nosotros. O, al menos, yo lo creía así. Habíamos sido superíntimos en el Otro Mundo. Que bebiera de mí había sido una experiencia increíble. Había sido más que sexo. Sí, era genial. Inmensamente genial. Lo había curado, fortalecido y, de alguna manera, había acabado de arreglar lo que seguía roto en mi interior, permitiendo que mis tatuajes regresaran.

Y esa nueva cercanía con Stark había hecho que perder a Heath fuese algo soportable.

Entonces, ¿por qué me sentía tan deprimida? ¿Qué me pasaba?

Mierda. No lo sabía.

Una madre lo sabría. Pensé en mi madre y sentí una inesperada y terrible soledad. Sí, ella había metido la pata y puesto a su nuevo marido por delante de mí, pero seguía siendo mi madre. La echo de menos, admitió una vocecita en el interior de mi mente. Después negué con la cabeza. No. Seguía teniendo una «madre». Mi abuela era eso y más para mí.

—Es a mi abuela a quien echo de menos.

Y claro, entonces me sentí culpable porque no la había llamado desde que había vuelto. A ver, estaba segura que mi abuela había sentido que mi alma había regresado, que estaba a salvo. Siempre había sido superintuitiva, sobre todo en lo que a mí respectaba. Pero debería haberla llamado.

Me sentía muy decepcionada conmigo misma, triste. Me mordí el labio y me envolví la bufanda de cachemir alrededor del cuello, abrazando los extremos mientras caminaba por el puente, sobre el foso, y el viento frío azotaba el aire a mi alrededor. Los guerreros estaban encendiendo antorchas; saludé a los chicos que se inclinaron ante mí. Intenté no mirar las repulsivas calaveras que enmarcaban las antorchas. En serio. Calaveras. De gente real muerta. Bueno, eran viejas y estaban ajadas, casi sin carne, pero aun así eran asquerosas.

Hice un esfuerzo por evitar mirarlas y seguí el camino elevado sobre la zona cenagosa que rodeaba el lado del castillo que no daba al mar. Cuando llegué a la angosta carretera, giré a la izquierda. La arboleda sagrada empezaba a escasa distancia del castillo y parecía extenderse interminablemente en la distancia, al otro lado del camino. Sabía dónde estaba no porque recordase haber pasado por allí, transportada como si fuese un cadáver, para ser llevada ante Sgiach. Sabía dónde estaba porque durante las últimas semanas, mientras Stark se recuperaba, me había sentido atraída por ella. Cuando no estaba con la reina, con Aphrodite o comprobando la mejoría de Stark, había dado largos paseos por su interior.

Me recordaba al Otro Mundo. Y me asustaba que ese recuerdo me reconfortase y me sobrecogiese al mismo tiempo.

Y, a pesar de ello, seguía visitando la arboleda sagrada o, como Seoras la llamaba, la croabh, pero siempre iba de día. Nunca después de que se pusiera el sol. Nunca de noche.

Anduve a lo largo del camino, flanqueado por antorchas que proyectaban sombras oscilantes sobre los límites de la arboleda, proporcionando luz suficiente como para poder distinguir el mundo mágico y musgoso que había en el interior de los intemporales árboles. Parecía muy diferente ahora que el sol no la convertía en un dosel viviente de ramas. Ya no se me hacía familiar y me sentí incómoda, como si mis sentidos estuviesen completamente alerta.

Mis ojos no podían dejar de mirar a cada sombra del interior de la arboleda. ¿Eran más oscuras de lo que deberían ser? ¿Había algo deslizándose por su interior que no debería estar allí? Me estremecí y, en ese momento, algo llamó mi atención por el rabillo del ojo. El corazón se me puso a latir con fuerza y traté de ver lo que era, medio esperándome alas y frialdad, mal y locura…

Lo que vi hizo que mi corazón siguiese acelerado, aunque por otro motivo.

Stark estaba allí, de pie, delante de dos árboles que estaban retorcidos entre sí, formando uno solo. Las ramas entretejidas estaban decoradas con tiras de tela anudadas: algunas eran de colores brillantes, otras estaban desgastadas, descoloridas y andrajosas. Era la versión mortal del que había en la arboleda de Nyx, en el Otro Mundo. No obstante, que este estuviese en el mundo real no lo hacía menos espectacular. Sobre todo porque el chico que estaba delante de él, observando las ramas, llevaba puesto el traje con los colores escoceses de los MacUallis al modo tradicional de los guerreros, con su daga y su escarcela y todo tipo de aditamentos sexis, como diría Damien, de cuero tachonado.

Me quedé mirándolo como si hiciese años que no lo veía. Stark parecía estar fuerte, saludable y guapísimo. Estaba distraída pensando en qué era exactamente lo que los escoceses llevaban… o no llevaban bajo esos kilts cuando se giró hacia mí.

Una sonrisa le iluminó los ojos.

—Prácticamente puedo oír lo que estás pensando.

Me puse colorada al momento, sobre todo porque sabía que era verdad que Stark tenía la habilidad de sentir mis emociones.

—Se supone que no deberías estar escuchando a menos que corra algún peligro.

Sonrió con chulería y sus ojos centellearon, pícaros.

—Pues entonces, no pienses tan alto. Pero tienes razón. No debería haber escuchado: lo que he sentido es justo lo contrario a lo que yo llamaría «peligro».

—Qué listillo —le dije, aunque no pude evitar devolverle la sonrisa.

—Sí, ese soy yo, pero soy tu listillo.

Stark me ofreció su mano cuando llegué a su lado y entrelazamos los dedos. Su piel era cálida y su mano fuerte y firme. Al estar tan cerca observé que todavía tenía ojeras, pero no estaba tan mortalmente pálido como antes.

—¡Vuelves a ser tú mismo!

—Sí, me ha llevado un rato; he dormido mal, no he descansado tanto como debería, pero es como si hoy se hubiese activado un interruptor en mi interior y me hubiese acabado de recargar las pilas.

—Me alegro. He estado muy preocupada por ti.

Al decirlo en voz alta, me di cuenta de que era verdad.

—Y también te he echado de menos —le solté.

Él me apretó la mano y me acercó más a él. Todo su aire chulesco se había evaporado.

—Lo sé. Te he sentido distante y asustada. ¿Qué te pasa?

Iba a decirle que se equivocaba… que solo le estaba dejando espacio para que se recuperase, pero las palabras que se formaron y se escaparon de mis labios fueron más sinceras.

—Has sido herido gravemente por mi culpa.

—No fue por culpa tuya, Z. Me han herido porque eso es lo que hace la Oscuridad: tratar de destruir a todos los que luchamos por la Luz.

—Sí, bueno, pues ojalá la Oscuridad se metiese con otro durante un rato, para dejarte descansar a ti.

Me dio un golpecito con su hombro.

—Sabía lo que hacía cuando te di mi juramento. Me pareció perfecto entonces… y me lo sigue pareciendo… y seguirá siendo así dentro de cincuenta años. Y Z, no me hace parecer ni muy varonil ni muy guardián que digas que la Oscuridad se anda «metiendo conmigo».

—Mira, hablo en serio. Querías saber lo que me pasaba, pues bueno, he estado preocupada porque pensaba que quizás esta vez hubiese sido demasiado grave —dije y me paré, dubitativa, luchando con unas lágrimas inesperadas porque por fin lo entendía—. Tan grave como para que no te recuperases. Como para que tú también me abandonases.

La presencia de Heath era tan tangible entre nosotros que casi esperaba que saliese de la arboleda y dijese: «Eh, Zo. Nada de lágrimas. Moqueas demasiado cuando lloras». Y claro, ese pensamiento me hizo más difícil evitar los sollozos.

—Escúchame, Zoey. Yo soy tu guardián. Y tú eres mi reina; eso es más que alta sacerdotisa. Nuestro vínculo es más fuerte que el juramento del guerrero.

Parpadeé con fuerza.

—Eso es bueno, porque me da la impresión de que siempre hay algo malo tratando de separarme de la gente a la que quiero.

—Nada me separará nunca de ti, Z. Te he dado mi juramento —dijo, sonriendo con tanta seguridad y confianza en sí mismo reflejada en sus ojos que hizo que el aire se me quedara atrapado en la garganta—. Nunca te librarás de mí, mo bann ri.

—Bien —le contesté yo, suavemente, apoyando la cabeza en su hombro mientras me abrazaba—. Estoy cansada de que la gente se vaya.

Me besó la frente, murmurando contra mi piel.

—Sí, yo también.

—De hecho, creo que lo que me pasa en realidad es que estoy cansada. Tiempo muerto. Yo también necesito recargar las pilas —le dije, levantando la mirada—. ¿Te parecería bien que nos quedásemos? Es que… es que no me apetece marcharme y volver a… a…

Me interrumpí, sin saber cómo expresar lo que sentía en palabras.

—A todo… a lo bueno y a lo malo. Sé a lo que te refieres —me ayudó mi guardián—. ¿A Sgiach le parece bien?

—Dijo que podíamos quedarnos todo el tiempo que mi conciencia me lo permitiese —le contesté, sonriendo un poco irónicamente—. Y ahora mismo mi conciencia, sin duda, me lo permite.

—A mí me suena bien. No tengo prisa ninguna para volver a las intrigas de Neferet que nos estarán esperando.

—¿Entonces nos quedamos un tiempecito?

Stark me abrazó.

—Nos quedamos hasta que tú digas que debemos irnos.

Cerré los ojos y descansé entre los brazos de Stark, sintiendo que me había quitado un gran peso de encima.

—Eh, ¿harías algo por mí? —me preguntó.

Mi respuesta salió instantánea, fácilmente.

—Sí, cualquier cosa.

Sentí su risa ahogada.

—Esa respuesta hace que me replantee lo que estaba a punto de pedirte.

—No me refería a eso.

Le di un empujoncito, aunque me sentía aliviada por ver que Stark volvía a ser el Stark de siempre.

—¿No?

Su mirada bajó de mis ojos a mis labios. De repente parecía menos arrogante y más hambriento… y eso me hizo sentir un hormigueo en el estómago. Después se inclinó y me besó, con fuerza, mucho tiempo, dejándome sin aliento.

—¿Estás segura de que no te referías a esto? —me preguntó, con voz más grave y ronca de lo normal.

—No. Sí.

Él sonrió.

—¿Cuál es la respuesta?

—No lo sé. No puedo pensar cuando me besas así —le dije, sinceramente.

—Entonces tendré que besarte así más veces —respondió él.

—Vale —dije yo, sintiendo que las rodillas me temblaban y que estaba algo mareada.

—Vale —repitió él—. Pero más tarde. Ahora voy a enseñarte lo fuerte que soy como guardián y a concentrarme en la pregunta que te iba a hacer en un principio.

Rebuscó en la bolsa de cuero que llevaba cruzada a la espalda y sacó una tira larga y estrecha de tela del clan de los MacUallis. La levantó para que flotara suavemente en la brisa.

—Zoey Redbird, ¿quieres atar tus deseos y tus sueños de futuro conmigo formando un nudo en el árbol votivo?

Solo lo dudé un segundo… lo suficiente para sentir la punzada de dolor que la ausencia de Heath seguía produciéndome, la ausencia de un hilo de futuro que nunca se haría realidad… Y después limpié mis ojos de lágrimas, parpadeando, y le respondí a mi guerrero guardián.

—Sí, Stark. Quiero atar mis deseos y mis sueños de futuro contigo.