Neferet
Una sensación de inquietante irritación despertó a Neferet. Antes de abandonar completamente ese lugar confuso que se halla entre los sueños y la realidad, extendió la mano y buscó a tientas a Kalona con sus largos y elegantes dedos. El brazo que tocó era musculoso. Su piel, tersa, firme y agradable bajo las yemas de sus dedos. Todo lo que tocó era suave, pero no tanto como lo serían unas plumas sedosas. Él se movió y se giró ansiosamente hacia ella.
—¿Mi Diosa?
Tenía la voz ronca debido al sueño y a los principios de una renovada pasión.
La irritaba.
Todos ellos la irritaban porque ninguno era él.
—Déjame… Kronos.
Neferet tuvo que hacer una pausa y rebuscar en su memoria para recordar su ridículo nombre, excesivamente ambicioso.
—Diosa, ¿he hecho algo que te haya contrariado?
Neferet levantó la mirada hacia él. El joven guerrero Hijo de Érebo yacía recostado en la cama junto a ella, con el rostro dispuesto y expresión de deseo. Sus ojos de color verde aguamarina eran muy llamativos en la penumbra de su dormitorio, iluminado con velas. También se lo habían parecido el día anterior, cuando lo vio entrenándose en el patio del castillo. Él había avivado sus anhelos entonces. A Neferet le bastó con una mirada incitante y Kronos fue voluntariamente a ella para, sin gran éxito pero con entusiasmo, tratar de demostrarle que se parecía a un dios en algo más que en el nombre.
El problema era que Neferet ya sabía lo que era acostarse con un inmortal, por lo que percibió sin lugar a dudas el gran impostor que estaba hecho Kronos en realidad.
—Respirar —dijo Neferet, lanzándole una mirada aburrida con sus ojos azules.
—¿Respirar, Diosa?
Kronos arrugó la frente (decorada con tatuajes que se suponía que representaban armas como mazas y balas, y que a Neferet se le parecían más a los extravagantes fuegos artificiales del Cuatro de Julio), mostrando su confusión.
—Me has preguntado qué era lo que habías hecho para contrariarme y yo te he contestado: estás respirando. Y demasiado cerca de mí. Eso me contraría. Es hora de que salgas de mi cama —le explicó Neferet, suspirando. Le hizo un gesto con los dedos, despidiéndolo—. Vete. Ya.
Casi se ríe en voz alta por la mirada no disimulada de dolor y conmoción de Kronos.
¿De verdad este chico se había pensado que podía reemplazar a su consorte divino? La impertinencia de ese pensamiento avivó su ira.
En las esquinas del dormitorio de Neferet, unas sombras dentro de las sombras temblaron, expectantes. A pesar de que no reconoció su presencia, sintió su pasión. Y eso la complació.
—Kronos, has sido una distracción y me has dado cierto placer durante un breve lapso de tiempo.
Ella lo tocó otra vez, esta vez no tan suavemente, y sus uñas dejaron verdugones paralelos en su grueso antebrazo. El joven guerrero no se sobresaltó ni se alejó. En lugar de eso, tembló ante su contacto y su respiración se hizo más profunda. Neferet sonrió. Supo que había que causarle dolor para despertar su deseo en el mismo momento en el que sus ojos se encontraron.
—Te daría más placer, si me lo permitieras —replicó él.
Neferet sonrió. Su lengua se movió lentamente, pasando por sus labios mientras miraba cómo la observaba.
—Quizás en el futuro. Quizás. Por ahora lo que necesito es que te vayas y, por supuesto, que continúes adorándome.
—Ojalá pudiera demostrarte cuánto deseo adorarte… de nuevo.
Pronunció esas últimas palabras como una caricia verbal y, cometiendo un error, Kronos trató de tocarla.
Como si tuviera derecho a hacerlo.
Como si los deseos de la tsi sgili estuvieran sometidos a sus necesidades y anhelos.
Un pequeño eco del pasado lejano de Neferet (un tiempo que ella pensó que había enterrado junto con su humanidad) se filtró entre sus recuerdos sepultados. Sintió el tacto y el hedor del rancio aliento de su padre alcohólico y su infancia invadió el presente.
La respuesta de Neferet fue instantánea. Fue algo tan fácil como respirar: levantó la mano del brazo del guerrero y la sostuvo en alto, con la palma hacia afuera, señalando a las sombras más cercanas que acechaban en las esquinas de su habitación.
La Oscuridad respondió a su llamada aún más rápidamente que Kronos. Ella sintió su frío mortal y se deleitó en la sensación, sobre todo porque alejó sus recientes recuerdos. Con un movimiento indiferente, esparció la Oscuridad sobre Kronos.
—Si es dolor lo que deseas —dijo—, saborea entonces mi fuego helado.
La Oscuridad que Neferet arrojó hacia Kronos penetró con ansia en su piel, suave y joven, dejando rastros escarlata en el antebrazo que no hacía tanto había acariciado.
Él gimió; sin embargo, esta vez fue más de miedo que de pasión.
—Ahora haz lo que te ordeno. Déjame. Y recuerda, joven guerrero: una diosa decide cuándo, dónde y cómo quiere ser tocada. No vuelvas a extralimitarte.
Sujetando su sangrante brazo, Kronos se inclinó en una reverencia profunda ante Neferet.
—Sí, mi Diosa.
—¿Qué diosa? ¡Sé específico, guerrero! No me apetece en absoluto de que se dirijan a mí usando títulos ambiguos.
Su respuesta fue instantánea.
—Nyx reencarnada. Ese es tu título, mi Diosa.
Su mirada se suavizó. La cara de Neferet se relajó y volvió a ser una máscara de belleza y calidez.
—Muy bien, Kronos. Muy bien. ¿Ves lo fácil que es complacerme?
Atrapado en su mirada esmeralda, Kronos asintió con la cabeza una vez y después puso su puño derecho sobre su corazón.
—Sí, mi Diosa, mi Nyx.
Y se retiró respetuosamente de su habitación.
Neferet sonrió de nuevo. No tenía importancia que ella no fuese la verdadera Nyx reencarnada. La verdad era que a Neferet no le interesaba adjudicarse el papel de una diosa reencarnada.
—Eso implicaría ser menos que una diosa —les dijo a las sombras que se aglutinaban a su alrededor.
Lo importante era el poder… y si el título de Nyx reencarnada la ayudaba a conseguir ese poder, especialmente ante los guerreros Hijos de Érebo, entonces ese era el título que adoptaría.
—Pero yo aspiro a más… a mucho más que estar a la sombra de una diosa.
Pronto estaría lista para dar el siguiente paso y Neferet ya conocía a algunos Hijos de Érebo que podían ser manipulados para ponerse de su parte. Oh, no tantos como para hacer que la balanza cayese de su lado gracias a su fuerza física, pero sí los suficientes como para fragmentar el estado de ánimo de los guerreros y enfrentarlos entre sí.
Hombres, pensó con desdén, tan fáciles de engañar poseyendo belleza y un título, y tan fáciles también de manejar a mi antojo.
Ese pensamiento la complació, pero no fue suficiente como para distraerla, así que Neferet abandonó su cama, intranquila. Se envolvió en una túnica de seda y se alejó de su habitación, en dirección al pasillo. Antes de ser consciente de sus acciones, se encontró yendo hacia el hueco de la escalera que conducía a las entrañas del castillo.
Las sombras dentro de las sombras siguieron a Neferet como imanes oscuros atraídos por su creciente desasosiego. Sabía que se movían con ella. Sabía que eran peligrosas y que se alimentaban de su irritación, su cólera y su mente inquieta. Pero, extrañamente, eso la consolaba.
Hizo una sola pausa en su descenso por las escaleras.
¿Por qué vuelvo a su vera? ¿Por qué le permito invadir mis pensamientos esta noche?, pensó.
Neferet sacudió la cabeza, tratando de apartar las silenciosas palabras. Habló en voz alta en medio del estrecho y hueco vacío de las escaleras, dirigiéndose a la Oscuridad que la rondaba atentamente.
—Voy porque eso es lo que deseo hacer. Kalona es mi consorte. Fue herido bajo mi servicio. Es natural que piense en él.
Con una sonrisa de autosatisfacción, Neferet continuó bajando por la sinuosa escalera, reprimiendo fácilmente la verdad: que Kalona había sido herido porque ella le había puesto una trampa, y que el servicio que él realizaba para ella era forzado.
Llegó a la mazmorra, excavada hacía siglos en el nivel más bajo del castillo en la tierra rocosa que conformaba la isla de Capri, y se paseó silenciosamente a lo largo del corredor, iluminado con antorchas. El guerrero Hijo de Érebo que estaba de pie fuera de la sala cerrada con barrotes no pudo esconder su sobresalto. La sonrisa de Neferet se agrandó. La mirada estupefacta del guerrero, con algún rastro de miedo, le indicó que iba perfeccionando sus apariciones desde las sombras y la noche. Eso mejoró su estado de ánimo, pero no tanto como para añadir la dulzura de una sonrisa y suavizar así su orden, pronunciada con una cierta crueldad.
—Largo. Deseo estar a solas con mi consorte.
El guerrero Hijo de Érebo vaciló solo un momento, pero esa ligera pausa fue suficiente para que Neferet hiciese una nota mental: asegurarse de que en los próximos días este guerrero en particular fuese llamado de vuelta a Venecia. Quizás por una emergencia relacionada con alguien cercano a él…
—Sacerdotisa, respetaré vuestra intimidad. Pero estaré al alcance de tu voz y responderé a tu llamada en caso de que me necesites.
Sin mirarla a los ojos, el guerrero colocó su puño sobre el corazón y se inclinó… aunque a ella no le agradó que lo hiciese tan ligeramente.
Neferet observó su retirada por el estrecho corredor.
—Sí —les susurró a las sombras—. Me da la impresión que algo muy malo va a ocurrirle a este chico.
Alisando la seda de su túnica, se giró hacia la puerta de madera que estaba cerrada. La tsi sgili respiró profundamente el aire húmedo de la mazmorra. Apartó el espeso pelo rojizo que le caía sobre la cara, dejando al descubierto su belleza, como si estuviera preparándose para la batalla.
Neferet agitó su mano en dirección a la puerta para abrirla. Entró en la habitación.
Kalona estaba recostado directamente sobre el suelo de tierra. Ella habría preferido proporcionarle una cama, pero la discreción había dictado sus acciones. En realidad, no es que lo estuviese manteniendo encerrado… solo estaba actuando de forma inteligente. Él debía completar su misión por ella… eso era lo más le convenía. Que su cuerpo recobrase demasiada fuerza inmortal lo haría distraerse, una distracción desafortunada. Especialmente porque él había jurado actuar como su espada en el Otro Mundo para librarse de los inconvenientes que Zoey Redbird les había causado en este presente, en esta realidad.
Neferet se acercó a su cuerpo. Su consorte yacía de espaldas, desnudo, con solo sus alas de ónice para cubrirlo, como un velo. Ella se arrodilló con gracia y después se reclinó, frente a él, sobre la gruesa piel que ella había hecho colocar a su lado para su conveniencia.
Neferet suspiró. Y tocó un lado de la cara de Kalona.
Su piel estaba fresca, como siempre, pero sin vida. No mostró reacción alguna a su presencia.
—¿Por qué tardas tanto, mi amor? ¿No podrías haberte deshecho de esa molesta chica más rápidamente?
Ella lo acarició otra vez; esta vez su mano se deslizó por su cara, bajando por la curva de su cuello, pasando sobre su pecho, hasta descansar sobre las hendiduras que definían la musculatura de su abdomen y cintura.
—Recuerda tu juramento y cumple con él, para que yo pueda abrir mis brazos y mi cama para ti, de nuevo. Por sangre y Oscuridad has jurado impedirle a Zoey Redbird que regrese a su cuerpo, para así destruirla y que finalmente yo pueda reinar en este mundo moderno mágico.
Neferet acarició la esbelta cintura del inmortal caído otra vez, sonriendo en secreto.
—Oh, y por supuesto, tú estarás a mi lado mientras yo gobierne.
Invisibles para los estúpidos Hijos de Érebo, que se suponía que eran espías del Alto Consejo, los hilos negros que atrapaban como telarañas a Kalona contra la tierra se estremecieron y se elevaron, rozando con sus tentáculos frígidos la mano de Neferet. Ella se distrajo un momento con su atrayente frío; a continuación, abrió su palma hacia la Oscuridad y permitió que esta se retorciese alrededor de su muñeca, cortando ligeramente su carne, no tanto como para causarle un dolor insoportable, pero sí lo suficiente como para saciar temporalmente su interminable lujuria de sangre.
Recuerda tu juramento…
Las palabras se alzaron alrededor de ella como un viento invernal serpenteando entre ramas desnudas.
Neferet frunció el ceño. No era necesario que se lo recordaran. Por supuesto que recordaba su juramento. A cambio de que la Oscuridad hiciese lo que ella quería, atrapar el cuerpo de Kalona y llevar a la fuerza a su alma inmortal hasta el Otro Mundo, ella había aceptado sacrificar la vida de un inocente que la Oscuridad no hubiese podido mancillar.
El juramento sigue en pie. El trato se mantiene, aunque Kalona fracase, tsi sgili…
Otra vez las palabras susurraron a su alrededor.
—¡Kalona no fracasará! —gritó Neferet, completamente indignada al ver que hasta la Oscuridad se atrevía a reprenderla—. Y, si lo hace, he unido su espíritu al mío para dominarlo mientras sea inmortal, así que incluso su fracaso sería una victoria para mí. Pero no fracasará.
Repitió las palabras, lenta y claramente, retomando las riendas de su temperamento, cada vez más volátil.
La Oscuridad lamió su palma. El dolor, aunque leve, la complació, y contempló los hilos cariñosamente, como si fueran unos simples gatitos ansiosos compitiendo por su atención.
—Queridos, paciencia. Su misión no ha finalizado. Mi Kalona sigue siendo un caparazón sin alma. Solo puedo suponer que Zoey se va debilitando en el Otro Mundo… que apenas está viva y, por desgracia, que no está muerta todavía.
Los hilos que sujetaron su muñeca se estremecieron y, por un instante, Neferet oyó una risa burlona retumbando a lo lejos.
Pero no tuvo tiempo para considerar las implicaciones de ese sonido, o si había sido real o solo un elemento del mundo en expansión de la Oscuridad y del poder que consumía cada vez más y más de la realidad que ella había conocido en su día, porque en ese mismo momento el cuerpo atrapado de Kalona se sacudió espasmódicamente y respiró una vez profundamente, jadeando.
Neferet miró inmediatamente su cara y fue testigo de lo desagradable del abrir de sus ojos, unos ojos que no eran más que dos cuencas vacías y ensangrentadas.
—¡Kalona! ¡Mi amor!
Neferet estaba de rodillas, inclinada sobre él, y movía sus manos nerviosamente por su cara.
La Oscuridad que había estado acariciando sus muñecas latió con una sacudida repentina de poder, haciéndola estremecer antes de alejarse de su cuerpo y unirse a todos los demás hilos pegajosos que, como una red, revolotearon y latieron contra el techo de piedra de la mazmorra.
Antes de que Neferet pudiera verbalizar una orden para atraer hacia ella a un zarcillo y pedirle explicaciones por su extraño comportamiento, un cegador destello de luz, tan refulgente y brillante que tuvo que protegerse los ojos, explotó desde el techo.
La telaraña de Oscuridad lo atrapó, despedazándolo con una brusquedad inhumana, atrapándolo.
Kalona abrió la boca y profirió un grito mudo.
—¿Qué está pasando? ¡Exijo saber que está ocurriendo! —gritó Neferet.
Tu consorte ha regresado, tsi sgili.
Neferet observó fijamente cómo el globo de luz encarcelada era arrancado del aire y cómo, con un terrible siseo, la Oscuridad se zambullía en el alma de Kalona a través de las cuencas de sus ojos, de regreso a su cuerpo.
El inmortal alado se contorsionó de dolor. Sus manos se alzaron para cubrirse la cara, jadeando y respirando entrecortadamente.
—¡Kalona! ¡Mi consorte!
Como solía hacer cuando era una joven sanadora, Neferet actuó automáticamente. Presionó con sus palmas las manos de Kalona y se concentró con rapidez y eficiencia.
—Cálmale… elimina su dolor… haz que su agonía sea como el sol rojo poniéndose en el horizonte… hundiéndose, alejándose tras un último destello en el cielo nocturno expectante.
Los estremecimientos que destruían el cuerpo de Kalona comenzaron a disminuir casi instantáneamente. El inmortal alado inspiró profundamente. Aunque sus manos seguían temblando, sujetó las de Neferet con firmeza, alejándolas de su cara. Después, abrió los ojos. Eran del color profundo y ámbar del whisky, claros y coherentes. Volvía a ser él mismo.
—¡Has regresado a mí!
Por un momento Neferet se sintió tan aliviada al verlo despierto y consciente que estuvo a punto de llorar.
—Tu misión ha finalizado.
Neferet retiró los tentáculos que se aferraban tercamente al cuerpo de Kalona, mirándolos ceñudamente por lo renuentes que eran a soltar a su amante.
—Aléjame de la tierra —dijo él con voz ronca, debido a la falta de uso, aunque sus palabras eran lúcidas—. Al cielo. Necesito ver el cielo.
—Sí, por supuesto, mi amor.
Neferet gesticuló hacia la puerta y esta volvió a abrirse.
—¡Guerrero! Mi consorte ha despertado. ¡Ayúdalo a llegar a la terraza del castillo!
El guerrero Hijo de Érebo que la había molestado tan recientemente obedeció su orden sin cuestionarla; sin embargo, Neferet notó que parecía sorprendido ante el repentino restablecimiento de Kalona.
Espera a saber toda la verdad. Neferet le lanzó una sonrisita de suficiencia. Muy pronto tú y los demás guerreros recibiréis solo órdenes mías… o pereceréis.
Ese pensamiento la complació mientras salía de las entrañas de la antigua fortaleza de Capri, siguiendo a los dos hombres, subiendo y subiendo los largos escalones de piedra hasta, finalmente, llegar a la terraza.
Era pasada la medianoche. La luna pendía en el horizonte, amarilla y henchida, aunque no completamente llena.
—Llévalo hasta el banco y después déjanos —les ordenó Neferet, señalando el banco de mármol, elaboradamente esculpido, que descansaba al borde de la terraza del castillo, con unas vistas verdaderamente magníficas del refulgente Mediterráneo. Pero a Neferet no le interesaba la belleza que la rodeaba. Despidió con un gesto al guerrero, aunque sabía que le notificaría al Alto Consejo que el alma de su consorte había regresado a su cuerpo.
Eso no tenía importancia ahora. Ya lidiaría con ello más tarde.
Solo dos cosas le importaban ahora mismo: que Kalona había regresado a ella… y que Zoey Redbird estaba muerta.