—¡Chantal! ¡Chantal! ¡Chantal!
Jean-Marc estrechaba entre sus brazos su cuerpo sacudido por el grito.
—¡Despierta! ¡No es verdad!
Ella temblaba entre sus brazos, y él volvía a decirle varias veces que no era verdad.
Ella repetía a su lado:
—No, no es verdad, no es verdad —y, lentamente, muy lentamente, iba calmándose.
Y yo me pregunto: ¿quién ha soñado? ¿Quién ha soñado esta historia? ¿Quién la ha imaginado? ¿Ella? ¿Él? ¿Los dos? ¿El uno para el otro? Y, a partir de ese momento, ¿se habrá transformado su vida real en esa pérfida fantasía? Pero ¿en qué momento? ¿Cuando el tren se hundió bajo el mar de la Mancha? ¿Antes? ¿La mañana en que ella anunció que se iba a Londres? ¿O antes aún? ¿El día en que, en el consultorio del grafólogo, ella volvió a encontrar al camarero del bar de la ciudad normanda? ¿O antes aún? ¿Cuando Jean-Marc le envió la primera carta? Pero ¿las habrá enviado realmente? ¿O las habrá escrito tan sólo en su imaginación? ¿En qué momento preciso lo real se convirtió en irreal, la realidad en ensoñación? ¿Dónde estaba la frontera? ¿Dónde está la frontera?