Un mensaje de radio logró este abrazo
EL NIÑO PERDIDO DEL CAMIÓN RECUPERA A SU MADRE
Amplia e inédita información de este sensacional suceso, que afecta a Cataluña y Santander, en nuestras páginas centrales
EVACUADO A SUIZA Y ACOGIDO EN SANTANDER, HALLA A SU FAMILIA 22 AÑOS DESPUÉS
Antonio Luna Blanco se llama en realidad Antonio Lena Barranco
Extraordinario éxito de la emisión Rinomicina le busca
Por Luis Rupérez
«Toda España sigue con extraordinario interés las emisoras radiofónicas que cada martes, bajo el título Rinomicina le busca. Barcelona llama a España, cubren toda la Península, Sur de Francia, Andorra y Norte de África a través de veintiséis emisoras. Toda España, y los millones de oyentes que reciben los mensajes lanzados a las ondas, participan de la jubilosa emoción o de la profunda angustia de aquellos que hallan, o buscan, al ser querido del que nada saben desde hace muchos años.
»Nos cabe el honor de dirigir estas emisoras, apoyados tan sólo en nuestra experiencia profesional y en nuestro afán por desterrar el dolor y la incertidumbre de los seres aislados por las circunstancias, una misión que llevamos a cabo desde hace muchos años, pero nunca con los medios inigualables de que nos ha dotado Rinomicina, sin regatear esfuerzos, con una generosidad tal que no pudo extrañarnos la confianza depositada en Barcelona llama a España por los que han dado lugar a que se acuse recibo de unas sesenta a setenta cartas cada día».
CURAR CUERPOS Y ÁNIMOS
El semanario Por Qué, estrechamente vinculado a Rinomicina le busca, y nacido a la par que las emisiones, quiere iniciar este reportaje emotivo y pleno de gloria rindiendo homenaje a quienes supieron enlazar la publicidad de su producto, destinado a curar cuerpos, con la dulce tarea de intentar curar ánimos minados por los años de penas y zozobras. Dicho esto, vamos a contarles cómo Santander y Cataluña, por el milagroso arte de la radio, se han unido en el tierno, a la par que fuerte, abrazo de una madre y un hijo que no creían que volverían a verse jamás.
La historia no puede ser más rica en emociones, episodios desgarradores y coincidencias milagrosas. Si no la hubiéramos vivido de cerca y personalmente, diríamos que es digna de uno de esos folletones que en el siglo pasado hacían las delicias de nuestras abuelas. Pero se trata de vivencias reales y dramáticas, afortunadamente llegadas a buen puerto.
Desde los micrófonos de las veinticinco emisoras españolas del circuito Rinomicina le busca, y de Radio Andorra, se lanzó el siguiente mensaje:
«Un joven nos escribe desde Barcelona: “Durante la guerra, un bombardeo me separó de mi madre y de mi hermano. Fui subido a un camión que arrancó dejando a mi familia atrás. No he vuelto a verles desde entonces. Fui trasladado a Francia con otros niños refugiados, de allí pasé a Suiza, y, al llegar la paz, me devolvieron a España. Nadie me reclamó. Me ingresaron en el Hospicio de Santander, donde me crié y de donde salí con dieciséis años. Mi nombre es Antonio Luna, y el de mi madre, Ana. De todas formas, esto no es seguro, porque en el viaje de Francia a Suiza se me perdió la filiación que llevaba prendida del cuello, aunque conservé algunos papeles. Antes de que me evacuaran vivía con mis padres, mi abuela y un hermano más pequeño que yo. Creo que estábamos en zona catalana porque recuerdo cosas que me parece que son de Barcelona, la ciudad donde vivo ahora. Deseo, con toda mi alma, hallar a mis padres”».
UNA LLAMADA DESDE LA CIUDAD CONDAL
Por teléfono recibíamos la primera respuesta desde la calle Nápoles de Barcelona. Nos llamaba doña Dolores Lena, que creía haber reconocido a un sobrino suyo, desaparecido durante la guerra, cuando contaba sólo cuatro años de edad.
Fuimos a verla. Doña Dolores guardaba fotografías de su sobrino. Y la descripción y circunstancias contenidas en su relato coincidían. Todo se ajustaba, excepto el primer apellido. El sobrino de doña Dolores se llamaba Antonio Lena Barranco.
—Lo hemos buscado mucho. Su madre ha evocado entre lágrimas año tras año ese terrible momento en que el camión arrancó dejándola en tierra mientras veía cómo su niño se alejaba. Hemos recurrido a la Cruz Roja y a varias organizaciones… ¡Soñábamos tanto con hallarlo!
Pero todo fue inútil, y el paso de los años —¡veintidós años, Dios mío!— hizo que la familia Lena diera por muerto a Antonio.
Doña Dolores se encargó de transmitir la buena nueva a su cuñada, doña Ana Barranco, la madre que vivió esos veintidós años soñando con su hijo adorado.
Tan sólo minutos tardé en recibir, en Radio Nacional de España en Barcelona, la visita de una cuñada del desaparecido, Azucena Puy, casada con Francisco Lena Barranco, el único hermano de Antonio. La emoción dominaba a todos los miembros de la familia y llegó a contagiar al periodista.
Todo coincidía: Antoñito, un niño travieso y cariñoso, tenía dos años más que Francisco… Su madre había dejado Barcelona con los dos niños por los bombardeos, para instalarse en una localidad de Aragón, donde tenía familia. Fue en la dramática evacuación de esta ciudad cuando entregó a su hijo mayor a los pasajeros de un camión, que arrancó antes de poder subirse ella con Francisco. Madre e hijo quedaban separados…, ¿para siempre? Afortunadamente no ha sido así.
UN EMPLEADO DILIGENTE
Antonio Lena se había desplazado hace unos meses desde Santander hasta Barcelona para aproximarse a aquellas zonas por donde sabía que sería más fácil recuperar sus orígenes. Encontró trabajo en una céntrica charcutería, donde ha pedido un día de fiesta para el reencuentro más importante de su vida. Fiesta que los propietarios, que aprecian a este trabajador muchacho, han concedido encantados. Y, mientras Antonio Lena se preparaba para volver a ver a su madre, en otro barrio de Barcelona había una mujer que tuvo que dejar de trabajar porque los nervios no le dejaban hacer nada a derechas.
Por la mañana, el supervisor y coordinador de Rinomicina le busca, don Juan Ignacio Varela, junto con su colaborador Armando Rocarons, recogieron a Antonio en la pensión donde reside. Juntos comieron espléndidamente en un conocido hotel barcelonés por cortesía de la firma que patrocina este programa. Y realizaron después en automóvil un recorrido por la ciudad que sirvió para que Antonio identificara lugares que recordaba de la infancia. Su prodigiosa memoria iba pronosticando sobre lo que iba a ver antes de acercarse a la casa donde había vivido de pequeño, acertando plenamente. Fue muy curioso contemplar el rostro de este cántabro-catalán al hallar, en vez de un edificio —que creía su antiguo hogar—, un garaje. Luego, al preguntar allí y saber que la casa había sido derribada años atrás y descubrir que existía la fábrica cercana y un paso de ferrocarril próximo que recordaba Antonio, renació la tranquilidad y quedó confirmado que era el hijo de doña Ana Barranco, la madre que esperaba el ansiado momento de abrazar al hijo que daba por muerto.
AZULGRANA DE CORAZÓN
Se dan circunstancias muy singulares en la vida de Antonio.
Dice él que, una vez en España, perdida su chapa identificativa, de los trescientos niños que integraban la expedición que regresaba de Suiza, sólo dieciséis quedaron en el Hospicio de Santander, porque nadie los reclamaba. Le salvó su memoria. Él recordaba que su nombre era Antonio y creía que sus apellidos eran Luna Blanco. Recordaba el nombre de su madre, Ana.
—Vine a España sin saber leer ni escribir. En el hospicio, lo primero que aprendí a escribir, y pasaba horas enteras escribiendo, era «mamá»… Luego, ya mayor, cuando iba al fútbol y jugaba el Barcelona, mis compañeros se asombraban al verme aplaudir al equipo azulgrana… Y lo hacía porque me salía de dentro… Por no sé qué sentimiento de emoción al oír nombrar Barcelona…
De la emisión del martes pasado, ¿qué les vamos a decir? La emoción nos dominó a todos, realizadores y oyentes. Sollozos contenidos, abrazos interminables, presentaciones de familiares aún no conocidos, risas, llanto, nervios… Y un catalán, Antonio Lena Barranco desde ahora —porque ya está documentado con este nombre para siempre—, hablando con sonoro acento cántabro.
—¿Qué piensa hacer ahora? —pregunto a Antonio.
—Quedarme en esta tierra. Estar junto a mi madre y mis hermanos todos los años que me queden de vida… ¡Eso no se duda, amigo!
Nosotros, dominados por la emoción, estrechamos en un recio abrazo a este joven que, gracias a la hermosa acción de Rinomicina, ha podido recuperar su familia y su pasado. En una palabra, su vida toda. Ojalá que quienes tanto han sufrido, ya no se separen jamás.
Pies de foto:
1. Así era Antonio Lena a los tres años de edad.
2. La emoción domina a Antonio, que a duras penas contiene las lágrimas.
3. La madre muestra al hijo hallado, fotografías que recogen sucesos familiares no vividos por él.
4. Juan Ignacio Varela y Armando Rocarons, de Rinomicina, recorriendo Barcelona con Antonio Lena Barranco.
5. Con el rostro del hijo perdido en un ángulo de la fotografía, Ana Barranco se retrató así con su otro hijo, Francisco.
6. Nueva familia: madre, hermano y una bonita cuñada, casada con Francisco hace tres meses.
7. Junto a los felices protagonistas de este suceso, Juan Ignacio Varela, de Rinomicina, y nuestro director Luis Rupérez.
Revista Por Qué, número 26
Casimiro Pladevall llega al despacho tras haber asistido al desayuno semanal de los empresarios textiles de Cataluña, ese oasis de complicidades y buen comer donde se respira un espíritu de tranquilidad y prosperidad fabril incombustibles. Llega al despacho y espera pasar una mañana tranquila dentro de lo que cabe. En vez de eso, su secretaria le comunica que tiene al teléfono, muy excitado, a Higinio Bufalá.
—¿Lo has leído? ¿Has visto lo que nos ha hecho ese miserable?
—¿De qué hablas?
—Pide tu correspondencia, mi chófer te la ha dejado en tu despacho hace media hora.
—¡Marita! —exclama Casimiro en busca de su secretaria—. Lo busco y te llamo.
Unos minutos después, Casimiro repasa, estupefacto, la misiva que con elegante letra ha escrito a pluma Alejandro Roca-Genís, y que por lo visto se ha molestado en copiar, en términos muy parecidos (posiblemente cambiando el primer párrafo para personalizarla), a los otros cuatro destinatarios que figuran en la esquina superior derecha del papel.
Querido Casimiro:
Te admiro. No sabes cuánto te admiro. Eres un hombre inteligente y activo que has sabido levantar un imperio. Casi sin ayuda paterna, sin enchufes, únicamente con tu tesón y tu clara visión de las oportunidades de negocio.
Yo, en cambio, como os expliqué en nuestra comida, soy una persona sin capacidad y sin suerte. Me he movido al albur del destino por muchos países y al final he encontrado acomodo en esta generosa Norteamérica que no hace preguntas y donde cada día nacen, bien talluditos, hombres nuevos con identidades nuevas.
Tú, como Higinio, como Paco, como Víctor, como Manolo, eres una persona con talento. Yo soy un desgraciado. Por eso sé que me perdonarás, e incluso acogerás con una sonrisa de comprensión, la pequeña engañifa a la que os he sometido. Los terrenos de Florida cuyos planos y fotos os enseñé, y cuya adquisición firmó en Miami el notario Pujades, son en realidad unas marismas sin valor alguno. Pantanosas, pestilentes y llenas de mosquitos. Es muy dudoso que algún día alguien se atreva a edificar allí, porque todo el mundo sabe que es la zona más insalubre del estado.
Las playas que mostramos al notario corresponden a otra zona de la costa, que ya tiene sus propios y muy respetables propietarios. En cuanto al proyecto de urbanización en correcta lengua inglesa que obra en vuestro poder, me temo que es falso de arriba abajo, lo redactamos un buen amigo mío y yo con la colaboración de un arquitecto de moral fácil y un estudiante de Derecho de Jacksonville que tiene un brillante futuro por delante.
Para vosotros, los millones invertidos —y me temo que perdidos— son peccata minuta. Tienen, además, desde mi punto de vista, la importante ventaja de que no podéis denunciarlos —ni denunciarme— sin denunciaros a vosotros mismos, dado que se trata de un dinero colocado fuera de España contraviniendo las estrictas normas del Régimen del Caudillo, a quien Dios salve muchos años, respecto a los capitales nacionales.
No, sé que no me denunciaréis. Y como sois unos caballeros estoy seguro de que tampoco enviaréis a un equipo de sicarios a que me dé una paliza, o alguna atrocidad semejante. Es más, en caso de que se os ocurriera hacerlo, no me encontraríais, porque en cuanto acabe de facilitar a un correo fiable estas cartas voy a cambiar de estado y de identidad para empezar una nueva vida. Una vida de rico, que tengo bien merecida. Con vuestra ayuda.
Fue un placer reencontraros y espero que comprendáis la inapelable necesidad interna que me ha llevado a cometer este pequeño timo. No era justo que, siendo todos tan buenos amigos, a vosotros os fuera tan bien y a mí tan mal. Ahora la justicia ha quedado restablecida. Un abrazo fuerte de vuestro.
Alejandro