Coacción y vigilancia

El condicionamiento va a la par con la vigilancia. Y los medios de ejercerla se han multiplicado por diez con los avances de la informática y la fantástica capacidad de control que permiten las nuevas herramientas. Gestos anodinos de la vida cotidiana dejan marcas indelebles en las redes electrónicas, permitiendo reconstruir un itinerario o un modo de vida. Así, la retirada de dinero en un cajero automático, el pago con una tarjeta de crédito, pasar por una autopista de peaje, una simple llamada telefónica, una consulta por teletexto, etc., son otras tantas piedrecitas blancas que señalan el recorrido, cuyo trazado podrá reconstruirse, calcular la velocidad y la duración, verificar las coartadas.

Abonarse a una revista, pagar los impuestos, pagar al médico, dejan, a partir de ahora, huellas en los ficheros informáticos. Si no fuera por la Comisión Nacional Informática y Libertades (CNIL) y la ley del 6 de enero de 1978, que en Francia protegen las libertades de los ciudadanos, toda la información referente a nuestra vida, —escolaridad, salud, compras, viajes, ahorro, relaciones, etc.— podrían ser confirmadas y consultadas por los más diversos organismos: bancos, compañías de seguros, empleadores, comerciantes, policía…

En Estados Unidos, los servicios americanos de impuestos han tratado de controlar las declaraciones fiscales analizando los ficheros de las sociedades de venta por correspondencia. Hay sociedades especializadas que escudriñan todos los gastos de ciertas categorías de personas, definen su perfil de consumidor y meten estos datos en fichas. Hay bancos que no dudan en establecer, para su propio uso, ficheros a partir de información proporcionada por los gastos de sus clientes. Algunos van aún más lejos. En el Reino Unido, el banco Natwest, que administra 6,5 millones de cuentas, ponía en fichas las opiniones políticas y religiosas de sus clientes e incluso sus hábitos alimentarios.

En la empresa, donde los métodos de contratación verifican la conformidad física e ideológica de los candidatos a las normas sociales dominantes, la jerarquía puede, en lo sucesivo, controlar mejor la actividad de los asalariados. La videovigilancia —que Charles Chaplin y Fritz Lang habían previsto ya en 1930 con Tiempos modernos y Metrópolis respectivamente— se ha generalizado. Duración real del trabajo, presencia, productividad y eficacia de los asalariados, todo ello puede verificarse, así como las llamadas telefónicas personales consignadas en la memoria informática de la central.

En 1984, durante la ocupación de la fábrica SKF de Ivry-sur-Seine, los obreros descubrieron que estaban sistemáticamente fichados por el servicio de personal en función de sus opiniones políticas y sindicales. Tales ficheros, que están prohibidos, son moneda corriente, pues informarse sobre el estado de ánimo de los empleados forma parte del trabajo de un responsable de recursos humanos. Ciertas firmas recurren a veces a detectives privados o a empresas de vigilancia para inquirir acerca de su personal. Tal ejecutivo, sospechoso de proporcionar información a la competencia, será espiado. A tal sindicalista molesto se le pondrán escuchas telefónicas.

Y el futuro se presenta suspicaz. La firma Olivetti ha preparado una pulga electrónica capaz de activar a distancia un microordenador. El empleado llega a su oficina, llevando a modo de insignia una tarjeta de seis por seis centímetros, cuarenta gramos de peso y ocho milímetros de espesor. En seguida su ordenador lo reconoce y se enciende; cuando se va de su despacho, se apaga. Nadie más que él puede tener acceso al sistema. El ordenador envía cada diez segundos un impulso para verificar la presencia del portador de la insignia en un radio de quince metros. Olivetti proyecta equipar los inmuebles con una multitud de captadores que seguirán al empleado allí donde vaya. Superado el Gran Hermano de George Orwell; la vigilancia de los asalariados podrá, por fin, ser permanente.

Lo cual debe de hacer soñar a todas las policías del mundo. Entretanto, éstas apuestan a fondo por la vigilancia por video. En París, el 12 de abril de 1994, durante el proceso de unos hooligans acusados de heridas y faltas contra unos CRS, se mostraron las imágenes, filmadas por las cámaras de televisión y por un aficionado, que permitieron identificar a los jóvenes y encarcelarlos. Estas prácticas se están generalizando; las fuerzas del orden disponen desde ahora, en varios países, de sus propios equipos de rodaje que filman en directo las manifestaciones y enfrentamientos violentos con los policías. Para no depender de las cadenas de televisión o las agencias de prensa, el Ministerio del Interior español proyecta instalar en los barrios de mayor inseguridad unas 250 cámaras que filmarán todo aquello que se mueva. En un centro de control, 33 agentes vigilarán las imágenes para prevenir posibles delitos y reaccionar rápidamente.

Y cuando el condicionamiento masivo, la vigilancia y el control se revelen ineficaces, queda, como se ha podido ver en la película de Milos Forman Alguien voló sobre el nido del cuco, una última herramienta de la ingeniería del consentimiento: los tranquilizantes y ansiolíticos. Francia detenta, en este período de crisis, el récord mundial de consumo de psicotrópicos (80,9 millones de cajas vendidas en 1993). Y el Prozac, el antidepresivo milagro llegado de Estados Unidos, también se ha extendido muy deprisa. El rumor, propalado por algunos médicos, dice que con Prozac usted vuelve a ser la persona que era realmente. ¿Qué persona? ¿Jekyl o Hyde?

En Estados Unidos [observa el profesor Edouard Zafirian] donde la violencia y la delincuencia son tratadas como enfermedades del individuo, prescribir Prozac evita plantearse preguntas molestas sobre las causas sociales de esos trastornos. He acabado por preguntarme si esos medicamentos, consumidos en exceso, no desempeñan la función de reguladores sociales que permiten evitar las rebeliones.