Los mandamientos del pensamiento único

Desde la caída del muro de Berlín, el hundimiento de los regímenes comunistas y la desmoralización del socialismo, la altivez y la insolencia de esta doctrina han alcanzado tal grado que, sin exagerar, se puede calificar a este nuevo furor ideológico de dogmatismo moderno.

¿Qué es el pensamiento único? La traducción a términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial, las del capital internacional. Se puede decir que está formulada y definida a partir de 1944, con ocasión de los acuerdos de Bretton-Woods. Sus fuentes principales son las grandes instituciones económicas y monetarias —Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio, Comisión Europea, Banco de Francia, etc.— quienes, mediante su financiación, afilian al servicio de sus ideas, en todo el planeta, a muchos centros de investigación, universidades y fundaciones que, a su vez, afinan y propagan la buena nueva.

Esta es recogida y reproducida por los principales órganos de información económica y principalmente por las biblias de inversores y especuladores de bolsa —The Wall Street Journal, The Financial Times, The Economist, Far Eastern Economic Review, Agencia Reuter, etc.— que suelen ser propiedad de grandes grupos industriales o financieros. En casi todas partes facultades de ciencias económicas, periodistas, ensayistas y también políticos, examinan de nuevo los principales mandamientos de estas nuevas tablas de la ley y, usando como repetidores los medios de comunicación de masas, los reiteran hasta la saciedad sabiendo a ciencia cierta que, en nuestra sociedad mediática, repetición vale por demostración.

El primer principio del pensamiento único es tanto más fuerte cuanto un marxista distraído no renegaría de él en absoluto: lo económico prima sobre lo político. Fundándose en este principio ocurrió, por ejemplo, que un instrumento tan importante como el Banco de Francia, se hizo independiente sin oposición notable en 1994 y, en cierto modo, quedó a salvo de los azares políticos. «El Banco de Francia es independiente, apolítico y transpartidario», afirma, en efecto, su gobernador, el señor Jean-Claude Trichet, quien añade no obstante: «Pedimos que se reduzcan los déficits públicos» y «pretendemos una estrategia de moneda estable». Como si estos dos objetivos no fueran políticos.

Se defiende en nombre del realismo y el pragmatismo —que el ensayista neoliberal Alain Minc formula de la manera siguiente: «El capitalismo no puede derrumbarse; es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado, sí»—. Se coloca a la economía en el puesto de mando. Una economía liberada, como es natural, del obstáculo de lo social, especie de ganga patética cuyo peso es, al parecer, causa de regresión y crisis.

Los otros conceptos clave del pensamiento único son conocidos: el mercado, cuya mano invisible corrige las asperezas y disfunciones del capitalismo y muy especialmente los mercados financieros cuyos signos orientan y determinan el movimiento general de la economía; la competencia y la competitividad que estimulan y dinamizan a las empresas llevándolas a una permanente y benéfica modernización; el libre intercambio sin límites, factor de desarrollo ininterrumpido del comercio y, por consiguiente, de la sociedad; la mundialización, tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros; la división internacional del trabajo que modera las reivindicaciones sindicales y abarata los costes salariales; la moneda fuerte, factor de estabilización; la desreglamentación; la privatización; la liberalización, etc. Cada vez menos de estado, un arbitraje constante en favor de los ingresos del capital en detrimento de los del trabajo. Y una indiferencia con respecto al costo ecológico.

La repetición constante, en todos los medios de comunicación, de este catecismo por parte de los periodistas de reverencia y de casi todos los políticos, de derecha como de izquierda, le confiere una fuerza de intimidación tan grande que ahoga toda tentativa de reflexión libre y hace muy difícil la resistencia contra este nuevo oscurantismo.

Se puede llegar casi a considerar que los 17,4 millones de parados europeos, el desastre urbano, la precarización general, los suburbios a punto de estallar, el saqueo ecológico, el retorno de los racismos y la marea de marginados, son simples espejismos, alucinaciones culpables y altamente discordantes en este mundo feliz que está edificando, para nuestras conciencias anestesiadas, el pensamiento único.

Lo más frecuente, sin embargo, es que los mercados funcionen, por así decirlo, a ciegas, integrando parámetros tomados casi prestados de la brujería o de la psicología barata como: la economía del rumor, el análisis de comportamientos gregarios, o incluso el estudio de los contagios miméticos. Sobre todo porque, en virtud de sus nuevas características, el mercado financiero ha puesto a punto varias gamas de nuevos productos —derivados, futuros— extremadamente complejos y volátiles, que pocos expertos conocen bien y que dan a estos una ventaja considerable en las transacciones —no sin riesgos, como el desastre financiero del banco británico Barings ha mostrado recientemente—. Hay apenas unos diez en el mundo que sepan actuar útilmente —es decir, en pro de su mayor beneficio— sobre el curso de valores o de monedas. Son considerados los amos de los mercados, una palabra de uno de ellos y todo puede tambalearse, el dólar baja, la Bolsa de Tokio se derrumba.

Frente a la potencia de estos mastodontes de las finanzas, los Estados ya no pueden hacer gran cosa. La reciente crisis financiera de México, desencadenada a finales de diciembre de 1994, lo ha mostrado de modo especial. ¿Qué peso tienen las reservas acumuladas en divisas de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Canadá —los siete países más ricos del mundo— frente al poder disuasorio financiero de los fondos de inversión privados, en su mayoría anglosajones o japoneses? No demasiado. A título de ejemplo, pensemos que, en el más importante esfuerzo financiero que jamás se haya consentido en la historia económica moderna en favor de un país —en este caso, México— los grandes Estados del planeta, entre ellos Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional lograron, todos juntos, reunir aproximadamente 50 000 millones de dólares, una suma considerable. Pues bien, los tres fondos de pensiones americanos, ellos solos —los Big Three de hoy día— Fidelity Investiments, Vanguard Group y Capital Research and Management controlan 500 000 millones de dólares.

Los gerentes de estos fondos concentran en sus manos un poder financiero de una envergadura inédita, que no posee ningún ministro de economía ni gobierno de banco central alguno. En un mercado que se ha convertido en instantáneo y planetario, todo cambio brutal de esos auténticos mamuts de las finanzas puede originar la desestabilización económica de cualquier país.